A diario despierto con un sueño imposible: renunciar a mi trabajo formal. Es imposible porque, a menos que la muerte me libre de ello, hay cuentas por pagar. Estoy atadx todos estos años a 1) no renunciar y 2) que no me corran. Hay que hacer hasta lo imposible, de momento, porque no me corran. A diario despierto con una pesadilla posible: que me corran del trabajo. 

Al cuarto trimestre del 2021, según información registrada y reportada por el INEGI, la cantidad de población ocupada en México fue 56.6 millones, casi la mitad del total de la población. De estos, el número de trabajadores informales fue 31.6 millones, lo que representó 55.8% de la población ocupada. Ese porcentaje de trabajadores no tiene, prácticamente, ningún derecho laboral: salario, jornada laboral, descansos, vacaciones, aguinaldo, por no hablar de seguridad social o un crédito hipotecario. 

Pero eso no es lo peor de todo: el 24% de trabajadores lo hace en condiciones críticas. 24.2% del total de trabajadores apenas percibe un salario mínimo; y el 35.15% hasta dos salarios mínimos. El 61.1% del total de trabajadores no cuenta con acceso a instituciones de salud. ¿En qué se resume todo? Apenas un escaso 38% del total de trabajadores en México cuenta con un contrato laboral, y tiene el mínimo acceso a los derechos que, por ley, corresponden. El artículo 123 de nuestra Constitución es de chocolate. 

El nulo respeto a este artículo de la Ley me enrabia. Es una tortura moderna ser observadora de los mecanismos de injusticia, como espaciar la firma del contrato y, por ende, no tener derecho obligatorio al seguro social, vacaciones, aguinaldo, días feriados. En los últimos tres años y medio que he sido trabajadora en varios lugares, son lxs jefes, lxs agentes de injusticia, quienes más me enrabian. En el fondo, el término empresario es el que nos ha puesto en riesgo a mí y a mis compañeras: cuidar el dinero que produce un trabajador, antes que cuidar al trabajador.

Tal vez no es claro que, en las últimas décadas, el término cuidar se haya definido desde la dignidad que cada uno de los cuerpos tiene a pesar de la economía. Lo cual significa no pasar más tiempo en la oficina que en la casa, sino tener un horario laboral delimitado y que el pago sea tan justo que te permita sostener todo aquello que implica una vida digna: salud, educación, recursos básicos y recreación. Soy una trabajadora joven y por esa característica mis jefes han decidido darme un pago mensual que a ellos no les sería suficiente para vivir. Ingenuamente me he llegado a preguntar ¿por qué creen que esa cantidad de dinero garantiza una calidad de vida digna?, cuando la verdad es que no creo que siquiera se pregunten cómo viven sus empleados. Si me leen: vive con esto sin tener un trabajo extra o pedir prestado cada mes.

Todos lxs jefes tienen dos caras que, inevitablemente, van a mostrar. Dividí a mis jefes en dos tipos: lxs disfrazados de progresistas y lxs enmascarados. Ambos me mostraron una cara en la que llegué a confiar, recuerdo que alguna vez dije: “no está tan mal, ¡qué suerte tengo!”. Lxs disfrazados de progresistas probablemente son millennials: tal vez feministas, agradeciéndote en redes sociales tu trabajo, pero no en persona; a veces se ponen de tu lado, aunque será en momentos cada vez más espaciados. Lxs enmascarados son simpáticos, te enganchan con promesas que se cumplirán a medias y, después, mostrarán sus inseguridades a manera de hostigamiento. Y ambos tipos, conforme pase el tiempo, te dejarán sola. Su doble cara funciona para que tú misma llegues a la trampa de la precarización laboral –¡agradecida!– y entonces ahí, al ser dependiente de un pago que llegará (o que promete llegar), te sea difícil pronunciar un “renuncio”. 

Ya no sabemos qué hacer con el concepto de trabajo; es, ha sido y será al mismo tiempo una bendición, una tortura, un motivo de vida, algo sin propósito; una actividad estúpidamente repetitiva o una serie de imprevistos y problemas disgustantes. Ha habido hermosas obras que solo se han podido erigir por el trabajo y hay revoluciones que se han dado en contra del exceso, porque otros seres nos quitan el trabajo o porque nos los imponen. Pensamos que nos da sustento, pero no realmente cuando utilizamos la rigurosa balanza de nuestras necesidades fisiológicas. Declaramos que el trabajo, como antaño se concebía, ya no tiene sentido, se rompió, hay que desecharlo de la existencia o de menos darle un descanso.

De elaborada manera este laberinto de civilización que se ha encapsulado a sí mismo se sigue construyendo para la extracción de lo que sea: parados, sentados, sanos, enfermos, lo que está en juego es la energía y quién la acumula. Quizá a algunos nos ponga incómodos y angustiados el descanso porque sabemos que es un estado vulnerable, como seres vibrátiles: mientras descansamos soñamos, disfrutamos, reflexionamos, divagamos y buscamos en que distraer y bifurcar los caminos de nuestras ensoñaciones. Pero resulta que algunos tipos descubrieron que también se puede extraer valor del vibrar de los seres en reposo: una hora en Twitter, dos horas en YouTube, tres horas en Tiktok. ¡Cuántos datos! ¡Cuánto valor! Y ahora nos encontramos ya pensando en si hay una manera de evadir las redes por las que hacemos más ricos a los ricos con cada respiración que damos. 

El andar entre estos vericuetos rompecabezas nos regresa la alegría de compartir. Vaya, ¡qué historias tienen los trabajos y los días!  —Mamá, cuéntame de nuevo la vez que callaste a tu jefe y le dijiste: “Esta es una institución pública y por los dos pesos que gana más que yo, no me va a humillar”. En verdad en ese recuento vi la hermosa fantasía de una heroína o vi en acción el invento llamado dignidad, que es una cosa que tratamos de proteger entre tumbo y tumbo, entre oficio y oficio, entre profesión y profesión. Nos gustan las historias que están enmarcadas en el ámbito laboral porque nos dan una sensación de revertir el sentido de la explotación. Me estoy divirtiendo en mi fuero interno mientras hago como que trabajo, le estoy robando tiempo al capital, la productividad es un disfraz y mi cuerpo y mi mente vibrátil ponen en apuros los mecanismos que se ingenian para captarnos, pues todo este “trabajo” que hago no sirve para nada y tarde o temprano invariablemente vamos a terminar regalando y compartiendo por lo que supuestamente tuvimos que pagar o cobrar. Y al margen de inventos de resistencia como los sindicatos, las leyes de protección para los trabajadores, creemos que el trabajo ya se echó a perder, ya se extinguió cuando evidentemente el Estado es incapaz de proveer lo mínimo para que suceda en beneficio de quien lo ejecuta. En los próximos años tendremos que pensar en nuestro mundo sin esa directriz tan podrida que es el trabajo y cómo recuperar y nutrir en él el sentido del descanso y del gozo.

No creemos que trabajemos para vivir mejor. Es común que tengamos mucho trabajo, montones de deberes y quehaceres, pero que de ninguna manera estos equivalen a una ganancia o a una remuneración, que nos den una mejor vida. En la era del cambio climático no cosechas lo que siembras. Está claro entonces que el trabajo no proporciona una mejor vida. ¿Cómo le podemos hacer para que todos tengan la oportunidad de dejar de trabajar? ¿Cómo abolimos este sentido del trabajo? ¿Cómo le robamos al capital? ¿Cómo revertimos su sentido de extracción?

Qué gusto terminar este editorial invitando al ocupadísimo lector a imaginar un mundo des-precarizado, a escribir una vida digna, a liberarse en el papel. Pero lo que necesitamos en realidad —además de un contrato laboral y prestaciones de ley— es un espacio para dejar de ser godines de oro y explorar el punto en el que la rabia y el hartazgo y la conciencia se tocan. Ahí está la esperanza: en saber que, a pesar de todo, aún nos sabemos inconformes y podemos enumerar los motivos y exigir una realidad que nos sostenga sin reventarnos. Que la escritura no sea este escape que nos contenga de gritar RENUNCIO, sino un grito que se desborde hasta que cada línea sea una declaración de que existimos durante y después del horario de 9 a 6. 

El número 24 de la revista Página Salmón nos invita a protestar desde la autoafirmación de nuestra identidad más allá de nuestro papel en la máquina capitalista, también a reconocer que el trabajo —remunerado o no— impacta en muchas áreas de nuestra vida que trasciende “El espectro de lo laboral”. En este dossier no hacen falta currículums con foto, ingresos comprobables ni firmar a la entrada. Aquí se abraza el ocio porque lo entendemos como un espacio nuestro, para nosotros, para enunciar lo que hay debajo de esta piel cubierta por los códigos de vestimenta, para celebrar la insurrección tentativa y ensalzar la voz de Bartleby el escribano: preferiría no. Esta es nuestra trinchera.  

Referencias

Black, Bob. (2021). “La abolición del trabajo”. Revista de la Universidad de México. Octubre. 

CrimethInc. (2021). Trabajo. Revista de la Universidad de México. Octubre. 

Mungía, Rodolfo. (2022). “No-organización. Trabajo, productividad y nuevas sensibilidades”. Revista Primera Página. Agosto. 

Escrito por:paginasalmon

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