Fotografía de Gerardo Alquicira
Antes que nada, la venganza. No el amor, ni la fragilidad de un rostro abandonando nuestros anhelos en el capricho de las peregrinaciones cotidianas; no los sueños, marchitándose en el confort de un antepretérito acobardado; no el reloj, no esa cadena de rosas que te recuerda que llegarás tarde a la entrevista de este jueves. No: la venganza, perenne y testaruda, es la pasión con la que se han hecho las cosas más grandes (la idea es una exégesis de Hegel). La venganza del Pélida Aquiles marcó el destino de la madre de todas las guerras; la venganza de Dolores Preciado fue la perdición de su hijo Juan en Comala; la venganza es un nombre que ironiza el ascenso de una banda de rock que estaba destinada a desplomarse como un dirigible de plomo.
La venganza es un arte, un oficio de tiempo completo que consume a sus caudillos tanto como una pasión religiosa. La nueva novela de L. M. Oliveira (Ciudad de México, 1976) es, ante todo, un tratado sobre ella. Al cobijo de la trama hay escondido un puñado de brillantes reflexiones sobre la venganza, cuyo cenit está coronado por aquella ingeniosa taxonomía, dividida en tres módulos, de sus modos de aparición: la venganza reactiva, la más primitiva; la venganza obsesiva, la más exigente; la venganza fría, la más prolongada. De estas tres, la última es la más parecida a una techné: de largo aliento, calculada y razonada, la venganza fría requiere la misma paciencia que requirió la escritura de La crítica de la razón pura, El Conde de Montecristo o La ciudad y los perros. La escritura parece una buena propedéutica para el arte de la venganza.
Investigador, docente, novelista y ensayista, Luis M. Oliveira es heredero de una larga tradición de filósofos artistas para los que, como a Voltaire, a Sartre o a Eco, la filosofía no basta. Por eso, hablar de El oficio de la venganza (Alfaguara, 2018) es hablar también de una filosofía de la venganza. La corta entrevista que aquí reproducimos ambiciona perfilar los centauros que se han gestado en su mundo literario.
Gerardo Alquicira Zariñán: Aunque mucho menos que el personaje homónimo de la novela, Aristóteles de Estagira también se interesó por el oficio de la venganza. En algunos pasajes de su obra parece llegar a admitir que la venganza no es del todo mala, siempre y cuando sea el producto de un acto valeroso y lleve por norte la justicia. Dado que en tu novela encontramos varias reflexiones filosóficas en torno a la venganza, que parecen tomadas de un tratado moral, como la siguiente afirmación: “Los cobardes son rencorosos; los valientes, vengativos”, ¿qué tiene que decir un filósofo de la ética acerca de las razones de Aristóteles Lozano? Desde el punto de la filosofía, ¿crees que el oficio de la venganza es una actividad noble?
Luis M. Oliveira: Creo que hubo un cambio muy importante, en el pensamiento filosófico de los siglos XVII y XVIII, cuando dejamos de hablar del honor. En aquellos años, era común que los seres humanos (y sobre todo los varones) se sintieran poseedores de honor; por él se peleaba y se conquistaba, y cuando alguien afrentaba ese honor la reacción correcta era pedir una compensación, es decir, vengarse. Por ello se puede entender perfectamente que Aristóteles (no Lozano, sino el de Macedonia) defienda ciertos tipos de venganza. De hecho, para los griegos en general, algunas formas de la venganza sí eran virtuosas. Sin embargo, cuando se empezó a hablar de los derechos humanos y de la dignidad humana, la venganza dejó de tener sentido ético. Hablar de venganza en la actualidad es no entender igual la moral entre las personas. Por supuesto que sigue estando mal que alguien te agravie, pero si alguien te daña, la respuesta correcta ahora ya no es cobrar venganza. Al vivir en una sociedad en donde todos somos iguales y donde hay instituciones que buscan salvaguardar esa igualdad, en caso de una afrenta lo correcto es recurrir a las instituciones que imparten justicia. A mí me parece que la venganza es una forma precaria y primitiva de la justicia; cuando se habla de justicia publica, la venganza pierde terreno.
GAZ: ¿Quieres decir, echando mano de la filosofía de John Rawls, que la justicia es una forma imparcial e institucionalizada de la venganza? ¿Qué la justicia es una forma de la venganza adaptada al contrato social?
LMO: No, la justicia no es la institucionalización de la venganza. Más bien, la venganza cede lugar a la justicia. Con el cambio de actitud que surgió durante esa revolución cuando decidimos que todos los seres humanos somos iguales, la venganza empezó a estar de más. Aunque sí, en ello influyó también el nacimiento del estado moderno. Velo a la Hobbes o a la Locke, no importa: renunciamos a nuestro derecho de cobrar retribución y le damos al estado el monopolio de la fuerza para que la venganza se transforme en justicia.
GAZ: En 1996, Marta Nussbaum, una de las pensadoras que más han influido en tu trabajo filosófico, publicó un artículo donde esboza una teoría aristotélica de las emociones («Aristotle on Emotions and Rational Persuasion») para basar en ella la ética del estagirita. Con él trata de demostrar, en esencia, que para Aristóteles una creencia siempre precede a una emoción. A la luz de esta hipótesis quería preguntarte lo siguiente: ¿cuál es la chispa que enciende la llama del oficio de la venganza? ¿Acaso hay un cambio en el sistema de creencias de tu personaje que lo hace considerar la posibilidad de la venganza con nuevos ojos? ¿O es la venganza misma la creencia que se invierte y que termina por llenar el vacío anímico del personaje?
LMO: La cuestión de las emociones en la novela es muy interesante: no creo que hoy nos dé tiempo de desarrollarla a plenitud. Ahora bien, por supuesto que las emociones morales nacen de una creencia previa. Por ejemplo, habrá contextos en los que una mentada de madre enfurezca a una persona, y habrá otros en los que no. Obviamente, la creencia en torno a la intensión de la mentada de madre influye mucho. Pero lo que sucede con Aristóteles Lozano es que recibe y germinan en él las semillas de la venganza, cuando ni siquiera tenía contemplada tal posibilidad. Creo que los seres humanos en el siglo XXI difícilmente deseamos vengarnos: cuando te hacen algo lo primero que piensas no en la venganza, porque la venganza, afortunadamente, ya está sublimada en ciertos campos: los videojuegos, los deportes… es completamente normal que los brasileños quieran la revancha después de aquel 7 – 1 contra Alemania; pero en el mundo cotidiano, la venganza es menos común, aunque está presente. Sin duda, cuando Aristóteles Lozano entiende que la venganza puede ser un camino, cambian sus creencias con respecto a ella, porque comprende que puede ayudarle a salir del hoyo en el que ha entrado. Por tanto, cuando se da cuenta de las virtudes de la venganza, se enamora de ella. ¿Por qué? Esta es una pregunta propia de la filosofía moral: la filosofía moral se trata, por un lado, de cómo nos tratamos entre nosotros y, por el otro, de cómo queremos vivir. Porque, respondiendo a la pregunta, se da cuenta de que no quiere seguir siendo un tipo pusilánime, sin sentido de la vida. Luego la venganza se vuelve un sentimiento positivo que logra transformarlo en un hombre valeroso.
Finalmente, aquí el problema no es el movimiento por el que nace esta motivación, sino hacia dónde la dirige. Kant decía que lo único bueno en sí mismo es la buena voluntad: jamás puedes dirigirla al blanco equivocado. En contraste, la motivación de la venganza puede apuntar a la venganza misma o hacía cosas magnificas.
GAZ: Este punto delata una importante tensión en los motivos de Aristóteles Lozano. En otras entrevistas has admitido que el personaje decide dedicarse al oficio de la venganza porque en él encontró el sentido de su vida; sin embargo, conforme avanza la novela, el sentido de la venganza parece transformarse con los testimonios de la gente que encuentra en su camino. Al final, parece que la venganza deja de significar una obra invidual y se convierte en una vocación casi quijotesca, en una labor que le fue encomendada para enmendar los entuertos de los otros. Parece haber un cambio de actitud en el personaje.
LMO: Es que, más que un cambio de actitud, pienso en un caudillo que decide entregarse a cierta lucha y en su camino encuentra a personas que han sufrido la misma afrenta y decide ser su voz. Y como eso le da más ánimos y más fuerza de voluntad, creo que es una reafirmación más que un cambio. De ahí que en la novela sea muy importante la vida de Luis de Cáncer, porque funciona como un espejo. Cuando indagamos en las motivaciones de las personas (hay personas a las que las motiva el triunfo en el deporte, el triunfo en la academia, ganar un Oscar, encontrar al hombre o a la mujer de sus sueños, etcétera), encontramos que casi siempre son motivaciones triviales; pero al pensar en los motivos de los misioneros del siglo XVI, me llama la atención la idea que los motiva (no quiero discutir si Dios es una idea o un ideal): había personas dispuestas a dejar todo, a cruzar océanos, a atravesar tierras ignotas y encontrarse con personas que ya no les daban la bienvenida para tratar de convencerlos de que dejaran las armas y se convirtieran a la palabra del Señor. ¿Por qué lo hacían? Alguien puede responder: “Es que buscaban la gloria de haber colonizado con la pura palabra”, pero como la novela toma una postura romántica, nos convence de pensar que lo hacían porque creían en la palabra de Dios, en esa idea que tenían de que la evangelización sólo era posible y válida si las personas se convertían a la religión por su voluntad. Esa es una motivación válida y muy profunda. Dudo que alguien, por amor, logre tanto como un misionero del siglo XVI. Pero de la misma manera, la venganza se vuelve el Dios de Aristóteles, es lo que le da fuerzas.
GAZ: ¿Y crees que esa misma deidad transforma el fin último de su camino a la venganza para hacerlo coincidir, finalmente, con la motivación de Cristóbal: poner en orden las cosas?
LMO: En algún sentido, Cristóbal logra transformar la idea que Aristóteles tenía sobre Dios al inicio de la novela. Aristóteles es un católico sin fe y Cristóbal le da algo en qué creer. Por ello podemos decir que Cristóbal sí logra su cometido evangelizador. Sin embargo, no sé (y de verdad no lo sé, eso es lo divertido de escribir personajes: no tienes que planear toda su vida) si él mismo cree en su religión o es un charlatán. Muchas veces, evangelizar es hacer trampa y mentir a los demás.
GAZ: Por último, en tu novela la venganza es un pretexto para hablar de la pasión, de aquello que mueve el ánimo de una persona. Al leerla uno no puede dejar de pensar en Mario Vargas Llosa, cuya obra, en palabras de Javier Cercas, “Está plagada de hombres consumidos por una pasión devoradora, dispuestos a arder en el altar de una causa” (como el Jaguar y el honor, Pantaleón y el deber, o el mismo Vargas Llosa y la escritura). El género novelístico transgrede la vida, dice Vargas Llosa, porque “nos ofrece una perspectiva que la vida verdadera, en la que estamos inmersos, siempre nos niega”, y en esa medida, la literatura, lejos de “recrear la vida”, la rectifica. Resumamos, pues, la ética literaria de Vargas Llosa en el título con el que, en 2014, fue publicado el diálogo que sostuvo con Claudio Macri a propósito del papel revolucionario de la novela: La literatura es mi venganza (Anagrama, 2014). ¿Crees que el oficio del escritor es también el oficio de la venganza?
LMO: En algunos aspectos el oficio del escritor parece el oficio de la venganza, pero no en todos. Pero estoy de acuerdo con la propuesta de Vargas Llosa: la literatura puede ser una forma de la venganza. Por lo demás, creo que es el único espacio que le queda: en el mundo de carne y hueso la venganza ya no tiene cabida, no puedes ir por ahí golpeando y matando al que te humilla; en la literatura sí lo puedes hacer.
GAZ: ¿Y en el arte en general?
LMO: En el mundo de las ideas en general, incluida la filosofía. Nada más hay que pensar en todos los grandes libros de la historia de la filosofía que fueron escritos como una venganza a humillaciones previas, cuando alguien le dijo a un filósofo: “tu idea es una estupidez”, y éste escribió un libro para demostrar que no era así. En este caso, no es una venganza dañina, sino constructiva. Creo que la venganza tiene ese doble cariz.