Versión del texto en audio.

Afuera del baño, Ejecutivos Caca Grande contándose hazañas de negocios, comparando poder y fama de sus clientes y contactos, intentando ligar lo que se moviera, quemando sus quincenas recién depositadas en cócteles a precios de una X-Wing colección vintage. Adentro, donde llevaba rato escondido y la música seguía siendo ensordecedora, Sergio contando minutos para que esa noche terminara.

Entonces, la puerta del baño se abrió y entró el Sean, sudando, exaltado, bien borracho.

Sergio! What the fuck?!

What the fuck Sean?!

El gringo comenzó a hablar y a hablar de algo que se le perdía a Sergio entre su inglés, la música afuera y la borrachera de Sean, el cliente (el único) de Primera Impresión. Sergio, sin embargo, asentía a todo, sonriendo, bebiendo su cerveza, mientras su otra mano colgaba del bolsillo de su pantalón de mezclilla: él era su cliente-bro con el que echaba party en México.

Wait here! —ordenó Sean antes de empujar la puerta de un cubículo y encerrarse.

Sergio esperó un momento y caminó hacia la puerta. Cuando estaba a punto de escapar, la puerta del cubículo se abrió de nuevo con un golpe grosero.

Sergio!

Ahí estaba Sean asomándose, su sonrisa eufórica, violencia en su mirada.

Come here!

Sergio, el Mexican Brother from Another Mother, hizo lo que ordenaba Sean.

Take a look at this!

Sean lo invitaba al cubículo para que viera.

Por alguna razón, a diferencia del resto del baño, donde las luces eran tenues, en los escusados la luz era cenital y potente como para un quirófano. Gracias a eso, Sergio pudo apreciar lo que Sean había dejado en el escusado con nitidez y claridad de pantalla plana exhibida en el Wal-Mart.

Era una caca.

Lo que Sean le quería mostrar a Sergio era una caca.

That’s some fucking piece of shit, right?!

Era colosal. Tenía la forma de un azotador, con deshechos como patas, desprendiéndose de su cuerpo robusto y tubular que se enroscaba en el escusado, donde apenas cabía. Como un accidente aéreo, estaba rodeado por huellas de actividad humana: semillas de chile de la salsa verde de los chilaquiles del desayuno que le invitaron al Sean, hebras de pollo y cáscaras de frijol de los mismos y un cacahuate con una sustancia chiclosa y amarillenta (seguro un chocolate que Sean comió en el aeropuerto de Houston antes de subirse al avión).

What a fucking piece of crap, huh?! —dijo Sean, golpeando a Sergio en la espalda, compartiendo el chiste.

Sergio logró hacer como una sonrisa.

Fucking Mexican food right?! —añadió su cliente gringo.

Ahora Sean lo tomó por la nuca, las manos del gringo como una tenaza alrededor de su cuello, empujándolo para que viera su mierda bien, pero muy bien. Sergio se apoyó en las paredes del cubículo para resistir, pero el gringo era fuerte. Sus brazos como trozos de concreto con pelos; sus manos gordas y poderosas como de gorila.

You’ve got to make a pose, man! —dijo Sean sacando su celular y apuntando.

Con sonrisa al borde de la mueca de pánico, Sergio lo miró esperando a que dijera que no, que era broma.

Make a pose, man! COME ON!

Sergio se asomó al cuadro, pero no tanto, para no robar el foco a la estrella en el escusado.

This is fucking awesome! —dijo Sean tomando la foto.

—¿Sergio?

En la puerta estaba Luis, bajito, con su pantalón de mezclilla y su camisa de cuadros roja de manga corta. Se veía preocupado.

—¿Sergio? ¿Estás bien?

Come here! You! Come here! Come on!

Sean le ordenaba señalando a Luisito y a sus pies, donde ya lo quería. Sergio se asomó del cubículo con sonrisa quebrada.

Luis se acercó con sospecha.

Take a look at this!

Luis miró a Sergio. Él no hablaba inglés.

—Que si miras…

—¿Qué?

Take a look at this shit!

—Que si miras su caca.

Luis estudió el rostro quebrado de Sergio y luego a Sean, su sonrisa gozosa enmascarando algo filoso y agresivo.

Look!

—No.

Come on!

Sean tomó a Luis por la nuca. Él se quitó la mano de gorila con un manotazo. Sergio mirando con su mismo rictus de “qué bien me la estoy pasando”. Todo era parte de la party; guys being guys; boys will be boys.

—Te espero afuera, Sergio.

Sin más, Luis dejó a Sergio en el baño con el Sean.

Unas horas después, Sergio por fin pudo salir del antro, dejar a Sean en el hotel donde lo hospedaron y llegó a la casa donde creció. Eran las tres treinta de la mañana del viernes.

En el estudio de su casa, la luz blanquiazul de la televisión iba y venía, andaba de un lado para el otro como las luces del antro. Ahí estaba su papá con su mamá mirando CNN en español, ambos en bata, en silencio.

—¿Cómo te fue? —preguntó su mamá.

—Bien, ma. Lo llevamos a que se emborrachara.

—Creen que todo México es Can-Cún —reprobó ella, acompañando a su hijo en la queja implícita.

—¿Qué tiene? Pues es el chiste de viajar de trabajo —dijo tajante y con autoridad su papá.

La mamá de Sergio negó con la cabeza por el comentario de su esposo incorregible.

—¿Y tú cómo la pasaste? —se atrevió su mamá, después del comentario del experto.

—Más o menos…

—¿Por?

—Diana, no se trata de pasarla bien; se trata de hacer negocios, ¿verdad m’ijo? —añadió nuevamente la Autoridad del Que Sabe.

Sergio asintió a lo que decía su papá, también como todo un veterano.

La conversación aniquilada, juntos miraron las noticias, seguro importantes, de la bolsa en Estados Unidos, hasta que su papá cambió de canal. Entre los programas, pasó una caricatura donde un Jedi se enfrentaba solo como a quince stormtroopers (¡se veía buena! y Sergio no la había visto), pero su papá siguió de largo hasta un partido entre un equipo de futbol europeo y otro equipo de futbol europeo. 

La hora de entrada en Primera Impresión era a las ocho de la mañana. La junta con el Sean era a las nueve. Sergio llegó a las siete. Pasó la hora mirando videos de YouTube: “Cómo Negociar Bullies en el Trabajo”; “Abuso Emocional en el Trabajo”; “10 Pasos Para Negociar y Ganar”.

—¿A poco viniste en vivo?

Era Lupita, la encargada de cuentas, con su bolsa de mano y tuppers con arroz y guisado. Como siempre, parecía que venía saliendo de la regadera con su largo cabello color cobre colgando de su hombro como un animalito bajo la lluvia.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Sergio sin quitar los ojos de la computadora.

—Ya mejor, gracias, Sergio, yo creo que fue la enchilada de mole del desayuno. Disculpa que no los acompañé al antro. ¿Cómo la pasaron?

—Era de negocios, no de pasarla bien.

Entonces llegó Luis, con una camisa de cuadros azul y manga corta (la roja, la de ayer, era para ir al antro).

—¿Qué onda Lupis? ¿Qué pasó Sergio?

—¿Cómo la pasaron ayer? —preguntó Lupita a Luis.

—El Sean… Ya sabes.

—Me imagino.

Luis y Lupita se miraron con complicidad antes de disculparse desde el marco de la puerta del Señor Patrón, rehuyendo su mirada, para ir a sus lugares y seguro comentar lo que pasó en el baño, dejando a Sergio en su oficina, reclinado en su silla de mediana categoría del Office Depot, como estatua de cera de Hombre Mexicano Exitoso.    

A las nueve cuarenta y cinco de la mañana, Don Roger, el poli de la entrada, llamó por interfón para avisar que había llegado el señor Sean. Sergio le dio la entrada y llamó a Luis a la sala de juntas.

Luis y Sergio esperaron en la sala con mesa redonda, decorada con una pintura de la batalla de Puebla de Ramos Ortega que su papá le pidió que conservara de cuando la oficina todavía estaba en la imprenta en la colonia Los Álamos.

Quince minutos después, más que inquieto, Sergio se asomó al pasillo para descubrir a Sean en el lugar de Lupita, contando una historia, interpretando por un lado a un personaje muy en control, cruzado de brazos y, por el otro, a uno que caminaba como la caricatura de un imbécil.

—Sean… Sean… ¡SEAN!

El último llamado le salió con gallos y voz quebrándose.

—¿Dónde está? —preguntó Luis, desde su lugar en la mesa de juntas.

—Con Lupita.

—Que no mame. La junta era a las nueve —dijo Luis y se puso de pie. Atravesó la puerta de la sala de juntas ignorando a Sergio.

Luis marchó hasta el Sean, cuya atención llamó tocando su hombro gentilmente, indicando el camino a la junta. El pinche gringo hizo caso. Lo acompañó, seguido por Lupita, tableta en mano. Cuando entró y pasó frente a Sergio, ni siquiera lo miró a los ojos.

How about last night, huh? —preguntó Sean a Luisito, aún con su energía de adolescente— Tequila? Corona?

Luisito, quien no hablaba bien inglés, asintió y sonrió.

—No hablo inglés.

—Pero tú habla Tequila, Corona, right?         

Luis concedió. Sean soltó la carcajada. Lupita bebió té de su termo con estampados de “I (corazón) NY.

—¿De qué querías platicarnos, Sean? —preguntó Sergio, alzando su voz, poniendo punto final.

And how about those muchachas, huh? —preguntó Sean a Luisito.

—Muy bonitas, muy bonitas —concedió Luis.

—Sean. La junta. Por favor.

Pero no había presa que contuviera la risa del Sean.

But not as pretty as this one, huh?! —dijo haciendo alabanzas a la deidad Lupita— ¡Oh, bonita, bonita!

Lupita se desarmó con una carcajada. Luis miró a Sergio, quien se mantenía cruzado de brazos. Ella entonces miró a su jefe y guardó la compostura.

Con Sergio traduciendo, Sean por fin explicó cuál era la sorpresa que les tenía: Love Meat Too ya vendería en México también. A la imprenta no solo encargaría empaques para Estados Unidos, como siempre, sino para México también –y pronto, quizás Panamá.

Luisito y Lupita de inmediato dejaron ver su entusiasmo, que Sean animó con bromas de que ahora vendría por lo menos tres veces al año y que Lupita tenía que prometer que ahora sí iría de fiesta con el equipo y no se enfermaría con enchiladas de mole.

Sergio, cruzado de brazos. Reclinado en su silla. En silencio. Su palidez traicionando su táctica.

—Muchas gracias, Sean. Lo pensaremos.

Lupita y Luis dejaron de reír al instante. Miraron a Sergio, descifrándolo.

Sean miró a Sergio con incredulidad… Solo por un segundo. Rápido la sorpresa del gringo se transformó en sonrisa burlona.

Al otro lado de la mesa, Sergio aún interpretando a El Emprendedor en Tiempos de Negociación. Pero sus labios: temblando.

Do you guys want me to look for another print shop?

Los rostros de Luis y Lupita se desplomaron como por la fuerza de gravedad. De inmediato buscaron a su jefe.

Sergio, aferrándose a su pose, alzó los hombros, como despreocupado.

Disculpándose, Sean mostró sus palmas a Lupita y Luis: “conste que fue él”.

May I ask you for a small favor, then? —preguntó a Sergio como payaso pidiendo limosna.

Sergio, ahora El Magnánimo, asintió.

Can you get me a cab?

El área de la Ciudad de México donde Primera Impresión tenía su oficina era estrictamente para corporativos. Era una avenida desértica con edificios de diseños futuristas y colosales. Un pedazo de México que no quería ser como México. Sergio y Sean esperaban en la banqueta mientras el viento arrastraba basura calle arriba junto a una marea de polvo, mirando hacia el túnel por el que pronto brillaron los faros del taxi acercándose como los ojos de animal escondiéndose.

So you’ll let me know, right?

Sergio asintió.

You must be very busy.

Sergio alzó los hombros una vez más, como si esta discusión no fuera tan importante.

And what other business are you handling? —preguntó Sean.

The… The… Some projects, you know —respondió Sergio con su labio tembloroso.  

Y la sonrisa burlona del Sean regresó en cámara lenta.

I thought so…

Sergio con sonrisa desquebrajándose, temblando, pálido, lágrimas desbordando sus ojos, luchando por no desviar su mirada, como actor en pésima película de karate.

—No voy a ser tu pendejo pinche gringo de mierda.

Una mueca caricaturizando sorpresa de parte del Sean quien alzó los hombros como se debe.

Have a great day, my dear Mexican buddy! —se despidió Sean dando palmadas en sus brazos.

Sean subió al taxi que se marchó hasta hacerse microscópico, abandonándolo en el silencio de la avenida a esa hora del viernes.

Cuando Sergio regresó a la oficina, encontró a Luisito y Lupita, sus sillas encontradas a la mitad del pasillo, chismeando, gesticulando con pasión, hasta que miraron entrar a Sergio y guardaron silencio.

—¿Ya se fue el Sean? —preguntó Luisito.

—¿En qué quedaron? —preguntó Lupita.

—Quedamos en que vamos a ver.

Luisito y Lupita compartieron una mirada fugaz de desesperanza.

—Tampoco vamos a dejarnos que hagan lo que se les antoje.

—¿De plano quería que te bajaras tanto? —preguntó Lupita.

—No. No negoció el precio. Fue su actitud.

Nuevamente, Luisito y Lupita intercambiaron una mirada. Sergio entonces pidió que siguieran trabajando.

Luis terminó el presupuesto del último pedido de Sean y se puso a ver los mejores goles de la historia; Lupita confirmó a Sean por mensajito la salida de su vuelo y pasó el resto de la mañana en el chat. A la hora de la comida, Sergio les dijo que se tomaran la tarde.

El personal de Primera Impresión se despidió del patrón, Sergio Camarena Ruíz, quien los acompañó a la puerta de cristal que daba al piso del corporativo y la cerró con llave.

Afuera, los ejecutivos salían del despacho de contabilidad, del despacho de arquitectos y del distribuidor de ropa de bebé con quienes compartía el piso albureándose, riendo, hablando sobre ir a chupar ese viernes. Adentro, Sergio desconectó los audífonos de su computadora y cerró la tabla de Excell que había abierto cuando Lupita y Luis pasaron a despedirse. Puso el video de YouTube de la escena de Star Wars en la que Luke Skywalker, solito, consigue destruir la Estrella de la Muerte.

Sonó el teléfono (era su papá, seguro para preguntar cómo le había ido), pero Sergio subió el volumen hasta que la música y los efectos sonoros superaron el timbre y hasta hicieron temblar las puertas de vidrio de la entrada, carajo. 

Imagen tomada de Flickr

Iker Compeán Leroux (Ciudad de México, 1976). Es profesor y guionista. Es licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana y egresado del Curso de Guión del Centro Capacitación Cinematográfica (CCC). Iker ha sido encargado de videoclub, jardinero, pizzero, publicista, traductor, guionista y profesor, siempre puliendo su oficio como contador de historias por las noches en la Ciudad de México, en cualquier cafetería que cierre después de las once. Sus temas de interés son: cine, masculinidad y la escritura creativa. Es parte del taller de «Escritores que nadie lee», de la maestra Penélope Córdova.
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Escrito por:paginasalmon

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