Algo espantoso le pasó a Sitisafina. Esa pobre muchacha pareció ser víctima del demonio, en ese caso ella se lo buscó por andar jugando con la ouija y esas cosas. Yo por eso nunca dejé que mi Juanito se sentara cerca de ella. Es que se le veía un no sé qué en la mirada. Eran sus ojos de diabla, verdes, verdes como los pinos, eso no es natural. Era la marca de la condena esa que tenía en la nuca, parecía la silueta de un demonio como los que describe la Biblia, con patas y cuernos de cabra pero torso de hombre. Y vaya que estaba maldita, su madre falleció al darla a luz, eso nunca augura cosas buenas, matar a la madre apenas llegando al mundo no es algo que el bautizo quite así como así. Y con ese padre tampoco era como que la pobre criatura tuviera muchas opciones, imagínese que cuentan que la ofreció desde muy niña a otro hombre para pagar un adeudo, ay no, cállese, de eso si no se sabe bien nada, o qué me vas a decir que nunca fuiste con la Sitis. Claro que fui con la Sitis pero yo prefiero a las mujeres ya hechas y derechas, no jovencitas con todo flaco. No estaba tan flaca. Y era diabla la méndiga, hacía cosas que ninguna, sentías que pecabas bien y no a medias, clavaba sus ojos en ti y hasta te daban ganas de irte a confesar. Sabía bien su negocio siendo tan jovencita. Una vez la vi llorar en el jardín principal, parecía un perro golpeado, tenía el cabello revuelto y no dejaba de frotarse los brazos, no se veía que estuviera lastimada, por lo menos no por fuera, más bien parecía un animal que no podía vomitar, siempre se me hizo muy feo que todos la trataran como una vil puta, ella no tenía otra opción era eso o morirse de hambre. Pero la pobre nunca pudo salir de eso. A mí me dijo alguna vez que nos escapáramos, que me quería, a mí y sólo a mí, la voz de niña que tenía era tan deliciosa que hacías todo lo que te pidiera sin preguntar mucho o nada. Así que tomamos nuestras cosas, rápido, rápido me gritaba pero el coche se estancó en una zanja, la lluvia nos sumió en la tierra y ella se fue sola de regreso. Lo que no me deja en paz es que hace dos días ella estaba bien, hasta se le veía contenta, por fin comenzaba a agarrarle el gusto a vender sus suaves y delicadas caricias. Fui con ella para que me alegrara la vida todos los miércoles cuando mi mujer no estaba. Salí del cuarto y todo estaba igual que siempre, salvo una niebla espesa y extraña que empezó a formarse alrededor de la casa, ya había escuchado que las mujeres alegaban de la brujería de la niña pero sólo lo hacían porque no comprendían los placeres que provoca la carne tierna, era como de un lechón, tan sabrosa y fácil de digerir. Yo no vi la niebla pero la vi más en su papel que antes, de repente sus rasgos se habían tornado más toscos, sus ojos más verdes y sus muslos más duros, me resultó extraña esta nueva actitud, no supe cuál versión de Sitis me gustaba más; la anterior en definitiva pues eso la hacía única, si no para eso estaban las demás mujeres, y ¡qué mujeres! Cuando Doña Luci la vio caminar por el jardín principal la invitó a su casa. Muchachita alzada se echó a reír. No debió de hacer enemistad con Doña Luci, ella le ofreció las delicias del mundo, una vida sin preocupaciones, todos los panes con mantequilla que quisiera. Esa muchacha no era mujer, era el demonio por eso le pasó lo que le pasó. Sí, yo fui el último que la vio viva, hace cuatro horas, no vi nada diferente, salvo el nido de cucarachas que cómodamente vivían a un lado de su cama, me asqueé y ni terminé. Hace rato llegó mi marido a la casa muerto de borracho con una serpiente en la mano, riéndose a carcajadas y me dijo que venía de la casa de Sitisafina, pero que no le abrió y la víbora le pegó tremendo susto. Lo que le daba tanta gracia fue que a pesar de eso siguió insistiendo en la casa de la muchacha pero como no le abrió pues se vino a la casa con su amiguita cascabel. Viejo loco. Pero le juro que yo no hice ni escuche nada, si no no me hubiera ido riendo y tendría sangre en la ropa. ¿Tanta sangre tenemos adentro? Es porque la casa es muy chiquita que se ve tan impactante. No creo que alguien del pueblo lo haya hecho. Fue castigo de Dios. Como bien lo dictan las sagradas escrituras: “Todo hombre o mujer que llame a los espíritus o practique hechicerías morirá. Los apedrearan y su sangre caerá sobre ellos.” Levítico 20: 27.

Imagen tomada de Egiptomanía

Escrito por:paginasalmon

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