La manera en que nos relacionamos con el mundo cambió de manera inusitada a partir de la segunda década de nuestro siglo. Debido a la emergencia sanitaria que impuso nuevas formas de convivir, muchos nos hemos enfrentado a crear comunidad mediante la virtualidad, lo que nos remite a una necesidad que pensamos esencial: la de mantener abiertos los canales de comunicación.
Mucho antes del e-mail y las reuniones por Zoom, las cartas fueron la manera en que las personas pudieron colaborar, expresar sentimientos, trabajar ideas o simplemente, entablar conversaciones con seres queridos por periodos de tiempo extendidos ante la distancia.
Por su cualidad tangible, y por la importancia que ciertas corrientes de investigación otorgan al registro escrito, las misivas han sido consideradas un importante documento histórico, pero, como menciona Virginia Woolf en su Carta a un joven poeta (1932), a partir de que los servicios postales se volvieron más accesibles para la población en general, las cartas dejaron de usarse solo para informar eventos de gran importancia, y fueron también un espacio para tratar asuntos de la vida diaria: uno podía costearse “el cotilleo, la imprudencia, el ser indiscreto al extremo”.
Así, la carta se volvió también testimonio de intimidad, y puede que ahí radique nuestra fascinación por ella: de alguna manera, nosotros, los lectores, irrumpimos en esa intimidad sagrada conferida al papel. Si las correspondencias nos parecen bellas, es porque algún valor literario se encuentra en eso que se escribió desde lo confesional, sin más pretensión que el de complacer al destinatario.
Asimismo, la accesibilidad económica del servicio postal permitió que surgieran nuevas formas de colaborar y trabajar sin importar las distancias geográficas. A finales del siglo xix e inicios del xx, por ejemplo, la educación por correspondencia permitió a muchas mujeres el acceso a la educación, en una época en la que se creía que su lugar en la esfera doméstica era incompatible con cualquier otra actividad y abandonar el hogar era prohibido. Más tarde, durante la Primera Guerra Mundial, muchas de ellas pudieron desempeñarse en puestos de trabajo como sustitutas de los hombres que iban a la guerra, pues tenían conocimiento de contabilidad, finanzas, taquimecanografía, entre otras cosas, gracias a estos cursos a distancia.
Para otros, el correo significó poder desarrollar ideas y recibir retroalimentación a pesar de las barreras de espacio y tiempo; tan solo la semiótica –disciplina que apenas surge en el siglo xx– le debe mucho a las cartas intercambiadas entre Charles Peirce y Lady Welby; o, en la tradición de las revistas literarias, encontramos El Corno Emplumado (1962-1969). Los editores armaban los números por correspondencia, pues uno residía en México y los otros en Estados Unidos; dirigiendo así, una de las revistas más importantes para la difusión de la poesía latinoamericana, y el trabajo visual de figuras como David Alfaro Siqueiros, Leonora Carrington y Juan Soriano.
En literatura, no dudamos al nombrar una de las obras que mayor impacto ha tenido en la cultura y en nuestro imaginario de monstruos y pesadillas: Drácula, novela cuya narrativa se arma mediante la correspondencia intercambiada entre los personajes. El formato epistolar que utiliza Bram Stoker, invita a reflexionar sobre el peso de la carta como obra literaria, y de nueva cuenta, problematiza el espacio íntimo, pues se convierte en un objeto de deleite –pero también sujeto a la crítica– del público.
Tan solo este pequeño recorrido dentro de la tradición epistolar, pone de manifiesto la importancia que han tenido las correspondencias como medio de producción cultural, y cómo buscamos formas de conectar con aquellos afines a nosotros, aun con las distancias o circunstancias que nos separen.
El día de hoy Página Salmón trabaja como antaño muchas personas lo hicieron: si bien de manera presencial no podemos intercambiar ideas, la virtualidad nos permite continuar con este proyecto desde nuestros hogares. Tal vez el día de hoy son diferentes los medios por los que nos comunicamos, y sin duda la inmediatez de la tecnología ofrece otras posibilidades que palpamos en lo cotidiano; pero esta era, como otras, sigue siendo una de correspondencias.