Permíteme comparar el incipiente andar en bicicleta con una especie de caligrafía. Esta comienza a tomar su forma con palitos y bolitas. Como un niño de cinco años, el aprendiz de ciclista trazará garabatos en sus primeras trayectorias. Y, no sin torpeza, en cada intento por desplazarse, con sus respectivos frenones, parecerá borronear su cuaderno y colocarse de nuevo en el renglón indicado. Acto, por excelencia, de la determinación de hacerlo bien. Con suficiente práctica, el círculo primario dibujado con dos ruedas será capaz de imitar el signo del infinito.

Cuando el anhelo del corazón ciclista alcanza su compás: la respiración aeróbica, rotan las emociones con el rodar de la bici. Rotan, se reciclan. Ellas también buscan su equilibrio.

Las ruedas de la bici son un par de alas, pero no de ángel: no te vuelven al instante un ser perfecto. Si las has aceptado debes aprender a usarlas y ser amable contigo mismo en el proceso. La fuerza de gravedad nos recuerda que entre el cielo y el suelo hay tanto lugar para el error, como también para los sueños, el coraje y el realismo mágico.

La bicicleta, como aquella pantera capturada en África que habita en la prosa de un poema de Borges, puede ser motivo para un verso fantástico o para un libro entero.

A partir de cierta edad, andar en bicicleta es una buena manera de desandar los años vividos, rebobinar una película para verla de nuevo. Quizá sintamos los colores o veamos los sonidos que pasaron inadvertidos la primera vez. Al montar una bicicleta —a trote o galope— recuperamos el asombro de estar vivos.

Si, como dice Augé, no se puede elogiar la bicicleta sin hablar de uno mismo, vale la pena justificar ese hablar de sí mismos, aventurándonos a hacer excursiones en el entramado mundo al tiempo que hacemos incursiones a nuestro universo interior. Entre el rodar y el rotar las estaciones pasan, el movimiento de traslación da lugar a una historia única, una narrativa particular, un discurso vital. Nos descubrimos, nos leemos y releemos en una forma de conseguir respuestas sin hacer preguntas. Una dialéctica rotatoria para revelar lo que la vida nos dice al oído, entre líneas o en voz alta.

Imagen tomada de @so_oy02

Mariela García Palacios (Villahermosa, México, 1972). Maestra de habilidades verbales. Licenciada en Administración de Empresas Turísticas; diplomada en Oratoria y Discurso Político-social, en Formación Literaria, y en Filosofía. Titulada en Maestría en Humanidades, Ciencias Sociales y Comunicación. Apasionada promotora de las artes, la cultura y el deporte, como ideales imperecederos del espíritu humano. Le interesan la comunicación, las artes, la oratoria, las ciencias sociales, la psicología y el desarrollo humano. Ha publicado en el Diario Presente Tabasco (septiembre de 2016), en Punto en línea y en Cinzontle.

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