Fotografía de Manuel Alejandro
LOS OJOS QUE NUNCA PARPADEAN
Niebla en un lago, bruma en un bosque espeso, una luz dorada brillando sobre piedras húmedas: tales señales vuelven todo muy sencillo. A veces vive en el lago, cruje a través del bosque, habita las rocas o la tierra bajo ellas. Cualquier cosa que pudiera ser, este algo yace fuera de nuestra mirada, pero no fuera de la visión de los ojos que nunca parpadean. En los entornos adecuados todo nuestro ser está hecho de ojos que se dilatan por contemplar el encantamiento del universo. Pero, ¿en realidad los entornos adecuados tienen que ser tan obvios en su atmosfera espectral?
Tomen por ejemplo una sala de espera abarrotada. Todo allí parece adecuado a la normalidad. Las personas a su alrededor hablan tranquilamente; el viejo reloj en la pared barre los segundos con su pequeña manecilla roja; las persianas de la ventana suministran rebanadas de luz del mundo exterior y las barajan con sombras. Aun así, en cualquier momento, en cualquier lugar, nuestros bunkers de banalidad pueden comenzar a retumbar. Verán: incluso en el bastión de nuestros seres acompañantes podemos ser sujeto de miedos sobrenaturales que de ser pronunciados terminaríamos en un manicomio. ¿Acabamos de sentir una presencia que no forma parte de nosotros? ¿Nuestros ojos ven en la esquina del cuarto donde esperamos, pero no sabemos qué es?
Sólo una pequeña duda escurriéndose en la mente, un chorrito de sospecha en el torrente sanguíneo, y todos esos ojos nuestros, uno por uno, se abren al mundo y ven su horror. Entonces, ninguna creencia o cuerpo de leyes los protegerá; ningún amigo, ningún consejero, ningún personaje elegido los salvará; ninguna puerta cerrada les protegerá; ninguna oficina privada los esconderá. Ni siquiera el brillo solar de un día de verano los abrigará del horror. Porque el horror devora la luz y la digiere en oscuridad.
SOBRE LA MORBOSIDAD
Soledad, tensión mental, esfuerzos emocionales, infatuaciones visionarias, fiebres bien ejecutadas, repulsiones del bienestar: sólo unos cuantos de los ejercicios practicados por aquel espécimen al que llamaremos el “hombre mórbido”. Y nuestro sujeto de horror supernatural es una parte vital de su programa. Retirándose de un mundo de salud y cordura, o uno que al menos invierte diariamente en tales materias primas, el hombre mórbido busca la sombra tras las escenas de la vida. Se arrincona en una esquina viva de borradores frescos y fragante de siglos de necesidad. Es en dicha esquina que construye un mundo de ruinas a partir de las maltrechas rocas de su imaginación, un mundo rancio plagado de olores de la cripta.
Pero este mundo no es un santuario romántico para la oscuridad espiritual. Así que por un momento condenemos este abismo de abatimiento. Aunque no hay nombre para lo que se podría llamar el “pecado” del hombre mórbido, aun así, parece una trasgresión de moralidad arraigada. El hombre mórbido no parece hacer ningún bien a sí mismo o a los demás. Y mientras todos sabemos que la depresión melancólica y la meditación lúgubre son guarniciones de la existencia bastante aceptables, ¡él las ha convertido en la especialidad de la casa! Sin embargo, en última instancia, él podría responder a esta acusación de maldad con un simple “¿y qué?”.
Ahora, tal respuesta supone que la morbosidad es un vicio, uno a ser perseguido sin excusa, y uno que ha de ser disfrutado o padecido en sus ventajas y desventajas fuera de la ley. Pero, como un sembrador de vicio, quizá sólo en su propia alma, el hombre mórbido incurre en la siguiente censura: que es un síntoma o causa de decadencia dentro de las esferas individuales y colectivas del ser. Y la decadencia, como todo proceso de transformación, duele. “¡Bien!”, clama el hombre mórbido. “No está bien”, replica la multitud. Ambas posiciones traicionan orígenes cuestionables: uno en el resentimiento, el otro en el miedo. Y cuando el debate moral de este problema alcanza un punto muerto o se vuelve demasiado enmarañado para la verdad, entonces las polémicas psicológicas pueden empezar. Más adelante encontraremos otros ángulos por los cuales este problema puede ser atacado, al menos para mantenernos entretenidos el resto de nuestras vidas.
Mientras tanto, el hombre mórbido sigue poniendo su tiempo en la Tierra en mal uso, hasta el final —entre vientos furiosos, lánguidos claros de Luna y espectros pálidos— utiliza el suyo de la misma manera que los demás: terminado.
PESIMISMO Y HORROR SUPERNATURAL. LECCIÓN UNO
Locura, caos, violencia hasta los huesos, devastación de innumerables almas; mientras gritamos y perecemos, la Historia se lame un dedo y cambia de página. La ficción, incapaz de competir en la viveza del dolor y los efectos perdurables del miedo, lo compensa a su propia manera. ¿Cómo? Al inventar formas más estrafalarias de finalizar. Entre estas formas, por supuesto, está lo supernatural. Al transformar ordenes naturales en supernaturales, encontramos la fuerza para afirmar y negar sus horrores simultáneamente, saborearles y sufrirles al mismo tiempo.
Así, el horror supernatural es el producto de especies de ser profundamente divididas. No es el pasatiempo de nuestra relación más cercana con el mundo natural: lo ganamos, como parte de nuestra herencia sombría, cuando nos convertimos en lo que somos. Una vez que la conciencia del predicamento humano fue alcanzada, inmediatamente le llevamos en dos direcciones, partiéndonos a su vez a la mitad. Una mitad dedicada a las apologías, incluso la celebración de nuestra nueva conciencia de juguete. La otra mitad condenada y lanzada ocasionalmente al asalto directo de este “regalo”.
El horror supernatural fue una de las formas que encontramos que nos permitiría vivir con nuestra doble identidad. A través de su uso, descubrimos cómo tomar todas las cosas que nos victimizan en nuestras vidas naturales y transformarlas en los objetos de placer demoniaco de nuestras vidas de fantasía. En el relato y la canción, nos pudimos entretener a nosotros mismos con lo peor que pudimos pensar, sobrescribiendo dolores reales con otros que eran tan irreales e inofensivos para nuestra especie. También podemos realizar este truco sin traspasar la propiedad del horror supernatural, pero entonces nos arriesgamos a correr hacia miserias que están demasiado cerca de casa.
Mientras que el horror nos puede hacer retorcer o temblar, no nos hará llorar hasta la pena de las cosas. El vampiro puede simbolizar nuestro horror tanto a la vida como a la muerte, pero ninguno de nosotros ha sido desarraigado por un símbolo. El zombi puede conceptualizar nuestro malestar de la carne y sus apetitos, pero nadie ha caído enfermo hasta la muerte por un concepto. A través del horror supernatural podemos jalar las cuerdas de nuestro destino sin colapsar: marionetas naturales que tienen los labios pintados con nuestra propia sangre.
PESIMISMO Y HORROR SUPERNATURAL. LECCIÓN DOS
Cuerpos muertos que caminan de noche, cuerpos vivos repentinamente poseídos por nuevos dueños y aspiraciones mortales, cuerpos sin forma sensible y un cuerpo de leyes antinaturales a partir del cual torturas y ejecuciones son dictadas: algunos ejemplos de la lógica del horror supernatural. Es una lógica fundada en el miedo, una lógica cuyo solo principio estipula: “La existencia es idéntica a la pesadilla”. A menos que la vida sea un sueño, nada tiene sentido. En cuanto a la realidad, se trata de una prueba fallida. Unos cuantos ejemplos más: un alma confiada atraviesa la noche en un mal momento y debe pagar un precio terrorífico; otra abre la puerta equivocada, ve algo que no debió y sufre las consecuencias; otra más baja a través de una calle poco familiar… y se pierde para siempre.
El que todos merezcamos castigo a través del horror es tan mistificador como innegable. Ser un cómplice, aunque sea involuntario, de una irrealidad sin racionamiento es causa suficiente para la sentencia más dura. Pero hemos sido tan bien entrenados para aceptar el “orden” de un mundo irreal que no nos rebelamos ante él. ¿Cómo podríamos? Donde el dolor y el placer forman una alianza corrupta contra nosotros, paraíso e infierno son meras divisiones distintas de la misma burocracia monstruosa. Y entre ambos polos existe todo lo que conocimos y podremos conocer jamás. No es posible incluso imaginar una utopía, terrestre o de otra forma, que pueda soportar el más suave criticismo. Pero hemos de tomar en cuenta que vivimos en un mundo que gira. Tras considerar esta verdad, nada debería venir como una sorpresa.
Aun así, en ocasiones extrañas superamos la desesperanza o veleidad y hacemos demandas rebeldes por vivir en un mundo real, uno que al menos de forma episódica esté ordenado para nuestro provecho. Pero quizá es sólo un demonio de algún tipo el que nos mueve a tal insubordinación inactiva, para así agravar nuestra condición en lo irreal. Después de todo, ¿no es maravilloso que se nos permita ser tanto testigos como víctimas de la pompa sepulcral de pañuelos usados? Y una cosa que sabemos es real: el horror. De hecho, es tan real que no podemos estar seguros de que sin nosotros no podría existir. Sí, necesita de nuestras imaginaciones y conciencias, pero no pide permiso ni consentimiento para usarlos. De hecho, el horror opera de forma completamente autónoma. Generando devastación ontológica, es espuma mefítica sobre la cual nuestras vidas apenas flotan. Y, dicho todo, hemos de enfrentarlo: el horror es más real que nosotros.
HARMONIA SARDÓNICA
Compasión por el dolor humano, un sentimiento humilde de nuestra transitoriedad, una valoración absoluta de la justicia: todas nuestras supuestas virtudes sólo nos causan problema y sirven para impulsar, no aplacar, el horror. Además, dichas cualidades son las menos vitales, las de concordancia con la vida. Más a menudo que no, se interponen en nuestro camino en ascenso al caos de este mundo, el cual ha encontrado su ritmo hace mucho y no se ha desviado desde entonces. Las afirmaciones putativas de vida —cada una basada en la promesa del Mañana: reproducción, revolución en su sentido más amplio, devoción en cualquier forma que se pueda nombrar— son sólo afirmaciones de nuestros deseos. Y, de hecho, dichas afirmaciones sólo aseveran nuestra inclinación al propio tormento, nuestra manía por preservar una inocencia demente bajo el rostro de hechos horribles.
Por medio del horror supernatural podemos evadir, de manera momentánea, las horrorosas represalias de la afirmación. Cada uno de nosotros, una vez robado de la inexistencia, abre sus ojos en el mundo y contempla en el camino algunas convulsiones y una erradicación final. Qué escenario tan raro. Así que, ¿por qué afirmar cualquier cosa, por qué hacer una virtud patética de una terrible necesidad? Estamos destinados a la fortuna de un tonto que merece la burla. Y como no hay nadie más en las cercanías para burlarse, hemos de asir la tarea. Así que permitámonos satisfacer placeres crueles contra nosotros mismos y nuestras pretensiones; deleitémonos en lo Macabro Cósmico. Al menos hemos de lanzar algunas risas amargas a las esquinas telarañosas de este viejo universo irascible.
El horror supernatural, en todas sus construcciones escalofriantes, permite al lector saborear amenazas inconsistentes con su propio bienestar. Ciertamente, esta no es una práctica propensa a la gracia universal. Macabristas verdaderos son tan raros como los poetas y forman una sociedad secreta que, por la mala posición de la membresía en otros lugares, algunas de sus afiliaciones externas se cancelan tan pronto dado el alumbramiento. Pero aquellos que han tenido un buen soplo de otros mundos y han probado una gastronomía marginal a la existencia estable no podrán escapar del extraordinario festín de horrores que ha sido preparado para ellos. Vagarán bajo la luz de la Luna, observando las entradas a los cementerios, esperando por el momento propicio para azotar las puertas y presenciar lo que yace dentro.
De una vez y por todas, hay que pronunciar la paradoja en voz alta: “Hemos sido forzados a alimentar por la fuerza y por tanto tiempo los escalofríos de miles de cementerios, que al final, buscando una redención macabra, una salvación a través del horror, por voluntad propia consumimos los terrores de la tumba… y nos gusta”.
Traducción por Adolfo Gamboa
Texto original: “Professor Nobody’s Little lectures on supernatural horror” en Songs of a Dead Dreamer and Grimscribe, Penguin books, Estados Unidos, 2015, pp. 183-188.