Chac ilá tu hoppol hibal lic u talel a belticé;
u lahik a kahsik u pach thané
Proverbio maya
El gran mago de la comunicación política, el incansable que puede resistir diariamente más horas frente a la prensa que cualquier político mexicano, así como defiende y arremete las trastocadas de sus adversarios políticos, lo mismo que con su palabra extiende su influencia y presencia en los rincones de este país.
En México, se construyó un sistema policial y de justicia basado en criterios políticos. Sean de control social, sean de represión o sean meramente instrumentos políticos. La política criminal mexicana hasta hace recientemente comenzó a profesionalizarse, a dejar de tener una estructura y faceta eminentemente diseñada para responder al gobernador o presidente en turno a volverse una institución por y hacia el servicio a la comunidad donde existe.
Sin embargo, estos cambios son lentos y muy graduales. Es más rápido ver desgajarse la piedra ante la marea que las estructuras de poder mexicanas en volverse instituciones guardianas del bien público. Pero cambios, los hay, aunque no los necesarios en tiempo ni calidad.
Por eso resulta profundamente preocupante que en nuestro país aún haya mercenarios incompetentes en las fiscalías locales y federales que actúan más como sicarios al mejor postor que como guardianes de la comunidad.
Hace poco fue gran noticia en los medios el rapto y rescate de Dylan Esaú, niño chiapaneco que por 200 pesos fue raptado de su mamá, una vendedora de frutas en San Cristóbal.
Gracias a una investigación basada en inteligencia -y a la presión que hizo su mamá, que incluyó apostarse afuera de Palacio Nacional para que la atendieran- se pudo dar con el menor y regresarlo con su madre.
La mamá de Dylan no sólo logró que las autoridades hicieran su trabajo, sino que captó la atención del inquilino de Palacio Nacional: El Presidente.
A través del púlpito mañanero, el Presidente se metió de lleno al ruedo, como campeón de los pobres que es, exclamando lo siguiente: «Ya hay detenidos, tres señoras que se dedicaban a esto, y buscando a Dylan se dio con este lugar de encierro de niños… esta investigación llevó a encontrar 20 niños recluidos, una trata de menores en San Cristóbal.”
¡Oh, fortuna! La mano presidencial no sólo hace que las cosas sucedan, sino que las conoce y hace visibles.
Poco se supo que detrás de esa declaración siete policías -cuyos nombres aún no revela el gobierno- arrestaron y metieron a la cárcel a un abuelo chiapaneco de 57 años, a un tal Adolfo Gómez que supuestamente fue visto en un camión con un menor parecido a Dylan.
Dylan fue rescatado y está con su madre. Adolfo Gómez está enterrado y siendo llorado por su familia.
Cuando la esposa de Adolfo Gómez, Josefa Sánchez, fue a reclamar a las autoridades la detención arbitraria de su esposo, también fue detenida. Lo mismo que dos hijas del matrimonio Gómez Sánchez y una cuñada en un cateo que ordenaron las autoridades poco después y en donde encontraron a veintitrés niños de la familia Gómez Sánchez.
Poco tiempo después, el Fiscal anunció que Adolfo Gómez se había suicidado y que era un hecho lamentable. Cosa difícil de creer cuando entregaron el cuerpo a los hijos de ese matrimonio que aún no estaban en la cárcel, pues todo el cadáver estaba manchado de sangre, contusiones y moretones, además de que tenía una herida muy aguda en la cabeza: tortura.
Después de intentar tapar el sol con un dedo, la Fiscalía reculó y reconoció que el abuelo tzotzil de Chictón murió estrangulado y bajo la custodia del Estado.
En México cuando el poder chasca los dedos quienes son reventados cual palillos son los más vulnerables, los sacrificables, quienes no tienen voz. ¿Un indígena pidiendo justicia? Los hay, miles.
Así como el Presidente desde su púlpito arrojó todo el peso del poder sobre unos abuelos chiapanecos, en un México donde el Presidente tiene un poder virtual sin contrapesos y hay gente ávida por hacerse útiles al poder, las señales que mandó llevaron a la muerte de Adolfo Gómez. La política criminal, si no criminal política, estuvo guiada por criterios de oportunidad política que explican la rapidez de la captura y tortura de Adolfo Gómez, cosa que en este caso, una vez más, con el retorno del pequeño Dylan a su mamá demuestra que las investigaciones basadas en evidencia e inteligencia son efectivas por encima de métodos de violencia y violación de derechos humanos.
Tristemente, en el país de la Cuarta Transformación los pobres siguen siendo los chivos expiatorios que alimentan la maquinaria del teatro y apantalle de la política criminal mexicana.
Bastó con que un vulgar mentiroso, el fiscal general de Chiapas, Jorge Luis Llaven Abarca, dijera que esos 23 niños eran prueba de una red de trata para que a una humilde familia tzotzil le destruyeran la vida y les arrebataran a los niños de las hijas e hijos de Adolfo Gómez que ahora están en el DIF esperando familias adoptantes. Así de fácil, sin juicio, pruebas, proceso, pero con una simple declaración de alguien con poder nos pueden arrebatar la libertad, la familia y la vida. Así de fácil y redituable es criminalizar la pobreza y la ignorancia.
Presidente, así como le entró al ruedo, hágase responsable de esta muerte a manos del Estado para que haya justicia, o al menos haga consciencia del impacto que sus palabras tienen en el país para que no haya más Adolfos Gómez.
Fiscal general de Chiapas, Jorge Luis Llaven Abarca, las cosas caen por su propio peso. Usted no será la excepción.
Imagen tomada de Sin Embargo