Intenté buscar respuestas rápidas a un tema que le atañe a la sociedad desde hace siglos como lo son los cuidados, pero en su lugar ‒y como muchas otras escritoras, pensadoras, tomadoras de políticas públicas, cuidadoras, productoras de bienes, amas de casa, enfermeras y economistas de la escuela de Chicago‒, llegué a más preguntas que comparto para seguir escarbando en este tema hasta que se encuentren las soluciones. Al querer dar con la definición de cuidados encontré una bastante interesante. Un estudio realizado durante la pandemia tenía una nota al pie que señalaba lo siguiente: “1. A lo largo de este documento, el trabajo de cuidados se define como las tareas relacionadas a cuidar a un”. Y ahí termina. El resto quizás se perdió en la impresión final. Al leerla, me obsesioné con el verbo “cuidar” y su uso en esta (¿incompleta?) definición, a que es un verbo enunciado en activo. El cuidado es el presente. Cuidas en presente. Cuidar a alguien. Y quizás, aun cuando se piensa en futuro el verbo o el término, más bien se convierte en un concepto de prevención, pero realmente siempre está así: en presente y en acción.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) dice que el trabajo de cuidados comprende dos tipos de actividades superpuestas: las actividades de cuidado directo, personal y relacional, como dar de comer a un bebé o cuidar de un cónyuge enfermo, y las actividades de cuidado indirecto, como cocinar y limpiar. Quienes cuidan de manera remunerada o no casi siempre son mujeres y niñas de grupos socialmente desfavorecidos. Además, la OIT nunca ha oído hablar de autocuidado.
En mi experiencia como reportera de finanzas y economía, como alguien que trabaja en los adentros de estos tomadores de decisiones para las economías en desarrollo, contaré que siempre hubo una cifra que me sacó de quicio. En 2019 cuando todavía no era pandemia, el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado representó el 22.8% del PIB del país. Esta cifra que oscilaba entre el 18 y 21%, desde que escribía de esa fuente, siempre se me hizo insólita y nunca me creí el porcentaje que representa cuando lo comparaba con actividades como el turismo, la minería o la pesca en un país que es rico en esas tres actividades económicas. Para ponerlo en su justa dimensión, el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado contribuyó 2.6 veces lo que el turismo al PIB total de la economía en 2019 o, si quieren, todas las actividades secundarias (como la minería, la generación de energía eléctrica, agua y gas, construcción e industrias manufactureras) aportaron el 30.6% del PIB en ese mismo año, de acuerdo con el INEGI.
Probablemente a quienes trabajen en investigaciones, papers o la academia no les sorprenda, aunque espero que sí. A mí siempre me ha dejado perpleja hacer estas comparaciones. Cuando había que explicar las cifras sobre el tema yo misma me frenaba: «¿quién escribe de cuidados?». Hay que escribir de lo que «sí deja». De la industria hotelera, de la construcción, de la manufactura, ¿por qué vamos a hablar de un tema de mujeres? ¿A quién vamos a entrevistar? ¿Quién es especialista en eso? Eso escuchaba en mi cabeza cuando veía los titulares de las notas financieras hace algunos años que nunca incluían estas temáticas.
Y esa misma cifra prepandémica desglosada por género se observa mejor: pues de ese porcentaje, el 16.8% representa el valor de trabajo no remunerado que realizan las mujeres, frente al 6% que realizan los hombres.
Cuando los trabajos de cuidados sí son remunerados, son las mujeres las que ocupan la mayoría de puestos en este sector. Dice Adylene Bueno Aguilar, analista para estudios económicos regionales en ONU-Habitat México, que esto es un reflejo de los roles de género, de cómo las mujeres se insertan a este sector terciario por ser más «cercano» a sus atributos reproductivos, es decir, el atender y cuidar de otros. De otros ‒y esto lo digo yo‒, de quienes no pueden autocuidarse, de quienes no son atendidos por los hombres de su círculo cercano, quienes puede que luego se inserten en sectores económicos más masculinizados como son comunicaciones, servicios profesionales, financieros y corporativos, los sectores que sí importan a los ojos de la economía «verdadera», del interés propio y la mano invisible.
Las mujeres aplican a los trabajos de cuidados y domésticos por razones también discriminatorias del género: porque se ha asociado, sin evidencia, que las mujeres tienen mejores «capacidades» para desempeñarse como cuidadoras, porque «implica menor esfuerzo físico» y la falta de requisitos puntuales a la hora de solicitar el trabajo (quien sea quien haya pensado en eso). Muchas mujeres se sienten más confiadas en que serán contratadas aun cuando tienen hijos o si son el sostén de la familia, están divorciadas o no tienen «experiencia laboral» en la formalidad (normalmente estas son razones para no contratar a muchas mujeres en los empleos remunerados).
Los cuidados no es un tema que me haya atravesado como a muchas mujeres y niñas. Si acaso, por unos meses, cuando mi padre convalecía enfermo en un hospital, luego mi abuelo, luego una amiga, luego mi abuela. Y las mujeres de la familia nos alternábamos los turnos, entre el cansancio, entre las malas comidas, las malas horas de sueño; entre el trabajo remunerado, el de los buenos autocuidados y el balance de las cosas.
Quienes no son cuidadores ahora, algún día lo serán. Quienes no somos cuidadxs todavía, va a ocurrir eventualmente. Los cuidados no empiezan ni se terminan, no se inventan, no se destruyen, solo se transforman y se repiten al otro día. Un día mi abuela cuidó a sus nietos y nietas y un día la cuidamos nosotras.
Los cuidados se otorgan sí o sí. Nadie dice «te medio cuido» o «te cuido tres cuartos». A todxs nos tocan cuidados. Que sean buenos o malos, excesivos, pobres, bondadosos o con cariño a veces no importa, porque se tienen que hacer y se hacen a las prisas y de malas. Quizás sea otro tema el hablar de la calidad de cuidados no remunerados, aunque considero igual de pertinente hablar de su paga.
No vayas tú a atreverte a cobrar por un trabajo. La gran mentira del último siglo fue decirles a las mujeres que el amor, ese otro gran activo en la economía, era el móvil del trabajo de cuidados y de producción de bienes en el hogar y de limpieza. Si no cuidabas bien, si no limpiabas bien, si no cocinabas bien, no amabas lo suficiente a tu familia. Y el lenguaje del amor de las mujeres se reflejaba en el trabajo no pagado de los cuidados.
Todavía se sigue preguntando el cómo las mujeres pueden insertarse exitosamente en la economía. En la válida, en la visible. Esas respuestas siempre estuvieron en el origen: la palabra «economía» viene del griego oikos que significa, en su definición más esencial, ‘casa’. Las mujeres que cuidan y limpian sin remuneración son el oikos.
¿Quiénes se negaron a cuidar a las mujeres que sí se insertaron en la economía formal? ¿Y qué tan juzgadas fueron por esa decisión?
Fuera del alcance de la mano invisible ‒esa que Adam Smith definió como la que mueve la economía‒, se encuentra el sexo invisible, dice Katherine Marçal, autora del libro ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Una historia de las mujeres y la economía (2012).
La economía se mueve “del interés propio” dice Adam Smith. Sin el interés propio de quienes venden comida, por ejemplo, no podríamos tener alimento. Entonces, ¿qué mueve la economía de los cuidados? Si no se hace por reconocimiento, porque reconocimiento no hay, ¿qué? Si no se hace por la buena paga, porque buena paga no hay, ¿acaso es por retribución moral? ¿satisfacción personal?
“Valiente moneda de remuneración: ¿a dónde se va una de vacaciones con ciento cincuenta millones de gracias?” anota Alejandra Eme Vázquez en Su cuerpo dejarán (2019).
Dice la OIT que si bien la prestación de cuidados puede ser gratificante, cuando se realiza en exceso y cuando conlleva un alto grado de penosidad obstaculiza las oportunidades económicas y el bienestar de las cuidadoras y cuidadores no remunerados, y menoscaba su goce general de los derechos humanos. ¿Quién decide, sin embargo, cuál es la línea entre gratificación personal y exceso? ¿Puedes tener exceso de gratificación y que eso conlleve cansancio extremo, pero con suma gratificación? ¿No estamos de nuevo idealizando estas labores, asignándoles un sentimiento a cambio?
Marçal menciona en su libro un dato muy interesante: cuánto dinero vale sostener la mano agonizante de una anciana de ochenta y siete años antes de que exhale su último aliento, en Suecia: 96 coronas la hora, que representa el salario mínimo de las enfermeras en ese país. Aproximadamente 11 dólares.
Recientemente el economista de la Universidad de Northwestern, Miguel Talamas, publicó un impactante estudio sobre el inexistente sistema de cuidados a nivel global, uno que se ponga de acuerdo sobre puntos relevantes y, ahora, a nivel nacional. En él revela el dato de que las abuelas son las principales proveedoras de cuidados en México. Los hogares en donde habitan tres generaciones representan en promedio a 27 millones de mexicanos o 4.7 millones de hogares en México. Es decir, el 23% de la población total y 15% de los hogares del país. En estos modelos de hogar, las madres tienen un trabajo de tiempo completo y las abuelas cuidan a los hijos. Los abuelos no, señala también el estudio.
Si el tema de los cuidados de por sí está plagado de elementos que lo idealizan, ahora agreguen la figura de las abuelas en México. Ya que son ellas, las abuelas, las que personifican todos los requisitos ‒a la Disney‒ que deben cumplir las mujeres: ser bondadosas, tener buena sazón, ser nobles, pacientes, divertidas y tiernas.
Dicho estudio muestra, además, que cuando estas abuelas faltan, ese tipo de hogar colapsa: cuando ellas mueren, la empleabilidad de las madres de los nietos que cuidan decae en un 12% en promedio, contra el impacto que enfrentan los padres que no llega ni al 1%, y, solo hasta entonces, la familia acude a un sistema de cuidados privado si les alcanza. Si no, las madres de ese hogar renuncian a sus trabajos formales o informales tras la muerte de la abuela pues no hay quién cuide de los hijxs, como indica la investigación de Talamas. Finalmente, son esas madres las que contribuyen económicamente de manera significativa a los hogares, lo cual implica otra pérdida importante.
Es decir, son las mujeres que se encuentran socioeconómicamente o en algún grupo vulnerable las que más trabajos de cuidados sin paga proveen. Las mujeres que se encuentran en los deciles más pobres de la población son también las que más contribuyen al trabajo no remunerado con 68 mil 41 pesos en promedio al año. Mientras, las mujeres de mayor ingreso, contribuyen con casi 12 mil pesos menos a esa cifra, según el INEGI. No solo es un problema de las abuelas. Cuando las mujeres en un hogar cuidan de alguien, se ocupan remuneradamente menos en comparación a los hombres que se encuentran en la misma situación, adicional, la penalización de ser empleada en un trabajo de tiempo incompleto sin acceso a servicios médicos.
El estudio de Talamas se basa en la ausencia de quienes cuidan. ¿Qué pasa cuando ya no están? Esa es la pregunta que lanza para dar solución y respuesta a las madres que trabajan, es decir la siguiente generación. Pero, mientras las abuelas cuidan, ¿quién cuida de ellas?
Al Estado le conviene que ese trabajo siga regalado, no regulado y aunque nadie cuida de ellas, sí se les señala. La respuesta a la pregunta, salida del mundo de los cómics de superhéroes, «¿quién vigila a las que vigilan?» es, en realidad, todo el mundo. Siempre, pero no en términos de cuidados, al contrario, se les pide, se les exige. Les demandan tiempo y calidad; las chantajean, las idealizan y las olvidan. Al final, para mí, la pregunta es ¿quién recuerda a las que cuidan?
Fotografía de Jamie Frank
Referencias
Bueno Aguilar, A. “PIB en México aumentaría 22% si se incluyera a más mujeres en el mercado laboral: ONU-Habitat”. ONU-Habitat.
Eme Vázquez, A. (2019) Su cuerpo dejarán, Enjambre Literario / El Periódico de las Señoras / Kaja Negra.
Gómez Franco, L. (2021) “Impactos diferenciados. Efectos de la Pandemia de COVID-19 en la situación laboral de las mujeres en México”, COPRED.
Marçal, K. (2012) ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Una historia de las mujeres y la economía, Debate.
Talamas, M. (2020) “Grandmothers and the Gender Gap in the Mexican Labor Market”, Northwest University.
Villanueva, D. (2020) “Trabajo no remunerado representa 22.8% de actividad económica en México”. La Jornada.