Es posible ahora hacer una enumeratio de las cosas eminentemente medievales que han capturado por completo la atención de las personas en este tiempo cuyo otoño está en pleno apogeo. La pandemia sigue siendo el epicentro de todas las actividades; gracias a la Diosa Fortuna esta vez sabemos de cuidados tan básicos como lavarnos las manos o secar las ropas al sol y no precisamos los servicios de un nigromante para vaticinar el próximo caos, aunque la adivinación y la consulta de los astros han vuelto a ser un asidero y las piedras y minerales han ido recuperando su terreno para fungir como talismanes y bálsamos para sanar.
Queen’s Gambit ha sido la serie responsable del incremento exponencial de ventas de tableros de ajedrez, uno de los deportes más encarnizados de la historia que fue introducido bajo la dirección de Alfonso X El Sabio a toda Europa y que sigue formando leyendas para la cultura popular; que la protagonista haya sido caracterizada como una mujer pelirroja permite (sobre)interpretar la transgresión absoluta que suponen las mujeres con esta característica en todas las épocas y da qué pensar acerca de las reinas y todas las mujeres que históricamente han sido quienes mueven las piezas desde el anonimato o la completa oscuridad.
Curiosamente en esta misma temporada la vida nobiliaria ha vuelto a despertar el interés de las personas, aunque no por cuestiones diplomáticas sino por aquello que de antaño era todo lo que nos importaba: las relaciones cortesanas a las que el pueblo no puede acceder y cuyo desarrollo sólo le es permitido experimentar a través de una narrativa ejemplar.
Ahora que los recuentos están muy próximos comienzo a recordar cosas específicas del comienzo de la reclusión: las máscaras del doctor de la plaga, las peculiares referencias a las ratas (especialmente la gigantesca aparecida en una alcantarilla) y el deseo repentino de las personas por hacer comunidad de cualquier forma: nada más medieval que ese gusto por contar pastrañas tras el fuego para deleitar.
Veo en la actualidad todo lo que ya hacíamos en la Edad Media. Escribo desde esa época llena de orden y luz, aunque claro, con un ordenador y no en un puesto de amanuense. Harto difícil debía ser pasar horas frente al pergamino; ahora podemos escribir todo en un tuit mientras nuestros conos oculares se ven afectados por la luminosidad de las pantallas a las que nos aferramos para interactuar con el mundo en vez de verse opacadas o canceladas por la ausencia de la electricidad. Pasamos las páginas sin preocuparnos por encontrarlas envenenadas… ¿o no? La historia de algún modo siempre se hace circular.
La Edad Media ha sido un referente inagotable al cual volver cuando el mundo se sumerge en el caos; acaso sea porque todas las disciplinas e instituciones establecieron sus cimientos y estructuras en ella y en su contemplación encontramos todavía esas labores de las que, dicen, dolorosamente nos separamos. El homo viator comparte ahora sus diarios de viaje a través de Instagram y nos muestra las mirabilias a través de medios que pueden reescribirse, aunque con una dificultad distinta a la del tallado de las pieles si se deseaba cambiar un manuscrito y escribir una historia distinta en él. La Edad Media exige, pues, esa revisión actualizada y, como contemplación e imitación de sí misma, la rigurosa crítica de esas lecturas que en algún punto constituyeron una institución. Después de todo, si ahora podemos hojear un manuscrito desde las comodidades de nuestras pantallas, ¿eso no nos interpela para actualizar la mirada con la que abordamos esa época que estructuró y quizá condenó o salvó para siempre a todas las demás? En este nuevo número de Página Salmón, a manera de diálogo, se buscan ávidamente esas visiones, por lo tanto, también como un homenaje a las historias maravillosas de la Edad Media, los invitamos a participar en el dossier titulado “Edad Media y otras visiones del sueño” para dar paso a esos agudos entendimientos que permitan construir, a través de las palabras, una nueva comunidad.
muero por leer el siguiente post
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