Noli me tangere

Sobre el cuerpo confinado se han declarado las mejores y peores apreciaciones. Tras la pandemia, casi ninguna aproximación al desajuste social de la vida encerrada dejó fuera la cuestión del cuerpo. Por supuesto, los estudios sobre las prácticas corporales han derivado en nuevas propuestas de análisis. Entre la ensalada de encantamientos hay un tema mundano que, sin embargo, no veo se sostenga con satisfacción: la caricia. Ello se corrobora en la tendencia a narrar el cuerpo bajo una actualidad mediática descentrada del tacto, desde una alteridad situada en la silueta de un cuerpo presente/ausente, que durante la adopción de la pantalla como plataforma de ciber-encuentro desdibuja la materialidad del contacto. Esta afirmación no viene sola: la dimensión práctica de la teoría del cuerpo está marcada por la (sobre)exposición a nuevas formas de sustentar el deseo en la hipermodernidad engastada de simulacros. No en balde, por ejemplo, el cuerpo y el deseo en nuestros tiempos tienden a representarse con un sesgo voluble de melancolía. Pese a existir Tinder o Facebook Dating, hemos oído cómo se impone un vacío en la singularidad del cuerpo de quien, paradójicamente, es tocado en medio de una carestía grotesca de saludos y apapachos.

Pero también pesa la impotencia de no poder tocar, con el dolor a cuestas y dar el último abrazo a nuestro ser querido, como se podía “antes”. Tengan en cuenta las escenas recabadas de hospitales, considerando los rostros con tapabocas, las miradas de paciente a familiar divididas por una cortina invisible de plástico o las distancias de médico o enfermera con los suyos en casa, con la pasión encadenada por las medidas del cuidado sanitario. Tengan en cuenta, en definitiva, que tocar, abrazar y acariciar ya había entrado en una nueva lógica de vigilancia e impasse. Eso hace que la caricia, en tanto interacción social, reconfigure el marco discursivo y existencial del deseo, la sexualidad y la vida misma.

Si asumimos este contexto, ¿qué esperar de un ejercicio erótico que va cambiando de forma? ¿Cómo la ejemplaridad antropológica de la caricia va a sobrevivir? ¿Cuáles serán las condiciones que, con un poco más de tiempo, renovarán el acto de acariciar? Considero que estas preguntas aglutinadas constituyen una suerte de futurología. Porque por lo menos busco penetrar en el destino de la caricia.

La caricia reloaded

La caricia posibilita la generación de vínculos sociales, es aquello que permite poner en tensión la vivencia de la alteridad, es asimismo un signo tangible que ejercita la aprensión de la piel, y es no menos que la posibilidad expansiva de una poesía fraguada con y desde el cuerpo encarnado. En la literatura sociológica y antropológica hay una serie de consideraciones que vale la pena retomar.

En varios de sus trabajos, David Le Breton ha explicado que una constante de la condición social del hombre es el proceso de socialización de la experiencia corporal. Nuestra existencia es corporal y el cuerpo nos relaciona con el mundo. Por ello el cuerpo tiene plenas credenciales de cuestionamiento en ciencias sociales. Es entonces cuando cuestiones relativas al cuerpo como sus atributos sociales, interacciones y gestos se interpretan más allá de lo sensual o lo puramente anecdótico. Cada cultura configura el tema del cuerpo a su manera. En general, el acceso al universo de significados y significantes compartidos por una comunidad necesita comportamientos de acercamiento y alejamiento corporal. Los dos son imprescindibles. Justamente la caricia se trata de un fenómeno de contacto en el plano conductual de la convivencia. De ahí que acariciar y ser acariciado, tanto en sociedades preestatales como postindustriales, anuda la experiencia humana y orienta los hábitos del yo.

En cuanto a las estructuras de la socialización, el contacto es un ritual performático que pone en evidencia las tecnologías del yo. No en vano, la interacción social de diferentes comunidades empieza a través de la caricia en la infancia. Es decir, los infantes son acariciados desde pequeñitos. E incluso en determinadas culturas donde la estimulación acariciante es elevada se observa menos agresión adulta. Además, si se piensa en términos de la antropología evolutiva del desarrollo o la primatología de nuestros días vemos que están de acuerdo en relación a la importancia del tacto: sin tacto no hay adaptación ni supervivencia al medio.

En este orden de ideas, lo que podemos esperar de la caricia es que nos permita recibir una educación estética (y ética). Sin embargo, por mor de la pandemia, el cuerpo adquirió un aspecto distinto como entidad orgánica y edificante. Quizás la prolongada extensión del discurso de “la sana distancia” y su correlato biopolítico ha desplazado el lugar de identificación de los afectos, y acaso tanto la delicadeza como la ternura están en una especie de descolocación pública. El placer de tocar y ser tocado está como pausado. Lo que invita a preguntar cómo se está reinventando lo erótico. Por un momento lo dudo (está la hipóstasis), pero por otro lo creo, ya que la caricia es una manera de socializar pasajes rituales que fundamentan la vida erótica, aunque no se agotan en el sexo.

La actualidad de este supuesto se manifiesta en las concepciones de uso estándar de la caricia. Es la idea que existe en la famosa canción “Acaríciame”, que ha recibido interpretaciones de Lupita D’Alessio, Rocío Durcal, María Conchita Alonso, entre otras; y tres cuartos de lo mismo, pero con añoranza, en el poema “La caricia perdida” de Alfosina Storni. En ambos casos, la caricia se pide para recrear el espacio íntimo del erotismo. Pero si no la entendemos así, se nos puede perder el flujo de sentimientos y emociones tallados en el cuerpo. De esta manera, mientras no haya cartografías de los rituales de la caricia no habrá entendimiento de sus conflictos. ¿Por qué? Mínimo, por lo siguiente:

Motivo 1. Cada cuerpo gira alrededor de un tiempo y espacio determinado, lo que orienta la identidad de un yo.

Motivo 2. La identidad es una incesante producción de actos que se consolidan a través de rituales y hábitos.

Motivo 3. Los rituales son formadores de subjetividad y la caricia tiene la capacidad de “reificar” la propia subjetividad.

Trastocar la caricia

Sin embargo, pese a haber anunciado la perspectiva del erotismo como provocación para pensar la caricia, existe una situación que agrieta el rito de pasaje de la caricia. Con lo cual le impide abrirse, repetirse y volverse un gesto transformativo. Se trata de la dilución de la proximidad y el reconocimiento del otro. Al alterar los procesos de contacto y tacto por las nuevas lógicas de la vigilancia y “zoomisión” (dixit Margo Glantz), el cuerpo ha perdido la existencia estética que lo representaba como territorio lúcido-lúdico, lo que implica volver tornadizo el yo acariciante. Al perder interacción se pierde el cuerpo como símbolo. Lo que tiene una profunda impronta en la dilución de la ceremonia erótica, así también en la caricia como rito, porque no se da la posibilidad del acto.

De acuerdo al aumento de violencias domésticas, divorcios y rompimientos derivadas de la pandemia, está fuera de foco la posibilidad de experimentar y vivenciar la conciencia del cuerpo erotizado. Y aquí es donde el porvenir de la caricia está en juego. Si bien sabemos que la alteridad humana está marcada por categorías de exterioridad y ajenidad que varían según momentos, relaciones y estructuras, lo cierto es que recae en los simulacros de la vida contemporánea de pareja. De ahí que el análisis de Luciano Lutereau en La pareja en disputa guarde relación con la idea de alteridad significada en el cuerpo erotizado y acariciado. Pues habrá parejas que ya no quieren tocarse o buscan la posmodernidad sexual desbordando en “hacer lo que me venga en gana”.

No sé si la cultura del tacto está entrando a su fin. Por supuesto, no soy tan radical como para afirmarlo, pero sí creo que el desplazamiento simbólico del cuerpo en la pandemia va hacia algún lado. En términos de dilución de la alteridad, la presencia de la caricia en tanto acto ritual vinculado al erotismo podría entrar en crisis. Lo más importante para hablar de los destinos de la caricia es que todo está en constante cambio. Si el destino de la convivencia erótica todavía nadie la termina de escribir y todavía esperan a la fila quienes queremos tomar un turno y decir algo al respecto, entonces habría que reinventar el yo acariciante. Hay una imagen en el primer poema cuneiforme de la historia, llamado por muchos “Canto de amor al rey Shu-Sin”, al rey de Ur en 2000 a.C., en el que una sacerdotisa le dice: “Marido, déjame que te acaricie / mi preciosa caricia es más dulce que la miel”. Y exclama con unas palabras que pueden ser el argumento que nos ayuda a trastocar la manera de reinventarnos en los rituales del confinamiento: “Tú, ya que me amas, / dame, te lo ruego, tus caricias”.

Fotografía de VGPhotoz Collectionz

Escrito por:paginasalmon

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