TARTA IDENTITARIA (HORNEADA EN COLECTIVO) Por Elena Eguiarte Pardo

Ingredientes: 

  • Para la base:
  • Una cucharada grande de imaginación voraz 
  • Un puñado de lenguas
  • Una taza de oídos atentos
  • Un cuerpo marinado en caldo de mente toda la noche
  • Una identidad blanda especiada con imaginario colectivo

Para el relleno:

  • Una infancia tierna
  • Un manojo de bosque
  • Una cucharada de sopa de la abuela
  • Una pizca de recuerdo
  • Un caldero de bruja

Opcional: decorar con un beso de buenas noches

Preparación:

Soy el resultado de las películas que veía en la tele, los cuentos que mi madre me contaba antes de dormir, la comida en casa de la abuela todos los sábados. Soy la que soy porque crecí jugando a ser Alicia y desarrollé una adicción malsana al té con galletas, y aprendí a empuñar la curiosidad como mi arma más poderosa. Resulta que no fui la única que alguna vez vio Peter Pan o escuchó la leyenda del conejo y la luna o comió sopa de lentejas; mis experiencias son únicas y compartidas a la vez. Hay algo en los cuentos que transgrede la definición precisa de las palabras, algo en la comida que desafía las fronteras. Escuchamos y comemos lo mismo que contamos y alimentamos a otros: somos emisores y receptores constantes. 

Hace alrededor de diez mil años, el ser humano descubrió cómo sujetar y dirigir las riendas de su alimentación y aunque el origen del lenguaje oral es incluso más antiguo, los relatos son a las sociedades lo que la comida al individuo: nos dan sustento, cumplen una función fisiológica, pero también identitaria. Somos lo que comemos y las historias que contamos. La humanidad se genera en la lengua; la boca es el punto de encuentro entre el individuo y el mundo. El papel de la boca y la lengua –en todas sus acepciones– es fundamental, pues a través de ellas saboreamos el mundo y nos enunciamos frente a él.

Si bien el sedentarismo ató lazos entre los pueblos y los territorios, y la escritura le concedió a la palabra el don de la permanencia, sería absurdo pensar que hemos caído en el estatismo: los flujos migratorios siguen vigentes, seguimos inventando y reinventando historias. Seguimos en constante movimiento, en eterna conexión. La transformación es continua: el habla, la comida y el cambio son eventos recurrentes. Ninguna persona es un ente aislado, estamos hechas de los mismos elementos, nos alimentamos de historias y platillos, cada uno con ingredientes similares.

En 2014, Sandra Gilbert acuñó el término “gastronomía trascendental” para referirse al vínculo que existe entre la memoria y la comida, que va más allá de las necesidades fisiológicas. La gastronomía trascendental no pretende sacralizar los alimentos, sino ritualizar lo cotidiano y ser autoconsciente de las experiencias físicas, emocionales y sociales que resultan de preparar, probar y digerir la comida. 

Durante siglos, el dualismo imperante en el pensamiento clásico construyó una muralla entre el cuerpo y el alma, lo material y lo intelectual, lo mundano y lo trascendental; ahora sabemos que ningún aprendizaje es posible si no es a través de los sentidos. Dependemos de un cuerpo y ese cuerpo que nos sostiene debe alimentarse, tanto intelectual como nutricionalmente. El espíritu y el cuerpo son indisociables del mismo modo que lo son el individuo y la comunidad. 

De forma paralela, las comunidades dan cobijo al individuo y la cultura articula su identidad. Pero el conocimiento se desmorona sin la memoria, de ahí que cada pueblo haya desarrollado recetas e historias para preservar su sabiduría, valores y tradiciones. Los mitos y relatos son los huesos que sostienen las estructuras sociales y en cuya médula se encuentran el conocimiento, las preocupaciones y los ideales de los pueblos que los cuentan. 

La mujer que vive apartada en el bosque es una figura central en la dinámica del pueblo, por las historias que se inventan alrededor de ella y que pasarán de generación en generación impregnadas de ideales y creencias que desbordan tanto al lenguaje como a la mujer misma. Pero si acaso nos atreviéramos a sentarnos a su mesa y escucháramos sus historias, podríamos descubrir en el contenido de su caldero un sabor familiar.

CUERPO A LOS FINOS ABRAZOS Por Andrea Ortiz Morales

Ingredientes:

  • Una cocina
  • 500 gr de indeterminación
  • Un umbral con cáscara
  • Un puñado de secretos (tantos como se hayan guardado hasta este momento)
  • La compañía de otras mujeres (al gusto)
  • Un cuerpo sin piel

Método de preparación para el cuerpo:

  1. Cerrar los ojos
  2. Escuchar el chillido de la olla exprés
  3. Someterse al olor de los guisados
  4. Abrir los ojos
  5. Sorber el contenido de una cuchara, mientras la sopa de fideo continúa en el fuego
  6.  Lavar los platos

Los electrodomésticos como parte esencial dentro de la cocina moderna tienen sus raíces a principios del siglo xx. Para empezar, las cocinas no formaban parte de los departamentos clasemedieros. En la ciudad de Nueva York, las personas que vivían en los grandes edificios satisfacían sus necesidades básicas, como la comida, en comedores comunitarios en las plantas bajas o sótanos. Aunque al principio permitió que la clase media neoyorkina continuara con un esquema de servidumbre, esto se volvió un problema económico: “la falta de servicio doméstico” se solucionaría con una “reorganización de los trabajos del hogar” y se definió la figura de “ama de casa” (Puigjaner 263). 

Entonces surgieron los labour-saving devices, electrodomésticos, máquinas que supuestamente permitirían a las mujeres ser capaces de hacerlo todo, pues reducirían el tiempo de trabajo para cada actividad doméstica. Sin embargo, esto no facilitó el trabajo doméstico, al contrario: “la mujer de clase media de los años 40 dedicaba más horas en las tareas domésticas que sus madres en las mismas condiciones treinta años antes” (Puigjaner 266).

A partir de entonces, el espacio designado a la cocina ha evolucionado de acuerdo con la eficiencia del trabajo doméstico. Pero para este momento cabe lanzar la primera pregunta, ¿quiénes, hasta hace algunos años, diseñaban las cocinas? A pesar de que históricamente las mujeres están encargadas de estos espacios, su labor se ha romantizado con apuntes que indican que “es la dueña”, aunque ellas no tengan voz en la disposición de los elementos. ¿Nos gustan las cocinas de nuestras casas?, ¿son prácticas a la hora de cocinar?

En general, nos hemos adaptado a imposiciones arquitectónicas. Por ello, nunca habrá dos cocinas iguales. Las actividades dentro de cada cocina tienen una legislación bien establecida que, como visitantes, extranjeras, no podremos entender. ¿En cuántas cocinas hemos estado?, ¿cómo se siente estar parada en medio de una cocina ajena? Yo me siento desnuda. No tengo el más remoto control sobre lo que sucede ahí ni de mi habla. Solo existo para escuchar todo aquello que es imposible decir afuera, en el resto de la casa; pongo alerta mis sentidos.

Los trabajos sencillos para el cuidado de una casa nunca terminan, así como tampoco las apologías sobre lavar los trastes, remojar los frijoles, cortar las verduras, sazonar los guisos; mucho menos los diálogos sobre la forma correcta de pelar un diente de ajo, meter los guisados calientes o fríos al refrigerador. Son inagotables, ¿por qué no hacer más evidentes sus poéticas o discursos? 

Desde su cocina o una habitación cercana a ella, Gloria Anzaldúa (1988) escribía en su diario, mientras sucedían los trabajos sencillos de sus compañeras de departamento, y apuntó: “No hay tema que sea demasiado trivial” (224). Si nada es demasiado trivial, podría dedicar un ensayo entero a los azulejos de las paredes de la cocina de mi abuela, de la cocina de mi madre, de la cocina de mis tías, de todas las cocinas que he visitado, porque sus dueñas me han invitado a cruzar el umbral del exterior con el interior. Me permiten ingresar al verdadero espacio propio. El cuarto propio no es individual, es comunitario.

A todos los objetos y actividades que suceden dentro de la cocina, por cotidianas, parece que no deberíamos analizarlas demasiado, pero ¿qué puede surgir desde nuestra cocina?, ¿solo hay transformaciones culinarias? La cocina puede representar tanto un punto de reunión y comunidad, como un espacio de indeterminación.

LITERATURAS AL VAPOR Por Eloísa Cornelio [1]

Ingredientes:

  • Una pizca de subjetividad violentada
  • 100 gramos de búsqueda de control
  • Una pieza de extrañamiento de la realidad finamente picada
  • Transgresión al gusto

Preparación:

La medievalista Caroline Bynum escribió Holy Feast and Holy Fast en 1988, un texto que aborda la relación de las mujeres con la comida en el medievo. Aunque el día de hoy se puede cuestionar la forma en que Bynum crea una imagen sobre el contexto social de las mujeres medievales, su texto no deja de ser una importante fuente de reflexión sobre la comida como un elemento que configura la subjetividad femenina. Bynum arguye que,

[por] medio de la alimentación, las mujeres se controlaban a sí mismas y a su mundo. Las funciones corporales, las sensaciones, la fertilidad y la sexualidad; los maridos, las madres, los padres y los hijos; los límites de uno mismo. Todo eso estaba en control mediante la abstención o proporción de alimentos (Bynum 193-194).

La autonomía y el control son categorías que definen el desarrollo de la investigación de Bynum, quien recorre el camino más oscuro de la relación entre las mujeres y la comida: el ayuno, la obsesión y la manía casi como único medio de las mujeres para recuperarse y desarrollarse como sujetos.

El día de hoy, sin embargo, las académicas e investigadoras buscan recorrer un camino distinto y resignificar esta relación desde un ángulo más positivo. No obstante, los altos índices de desórdenes alimenticios, y una relación histórica mujer-cuerpo que se ha visto mermada por la hipersexualización y objetificación de los cuerpos femeninos, hacen que textos como los de Bymun aún resuenen en nosotras.

Cuentos como “Sushi” de Okamoto Kanoko o “Alta Cocina” de Ámparo Dávila muestran una cara siniestra del lugar que tiene la comida en el imaginario femenino. En estos textos, la preparación de los alimentos se vuelve un momento inquietante –y el cuidado se retrata como un ritual que perturba lo cotidiano de formas estremecedoras–.

En el orden simbólico de este tipo de relatos fantásticos, la comida no es ya lo que nutre o crea lazos, sino lo que condena, lo que aterra. Más aún, el control se articula como una falacia que se resquebraja fácilmente frente a las demandantes tareas de cuidados, que no son solo obligatorias, sino que también alienan y se realizan en soledad.

Así, una de nuestras propuestas para el dossier del número vigésimo segundo de Página Salmón es analizar la relación de las mujeres con la comida desde el lado más oscuro, aquél que sigue permeando y atravesando nuestras subjetividades como un implacable fantasma. Análisis de textos donde la comida aparece como hechizo o veneno –comer manzanas, tomar pócimas o el famoso eat me, drink me de Alicia son ejemplos clásicos–; donde las mujeres devoran cuerpos –Ginger Snaps (John Fawcett, 2000), Raw (Julia Ducournau, 2016), Jennifer’s Body (Karin Kusama, 2009); donde la comida subvierte valores o normas sociales –The vegetarian (Han Kang, 2007)–; donde los festines reflejan pérdida de control –Rabbits (Kanai Mieko, 1973)–; o donde lo normativo se deja de lado para poder vivir en libertad –Fried Green Tomatoes, (Fannie Flagg, 1987)–.

Invitamos a lectores y colaboradores a participar en el dossier “Transformaciones culinarias” y hacernos las preguntas: ¿qué nos dicen estos textos del papel de los alimentos en nuestra sociedad? ¿Qué dicen los alimentos sobre el imaginario social desde una lectura con perspectiva de género? ¿Por qué comer se vuelve un acto inquietante? Así como proponer nuevas perspectivas sobre el papel de los alimentos en la ficción.

Referencias

Anzaldúa, G. (1988) «Hablar en lenguas. Una carta a escritoras tercermundistas», en Castillo, A. y C. Moraga. Este puente, mi espalda. Editorial «ismo», pp. 219-230.

Puigjaner, A. (2014) Ciudad sin cocina: el Waldorf Astoria, apartamentos con servicios domésticos colectivos en Nueva York, 1871-1929. Tesis de doctorado. Universitat Politècnica de Catalunya.

Walker Bynum, C. (1988) Holy Feast and Holy Fast. The Religious Significance of Food to Medieval Women. University of California Press.

[1] Las traducciones del inglés-español fueron realizadas por la autora. 

Escrito por:paginasalmon

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