Al día siguiente no amaneció. Era la misma hora de siempre, la misma calma, el mismo insomnio, los mismos crujidos, la misma respiración, yo misma.
Me levanto de la cama, la noche se instaló desde que tengo memoria. Me dirijo a lo frondoso de la selva, tan privada y secreta. Voy caminando por donde siempre, el calor es insoportable; el viento se enamora de mi cabello, pero apenas si se atreve a bajar. No hay este ni oeste, no importa: aquellos árboles siguen pegados a mi cristalino, algunos eran naranjos y esos son fáciles de reconocer por una niña de cinco años. El azahar se desborda y llega hasta la almohada.
Deméter grita que no me olvide de los nogales, compañía inigualable para las tardes en que esperaba llegar a una de mis madres. Vaya forma de arrojarse hacia la vida: las nueces se lanzaban como proyectiles, eran las divas orgullosas de su interior, recoveco explorado y degustado por mí, también pisoteado y destruido por necesidad.
No dudo que otros especímenes en esa selva fueran los limoneros que, tímidos, apenas levantan la mano. Pero ¿cómo verlos si es de noche? Mira, las espinas nunca fallan para reconocerlos; de hecho, estos árboles me identifican con esa gota de sangre que recolectan, me reconocen como una de ellos. Es el linaje materno.
Sin embargo, los representantes más arcaicos de esta selva fueron los duraznos. No los conocí, pero sus cenizas aún abrazan la tierra y por fin me presento: me llamo Ceniza. Mi eterna pregunta es: ¿fui o seré? Un día me contaron mi historia, mas olvidaron decirme si está oscuro porque me arrojaron a la tierra o si es porque broto de ella.
En esta selva busco una coordenada: el árbol de granada, donde debo girar a la izquierda, caminar diez pasos y, a la derecha, mi destino final. No es tan sencillo, ya me he perdido antes entre los árboles de mandarina y los de manzanas. Pero ya es octubre, Selene me espera.
Al encontrarlo, aguardo junto a las granadas caídas, creo que estoy a punto de estallar. Es tanto el silencio que me envuelve y araña el vientre, ¡por piedad!
Sigo en la misma noche de luna menguante, ahora a la orilla de un río, seducida por el terciopelo negro que lo conforma, que me canta la misma canción. Como Narciso me inclino y me dejo abrazar por la corriente, no sé cuántos años bisiestos pasaron antes de que decidiera dejarme a esos brazos. Y, de repente, ya no estaba sola; al otro lado del río, una mujer se ocupaba de peinar su cabello negro. No hablamos. Sentadas y enmudecidas esperamos a que la Otra hablara, y se apiadó de mí. “Ocupa tu lugar”, me dijo la Otra, y no volvió a hablar jamás.
Pero llevo tatuadas las cenizas, algo debe morir para poder vivir. Como el otoño resignado, acepté el trueque.
A la primavera siguiente ya nadie recorrió esa selva frondosa, ni se volvió a hablar de aquel río que, como brebajes de hechicero, atraía a las mujeres. Y, al fin, la mujer de hermoso cabello negro despertó de la enfermedad de sueño que la tenía en cama; a su alrededor, otras mujeres rezaban por su vida. Nada les pareció extraño. La mujer de cabello negro se levantó y esa misma tarde dio a luz a una pequeña niña de cabello y piel cenizos. Es el linaje paterno.
Mi morada se volvió esa coordenada de la selva; mi madre, la granada y mi padre, el río de terciopelo negro. Ya no hay silencio, ya no soy muda. A cambio, la Otra me regresó mi voz.
Esa noche que fuiste a la selva querías preguntarme por el origen de tu cabello y piel cenizos. Si decides regresar, estaré suspendida en el aire, desnuda; diversas sustancias saldrán de mi piel: tómalas y úntalas en tu cabello, al cabo de tres noches será más negro que la noche; tómalas y úntalas en tu piel, al cabo de tres noches será más blanca que la leche.
¿Regresaste? Me presento: soy Ceniza; soy pluripotencial, soy totipotencial; soy dura y suave; soy semilla y tierra. Mis brazos se extienden y rodean tu cintura terrosa: soy la vida que penetra y lleva la mirada altiva; soy la oquedad en reposo que sueña con el alimento. Soy ceniza que se transforma en espuma, por eso me voy al mar, a donde tu manto me alcance, en donde tu respiración se camuflará con las olas.
Marcia
Imagen tomada de Fine Art America