En esta casa hay cuartos vacíos. Uno por cada persona que se fue.

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Aquí las paredes hablan.

…………….Susurran nombres – propios y comunes – los enlistan. 

…………….Cuentan los cuentos que la madre le leía a la hija

…………….moderan disputas familiares

…………….atienden soliloquios 

…………….recuerdan los murmullos que se escapan de la boca entre sueños

…………….y los yamevoy apresurados antes de partir.

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Aquí las paredes cantan.

…………….Añoran las noches de karaoke

…………………………..y las noches en las que un piano suena distraído del otro lado de la línea telefónica.

…………….Tararean melodías para bailar en la cocina

…………………………..y componen sinfonías para un par de dedos que se deslizan por la pared

………………………………………………………………………………………………………………….al bajar la escalera,

…………………………………….y réquiems para los pies descalzos los días que amanecen con lluvia.

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A veces lloran, y las lágrimas crean surcos que crean mapas: mapas para llegar a casa y

viceversa

………………………………………………………………………………………………………..mapas pluviales que mutan

…………………………………………………………………………………………………………………como mutan los ríos

………………………………………………………………………………………………………..mapas que se filtran por el suelo

…………………………………………………………………………………………………………………y trazan raíces líquidas

………………………………………………………………………………………………………………..que se enredan en el subsuelo

…………………………………………………………………………………………………………………y se juntan con todos los ríos

……………………………………………………………………………………………………………………………………..subterráneos   

…………………………………………………………………………………………………………………y vuelven a ser arroyo

…………………………………………………………………………………………………………………vuelven a ser nube

…………………………………………………………………………………………………………………vuelven a ser lluvia

…………………………………………………………………………………………………………………vuelven a ser llanto

…………………………………………………………………………………………………………………vuelven a ser mapa.

Guardan el eco de las sombras

………………y lo convierten en grietas que sueltan cuando tiembla.

En esta casa hay cuartos vacíos. Uno por cada persona que se fue.

Quedan sellados un rato, aunque existan todas las llaves con su duplicado. Mi abuela dejaba la comida reposar un rato en la olla después de apagar el fuego, quién sabe por qué. Ya está, pero todavía no se puede comer. Lo mismo sucede con los cuartos: hay que dejarlos en paz un rato. Lo que haya dentro, hay que dejarlo reposar.

Pero hay que tener cuidado: los cuartos se empolvan, se encierran, salen humedades.

Inevitablemente una aprende que llegará el momento de buscar la llave y abrir la puerta.

Inevitablemente una aprende que, muchas veces, el cuarto ni siquiera estaba cerrado con llave.  

Hay que entrar y descorrer las cortinas y abrir las ventanas para ventilar. Este paso siempre me ha costado especial trabajo: detesto los espacios oscuros a mitad del día: descorro las cortinas compulsivamente, se me va la vida en ello. Las cortinas corridas a mitad del día son mi monstruo bajo la cama, pero es preciso enfrentar al monstruo a esa hora, cuando haya luz, aunque me atormenten los segundos eternos que me toma recorrer el espacio entre la puerta y la ventana: debe haber luz al descorrer la cortina. Es imperativo.

Naturalmente, cuando te fuiste quedó un cuarto vacío. (Claro que había cosas tuyas por todos lados –en los cajones de la cocina, en las esquinas de los espejos, entre los libros– y casi ni parecía que te hubieras ido. Pero la puerta estaba cerrada y yo sabía que era inútil llamar. También sabía que no era necesario buscar la llave. Sabía que podía abrir la puerta cuando quisiera. Pero yo sostengo, necia, que esas puertas no se abren, hay que dejar reposar el recuerdo, para que no se seque y agriete la pintura.) Durante mucho tiempo, me dediqué a sentarme a leer junto a la puerta, a ver si escuchaba algún sonido.

Terminé el libro sin haber retenido una sola oración, así que volví a empezar, cuidando que esta vez se me quedara por lo menos la premisa. No recuerdo la idea general, pero recuerdo a una mujer que se miraba en el espejo y yo la miraba mirarse en el espejo, hasta que me di cuenta de que ella estaba en el jardín y se veía su reflejo en el espejo, pero ella no lo miraba. Y qué agradable aquello de estar en el jardín y no mirarse, y qué fatiga ésta de estar aquí detrás de la página mirando el reflejo de una mujer desconocida.

Esto sucedía entre otras cosas, pero es lo que recuerdo.

Pensando en la mujer en el espejo, abrí la puerta. Me invadió la angustia al encontrarme tan de repente en un cuarto oscuro en mitad del día, angustia de esa que detiene el tiempo y una tiene que arrancarse como calcomanía del espacio que ocupaba hace un momento y correr a descorrer las cortinas con el corazón hecho un nudo y los pulmones llenos de un aire que se ha estancado súbitamente. Descorrí la cortina y entró la luz a reactivar la vida.

……………………………………………………………………………….Un piano con la tapa arriba

………………………………………………………………………………………..y un barco de papel entre las cuerdas

……………………………………………………………………………….un libro boca abajo, abierto en la página 83

……………………………………………………………………………….una botella de vino a medias

……………………………………………………………………………….una cajetilla de cigarros casi completa

……………………………………………………………………………….una libreta

…………………………………………………………………………………………y una pluma de tinta negra en medio

……………………………………………………………………………….un florero con flores blancas

……………………………………………………………………………….el teléfono descolgado

En esta casa hay cuartos vacíos. Uno por cada persona que se fue.

Cuando te fuiste, dejaste todo.

Aprendí a tocar el piano y le cambié el agua a las flores.

En alguna noche de karaoke se terminó lo que quedaba del vino

………………………………………………….y desapareció lo que quedaba de la cajetilla.

El libro que leías hablaba sobre una mujer que se miraba en el espejo, y esta vez sí que se miraba y era incómodo, pero lo hacía de cualquier modo porque a veces hay que mirarse en el espejo de todos modos.

Guardé la libreta en un cajón en el mueble de la entrada por si algún día vuelves por ella, pero me quedé con la pluma.

Llené el cuarto con plantas.[1]

…………………………Nunca me trajiste flores[2], pero me enseñaste el nombre de todos los árboles

…………………………y ahora sé exactamente qué pedir en los viveros.   

Poco a poco fui recuperando cuartos vacíos. En todos quedó algo de quien se fue: un póster de mi banda favorita, un tapete de yoga, un libro con notas al margen, una baraja de naipes desgastada. Algunos los fui llenando de cosas mías, otros los dejé vacíos para practicar vueltas de carro y escuchar los monólogos de un eco. Las cortinas están siempre descorridas. El tiempo sigue pasando.

En esta casa hay cuartos vacíos. Uno para cada persona que llega.

En esta casa hay cuartos vacíos. Voy aprendiendo a habitarlos todos.


[1] Ese hábito es nuevo: en mi casa nunca se dio nada: crecí entre flores de plástico. Pero ya no quería flores de plástico, así que decidí dejar de culpar a mis malas vibras y aprender a cuidar seres vivos. Resulta que no es tan difícil si se entiende así, como ser vivo y no como adorno.

[2] Eso me pasa por contarte que mi flor favorita es la jacaranda. O la buganvilia. En cualquier caso, de ahí te agarraste para nunca traerme flores, porque no se pueden hacer ramos de jacarandas y buganvilias. Tal vez por eso es que me gustan tanto. Tal vez bajo esa misma lógica se justifica que te haya querido tanto.

Imagen tomada de Unsplash

Escrito por:paginasalmon

Un comentario en “Cuartos vacíos | Por Elena Eguiarte Pardo

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