El individualismo es un tópico de la sociedad actual, está en la crítica al neoliberalismo, en el fomento a la competitividad, en cualquier libro de Zygmunt Bauman o Byung-Chul Han, en los padres que ven con aversión como sus hijos permanecen absortos frente a un smartphone. En un momento en que cada persona es una isla, la soledad se presenta como Zeitgeist. La creación artística es uno de los primeros campos en donde se captura el sentimiento de soledad, se puede ver en la sosegada Lost in Translation de Sofia Coppola o en algunos de los distópicos episodios de Black Mirror, pero queda aún mejor retratado en los bajos mundos del anime, en Rent-a-Girlfriend, una obra que, con sus dos temporadas estrenadas hasta ahora, apunta a la herida que es la soledad.
La historia de Kanojo, Okarishimasu (título original en japonés) es simple: Kazuya, un universitario, se siente devastado después de que su exnovia, Mami, terminó su relación de pareja, por lo cual decide usar una aplicación para alquilar a una novia, Chizuru, quien resulta ser su vecina, de la cual se irá enamorando progresivamente, continúan con la ficción porque sus abuelas creen que son una pareja de verdad y no quieren decepcionarlas. Con el paso de los capítulos se van sumando otros personajes, en su mayoría novias de alquiler, que se enamoran de Kazuya, pero él solo siente interés por Chizuru. Esa es la trama básica, una comedia romántica, tanto de la primera como de la segunda temporada, que en cada episodio repite el conflicto de Kazuya y Chizuru por mantener su relación ficticia, así como el deseo de él por ser su novio de verdad.
El anime ha sido ampliamente criticado por tener personajes sin desarrollo, una historia que se alarga innecesariamente y situaciones de sexualización de la mujer que se tratan de mostrar como momentos “románticos”. Las críticas son justas, Rent-a-Girlfriend no tiene gran valor audiovisual; pero aun así se habla mucho sobre ella, incluso aquellos que admiten que no sienten agrado porla obra. Por eso no tiene interés escribir otra crítica, ya hay demasiadas, pero sí reflexionar sobre cómo en la idea principal, cuya ejecución narrativa causa intriga aunque sea motivada por el morbo se captura una época y se propician pensamientos sobre las relaciones humanas en la actualidad. En el solitario Kazuya se refleja el individualismo y la soledad, que comparte con los incels, con la ideología individualista en Suecia y con la situación extrema de los hikikomoris que se aíslan por completo en su hoga; y en la aplicación que utiliza para rentar a Chizuru, se muestra la evolución lógica de Tinder y OnlyFans, una forma de comprar amor.
“El hombre es un ser social por naturaleza.”[1]
En Eros: La superproducción de los afectos, Eloy Fernández Porta escribe sobre una tienda a la que se le pueden vender los recuerdos de una relación pasada, como cartas y peluches.[2] Este método hace que la deuda que deja la ruptura puede ser compensada por el dinero, por medio de pasar los recuerdos de una relación a su valor monetario como objetos. Por su parte, en Rent-a-Girlfriend la aplicación para rentar una novia simplifica el proceso de establecer una relación de pareja. Situaciones como conocer a alguien, empezar una conversación, encontrar gustos en común y formar una amistad son sintetizadas en un precio, en el costo de llegar a la situación final de tener una novia. En ambos casos opera el mismo proceso: el paso de lo cualificable a lo cuantificable. En el caso de la tienda es una conversión más sencilla, solo se requiere dar un valor estimado a cada objeto, pero en la renta de una novia se necesita poner un número al intangible afecto humano. Ponerle precio al amor nos enfrenta ante qué aceptamos que sea parte del mercado, cuáles son los límites que definen que algo es una mercancía, ante la expansión de lo económico en la vida diaria. Philip K. Dick ironiza esta situación en su novela Ubik (1969), al describir un mundo en el que incluso para usar las puertas de una casa se tiene que pagar. En la distopía de Ubik, lo económico se expande a todo objeto al que se le pueda poner una ranura para dinero. Pero en el caso de lo humano, se necesita reducir el amor a un número, cuantificar el objeto del cual emana, asignar un precio a una emoción, a dar un beso o caminar junto alguien, tal como se asigna a cada uso de una puerta, se necesita que el afecto de una persona sea parte del mercado.
Rentar a una novia no se reduce a la ficción, en Japón es una práctica que, aunque inusual, es ampliamente conocida, pero su existencia se sostiene en prácticas previas como la contratación de una “dama de compañía” e incluso la contratación de un familiar, tal como se muestra en Family Romance, LLC de Werner Herzog. Es significativo que en Rent-a-Girlfriend la contratación se lleve a cabo en una sencilla app para smartphone, con datos de a quién se renta, con calificaciones y comentarios de otros usuarios, es una experiencia que remite a la de comprar en Amazon. La contratación se lleva a cabo en un mercado que ha propiciado internet, el medio de comunicación que facilita la cuantificación de una persona. Marshall McLuhan pensaba que todo medio es una extensión del cuerpo. Internet da un paso más y extiende la propia existencia humana, se presenta como un territorio en el cual habitar, en el cual mostrarse, un lugar donde también se llevan a cabo las relaciones humanas.
“Vi que viste mi story y subiste una pa’ mí
Yo que me iba a dormir, ey”[3]
En el acto de mostrarse en internet ya se lleva a cabo la cuantificación, se reduce a la persona a la información que se despliega en una cuenta de Twitter o Instagram. Nos convertimos en datos para ser percibidos, el proceso que nos sitúa dentro del mercado, al ser información en venta para diversas empresas que buscan hacernos llegar su publicidad, o al convertir nuestra personalidad en un producto, como parte de la vanagloriada “creator economy”. Podemos ser percibidos de forma cuantificable, por el número de publicaciones que hacemos, por la cantidad de seguidores que se tiene, y por los likes en cada publicación. Nuestra existencia se consolida en ese número que nos indica que somos percibidos, que alguien posó su mirada sobre nosotros, que le caemos bien a alguien o que considera que somos graciosos.
Internet también expande la capacidad de ver, parece que todo está al alcance de la mano, pero esa es la trampa, porque por mucho que se perciba en el horizonte, todo ello no puede ser recorrido por completo. La capacidad de visión es dispareja, hay quienes son muy vistos y quienes no. Poder ver a tantas personas quizá es algo para lo que no estamos preparados. Podemos imaginarnos que hacen otras personas, pero verlo es diferente, es poder mirar otras vidas y relacionarlas con la nuestra. El campo está servido para la comparación, para ver todo lo que no somos, para sorprendernos con otras vidas que existen, con la simple acción de ver videos de YouTube o stories en Instagram. Frente a una pantalla se puede llegar a un panóptico invertido, en donde vemos a muchos pero nadie nos mira. El acto de ser y no ser visto configura imaginarios sobre el éxito propios de internet como las figuras de “Chad” y “Virgin”. El espejo negro de un smartphone puede ser destructivo, porque su lisa superficie es un abismo que puede reflejar que se está solo.
“Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres.”[4]
Chizuru desea ser actriz de teatro, en parte ve el ser una novia como una práctica de actuación, entiende que la situación que lleva a cabo no es más que una ficción. La ficción nos hace experimentar otras vidas. La literatura y el cine dan la oportunidad de ver a través de alguien más, conocer múltiples vidas que no podemos vivir en carne propia porque estamos limitados a una sola. Los videojuegos amplían esa experiencia, ofrecen representar a alguien más, tener el control de un deportista profesional, viajar por el espacio e incluso recorrer una ciudad en el cuerpo de un gato. La ficción atrae porque es una experiencia que supera nuestra propia vida. Kazuya, al recurrir a la ficción como forma de acceder a una relación de pareja, detona una imagen extrema de un capitalismo individualista, en donde las relaciones son mediadas y entendidas por medio del valor monetario, en el que las complejidades de las relaciones humanas son suavizadas, cual superficie de iPhone, por el precio adecuado. La soledad que propicia el individualismo hace que el afecto humano se perciba como una experiencia accesible por medio de la ficción, que en el caso de Kazuya, puede ser comprada con dar unos cuantos clics.
Rent-a-Girlfriend es producto y reflejo de un momento histórico. Es una de esas obras que permanecen en el conocimiento no por ser buenas, sino por el consenso general de que es mala, tanto en el fondo y la forma. Pero su existencia sigue siendo un pinchazo en la memoria, porque la simple idea de rentar una novia hace sonar los susurros que flotan por la sociedad contemporánea, aquellos que nos dicen que ante una pantalla podemos conocer a muchas personas y al mismo tiempo sentirnos solos, que con poner un precio se puede convertir cualquier cosa en parte del mercado, que las personas pueden ser reducidas a una serie de datos, que se puede vender amor.
“¿Has escuchado que todo se puede comprar menos el amor? Eso ha dejado de ser cierto de alguna forma, pues recientemente Marta Rentel, una influencer de origen polaco cuyo nombre en Instagram es Marti Renti, vendió su “amor digital” a través de un token no fungible también llamado NFT”.[5]
Fotograma de Rent-A-Girlfriend, tomada de ANMTV
| Alejandro Cortés (Puebla, México, 1997). Escritor, crítico de cine y cineasta. Estudió la licenciatura en cinematografía en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Ganó el segundo lugar del XVIII del Premio Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla en la categoría de ensayo en el año 2017. En 2020 y 2021 participó en el taller de la crítica, organizado por el Festival Internacional de Cine de Guanajuato y en 2022 formó parte del jurado Young Canvas en el Festival de Cine Contemporáneo Black Canvas. Sus intereses son: filosofía, cine, anime, literatura, videojuegos, cultura pop y tecnología. Ha publicado en Revista Interlatencias, Marabunta y Tierra Adentro. |
[1] Met., I, 1, 980a1.
[2] Fernández, E. (2010). Eros: la superproducción de los afectos. Anagrama. Barcelona, pp. 80.
[3] Bad Bunny. (2021). Yonaguni [Canción]. Rimas Entertainment.
[4] Borges, J. L. (2009). “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. En Ficciones. Alianza. Madrid. P 14.
[5] Forbes Staff. (3 de agosto de 2021). Influencer vende su amor por internet usando tecnología blockchain. Forbes. [en línea] https://www.forbes.com.mx/influencer-vende-su-amor-por-internet-usando-tecnologia-blockchain/
