Fotografía de Gerardo Alquicira

Está siendo un verano largo y extraño para mí. Y caluroso, muy caluroso. A inicios de junio viajé a Mérida para dar un curso sobre teoría feminista y crítica de cine con perspectiva de género en el Festival Audiovisual Feminista, organizado por la colectiva “Reflexión y acción feminista” (RAF). Estoy acostumbrada al calor (nací y crecí en Monterrey), pero en Mérida la humedad te noquea, te hace sudar todo el tiempo y te dan ganas de bañarte cada 2 horas.

Ese viaje fue una predicción del resto de mi verano. Ahora, en julio, me encuentro en Monterrey y la temperatura (durante el día) no baja de los 35 grados y ha llegado a los 40. Los veranos en mi ciudad siempre han sido una pesadilla, pero sin duda el calentamiento global lo ha empeorado todo (¿también en Mérida?). ¿Cómo serán los veranos en el norte del país dentro de 10 años? ¿De 45 a 50 grados? Pero no estoy aquí para hablar de calentamiento global.

Otro patrón recurrente de mi verano ha sido el feminismo: además del festival, durante todo junio asistí al Verano de estudios de género del Colmex. Conocí a personas increíbles y leí como loca. Cuando terminó me sentí muy triste, quizá porque percibí que hay muy pocos espacios para discutir sobre feminismo entre personas sensibles e inteligentes. “Espacios seguros”, dirían en algunas universidades de Estados Unidos.

Uno de los seminarios que tomé durante el curso fue “Violencia extrema y violencia de género: feminicidio en México”. Como era de esperarse, salí horrorizada de todas las sesiones. Los niveles de violencia y de impunidad en el país son altísimos, dan la impresión de que las cosas no van a mejorar pronto, hasta que no se cumpla con la ley y se haga justicia. La Dra. Lucía Melgar (que nos impartió el módulo) concluye lo siguiente:

Ante esta construcción oficial de la realidad, con que el estado (o lo que queda de él) elude su responsabilidad y niega el impacto de esa violencia que deshumaniza, es preciso nombrar el horror, resistir al olvido y exigir justicia para las víctimas de ayer y las de hoy, para quienes llevan años reclamando justicia y verdad y para quienes han tenido que hacerlo desde inicios del 2010 o desde ayer.

Este verano han ocurrido muchos más feminicidios en el país. Uno de los que tuvo mayor atención mediática fue el caso de Ana Lizbeth (en Juárez, Nuevo León), una niña de 8 años que fue raptada y asesinada por un ex-policía municipal de Monterrey. Aunque esta vez el culpable (o el que afirman que es el culpable) sí fue atrapado, hay en la población cierto escepticismo hacía el trabajo de las autoridades. Incluso surgieron algunos memes:

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Durante las tardes de junio, después de asistir a mi curso de verano sobre feminismo, ponía en Netflix el documental The Staircase (2004-2018). Ya lo había visto hace algunos años, cuando empecé a obsesionarme con las series y documentales del subgénero del true crime, documentales que tratan crímenes y asesinos reales. Pero no fue hasta ahora que noté algunos problemas y patrones: las víctimas casi siempre son mujeres y los asesinos (cuya culpabilidad o inocencia intentan probar) hombres. Es decir, la mayoría de estos documentales tratan feminicidios.

Mi obsesión con el true crime empezó por el podcast Serial (2014, primera temporada), que por ese entonces me fascinaba. Las habilidades narrativas de Sarah Koenig (la productora y host) y del equipo de This American Life son indudables, hacen que la historia sea completamente adictiva y que simpatices con sus “personajes”. Pero valdría la pena cuestionarle algunos aspectos: ¿por qué revivir el asesinato de una joven de 18 años con el fin de crear un producto de entretenimiento masivo?, ¿por qué privilegiar el punto de vista del novio y presunto asesino, y no el de la víctima? Serial hace una buena descripción de los problemas de raza en EEUU (el acusado Adnan Syed es musulmán) pero se olvida de los de género.

En el true crime, como en muchas otras formas de entretenimiento, las mujeres somos el detonante de la historia, pero casi nunca el punto de vista principal o el de sus protagonistas. Una serie que quizá es la excepción es The Keepers (2017), la cual trata el asesinato de una monja y los abusos sexuales en un colegio católico en los años 60. Otro ejemplo es The Thin Blue Line (1988) de Errol Morris. En él, además de innovar en la forma del documental, el director logró demostrar que el acusado había sido condenado erróneamente. También en Tabloid (2010) se cuenta un crimen que, para variar, no es un asesinato y está cometido por una mujer.

La periodista del New York Times, Amanda Hess, menciona en un artículo en el que habla de podcasts cómicos sobre asesinatos, un dato que desconocía:

A 2010 study suggests that women in particular are drawn to true crime because it provides an outlet for managing anxieties about becoming victims, and to glean survival skills on how to escape or outsmart predators. But true crime also helps create and perpetuate those fears. American men are much more likely to be murder victims than are women, and yet women are much more likely to see themselves reflected in the media as victims of violent crimes. (Well, white women are.)

¿Qué significa ver true crime en México, país de los feminicidios? Quizá nos da la noción de que en otros países sí se obtiene justicia y sí se nombra a las víctimas, por supuesto no de forma ideal, pero al menos no quedan en el completo anonimato y olvido de las miles de muertas mexicanas.

Más que censurar o no permitir este tipo de narraciones, como muchos creen que exigimos las feministas, quiero reflexionar sobre nuestras formas de entretenimiento. ¿Cuántas historias ponen la violencia contra las mujeres en el centro de sus narraciones y apenas nos damos cuenta por lo normalizado que está? Por ejemplo, la serie Luis Miguel (2018), que también vi durante este largo verano, utiliza la desaparición de una mujer como hilo narrativo. Más de 20 años después de la desaparición de Marcela Basteri, las desapariciones y asesinatos de mujeres y niñas ocurren todos los días, pero pocas, muy pocas, son nombradas.

Escrito por:paginasalmon

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