I
La noche del terremoto, la ciudad era una fiesta. Aunque nadie le llamaba así. Faltaban cerca de dos horas para que el “movimiento sísmico programado” sacudiera a los defeños, cuando la música lo anunciaba ya por todas partes. Se abrieron los bares y se improvisaron patios y calles como pistas de baile; en la Alameda los ambulantes llenaban las aceras con souvenirs del “movimiento sísmico programado” –botones, camisas, banderas y hasta silbatos de pánico para los menos valientes–; los policías trataban de guiar las multitudes que se estancaban de camino al Zócalo, donde el gobierno había organizado una feria con las marcas más prestigiosas de todo el mundo. En lo alto del Palacio Nacional, un cronómetro –patrocinado por Moka Cola– goteaba segundo a segundo hasta la “gran llegada”.
Mariana, sentada a los pies de Juárez, trataba de controlar su miedo. Había vuelto a “México” dos días atrás con la encomienda de reportar todo lo sucedido antes, durante y después de la gran fiesta chilanga, pero, conforme se acercaba la hora, el dominio de sí le menguaba. No entendía por qué no se atrevió a renunciarle ahí mismo a su editor cuando éste le ordenó volver a la Ciudad de México a “pasar el temblor”. No dijo nada porque no pudo y, casi sin darse cuenta, hizo su maletita –dos mudas de ropa, su cámara, una libreta– y se subió al autobús que la dejó en la Central del Norte. Apenas bajó, su editor le anunció por wasap que debía irse primero al “chacaleo” en las oficinas del Sistema de Prevención de Sismos de la Ciudad de México, y luego al Gran Hotel Cherry Town.
II
Ciudad de México. A unos días de la llegada del primer movimiento sísmico programado en el país, las autoridades capitalinas se declararon listas para atender cualquier emergencia producto de él.
Según reportes del Sistema de Prevención de Sismos de la Ciudad de México, se habilitaron 40 albergues con capacidad de hasta mil personas cada uno. Roberto Núñez, director del organismo, adelantó que, aunque la magnitud del movimiento sísmico programado será alta, se contará con daños mínimos. “No pasará de una que otra histeria”, bromeó Núñez, “pues las autoridades y la ciudadanía hemos trabajado muy duro desde hace varios años: se realizaron inspecciones casa por casa, se creó el Programa de Reforzamiento de Vivienda, del que se han beneficiado casi un millón de ciudadanos, y, sobre todo, se invirtieron alrededor de 30 mil millones de pesos en el programa de prevención, cuyo centro y eje es el Sistema Sibila”.
Sibila –nombre dado por el gobierno en turno– es uno de los sistemas más avanzados en la detección y prevención de sismos. Con fondos provenientes de catorce gobiernos del mundo, entre los que destacan México, Chile y Japón, la tecnología fue un desarrollo comandado por el ingeniero tectónico mexicano Yonatán Cruz.
“Se trata de un movimiento sísmico programado de entre 10 y 10.5 grados Cruz. Sí, será uno muy fuerte, y lo sentiremos sin duda, pero nada de qué alarmarse. Tendremos saldo blanco”, concluyó un sonriente Núñez, al tiempo que anunciaba la nueva medida de intensidad sísmica: los grados Cruz.
La Confederación Hotelera Antisismos da luz verde
En conferencia de prensa conjunta, el presidente de la Confederación Hotelera Antisismos (COHA), Francisco de Jesús Mouriño de Ladrón de Guevara, y Adriana Padierna, Secretaria de Turismo local, anunciaron que los 3 mil 500 hoteles con certificación antisísmica de la Ciudad de México se encuentran al 100% de su capacidad.
“Tenemos ya ocupadas las casi 50 mil habitaciones y las tres mil suites certificadas, y se espera una derrama económica de alrededor de 3 mil millones de pesos”, estimó Ladrón de Guevara. Por su parte, Padierna resaltó la magnitud del suceso. “Se trata del mayor movimiento sísmico programado, o sismo, si ustedes quieren, registrado en los últimos 30 años en México y, gracias a las acciones de nuestro gobierno, lo que pudo ser una catástrofe se convirtió en un área de oportunidad para todos. Tenemos reportes de que miles de turistas americanos se encuentran en camino a México. Alrededor de 80% de las reservaciones de las que habló el presidente de la COHA las hicieron nuestros vecinos del norte, quienes en muchos casos nunca han experimentado un movimiento sísmico y mucho menos uno como el que esperamos en 48 horas”.
Finalmente, Adriana Padierna invitó a todos los capitalinos y turistas a incluir en sus redes sociales el hashtag #ShakeItOffCDMX para participar en el sorteo de una vivienda antisísmica ubicada en un conocido barrio de moda en el corazón de la ciudad.
III
Se levantaba y se volvía a sentar a los pies de Juárez. Las manos le sudaban con un sudor frío y seco que acaso imaginaba. Se tocaba la nariz y comenzaba a rascarla lentamente, como buscando un lugar donde concentrarse, donde olvidarse de cuanto ocurría a su alrededor. Pero nada. Su piel lisa poco ayudaba a controlarla. Respiraba profundo sin que el aire alcanzara a pasarle al cuerpo o así lo sentía. Y volvía a sentarse si estaba parada o a levantarse si se había sentado, y todo volvía comenzar. Una, dos…, diez veces lo repitió hasta que su teléfono la distrajo. “Como vaz?”, le preguntaba su editor en un mensaje. “¿Cómo voy a ir, hijo de la chingada?”, escribió sin otra intención que el desahogo. “Todo bien; va”, respondió luego de borrar el mensaje anterior. Apagó el teléfono, sacó su libreta y anotó:
La noche del terremoto la ciudad era una fiesta…
Nada más vino a su mente, pero sentía que era un buen inicio; no sabía de qué ni para qué, o si algo le recordaba, pero decidió guardarlo. Se levantó sin fuerzas, pero decidida, y en un descuido la multitud la había tragado como el mar se traga una gota de lluvia. Caminaba a pasitos y, de vez en vez, pisando a quien estuviese delante; en un tropiezo, subió la mirada y la Latino dio su anuncio: faltaban 58 minutos para el gran movimiento sísmico programado. La gente seguía tan contenta como al principio, Mariana no lo entendía. Se había ido de la Ciudad de México huyendo de los terremotos y ahora esta gente imbécil los perseguía. Pero más imbécil ella, se reprochaba, que sin quererlo estaba ahí, imbécil entre los imbéciles.
Tras diez minutos, no había avanzado más de una calle y, agobiada, decidió buscarse otro camino, uno menos transitado para llegar al Zócalo. Atravesó avenida Juárez y logró llegar –inexplicablemente– a los pies de Juárez. Sin entender bien qué sucedió, pensó en sentarse otra vez –la tentación era grande–, pero calculó que el esfuerzo que le exigiría levantarse de nuevo sería mayor y que, con toda certeza, volvería a crecerle la ansiedad. Dio un pequeño rodeo y, esquivando gente, entró en la Alameda. El piso había cambiado desde la última vez que estuvo en México y quizá había menos árboles, pero la Alameda era uno de esos lugares que sabía ser para sí.
Aunque también allí dentro se le dificultaba avanzar, la masa se concentraba en avenida Juárez. La Alameda, más bien, era el paisaje de las selfies. Las parejas, besándose, se fotografiaban frente las enormes letras de ocasión colocadas por el gobierno, #ShakeItOffCDMX, lo mismo que los grupos de amigos, nacionales y extranjeros, que, extáticos, pedían ayuda a quien pasara para tomarse la foto. “Do you speak English? Ayuda, mi amigo. ¿Amigo?”, dijo una güera que, celular en mano, perseguía a Mariana. La adivinó de reojo –alta, rubia a lo platinado, de sandalias y minifalda y un morralito tejido– y ni siquiera volteó para mirarla. Huyó. “Qué mal anda la selección natural”, dijo para sí. Al llegar a la fuente central, se detuvo a comprar un cigarro. “¿Qué pasó ahí, sabe?”, preguntó Mariana al notar que en el kiosco de salida a avenida Hidalgo había una ambulancia. “Un muchachillo pendejo que quiso hacer que temblaba encima del kiosco y tanto le tembló que terminó de cabeza en la banqueta”, le respondió la voz sin rostro que le vendió el cigarro. “¿Se lo enciendo?”. Mariana negó con la cabeza y siguió caminando hacia el Palacio de Bellas Artes. Jugaba el cigarro entre los dedos, le ayudaba a distraerse y a dar algo a sus manos nerviosas. Aunque ya no lo veía, seguía pensando en el kiosco. No le parecía extraño el “accidente” (ni accidente le parecía) y, burlonamente, sacó su libreta y anotó: “Primera víctima del terremoto; se acabó el saldo blanco”.
Sobre el Palacio de Bellas Artes con luces neón también se proyectaba el conteo, además de imágenes en conmemoración de las víctimas de terremotos pasados, mayormente edificios. “32 minutos, 16 segundos”, leyó Mariana, y luego vio aparecer los créditos de los artistas que firmaban la pieza. “Les informamos que 15 minutos antes del terremoto se llevará a cabo la última representación en vivo de esta pieza colaborativa donde nos acompañarán los artistas”, anunció una voz por todos los altavoces del antiguo sistema de alerta sísmica.
Mariana llegó a las jardineras frente al Palacio y pensó en encender el cigarro. Se buscó por el cuerpo un encendedor que no existía: había dejado el vicio años atrás; en cambio, encontró el celular y sin pensarlo, ese sí, lo encendió. Apenas se inició el sistema operativo, entró el mensaje de su editor:
me disen k en el ayuntamiento va a estar el preci con el jefe de gobierno y con cruz lansate
“Mierda, mierda, mierda, ¿cómo voy a llegar?”, reclamó al teléfono y, enseguida, comenzó a hacer cálculos. ¿Cómo moverse por aquí? Lo iba olvidando. Si se abría un poco y llegaba a República del Perú, suponía, podría acercarse al Zócalo, pero nada le garantizaba que se podría entrar (no fácil y rápidamente, como ella buscaba) por República de Brasil o de Argentina. En cambio, si tomaba hacia Izazaga y luego Pino Suárez, ¿hallaría paso? Lo más probable es que el acceso por ahí estuviera cerrado.
La verdad era que, desde que bajó del metro, la idea de llegar al Zócalo le resultaba imposible; no tanto por la gente, que era mucha, y el tiempo, que era poco, sino porque todo le seguía pareciendo irreal: la predicción del terremoto, la calma y seguridad con que todos lo tomaban y, sobre todo, que una campaña publicitaria hubiera hecho de una muy probable catástrofe un negocio tan burdo. Para ella ese Zócalo de la feria del terremoto no podía existir, lógicamente era imposible, y, sin embargo, todos decían que sí, que existía y que estaba ahí, sobre lo que un día fue un lago y que de siempre había estado condenado a hundirse. Pero enseguida volvía sobre sí: de todo esto, ¿haber vuelto no era lo más absurdo?, ¿por qué no se había quedado en su vida sosa de Querétaro?, ¿qué, además de su trabajo, la había traído de regreso a un terremoto? Y solo por darse una explicación, recordó el hado de los griegos y a esas víctimas que caminaban resignadas a su fin: primero, Antígona, y sobre todo a Casandra, que, a sabiendas de que su muerte ocurriría en el palacio de Agamenón, entró por su propio pie. Casandra, a la que se le anunciaba el futuro, y Casandra, la que nada quiso impedir. Echada a andar la rueda del mundo, ¿hay quien pueda detenerla?, recordó también.
IV
Faltaban poco más de diez minutos para el terremoto. En lugar de acercarse al Zócalo, Mariana deshacía el camino. Se alejó de las jardineras del palacio de Bellas Artes, pasó el kiosco, donde ya no había ambulancia, y dobló en la fuente central para volver a los pies de Juárez. Encontró la avenida bastante más quieta. Aunque seguían pasando a cientos, no se comparaba en nada con la piara de hacía rato. Piara. Qué palabra tan acertada, se felicitó.
“Renuncio”, tecleó en la conversación con su editor, sin atreverse a enviar el mensaje. No notó que ya había perdido el cigarro.
“Estimado público: les informamos que en todos los módulos de ayuda de la Secretaría de Turismo podrán encontrar, sin costo alguno, las trompetillas con que el gobierno de la ciudad propone a los ciudadanos para recibir el movimiento sísmico programado. Asimismo, les recordamos que las mejores fotografías del evento con el hashtag #ShakeItOffCDMX, repito, #ShakeItOffCDMX, participarán en la rifa de una vivienda antisísmica. Agradecemos su atención. #ShakeItOffCDMX”.
Mariana buscó los altavoces del anuncio y, al dar con ellos, estos volvieron a activarse, aunque ya no con la animada voz del hashtag, sino con la voz metálica que en otros tiempos anunciaba el desastre: “Alerta sísmica. Alerta sísmica. Dos minutos para el terremoto”. Desde los pies de Juárez, Mariana vio la Torre Latino encenderse completa con luces multicolores a las que acompañó un silbido agudo y cortante que marcaba los segundos. 1:59, 1:58, 1:57. Uno a uno caían como gotas que se destrozaban en un biiiiip que seguía a otro. Biiiiip…, biiiiip… Cerró los ojos y notó entonces que el cuerpo se le había paralizado. Lo aceptó sin más. Miró a su alrededor, trató y solo encontró luces de fiesta, biiiiips, canciones estridentes y edificios que se le cerraban encima. Y entonces la voz de nueva cuenta: “Alerta sísmica. Alerta sísmica”. Volvió a cerrar los ojos y apretó los puños y todo su cuerpo, y ya no estaba donde estaba sino varios años atrás, cuando el piso se le cimbró y las paredes empezaron a irse abajo y a doblarse como hechas de un papel que crujía como el metal. A los pies de Mariana, todo saltaba y se resistía, sin esperanza, a colapsarse.
Sin embargo, el terremoto no llegó. Cuando al fin volvió a su tiempo, la primera sensación que Mariana tuvo fue la de una multitud decepcionada.
V
Ciudad de México. En breve conferencia de prensa, donde no se recibieron preguntas, el director del Sistema de Prevención de Sismos de la Ciudad de México, Roberto Núñez, lamentó “la cancelación del movimiento sísmico programado” previsto para el X de septiembre del año en curso.
“Es una pena que, finalmente, el primer movimiento sísmico programado calculado por el Sistema Sibila no haya podido realizarse; sin embargo, no todo es negro, pues esto nos da oportunidad de prepararnos para otro nuevo movimiento sísmico programado”, declaró Núñez, “pero tampoco se trata de un fracaso, eso no”.
Además, se dijo completamente seguro de que la próxima vez el Sistema Sibila “será más exitoso” y adelantó que la ciudad destinará otros 60 mil millones de pesos del presupuesto para continuar su perfeccionamiento.
Cruz deja el Sistema Sibila
Núñez también anunció que el ingeniero Yonatán Cruz deja su cargo frente al Sistema Sibila “por motivos totalmente personales”, pese al respaldo que, inicialmente, el gobierno capitalino le ofreció. Sin embargo, fuentes cercanas al organismo sostienen que se trata de una destitución operada por el gobierno federal y a solicitud de organismos internacionales.
Imagen tomada de Telediario
Daniel Vargas Zenteno (Ciudad de México, México, 1987). Desarrollador Backend y estudiante de Filosofía e Historia de las Ideas en la UACM. Estudió Ciencias de la Informática en el IPN. Después, Letras Hispánicas en la UNAM. Sus intereses son la filosofía, idealismo, racismo, clasismo, homofobia y música pop. |
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