Querida Brelissa:

Quiero escribirte deprisa, sin ser consciente de mis oraciones para que duela menos la historia que estoy a punto de narrarte. Estoy luchando para mantenerme cuerda. Mi amor por Cristóbal era desechable. Aunque intuía que contábamos con fecha de caducidad me negué a verla. Supe de ella hasta que las palabras bonitas que nos profesábamos contaminaron nuestros cuerpos. Debimos de llevar un letrero neón: “Sírvase antes del 02/06/2022”, para ahorrarnos la discusión del viernes tres de junio en la Fuente de los Coyotes, allá en el corazón de Coyoacán. Fuimos un caos. 

Era nuestro segundo día en el hotel El Salvador, en nuestro itinerario solo estaba escrito visitar el Museo de Frida Khalo a las 5:00 p.m, quizá porque solo queríamos redescubrir nuestras pieles.

Pero era mediodía y las tripas nos comenzaron a gruñir, no podíamos seguir ignorando el hambre. Cristóbal me pasó su celular para que viera el videoclip “La mujer cactus y el hombre globo” de Rayden mientras se bañaba. En cuanto tuve el aparato en las manos, apareció en la pantalla un mensaje de Eugenia: “¿Cuáles son tus planes para hoy?”. No mencioné nada, solo deslicé el mensaje y seguí concentrada en la letra de la canción. Cuando fue el turno de ocupar el espacio del baño, yo le dejé a Cristóbal el videoclip “Jardín” de Ale Zéguer y Pedro Capó. Había observado que los actores eran los mismos, como si la segunda canción fuera la secuencia de la primera, a pesar de los diferentes artistas y del año de publicación.

Caminamos por el Eje Central Lázaro Cárdenas en busca de un puesto de taquitos. Nos detuvimos en el primero que vimos, pedimos para llevar y almorzamos en una banca de la Alameda. Él estaba sentado a mi lado, podía sentir su calor, sin embargo, sus pensamientos recorrían otros caminos: no dejaba de estar al pendiente de su celular. A veces contestaba con una media sonrisa. “¿Le estará escribiendo a Eugenia? ¿Ya le estará contando en dónde y qué está haciendo?, ¿me nombrará ante ella?”, me cuestionaba.

Pedimos un Uber para que nos llevara al Jardín Centenario. Cristóbal me compartió un audífono, íbamos escuchando música de Leiva, quien era nuestro cantante favorito. Por el mutismo que provoca admirar la ciudad detrás de la ventanilla del coche, ignoré completamente al hombre que me acompañaba. Él tomó mi mano, volteé a verlo y me preguntó: “¿Estás bien?”. De mi boca salió un escueto “Sí” y me tragué las palabras: “Estoy creando escenarios donde me engañas con Eugenia”. Mi ansiedad se robó mis ganas de hablar. Cristóbal intentaba mantener una conversación conmigo, pero parecía más un monólogo consigo mismo.

Él quería visitar la librería Tres Cruces, así que seguí sus pasos. Allá nos separamos para buscar las secciones de nuestro interés. Él se perdió en la narrativa y yo deambulaba entre la poesía esperando que Cristóbal se decidiera por los libros que se iba a llevar. Vino a mí para que lo aconsejara sobre cuál comprar. Ni siquiera recuerdo los títulos que me mostró. Había uno que no estaba en cuestión. “¿Cuál llevas?”, le pregunté. Y él respondió: “Es un regalo”. Mierda, Brelissa. Me sentí fatal. Al final se dirigió a la caja con solamente ese libro. El libro que no compartió conmigo.

En la caja estaba tan cerca de él que vi el título Novia que te vea. ¿Se lo va a regalar a Eugenia? En muchas ocasiones me ha recomendado esa novela de Rosa Nissán. ¿Será para mí? Cristóbal rompió el silencio en la entrada de la librería: “No te regalé nada en tu cumpleaños. Si Amazon llegara hasta tu pueblito te hubiera enviado este. ¡Feliz cumpleaños!”. Entonces me extendió el que hacía unos minutos había pagado. Lo acepté con un tímido “Gracias” y me regañé en mi cabeza por sobrepensar todo.

Nuestros pasos silentes nos llevaron al callejón Colima. “Espera, espera”, le dije. “Quiero una foto aquí”. Estaba tan lejos de mi ciudad natal, tan lejos de ti, Brelissa, y tan lejos de Cristóbal. “Cuando me visites te llevaré a la Piedra Lisa. Cuenta la leyenda que si te resbalas por ella te vas a quedar en Colima, ya sea porque te cases y optes por vivir en ese lugar, o porque la tierra colimota será tu última morada. ¿Hay un lugar así en Yucatán?”. Me contestó que no recordaba.

Cada uno continuó en su mundo interior hasta que nos encontramos con un anuncio de comida tradicional yucateca. “Mira, Cristóbal”, señalé el pizarrón. En la entrada del restaurante se podía consultar el menú completo. La señorita nos dio la bienvenida. Yo quería entrar, quedarme ahí a saborear una partecita de Yucatán, ya que aún no he podido viajar al sur. “¿Por qué la comida de allá tiene como base el huevo?”, le pregunté. “Es pa’ lo que hay”. “Aún me debes un panucho y un agua de horchata”. Él se rio. “Aún no me has visitado en Mérida”.

Brelissa, ¿sabes lo incómodo que es estar con alguien que responde mensajes cada cinco minutos? Seguramente te preguntarás en qué momento la bomba explotó. Te conté al inicio de la carta que nuestro único plan era la Casa Azul de Frida Kahlo. Cristóbal sí me acompañó a pesar de su recelo a los museos. Yo le estaba contando que la pintora tenía dos camas, una para el día y otra para la noche. En la del día se acostaba para pintar sus autorretratos, ya que en la parte superior había un espejo… pero Cristóbal dejó de escucharme, se apartó de mí para atender una llamada y lo vi de nuevo cuando finalicé el recorrido. Me estaba esperando en la puerta de la salida. Hervía en mí la sangre. Quería castigarlo eternamente con mi mudez. Recordé que en varias ocasiones me había pedido que caminara más lento, al ritmo de él. Esa tarde de junio solo quería caminar lo más rápido posible, que mis piernas me llevaran lejos de Cristóbal. “Espera, Citlalli”, “¿podemos hablar?”, “¿estás bien?”, “por favor, détente”. En cuanto sentí su mano en mi muñeca le grité: “¡No me jalonees!”. “No lo hago”, susurró.

No sé cuántos minutos pasaron para llegar a la Fuente de los Coyotes. Cristóbal iba tras de mí. “Déjame darte una explicación. Por favor”. “¿Para qué?”, le cuestioné. “Me has dejado para ir a contestar una puta llamada. De seguro era esa tal Eugenia”. Su rostro palideció. “Llamó para ponernos de acuerdo, te dije que la vería en Tepotzotlán”. “¿Y no podía esperar a que llegaras al hotel?”. “No me gustan los museos, Citlalli”. “¡Dime! ¿A dónde te llevará!”. Se pasó la mano por su rostro. “¡Dime! ¿Por qué chingados te quedas callado!”. Habló rápido: “QuierellevarmeaconocerelMuseoNacionaldel…”. Lo interrumpí: “¡Vete a la mierda, Cristóbal! Quiero compartir el tiempo contigo, te invito a un museo y aceptaste a regañadientes, pero estás dispuesto a viajar tú solo hasta Tepotzotlán para ir a ver un maldito museo. ¿Por qué con ella sí?”. “Perdón, Citlalli. Te estoy lastimando”. “¡¿Por qué con ella sí?!”, repetí. “¿Esta es tu forma de pagarme con la misma moneda por lo de Roberto?”. Con recelo expresó: “¿Crees que me fijé en otra mujer para vengarme de ti? No todo gira a tu alrededor, Citlalli”. 

Lissa, tú has sido mi confidente por años, sabes que fui amigamante de Roberto. En noviembre del año pasado, Cristóbal encajó la última pieza del rompecabezas, la letra R. Yo siempre me había sentido atraída por Roberto, había anhelado una relación con él, acepté la verdad cuando él me pidió que lo ignorara para que yo lo pudiera sacar de mi vida. Le confesé a Cristóbal que lo besé en nuestra despedida. Cristóbal, al sentirse traicionado, me pidió tiempo para aclarar sus emociones y pensamientos. Viví dos duelos, el mundo se me vino encima. Escribí en Twitter: “¿Le estoy llorando al amigo del 2016 o a las rotas expectativas amorosas del 2021?”. Cristóbal regresó a la semana. Me comentó que nuestro cantante favorito vendría a México, así que le hice la propuesta de regalarle el boleto para el concierto, ese valía como regalo de navidad y cumpleaños. ¿Quise comprar su amor con regalos o los regalos son mi lenguaje del amor?

En fin. Trastocados por nuestra realidad, partimos rumbo al hotel en metro. Sin hablar. Sin tocarnos. Brelissa, quería arrancarme la piel por la ansiedad. Guardé mi ropa en la maleta sin ton ni son. “Háblame, Citlalli. Sé que la cagué”. “Solo te haré una pregunta, ¿desde cuándo sabías que te gustaba Eugenia?”. “Antes de comprar los boletos de avión”. Con más furia terminé de guardar mis cosas. “¿Te vas?”. “No quiero quedarme para saber si te la coges o no”. “Tu vuelo es hasta el domingo”. “¡Qué te importa cómo me regreso!”.

Cristóbal me abrazó y yo me quedé inmóvil. “Citlalli, sé que merezco tu odio. Ojalá que logres perdonarme”. Lo separé de mí. Mis manos tomaron su rostro y lo miré directamente a los ojos. “Siempre te pedí honestidad, era lo mínimo que merecía”, dije cansada. Brelissa, mi querida brisa de mar, me marché de aquella habitación con el corazón roto, sintiéndome usada por la persona que decía amarme. No tenía dinero para cambiar el boleto de regreso o comprar uno nuevo de avión, así que terminé en la central norte de la CDMX.

En el autobús sentía ahogarme. En mis manos pesaba Rojo deseo de Irma Pineda. La dedicatoria decía: “Hay dos corazones latiendo libres: uno en Colima y otro en Yucatán. Ambos aprendieron a conquistar la libertad en la Ciudad de México”. ¿Esta era una profecía? Mi pantalla del celular se encendió, era un mensaje suyo. Lloré al leer el ticket que me envió como comprobante de que iba a comenzar a pagarme en cachitos los boletos de avión. Sí, yo costeé su viaje. En el motivo de pago escribió: PERDÓN.

Solo nos queda el silencio porque preferimos hacer de nuestras bocas un cementerio; preferimos lamer nuestras heridas en la oscuridad queriendo proteger al otro. Hoy me acompaña la voz de mi psicóloga: “Lo que tú sentías por Cristóbal no era amor. Cristóbal fue tu bote de basura y tú fuiste el suyo. Se buscaban solo para hablar de sus problemas, para evadirlos”. Quiero refutar la idea de ser un objeto sucio, lleno de podredumbre, pero entre más lo pienso más termino convenciéndome que así fue. Desechamos en el otro la historia amorosa que veníamos arrastrando. Un bucle infinito de relaciones fichadas con un mismo patrón, como la de Frida y Diego o la de Rosario y Ricardo. Todavía no hemos aprendido a amar sin lastimar, sin depender el uno del otro.

Desde que regresé del viaje mi cabeza no ha dejado de darle vueltas a la triada Roberto-Citlalli-Cristóbal. Mi psicóloga usa la metáfora de los barcos y el mar. Funciona así: 

Citlalli iba en el barco R, chocó con el barco C y ella nunca pisó tierra, solo brincó para cambiarse de barco y seguir navegando. Prepárate para la comparación, espero que estés sentada o acostada: Cristóbal tiene su propia triada, él, Eugenia y yo. Cristóbal se sintió traicionado. Citlalli se sintió traicionada. Cristóbal no soltó a Citlalli para ir a encontrarse con Eugenia. Citlalli no soltó a Roberto para ir a encontrarse con Cristóbal. Roberto le prestó dinero a Citlalli para pagar los boletos del viaje a la Ciudad de México (el primero), donde quería algo más con Cristóbal. Citlalli le prestó dinero a Cristóbal para pagar los boletos del viaje a la Ciudad de México (el segundo), donde quería ver si algo más se daba con Eugenia. La única diferencia es que Roberto sí sabía que Citlalli se encontraría con otra persona.

Estoy sentada en mi escritorio, observo por el rabillo del ojo el fantasma de Cristóbal. En la esquina de la habitación está todo lo que he reunido de él: cartas recibidas, cartas no enviadas, libros, fotos instantáneas, el boleto que no usaré para el concierto de Leiva y la porcelana quebrada del disco “Cuando te muerdas el labio” de nuestro cantante favorito. Ya me percaté que nuestro amor no es reciclable. Espero que las ratas hagan un hogar con nuestros recuerdos, que al menos sirvan de algo.

¿Sabes? Este es el final de un amor que alimenté por mí misma, conocía cual era la situación entre nosotros y aún así insistí en que la podía cambiar. Soy una mujer terriblemente hambrienta de ternura

Amada brisa de mar, no quiero perder la batalla contra la depresión y la ansiedad. Me alejé de Cristóbal porque no puedo ser amiga de la misma persona que me hace enloquecer.

Hasta pronto, Brelissa. A esto que te escribo quizá lo titule “Sincericidio”, como aquella canción que una vez me cantó.

Gracias por acompañarme en mi oscuridad.

A ti te amo.

C

5 de julio del 2022

Imagen tomada de Sistema de Información Cultural (SIC)

Escrito por:paginasalmon

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