Cantos chamánicos

y tambores que retumban en la ventana.

Es la bocina para callar a los vecinos

y sus ganas de participar en el catar.

Vinos no porque son las diez de la mañana:

irrumpen en mis oídos sus ganas de ser parte

de los partidos de México en Qatar.

Y retiembla en mis centros aquello 

que me aterra:

yo no soy parte de nada ni de nadie.

Me enamoré un segundo.

Con la carne entumida por el desasosiego,

dije te amo y lo dije por jugar. 

Lo dije con todo mi cuerpo

(fue solamente un segundo) 

y luego me lancé a callar.

Él insertó su pene dentro de mi vagina 

porque la orden telepática fue esa:

inserta tu pene en mi más grande pena

que es toda esta falla que tengo como sexo.

Pero mi cuerpo barco no puede encallar

y por eso me hundo en palabras.

Gasté cinco mil pesos en estudios médicos

me quedé sin un solo peso, pero el dictamen fue negativo 

para cualquier enfermedad de transmisión sexual.

Sexual que es textual. 

Porque lo textual llega a ser sexual.

Porque es eso que se contagia 

con tantas putas ganas de amar y sin lograr amar.

Son más las razones que tiene una mujer para no amar que las que tiene para amar.

(¿Dije esto en voz alta?, ¿no fue la voz de alguien más?)

Es hasta que la mujer se vuelve madre,

que comienzan a sobrarle las ganas de amar,

y de amamantar:

se vuelve mar y se vuelve más.

Se le expande el corazón y no nomás el cuerpo:

lo he visto pasar. 

A cada rato, siempre de lejos,

veo esa posibilidad de zarpar.

Lo de ayer fue un grito ahogado tras otro.

Tambores desde mi propio deseo despertaron en mí 

unas ganas de matar, 

porque parece que cuando el cuerpo no ama

lo que quiere es destruir o desaparecer,

porque si amar significa ser…

Sueño que corto grandes tajos

de una vaca cuya sangre salpica mi chamarra 

y aunque tengo un jabón especial para quitar las manchas,

estas ganas de muerte nadie las puede lavar.

¿Dónde pongo esta oscuridad?

Que no cabe en ninguna noche

menos en todas las mañanas.

Por la tarde la paso a tirar

en los basureros desbordados de llamas.

No eres tú el que me llamas.

Soy yo la que sigue fantaseando 

en fuego y palabras.

Quiero atizar esta pinche hoguera:

apagar la llamarada soledad.

Tapones en los oídos,

no quiero escuchar lo que no puedo ver:

y así vuelvo a intentar

y así pierdo las ganas 

de amar otra vez.

Con la vulva intacta

y un impulso por ladrar

digo si no estoy enferma 

por qué no puedo sanar.

Congelada hasta los huesos

no me creo capaz de amar.

La voluntad se me empapa de palabras

de deseo se me revientan las células, 

dices que palpas semen y te das cuenta 

que son lágrimas y baba.

Un bulbo balbuceando aire y no luz.

¡Qué yo solo quiero mover este cuerpo!

Juro que es eso en todo lo que creo, en el movimiento, 

moverme: eso es todo lo que quiero,

¿acaso crees que miento?

Me olvido de la resurrección

tomo asiento a lo lejos en el aula de día.

Me aviento a la ola utopía.

Me escondo debajo del ala de tu tía.

(Yo qué sé.)

No me quiero saltar la muerte

no me siento mejor con nada

pero tampoco me voy a matar.

Lloro lluvia.

Desde mi garganta 

despejo las nubes negras de la mañana.

Mis gatos me dan de comer.

Mis gatos me limpian la cola.

Mis gatos me dan de beber.

Y no, no es al revés.

Mi vagina ensangrentada maúlla,

mi vagina se escribe con uve mayúscula.

Una vagina de uvas fermentadas,

“¿como los buenos vinos?”,

me preguntan.

Ya quisiera esa elegancia

tan cercana a la de Francia,

pero solamente una vez compré

un perfume en la Farmacia París.

En esa tienda de Mexicali

cuyo estacionamiento está frente a la valla fronteriza,

ese límite que nadie puede saltar.

Anda, que otra vez miento.

Me quiero estacionar porque no siento.

“Que me quiero arriesgar”, dije 

porque no sé lo que siento.

Quiero sentir que tengo cuerpo.

Quiero saltar lo que me asalta.

Quiero volverme sal.

Nadie pasa por alto lo evidente,

la fuerza de los elementos:

el aire que sobra

el fuego que me falta

el agua que se derrama —semen de Rama.

Con un solo beso entregué otra vez 

todo el cuerpo

en el matadero de una cama.

Y la madera no alcanza.

No tengo casa, tengo piel

no tengo cara, tengo escarcha

no tengo ganas, es una impotencia

que pesa sesenta kilos:

es mala hierba acumulada. 

No te puedo ver a los ojos,

no veo nada.

El dolor me tensa y me hace babear:

no puedo ser a la seis de la mañana.

Son tambores que revientan el cielo

antes de que amanezca,

que truenan en mi cuerpo

antes de que la claridad vuelva a alumbrar.

Luego veo, cuando alcanzo a ver,

que no existe tal amén a la caza,

que no existe tal amenaza,

que es un engaño

porque pertenecer no es ser

porque querer amar no es amar.

Veo que soltar se acerca más

a cualquier majestuosidad emocional.

Veo que lo que veo es una lagaña

en el ojo izquierdo de mi gata,

que cuando se la quito,

gruñe y se molesta como animal.

Pero también hace una mueca de alivio

porque parece que desde los ojos 

ella (o yo, por fin sé) 

puede respirar.

Imagen tomada de Twitter: @tat_asb

amar, matar, amén, amenaza, mujer

Avatar de paginasalmon
Escrito por:paginasalmon

Deja un comentario