Son las cinco veinticinco p.m. aquí,
pero no allá donde estás.
Me dejo llevar
por los ruidos que azotan mi calle a las cinco veinticinco,
cierro los ojos
y siento cómo la cortina roza mi pierna desnuda,
con delicadeza,
como una caricia
que va y viene a ratos.
Los perritos de enfrente ladran,
y en su desincronización encuentro sincronía,
igual que las hojas van de aquí allá con el viento
que las derriba,
las mueve sin querer,
pero tampoco pide perdón.
A lo lejos se escuchan
los pocos coches que pasan desapercibidos,
pero yo los noto
como si estuvieran delante de mí.
En su lugar
un vendedor de pan hace sonar su timbre habitual,
haciéndose notar entre la marcha
que de colores va,
pero nadie sale por pan.
La caricia traviesa viene de vuelta
y me advierte de improviso,
que el cinco veinticinco
acaba de pasar.
Imagen de Abigail Marmolejo.
Me gustó su poema.
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