Los primeros de nosotros acudieron a vuestra religión como si fuera una escuela donde se les revelaría vuestro secreto, el secreto de vuestro poder, el poder de vuestros aviones, de vuestros ferrocarriles y demás. En vez de eso, les hablasteis de Dios, del alma, de la vida eterna, etc. ¿Crees en verdad que todo esto no lo sabían ya antes de vuestra llegada?
Mongo Beti
Las redes sociales y el internet, los servicios de transporte y la ciencia ficción periférica son, por ahora, las tres cosas tangibles sobre las que recae mi autonomía como mujer. Parece una estupidez, pero empiezo a ver su descorazonadora importancia cada vez que alguien esporádicamente me las hace insoportables, y no es casualidad que siempre sea un hombre. Me pregunto si la gente que me conoce piensa que esa autonomía recae en algo distinto. Sorpresa, por desgracia ni los anticonceptivos, ni la educación escolar, ni la libertad sexual me hacen decir lo mismo.
Trato de pensar en otras cosas que la posibiliten, pero en todo lo demás no me desenvuelvo tan libre como quisiera. Me avergüenza profundamente admitir públicamente todas las aprobaciones a las que estoy sujeta, aun cuando ya tengo 24 años, aprobaciones que siento que me humillan de manera cotidiana.
He aprendido, no sin premeditación y malicia, que una no tiene libros bonitos si no cede a preceptos realmente duros, estrictos, inapelables, inamovibles en el día a día sobre su cuerpo que ofenden la formación «intelectual». En un ciclo paradójico que escinde cuerpo e intelecto, a veces rindo lo primero en beneficio de lo segundo y esto me aterra.
Me avergüenzo el doble al darme cuenta que esas cosas que me dan autonomía están construidas sobre privilegios y sobre dependencias económicas y emocionales. Estas dependencias no van a durar para siempre y los planes a futuro también tienen que ver con el futuro del cuerpo. Dicha vergüenza sólo se ve aminorada cuando traslado el sentimiento de culpa fuera de mí y pienso en todas las cosas que todas (y especialmente todas, no sólo yo) aceptamos en distintos grados y en distintos ámbitos para seguir viviendo en sistemas aparentemente rígidos. Aun así, siempre he sacado la suficiente dignidad necesaria (pero casi casi que el mínimo indispensable) para vivir de la contestación, aunque sea ficticia, pues su público es quizá ficticio, pero pues ahí está:
El inicio del caso sucedió el viernes 24 de noviembre de 2017, en el marco del Encuentro de Estéticas Ciencia Ficción organizado por el Cenidiap, INBA, cuando me ciber acosó un hombre. Yo participé como moderadora en una mesa ese día. Durante mi participación puse mi celular en modo avión, que sólo revisaba para checar los minutos y cumplir con el tiempo de exposición de los participantes. Al parecer «mi error» consistió en que al leer la semblanza de uno de los participantes dije «anales» en vez de «anuales». Al término de la mesa activé las funciones del teléfono y lo que me encontré de nuevo fue el siguiente mensaje, proveniente de un perfil falso que ya ni se esfuerza por ser verosímil. El mismo es una mezcla de un psicoanálisis gratuito y exprés que no pedí, escrito con una puntuación decente, que utiliza unas metáforas bastante sobadas de dominación, para rematar con una adjetivación sobre mi cuerpo, así como con una valoración «de lo más importante» de mi participación. Fui la única de la mesa en recibir un mensaje así.
A continuación, una relatoría de mis sentimientos: al principio me puse muy nerviosa y me dieron ganas de llorar e irme, después sentí una baja de energías como si me hubieran dado un calmante potente. Después de recuperarme y comunicarle lo sucedido al coordinador, sospeché y desconfié de todos los hombres con los que compartía la sala. Al término del evento se me olvidó y al parecer ya no le di mucha importancia. Cuando me acordé le conté a mis amigues y me dijeron que debía denunciarlo y hacerlo público, pero la verdad me daba pereza hacer una publicación en Facebook y hacerlo del conocimiento de todxs. Al otro día me di cuenta que lo que de verdad tenía era vergüenza. ¿Qué le iba a decir a mi mamá cuando me preguntara cómo me había ido en lo que, junto con mis compañerxs del Seminario de Estéticas de Ciencia Ficción, hemos trabajado durante casi un año? No le iba a poder contar nada porque sólo me iban a dar ganas de llorar:
—¿Cómo te fue hoy, Ximena?
—Bien, conocí a muchas personas maravillosas, vendimos un montón de libros (ahora también vendo libros), ah, y también me dijeron que me iban a meter el chile. ¡Buaaaaaa!
(Este escenario sólo sucedió en mi mente porque ni me preguntó.)
Entonces me puse manos a la obra a investigar: revisé el perfil ése y descubrí que la cuenta la habían creado desde un estado del norte de México, por lo que el responsable probablemente tuvo contacto conmigo sólo a través de la transmisión en vivo. El trabajo tampoco fue tan emocionante como hubiera esperado porque como no respondí la ocurrencia de fin de semana del hombre, —hasta para eso un estúpido y cobarde completo—, me agregó a Facebook (la única solicitud de amistad que tuve ese día). Un hombre norteño que se describe a sí mismo como «feminista-ecologista» para protegerse es también un condecorado (por el estado) escritor de ciencia ficción, un seguidor del evento que se muestra en enamorado abrazo con su esposa y que ante la poca inmediatez de respuesta por mi parte canceló la solicitud. No hay que hacer grandes deducciones en este caso. Sé quién eres. Ah, verdad, ¿qué se siente, chato, que te tengan en la mira?
Como ya no me importa cuánto más se pueda alargar esto que en un principio sólo pensé como el exordio de este texto, decidí hacer la denuncia aquí, para insertarlo un poco en su contexto de significación: en una columna en la que hablamos de ciencia ficción y sus realidades al margen, ya que, a partir de otros dos eventos, me surgieron algunas preguntas:
1) Iba yo una noche regresando de mi trabajo al otro lado de la ciudad, y en el paradero de autobuses donde me bajo decidí esperarme hasta el final a que todos los demás pasajeros se bajaran del transporte, ya que el mes pasado me esguince el tobillo y todavía no puedo caminar bien; quería bajarme con calma para que no me doliera. Cuando estaba bajando, el chofer me vio d e s c a r a d e m e n t e el culo y me dijo: «Buenas noches, corazón», en tono de acoso (ya saben). No le contesté nada porque me dio miedo. Más tarde en casa no dejaba de pensar compulsivamente en las dos situaciones que me habían acontecido en la semana. Quería matar a los dos: Me voy en camión o como sea a Durango y le pongo una electroputiza al sujeto este.
2) En el contexto de dicho Encuentro, escuché a otro hombre decir de viva voz que a él le parecía que el feminismo distraía la atención de otras cosas más importantes. Esto vino a cuenta después de que Noemí Novell externara su preocupación y cansancio en público en torno al empleo de la palabra hombre cada vez que uno se quería referir a toda la humanidad o a lo humano o a una persona, invisibilizando discursivamente a lxs más que invisibilizadxs sujetos en la historia. Bueno, pues esto a ese otro hombre veladamente le pareció fuera de lugar. Además, tanto a Libia Brenda como a Gabriela Damián, ambas escritoras de ciencia ficción, les parecía una verdadera urgencia (de manera más activa y por medios alternativos) hablar, reseñar y trabajar sobre autoras específicamente de ciencia ficción y lamentaban que, sin querer tal vez, siempre se regresara a mencionar a esos clásicos del género.
Lo anterior me llevó a pensar en que algo estaba como chueco en la base o en el interior de mi caduca aspiración humanista que hace a los «hombres» capaces de valerse del lenguaje para ir y explorar las cosas a modo que se formen y que exploten sus potencialidades al mismo tiempo que activamente transforman su realidad. Lo cual, consecuentemente, me llevó a pensar que si las bases de mi autonomía recaían en esas tres instancias carentes de neutralidad que enumeré al principio, y que en el espacio público se me escindía impunemente entre lo que expreso y mi cuerpo arrebatado en una de las primeras ocasiones que hablo en público sobre ciencia ficción, pues cómo que de qué pinche humanismo estoy participando yo para venir a escribir aquí ¿Me sirve de algo cuando después de tanto tiempo esta idea de lo humano sigue siendo equivalente a hombre? Pues si es así, habrá que terminar de desbaratarla junto con su humanismo. Humanismo que pretende sostenerse en última instancia en su quehacer de repartir lo que le toca a cada humano bajo criterio biológico, acompañado de un sistema de justicia que nomás recomienda y recomienda lo que se debería hacer. Si me lo preguntan, los «derechos del hombre» no me importan, prefiero la agenda del feminismo salvaje, asesino del hombre y un posthumanismo crítico. No se puede rescatar ningún concepto del humanismo (de marca europea) para ponerlo en práctica sin rescatar, por las relaciones que sus conceptos establecen, las profundas raíces que ha echado a lo largo de los siglos en la conceptualización de lo humano, en su división de lo sujeto y lo objeto. El otro día me di cuenta que en inglés no hay un signo que marque como pronombre la posesión que puede ejercer un objeto: hay mine, yours, his, hers, pero no its como pronombre posesivo, y ahora que lo pienso en español tampoco está tan fácil de articular la misma idea con suyo.
A partir de este giro, la opción más deconstructiva me pareció voltear hacia otros sistemas y hacia otras ciencias ficciones, no para «limpiarlas» y colocarlas como el terreno prometido, sino para continuar desde otro punto que me hiciera imaginar fuera de la moral, desde uno en el que yo me pudiera sentir mejor y no continuamente atrapada, avergonzada y atemorizada por el hombre. Imagínense tirar a Aristóteles, Jesucristo, Galileo, Newton, Marx, Descartes, José Vasconcelos, Woody Allen, Isaac Asimov, [tú mero] y toda esa bola de una patada. Tirarlos junto con las lecturas de que el verdadero sentido de la ciencia ficción es humanista y que debe ser bella, profunda, filosófica, poética, que es más humana y artística de lo que queremos pensar; y no como lo que realmente es: un síntoma de tensión.
En lo que vendría siendo la filosofía bantú (que no es filosofía porque no es posible que signifique de manera independiente, dejémosle en sistema), se encuentra muntu, uno de sus conceptos constitutivos, el cual no equivale a hombre, porque (ya de menos) abarca a los muertos que también existen: «Muntu… es una palabra bantú [en kinyaruanda] que se suele traducir como ‘hombre’. Sin embargo, el concepto muntu no es idéntico al de hombre o ser humano. Muntu abarca a los vivos y a los muertos, a los progenitores y a los antepasados divinizados o sea a los dioses». (Jahn, 17)
Junto con muntu, hay otras tres fuerzas que a la vez funcionan como categorías y que sirven para clasificar todo, (absolutamente) todo lo que se puede imaginar, éstas son: kintu, hantu y kuntu. Para explicarlas un poco: Muntu es la categoría que tiene el dominio del nommo, que es algo así como la capacidad de nombrar y hacer de significado las cosas, un poder mágico y creador de cosas (no perfectas también). Kintu, cuyo plural es bintu, son las cosas que carecen de voluntad, representan lo que vendrían a ser las cosas u objetos. El hantu es la fuerza del lugar, esto incluye en uno solo al tiempo y al espacio. Por último, el kuntu es la fuerza modal, y se refiere a las cosas que son independientes, a lo que no es propiedad de nadie, como la belleza y la risa. Aunque dentro de muntu hay distinciones, lo que primero debería llamar la atención es que la categoría no equivale 1 a 1, es decir, que ésta no viene pegada a una forma estable: el muntu, al ser una fuerza, es efectivamente transmutable: «En varias lenguas bantúes, los árboles se encuentran, en consecuencia, dentro de la clase muntu. Mas si se ofrece a un ‘árbol’ el sacrificio no se consagra jamás a la planta sino a los loas o antepasados o sea a las fuerzas del muntu que viajan dentro de ella». (140)
Las cosas se toman, se conectan y se llenan de significado; no hay conexión predeterminada. Un objeto adquiere función porque se llena de nommo. Del hombre no hay un modelo sino una fuerza que se alimenta de significado: «De este modo está sujeto a la misma magia de la continua metamorfosis… ‘La debilidad de muchos hombres —escribe [Aimé] Cesaire— consiste en que no saben cómo se convierte uno en piedra o en árbol’ o sea que el hombre debe saber transformarse”. (191)
Entre muntu, humano y hombre, creo que quedó claro cuál categoría me gustaría utilizar más para definir mi relación con la forma de mujer y usarla, consecuentemente, para pensar las representaciones no-hombres que nos ofrece la ciencia ficción. Tal es el caso del relato «Moom!», escrito por Nnedi Okorafor y compilado en Afro Sf y en el libro de relatos Kabu Kabu (2013):
Una pez espada atraviesa con su pico una rugosa pipa que extraía petróleo de las profundidades del mar en la costa de Lagos, Nigeria. El relato está escrito en tercera persona y da cuenta de su cuerpo y de su nado a través de las aguas, ella también recuerda sus vidas pasadas. El pez es una she, género que en determinado momento de la narración sirve para dar cuenta de la posesión de esas aguas: «She was the largest swordfish in these waters. Her waters», las cuales se veían constantemente amenazadas por ellos, los seres secos que habían colocado la pipa que conducía el petróleo. Después de embestir la pipa y perder el conocimiento, la pez fue transportada a unas misteriosas aguas dulces, donde se encontraban otras criaturas marinas, esas aguas dulces y de colores la confundieron pero también la emocionaron: ahí se le dio la oportunidad de transmutar:
Her sword-like spear grew longer and so sharp at the tip that it sang. They made her eyes like the blackest stone and she could see deep into the ocean and high into the sky. And when she wanted to, she could make spikes of cartilage just out along her spine as if she were some ancestral creature from the deepest ocean caves of old. The last thing she requested was to be three times her size and twice her weight.
They made it so.
Now she was no longer a great swordfish.
She was a monster.
Imagen tomada de Tumblr
«Imagínense tirar a Aristóteles, Jesucristo, Galileo, Newton, Marx, Descartes, José Vasconcelos, Woody Allen, Isaac Asimov, [tú mero] y toda esa bola de una patada». << Sí, dale una patada a Occidente. Estamos hartos de Occidente. Aunque incluya a [yo mero].
"Tirarlos junto con las lecturas de que el verdadero sentido de la ciencia ficción es humanista y que debe ser bella, profunda, filosófica, poética, que es más humana y artística de lo que queremos pensar; y no como lo que realmente es: un síntoma de tensión". << ¿Tensión entre qué? ¿Sólo tensión? ¿No resulta demasiado fuerte decir "lo que realmente es"?
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