Desperté luego de escuchar gritos.

 —¡Verga, mi coche! —externaba Carmina, mientras Diana aullaba: 

—¡Ya no vamos a salir! 

Y, en efecto, las puertas del automóvil, al menos de mi lado, estaban bloqueadas. Todo a mi alrededor era oscuridad. De pronto me di cuenta: si chocábamos y era grave, yo, que dormía en paz mientras bajaba avión, ni cuenta me daría hasta plena crisis… como ahora. 

***

Mi prima Carmina preparó todo el viaje para Chacala, Nayarit. Pagó el Airbnb, trajo un gran conjunto de estupefacientes y el coche junto al título de conductora designada —aka, mártir de la abstinencia en las pedas—. Según ella, estaba lista para volver a conectar con sus “raíces”, me contaba de sus experiencias espirituales y su trabajo como chamana. La juzgué de ilusa, pero la escuchaba atentamente para, aun así, conocer sus vivencias e ideas. A mí me gustan esas sustancias porque marean y puedo tener algunas introspecciones, no porque vaya a abrir mi tercer ojo y ser uno con la PachamamaSería tan bueno tener un plano espiritual y no ser un pinche materialista. Escuchaba su parloteo acerca de “elementales” cuando llegó a Guanajuato. Itinerario: Sale de CDMX con mi tía, llegan a Guanajuato, Guanajuato, y pasan la noche en mi casa, al día siguiente vamos a Chapala, Jalisco, para recoger a mi primo Rafael, a Diana y su novio Alan, para finalmente irnos a Chacala.

Me llevé Antígona de Sófocles en la mochila y partí con la maleta casi llena, muchas ilusiones y 2,500 pesos. El viaje a Jalisco es tedioso, hay partes con tráfico y la carretera se vuelve molesta con el calor, aun en invierno. Mi tía todo el tiempo con su cubrebocas. Carmina fumando un cigarro. Reproches y tedio. Ya acabé el prólogo. 

Llegamos a Chapala, a casa de mi tía Chepita, que vive con sus hijos, Rafael, Diana, y con su madre, mi abuela Kuri. Comimos y descansamos. Vi a mi abuela más senil; su indulgente carácter se acentuó con nosotros, resultando en una frívola apertura. En la noche cantó sus coros misales. Los jóvenes salimos a visitar los parques en la noche, Diana estacionaba su roja nave, caminábamos con Impala y Vito, sus perros, en los senderos que hay, mientras Rafael encendía un toque. Después de un rato volvimos a casa. Más o menos así pasamos también el segundo día en Chapala, pero, hasta el tercero, que fue el 30 de Diciembre, nos fuimos al mediodía a Chacala. Mi abuelita no nos dio la bendición al partir —quizás por eso se fue todo a la verga—.

Las casetas estaban llenas, con una enorme cola. Alan nos ofreció unos chocolates mágicos para amenizar el tráfico. Continúe leyendo sobre el iuspositivismo de Creonte al negar una ley sacra por una ley terrenal. A veces dejaba Tebas para observar a mi alrededor: coches, la carretera, el techno del carro, de pronto el Pacífico. El aire tiene otro olor aquí, es fresco. Volví a mi libro y en horas, que sentí como minutos, descubrí la importancia de honrar el dolor. También descubrí que estaba high.  

Con solo una parada en un pequeño centro comercial de carretera para comer e ir al baño, pasamos nuestra ventura sin incidentes. Cuando llegamos a Chacala eran entre las 6:30 o 7:00 p.m. Estacionamos fuera de nuestra posada, dejamos las maletas y salimos por tacos. Para hacer digestión caminamos por la costa, a pocos minutos del Airbnb donde nos hospedamos. 

La playa de Chacala tiene una formación particular, dado que las placas tectónicas movieron los cerros del pueblito, de tal forma que el agua entra en un estrecho de la costa y el resto del mar choca con la superficie rocosa de los cerrillos. La entrada del mar a la bahía parece que es por una enorme puerta de la naturaleza. Cuando llegamos, el sol estaba moribundo, había sangre en las nubes y se oía el constante rumor del oleaje. Había pocas personas. La arena estaba fresca cuando nos descalzamos y caminamos por la orilla. La brisa susurraba promesas esperanzadoras. Casi no hablamos en ese momento, no había necesidad. Sentí calma y esperé en el fondo de mi corazón deshacerme de mi depresión en este viaje. Y así lo hice, aunque de una manera muy de la chingada, quizás porque uno espera comedia, cuando la vida es melodrama —barato, además—. 

Cuando volvimos de nuestra caminata hippie al Airbnb, cambió radicalmente el mood: Sacaron el ron y las chelas, también queríamos festejar. Rafael preparó unos churros, nos sentamos un rato mientras platicábamos jugando Uno. Al rato Diana se fue con su novio Alan a un cuarto y nada más quedamos Rafael, Carmina y yo. Ella se puso muy peda y empezó a cuestionar nuestro escepticismo. 

—Yo no seeeé por qué ustedes no creen, ¿¡no lo sienten!? Es hasta familiar, güeyes. Abuelita tiene un gran poder espiritual, es una potencia en todos —continúa, mirándome—. Y tú, siento que tienes un gran poder dentro de ti, pero tienes demasiadaaaas trabas —se levantó de su asiento, me tomó del rostro—: tienes que dejarte ir. 

—¿Dejarme ir?— contesté. 

—Sí. Cuando lo sientes, lo sientes, no lo reprimas. 

Esos dos verbos contradictorias me causaron escalofríos, ¿seré un represín? De cualquier manera, continuamos con sentencias y cuestionamientos a sus creencias. No llegamos a ningún acuerdo, pero debo confesar que le envidio, tener una convicción tan fuerte sobre algo, tener fe, sostenerte con un ser superior a ti —o energías— y confiar en ello es muy reconfortante. Yo, en cambio, soy una terrible contradicción de un nihilismo materialista con exceso de romanticismo y un horrendo cinismo, existencialista guadalupano pa’los compas. Un malviaje filosófico por un ego malogrado en la adolescencia junto a un golpe de realidad de la juventud sobre lo ambiguo de todo, entelequia malagradecida que construí. Y es por eso, mi falta de convicción aunado a un espantoso escepticismo, que quisiera creer en algo. Carmina tenía el monopolio de la conversación (ventajas de ser el más pedo) y cambió de tema a terapiarse.

Conviene realizar un retrato de ella y su madre, mi tía Delfina: la primera, Carmina, acabó el año pasado (2021) su carrera en cine y tiene varios trabajos en marketing y gestión cultural. Es muy sensible, hiperactiva, empática selectiva —es decir, convenenciera— y actúa con egoísmo con sus amores incondicionales —como el de su madre, por ejemplo—. Aspira a aprender y contar diversas historias, es muy visual y su carácter es contradictorio; confunde superstición con espiritualidad a la falta de una fuerte creencia, por lo que cree en todo, casi como un neopaganismo. Por su parte, Delfina, es una fisioterapeuta consagrada con sus pacientes en CDMX, su único sentido existencial es su hija y abundan las tendencias suicidas en su espíritu. Está mal de salud, es irresponsable consigo y tiene las habilidades de comunicación de un niño que siempre recibe reprimendas: no expresa nada de sus necesidades o molestias hasta que llega al límite. En fin, una turbulenta relación que las dos mantienen, de tira y afloja: Carmina queriendo ser más libre e iniciar su vida, Delfina jalándola para que siga siendo su niña, su razón de ser. Así, mi tía terminó volviéndose una chiquilla con su hija y Carmina la responsable de todos sus malestares. Y cuando pasa a los tribunales familiares, nada mejor que ser injustos y juzgar a una hija por no sacrificarse por su madre —¿debería?—. 

Como sazonador final: a mi tía le dio covid el 25 de diciembre y aún así se fue a viajar, mintiéndole a su hija, no tomando medicamentos y exponiendo a todos a enfermarnos. La dejamos en un cuarto en casa de mi tía Chepita. Delfina quería regresarse de ya a CDMX a delirar junto a su hija, pero, por suerte, vieron a un doctor y la autoridad médica (que siempre persuade el positivismo de Delfina) le convenció de que era una pésima idea volver a viajar siete horas. Así que se quedó encerrada y miserable en un cuarto. ¿Deberíamos quedarnos con ella y arruinar nuestro viaje, el dinero que gastamos y el que ahorro mi prima para viajar? ¿Fuimos egoístas? Quizás, pero no es la primera vez que Delfina jode las vacaciones o una celebración. Tiene un don para esto, inclusive antes de que yo naciera. Además, ella abandonó a su madre varias veces, así que supongo que vive un paralelismo, pero del otro lado ahora. ¿Eso significa que está bien lo que hicimos?, ¿viajar pese a ella? 

Dejando de lado los conflictos familiares, Carmina después de confesarnos lo que les resumí, no soportó más los ritos de Baco y cayó rendida con Morfeo. Rafa y yo decidimos tomar un poco más y luego descansar, por eso de las 4 a.m. Ya era 31 de diciembre y nos levantamos a las 11, más o menos. Desayunamos muy ligero y fuimos de vuelta a la playa, con el plan de consumir hongos esta vez. 

Compramos Nutella y pan Bimbo, nos sentamos en una parte alejada de la playa, con pocas personas, untamos en nuestras rebanadas la Nutella y Carmina nos dio un gramo de hongos a todos. Mientras preparábamos el mareador, Carmina nos explicó el funcionamiento químico y neurológico del asunto, les parafraseo: los hongos tienen una sustancia llamada psilocibina, la cual es metabolizada y se convierte en psilocina, compuesto que cubre los receptores de serotonina y algunos otros neurotransmisores, alentado la sinapsis y provocando los efectos de aletargamiento y sensaciones alucinógenas. Al comer mi pan con hongos, descubrí que estos sabían a tierra o a pasto, daban una sensación de naturaleza, aunque no resultaban muy agradables. Después de unos 15 minutos, Rafa y yo nos metimos al mar. 

El agua estaba fresca y se hacían olas grandes y chicas en la orilla. Nos alejamos un poco y nos agachábamos o saltábamos según los sentimientos del agua. Empecé a reconocer patrones geométricos en la forma que tomaba el infinito líquido de la bahía. Círculos que se expandían más y más por sí mismos, un triángulo imposible entre una ola, el reflejo del sol en mi alma. Me sentía extasiado con la naturaleza, apreciaba mi insignificancia en el mar y me reía. Pero pronto empecé a sentir escalofríos por todo mi cuerpo, un frío desolador, hiriente. Me quemaba la piel y tiritaba, me empecé a acercar a la costa y emprendí la retirada del reino de Poseidón. Me senté cerca de nuestras cosas y jadeaba. Sentí que iba a vomitar y estuve a punto de hacerlo, pero por voluntad pude contenerme. Le pegué a la arena, la tomaba y soltaba, veía como se escapaba de mis manos: descubrí mi impotencia universal. Una pequeña voz de razón me recordaba “estás drogado”, pero no era suficiente. El frío redoblaba su asedio y no podía sentirme más solo en aquel momento. Mis primos y Alan llegaron conmigo entonces. Rafael estaba absorto con el paisaje, veía el sol y la naturaleza y no despegaba los ojos de eso. Diana se estaba carcajeando de todo, incluyéndome, en posición fetal, con una toalla cubriéndome y crispado. Alan, por su parte, se quejaba porque no le pegó. Ah, y Carmina, la gran chamana de nuestra expedición, estaba en todos los trips y en ninguno (qué impresionante fuerza mental para no irte con el jaloneo espiritual que esto te hace).

Yo seguía delirante, acusatorio conmigo mismo, único contacto con la realidad socializar con quien pudiera y ver la arena subir y bajar. Era un reloj y sabía que mi tiempo se iba, ¿qué había hecho con mi adolescencia?, ¿tomé las decisiones correctas? ¿Por qué estoy con ellos?, ¿me comprenden? Estoy tan solo. Un pensamiento intrusivo tras otro; me punzaba el estómago y la verde vegetación empezó a tener ojos, me miraban muchos. Entonces Carmina me tomó de la mano y me acercó a la bahía, me dijo que ya teníamos telequinesis porque se movía una piedra y pensé: pues cómo no, pendeja, si estamos drogadísimos. Pero por suerte solo lo pensé, a no ser que haya leído mi pensamiento con telepatía. Pese a eso, pudo calmarme y estoy agradecido con eso, ya que al llegar cerca del mar me condujo por sensaciones placenteras con el agua en mis pies e ideas del viento. Luego recordé a Griffith de Berserk y me sentí con mi Behelit en el lago, a punto de hacer un terrible pacto. Supongo que lo hice con la Pachamama para librarme de mis angustias existenciales. Después de ello, decidimos volver a nuestro Airbnb, igual de highs. Apenas habían pasado tres horas y esta madre dura como siete. Angustia. Entonces veo a un señor, de unos 40 años, tez morena y bigote tomando una chela y escuchando fuertemente un corrido. Me voltea a ver y se me para de frente. El rojizo cielo vibraba y el oleaje gritaba perdón, mientras que aquel hombre me apunta con su índice y me dice: 

—Villano. 

Me sentí destrozado con esa palabra. No es posible mi salvación, nunca lo fue. 

Cuando llegamos a nuestra morada, me eché, arenoso, a la cama y me puse en posición fetal a sufrir existencialmente. Si no la controlas no la consumas, pinche indigestión, me malviajó. Diana y Alan fueron a su cuarto y luego se bañaron. Rafael puso techno y empezó a bailar mientras tomaba una Pacífico y Carmina exploraba sus remordimientos. Un retrato renacentista a fin de cuentas. Como mi prima no quería más malas vibras sacó un cuenco tibetano junto a otro instrumento que asemeja un acordeón, empezó a tocar y cantar. La arquitectura musical me dio paz mental, de pronto dejé de pensar y pude dejarme llevar por un sentimiento de calma. Rafa entró al cuarto y se rió de nosotros. Le cuestioné su actitud tan decadente y solo me respondió: 

—Sé lo que quiero. 

Innegable realidad, ¿qué puedes discutir con un hombre semidesnudo que baila techno y se echa una chela mientras tú tienes acidez y un malviaje? Pasó una eternidad y al fin me tocó bañarme. 

Con la ridiculez que te da el tomarte muy en serio a ti mismo me di un regaderazo. Sentí que estaba bajando avión al fin, pero dudaba. Fuera del baño escuchaba que hablaban de mí, que todos reían de mí, ¿realidad o ilusión? Cuando me secaba, me hice una pregunta, ¿quién va a salir del baño? ¿Cuál Leonardo?, ¿el festivo?, ¿el menor de edad con muchos miedos?, ¿el nihilista? ¿Quién, quién, quién? Grité y me puse una camisa blanca con rayas, un pantalón y me arreglé el cabello. Decidí usar la máscara de la vanidad. Cuando salí le sonreí a todos y me di cuenta de que ya me sentía mejor. Al fin nos íbamos a Sayulita en una hora o menos. 

Qué iluso. ¿Recuerdan que Delfina es experta en cagar palo? Después de ignorar a su hija dos días seguidos, no responder sus llamadas ni ningún mensaje de texto, le marca a las 8 de la noche del 31 de diciembre para amenazarla con suicidarse. 

—Si no estás conmigo, me voy a matar —sentenció en su teléfono. 

Carmina estaba destrozada y se alargó su llamada hasta las 9:50 con puros reproches mutuos, que por hartazgo nos atrevimos a decirle que ya colgara. Todas las ganas de fiesta se fueron. Nuestra tía Chepita nos dijo que Delfina estaba catatónica desde ayer, viendo al abismo. Supongo que le devolvieron la mirada. 

Partimos incómodos y tarde para allá, en un camino de unos 40 minutos, carretera en la selva, sin luz y solo dos carriles. Todos hablábamos sobre Delfina, racionalizábamos nuestra conducta y la de ella. Carmina se quejaba de la falta de comunicación de su madre. 

—Siempre es lo mismo— dijo. —Nunca me dice que quiere hacer algo conmigo, le propongo cosas y trato de acercarme a ella y solo me aleja hasta que se siente mal. 

Entonces, había silencio, ¿qué decirle? 

Finalmente, llegamos a Sayulita, pero ya eran las 12 y 2022. Llegamos después de año nuevo, nada de besarme con una gringa para festejar. Qué fastidio. Buscamos un buen rato donde estacionarnos y luego fuimos a la playa, que estaba llena, familias, jóvenes, extranjeros, promesas y recuerdos, muchos globos y luces. La música se contradecía: en ciertos lares sonaba salsa, en otros reggaetón y en unos más, techno. Como drogadictos, fuimos al de techno y tomamos algo de éxtasis. Me sentía fantástico y bailé todos los colores que tocaron, canté todas las vibraciones que sentí, salté cada nota musical. Tomé algunos mezcales y a las 5 fuimos por tacos para luego retornar a Chacala. 

Ya en el coche y en el camino de vuelta, no aguanté mucho y me dormí. Soñé con Tebas y que Creonte estaba casado con Delfina, nos maldecía: ¡por los hados, nos maldijo! Los animales de la polis devoraban nuestros cadáveres; el festín de la carroña se llenó de pus y los llantos de mi madre y Chepita azotaron mis oídos. Desperté en el coche a la orilla de un lago por la selva, entre pura maleza y aullidos de Carmina. Por el lado de Alan y Rafael sí se podían abrir las puertas, así que lo hicimos y salimos. Nadie estaba herido, pero el coche estaba irreconocible. Para nuestra fortuna, pasaron unos parroquianos de la ciudad y nos dieron ride a nuestro Airbnb. Buscaron papeles del seguro, le avisaron a la familia y todos estaban en shock. Yo los mandé a la verga y me dormí. Solo pasó una hora para que me levantarán: vamos a acompañar a Carmina por el coche y a esperar el seguro.

Epílogo

Pasé el primero de enero de la mejor forma posible: en el Ministerio Público del municipio de Palos, en medio de la nada, con un calor espantoso y ni una pinche nube que me cubriera del sol. Estaba crudo, desvelado, malcomido, con las ilusiones rotas y procesando que pude haberme muerto. Todo mientras hacíamos algo tan tedioso como tributar al mal: recordé que soy mexicano e hice algo que nuestro abuelito AMLO reprobaría junto a todo su honesto gabinete: di un moche para que los oficiales pusieran que el accidente fue el 31 a las 8 de la mañana, solo con Carmina y Diana en el coche. Esto para que el seguro fuese vigente, pues, ya saben, a mi tía Delfina y a Carmina se les olvidó que el seguro expiraba justo cuando íbamos de vacaciones. Después vendrían las trifulcas familiares, pero eso ya no tienen nada de viaje, sino de común, ¿verdad? 

Imagen de Diego Arvizu, tomada de Pinterest

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Escrito por:paginasalmon

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