Mis primeras lecciones para aprender a andar en bicicleta fueron en el Jardín de Embajadoras con ayuda e instrucción de mi tío A. No aprendí nada. Luego, un novio de mi mamá tuvo la paciencia para guiar unas cuantas pedaleadas en el cerro; él traía un casco, una mochila de esas para meter agua y un short negro de ciclista mientras corría detrás de mí, mi mamá nos veía partida de la risa. Tampoco obtuvo resultados. Años después, a los 16, salí con alguien que no soportaba el hecho de que no supiera andar en bicicleta. Fue él quien terminó por instaurar todo sobre mantener el equilibrio, subir y bajar banquetas, pendientes y a andar por el cerro. Por supuesto, tuvo la recompensa de presenciar mi caída más memorable: cuando tras la victoria de haber subido el cerro del Lorito, tocaba esquivar los obstáculos cuesta abajo, y logré descender: restregando mi cuerpo entre la tierra, los guijarros y las hierbas, con sus carcajadas de fondo.

Continué con la práctica del ciclismo hasta años más tarde, cuando llegué a la Ciudad de México. Ver a tantas personas aprovechando la planicie de las avenidas y las calles me invitó a imitarlas y pronto adquirí una bicicleta que me enseñó que, si bien el caminar se presta para contemplar nuestro alrededor sin límite de tiempo, el andar en bici acelera el tiempo presente, la aprehensión por lo ínfimo debe ser inmediata, pero hay un descubrimiento nuevo durante el tránsito que de otra manera no sería posible. 

El recuerdo de mi aprendizaje atropellado me guía a configurar cada historia desde los espacios y el cuerpo. Los tipos de territorio y su uso anticipan las habilidades que deben adquirirse al andar. La presencia de los cerros en mi ciudad natal se inscribe como un reto que es importante de sobrellevar, si se quiere llamar ciclista. El cuerpo, por otro lado, cambia cada segundo, se quiera o no se quiera, y se mantenga en la misma ciudad o no. Estoy segura de que la condición y energía de mi infancia mutó, en menor medida, a este cuerpo adulto. La práctica de la bicicleta es uno de los tantos mecanismos con que reconocemos nuestro entorno y nos reconocemos a nosotros mismos. A decir de Marc Augé: “En unos pocos segundos el horizonte limitado se libera, el paisaje se mueve […] Soy ese nuevo yo que descubro” (39).

Al andar en bicicleta, descubrí que mi nuevo territorio era una urbe hostil, que da  preferencia a los automóviles. Si no da prioridad al transporte público que la caracteriza, mucho menos la daría al peatón o al ciclista, incluso cuando en la Ley de Movilidad de la Ciudad de México se plantea una jerarquía de movilidad. A la cabeza de la legislación se encuentran, primero, el peatón y después la movilidad activa, cuyas necesidades son obligación de la administración pública priorizar. Y, sin embargo, todos ellos buscan su ruta diaria en un espacio al costado de los carriles, entre los coches que, a decir de R no tienen conciencia más que de sí mismos y les irrita cualquier tipo de agente ajeno que pueda afectar su trayecto.

Después de la pandemia, en esta ciudad se mejoraron algunas condiciones del espacio público, de relación y de movilidad: la cantidad de ciclovías ha aumentado en puntos específicos y se ha mejorado la infraestructura y el mobiliario de algunas terminales de camiones. No obstante, quedan zonas fuera del centro (tanto de la periferia de la zona metropolitana como de los estados del interior de la República) que no gozan de este privilegio urbanístico. 

Por supuesto, esto está relacionado con las áreas de consumo y producción prioritarias para el turismo, pues aún con la llamativa infraestructura de movilidad en ciudades grandes como Guadalajara y Ciudad de México, no son estas las que presentan la mayor cantidad de usuarios de la bicicleta, no solo con fines de ocio, sino como un transporte cotidiano: ya sea para trabajar o trasladarse a la escuela o al trabajo. Con Guanajuato, Coahuila y San Luis Potosí los estados con mayores porcentajes y, a la vez, con mayores kilómetros de carriles exclusivos para este fin (Rodríguez; Treviño Theesz).

Pienso en las anécdotas que abren este texto tras la lectura de “A dos de tres caídas”, de Alaíde Ventura. Ella estructura su ensayo a partir de tres caídas de bicicleta que la han marcado y cómo esto se entrelaza con la construcción de un ensayo personal o de una memoria. Sus tres caídas más emblemáticas sucedieron por circunstancias diversas y, sobre todo, que le sucedieron a tres Alaídes diferentes. Probablemente, a la Alaíde de Xalapa no le hubiera sucedido el accidente contra el taxista de la Ciudad de México y, tal vez, la Alaíde de Ciudad de México no hubiera rodado por una pendiente en El Paso.

Con la práctica de la bicicleta motivamos a nuestros cuerpos a enfrentarse de otro modo a los territorios y a activar músculos que, mediante la práctica de otro tipo de actividades, no activaríamos. Estos procesos con el cuerpo comienzan desde el momento en que decidimos que sí, que queremos hacer de la bicicleta nuestro medio de transporte, y es momento de elegir el tipo adecuado. Luego, dar los primeros pedaleos, para después, tras hacer las primeras rutas, tener la primera lesión, encontrarte tensiones en las piernas y sentir cómo se quiere salir tu corazón cada vez que aumentas un kilómetro al trayecto. 

Andar en bicicleta es un aprendizaje colectivo del presente. Todos tenemos un territorio y un cuerpo comunes y, por eso, socializar la práctica de la bicicleta, sea cual sea el uso que le demos, enriquece la definición de nuestro presente hacia el futuro. No necesariamente con el objetivo de configurar una utopía, como la que crea Augé en el último capítulo de El elogio de la bicicleta, que en países latinoamericanos, fuera de las grandes metrópolis, es cada vez más difícil imaginar, sino para autoconocerse y reconocer el territorio; comenzar a escribir e ilustrar el memoir de un yo plural; ser consciente de nuestras limitaciones y a la vez de nuestras posibilidades infinitas tan solo con pedalear. 

En este vigésimo séptimo número, les invitamos a configurar las experiencias ficticias, de no ficción y críticas en torno al uso de la bicicleta partiendo de los ejes del territorio y el cuerpo. “Andamos en bicicleta”, porque se conjuga en presente y en colectivo ya que las historias individuales alimentan el cómo se identifica la sociedad. Nos interesan las relaciones de los usuarios con todo tipo de ciudades y pueblos, así como con el descubrimiento del propio cuerpo a través de la bicicleta, ya sea con un fin lúdico, de transporte o como herramienta de trabajo. 

Referencias

Augé, Marc. (2009). Elogio de la bicicleta. Gedisa.

Rodríguez, Darinka. (2022). “El futuro de las ciudades en México avanza a dos ruedas por 2700 kilómetros de ciclovías”. El País.

Treviño Theesz, Xavier. (2019). “Este país en bicicleta: movilidad masiva y accesible”. Este País.

Ventura, Alaíde. (2020). “A dos de tres caídas”. Este País.

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Escrito por:paginasalmon

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