Fotografía de Gerardo Alquicira
Un buen (o mal) día todas las mujeres del planeta desaparecieron.
Desaparecieron, así como así, dejaron sus cosas intactas e incluso el vapor de su risa empañando los vidrios. Vaho, nada más quedó. Nada con cromosomas xx quedó sobre la tierra. No, no hubo epidemias, no hubo un virus mortal, simplemente un día ya no estaban.
Los primeros días hubo manifestaciones violentas, levantamientos contra el gobierno (porque todos sabemos que todo siempre es culpa del gobierno), se desmantelaron tiendas, avenidas, edificios: una rabieta monumental. Después del primer mes y pese a todo, las cosas comenzaron a reacomodarse; no parecía el inicio de un Apocalipsis, así que había que continuar.
Para los encargados de recursos humanos fue la muerte, reasignar los puestos, cubrir las vacantes, poner todo en marcha nuevamente.
Después de un esfuerzo en todos los niveles (porque era eso o la inanición), las cosas volvieron a ponerse en marcha, cojeando, pero en marcha… con la eterna melancolía por la comida de mamá.
En lugar de preocuparse por el futuro, los hombres se ocuparon de seguir con el presente gracias a la practicidad que caracteriza a los portadores de estos cromosomas.
Los afeminados se convirtieron en los más demandados en las casas de citas, después de un tiempo los hombres buscaron la ternura más que el encuentro sexual. La industria de las plastisex, réplicas perfectas de las mujeres (perfectamente plásticas), pronto se volvió una de las industrias más sólidas y poderosas, la tecnología se centró en hacerlas cada vez más cercanas a las mujeres reales.
El tema de la extinción de la raza se volvió tabú, no se tocaba, nadie quería pensar en ello, a nadie le importaba ya el futuro.
La ola de suicidios fue masiva, hubo quienes no soportaron la vida sin sus madres, esposas, hijas, amigas… Hubo quien simplemente no pudo continuar. Se crearon comisiones especiales para la búsqueda y rescate de las mujeres. Algunos creían que había sido un ataque terrorista de EU para mostrar su supremacía al mundo, otros decían que era el castigo divino por tantos siglos de machismo y maltrato. Al final, las teorías de conspiración se hicieron el pan nuestro de cada día, así como la carne cosechada (tampoco había vacas ya) pero había tanta comida procesada que la humanidad, si hallaba la forma de seguir reproduciéndose, lograría vivir miles de años más.
Una religión comenzó a surgir, los templos antes usados para celebrar bodas y bautizos se fueron modificando poco a poco; se quitaron a los santos masculinos y en los retablos se sustituyeron los cuadros únicamente por vírgenes. Los hombres iban ahí a hablar con las mujeres que habían perdido, creían que de esta manera estaban más cerca de ellas.
Pese a la catástrofe, la vida continuó: los hombres, acostumbrados a la practicidad, se ocuparon en lugar de preocuparse. Surgió pronto el proyecto para traer de vuelta a las mujeres por medio de la ingeniería genética; no quedaba ninguna mujer para poder generar nueva vida y todos los óvulos habían desaparecido de igual forma, pero, como es sabido, por un breve instante antes de que los hombres adquieran su sexo todos somos mujeres, la tesis fue que algo de eso debía haber quedado. Hombres sujetos a terapia de reemplazo hormonal se propusieron como sujetos de prueba, se estudió a profundidad el caso de los caballitos de mar y se llamó a los hermafroditas que quedaban en el mundo.
Después de cinco años de pruebas, se logró algo parecido a un protoóvulo; la esperanza de la humanidad recayó en 5 células diminutas.
Uno a uno intentaron fecundarlos; los primeros resultaron no aptos, se probó con distintos donadores de distintas razas, edades, continentes: nada funcionó.
El cuarto se perdió por un mal manejo de la muestra.
El quinto… cinco años de esfuerzo y la esperanza de la humanidad entera puesta en él.
La muestra se trató con sumo cuidado, los mejores especialistas del mundo se encargaron de gestionar el milagro.
Se colocó en un biorreactor que simulaba el vientre materno, el cual emulaba desde el sonido del latido del corazón de la madre, hasta la temperatura. Se le proporcionaron las hormonas adecuadas y se le proporcionó un medio de cultivo celular en dosis adecuadas.
Al cabo del quinto mes se reveló el sexo del bebé, era hombre.
A pesar de que se habían elegido cuidadosamente las células que serían utilizadas, se descubrió que la muestra había estado contaminada.
Pese a todos los contratiempos después de ocho meses el niño nació.
Un espécimen perfecto de mirada tristísima. Se le llamó Adán.
Ya con la técnica comprobada, se repitió el proceso, seguros de que obtendrían éxito. Ningún espermatozoide quiso fecundar el nuevo óvulo, fue como si la prohibición de lo femenino se hubiera extendido hasta las células más breves.
Se extrajo la información genética de un espermatozoide y se inyectó directamente al óvulo, todo fue un desastre, pero de ese caos se logró finalmente la fecundación.
A los cinco meses se descubrió el sexo. Era niña.
Las grandes empresas comenzaron a reunirse, todos donarían fuertes sumas de dinero para la investigación que traería a las mujeres de vuelta. No se escatimaría en nada. Mes tras mes, las Iglesias del culto mariano y las de la nueva religión recibían miles y miles de fieles que de rodillas pedían por que volvieran las mujeres, otros pedían que las que se habían ido volvieran. Las camas vacías, las cocinas oscuras, los corazones parcos, todo debía terminar. La existencia así no tenía sentido. Las mujeres debían volver…
Al cabo de nueve meses, aquella niña preciosa y perfecta quiso nacer.
Por medio de encuestas en todos los niveles, se decidió su nombre: Emma, breve como Eva, pero distinto para un nuevo comienzo.
Las primeras fotos de su pequeña vagina poblaron la red, era una foto muy mal tomada pero ahí estaba, ese otro que siempre había sido el gran otro del hombre. Se le veía sonriente, como si supiera lo amada que sería, la esperanza que devolvía. Era el avance más grande nunca visto. Se había derrotado a la naturaleza y a esa mala broma del destino.
El máximo logro de la humanidad: una mujer.
Pasó la noche conectada a toda clase de instrumentos. El enfermero que la cuidaba estaba maravillado con aquel pequeño ser, pensaba en cómo todo cambiaría: lo femenino habría de volver. Y así, absorto y feliz se quedó dormido apenas un instante.
Su sueño fue tan ligero que despertó cuando escuchó los pasos de su relevo al llegar.
–¿Y Emma? ¿Dónde está Emma?
El enfermero palideció. La cuna estaba vacía.