Existen oleadas de pensamientos que llegan a transmitirse, como una onda sonora, más allá de su época y de su espacio. Si bien el llamado Romanticismo ha cambiado nuestra percepción de vida desde las obras de Goethe, pasando por Víctor Hugo, transitado por Bécquer, los modernistas y superado la Vanguardia hasta llegar a nuestros días; el caso del pensamiento ilustrado de Voltaire no se queda atrás. La reflexión crítica del escritor francés permea en nuestro raciocinio y en nuestra percepción del mundo, pese a que la filosofía romántica haya vituperado con desdén lo que nos dejó aquel siglo XVIII.

La construcción del mundo moderno empieza con los cambios que se dan no sólo en la Revolución Industrial de Inglaterra, sino, también, con los enciclopedistas franceses que buscan dar cabida al conocimiento cosmopolita, en ello funge el establecimiento de instituciones laicas como lo son las academias, asociaciones o reuniones en cafés. Sin embargo, en aquel mundo que se nos pinta con colores pastel, higiene y buen gusto, hay problemas que se deben de solucionar. Bajo este contexto surge la figura de Voltaire quien, con juicio puntual y certero, critica los problemas que impiden a la sociedad llegar a su fin último. Realizar un análisis de las instituciones e individuos de su época le permite reconocer las fallas.

En un artículo de 1765 titulado “Letras, hombres de letras o letrados”, que forma parte del séptimo tomo de su Diccionario Filosófico, Voltaire critica a las instituciones más consagradas del momento (la Universidad y la Academia) dónde se supone que tiene cabida la crème de la crème de la intelectualidad; pero no se debe confundir su crítica como un rechazo absoluto a estos organismos y sus integrantes, sino como una vía para hacer ver las “necedades” que corroen a esos centros e individuos que podrían ayudar al desarrollo del conocimiento humano, si no piensen ¿cuánto conocimiento sale realmente de las academias o los institutos o la misma universidad, que verdaderamente esté cambiando al mundo? ¿O es esto sólo una lucha de egos por conseguir un puesto fructífero en alguna de las instituciones ya mencionadas? Escribe Voltaire:

Letras, hombres de letras o letrados:  En nuestros tiempos bárbaros, cuando los Francos, los Germanos, los Bretones, los Lombardos, los Mozárabes Españoles no sabían ni leer ni escribir, se instituyeron escuelas, o universidades, casi todas compuestas de eclesiásticos, que no sabiendo más que su jerga, enseñaron esta jerga a los que quisieron aprenderla: las academias no vinieron hasta mucho tiempo después; estas han despreciado las necedades de las escuelas; pero no siempre han tenido ánimo para impugnarlas, porque hay necedades que se respetan en atención a que pertenecen a cosas respetables.

Los letrados que han hecho más servicios al corto número de seres que piensan, esparcidos en el mundo, son letrados aislados, los verdaderos sabios encerrados en su gabinete, que ni han argumentado sobre los bancos de las universidades, ni han dicho las cosas a medias en las academias, y estos casi todos han sido perseguidos. Nuestra miserable especie está hecha de tal manera, que los que andan por el camino trillado, tiran piedras a los que enseñan un camino nuevo.

Dice Montesquieu, que los Escitas sacaban los ojos a sus esclavos para que se distrajesen menos cuando batían la manteca: así ha acostumbrado hacer la inquisición, y en los países donde reina este monstruo casi todos los hombres son ciegos. Hace mas de cien años que las gentes tienen dos ojos en Inglaterra; los Franceses principian a abrir uno; pero algunas veces hay hombres en los destinos que no quieren permitir ni que seamos tuertos.

Estas pobres gentes empleadas son como el doctor Balouard de la comedia italiana, que no quiere que lo sirva nadie más que el zopenco Arlequín, y que teme tener un criado demasiado penetrante.

Haced odas en alabanza de monseñor Superbus fadus, y madrigales para su querida, y dedicad a su portero un libro de Geografía; y seréis bien recibidos: ilustrad a los hombres y seréis aniquilados.

Descartes tuvo que dejar su patria, Gasendo fue calumniado, Arnauld arrastró sus días en el destierro, y todo filósofo ha sido tratado como los profetas entre los judíos.

¿Quién creyera que en el siglo dieciocho sería un filósofo conducido ante los tribunales seculares, y calumniado por los tribunales de argumentos, porque había dicho que los hombres no podrían ejercer las artes si no tuvieran manos? Yo no desespero de que se condene bien pronto a galeras al que tenga la insolencia de decir que los hombres no pensarían si no tuvieran cabeza; porque le dirá un bachiller: el alma es un espíritu puro, y la cabeza no es mas que materia; Dios puede poner el alma en el talón, lo mismo que en el cerebro; por tanto yo te denuncio como un impío.

La mayor desgracia de un hombre de letras es tal vez ser el objeto de los celos de sus compañeros, la víctima de la cábala, el desprecio de los poderosos del mundo; es ser juzgados por los tontos. Estos tontos hacen más de lo que parece, principalmente cuando el fanatismo se junta a la ineptitud, y a esta el espíritu de venganza. La gran desgracia de un hombre de letras suele ser el no pertenecer a nada. Un ciudadano compra un oficio, y lo sostienen los compañeros; y si le hacen una injusticia, al momento encuentra defensores. El hombre de letras no tiene quien lo socorra, y se parece a los peces volantes; que si se elevan un poco se los comen los pájaros, y si entra en el agua se lo comen los pescados.

Todo hombre público paga tributo a la malignidad; pero es pagado en dinero y en honores.

El texto anterior me lleva al apartado “Orgullo”, del mismo libro, que leyéndolo se podrá dar uno cuenta de que hay orgullos bien merecidos y otros que son minúsculos por sólo reflejar la necedad y la ignorancia de aquellos que ostentan su fama. ¿Acaso no es actual ver en las universidades a académicos que se pasean por los pasillos como pavos reales, desdeñando a sus alumnos, a sus colegas y al vulgo en general? Y el mal del orgullo no sólo se extiende en los recintos del saber, se presenta igualmente en cualquier individuo que ostente poder y forme parte de alguna institución, véase el claro ejemplo de Nicolás Alvarado y su columna sobre la muerte del divo de Juárez o a algún poeta emergente que se siente incomprendido y no ha salido de escribir lugares comunes. La reflexión de Voltaire dice:

Orgullo: Cicerón, en una de sus cartas, dice familiarmente a un amigo suyo. “Enviadme a quien deseéis que le sean entregadas las Galias” En otra se queja de estar cansado de las cartas de no sé qué príncipes, que le dan las gracias por haber convertido a sus provincias en reinos, y añade que ni siquiera sabe dónde están situados esos reinos.

Es posible que Cicerón, que, por otra parte, había visto muy a menudo al pueblo romano, aquel pueblo-rey, aplaudirle y obedecerle, y que había recibido el agradecimiento de reyes que no conocía, tuviera algunos arranques de orgullo y de vanidad.

Aunque este sentimiento no conviene en absoluto a un animal tan endeble como es el hombre, sin embargo se le podría perdonar a un Cicerón, a un César o a un Escipión.

Pero que en el interior de una de nuestras provincias medio bárbaras, un hombre que ha obtenido un pequeño cargo y ha publicado versos mediocres, se le ocurriera ser orgulloso, es como para no dejar de reírse.

Orgullo y necedad, los grandes enemigos del pensamiento crítico; sin embargo, la estupidez humana es grande y sus planes para una sociedad más justa, nueva torre de Babel, se vieron impedidos por ellos. El discurso de la ilustración, pese al tiempo y los nuevos conflictos del mundo posmoderno, nos permea, mas falta recordar que para que tales objetivos se cumplan se necesita el pensamiento riguroso y crítico que permita al hombre salir de esa cueva en la que vive y ver el sol de la verdad. A veces creemos que los autores de siglos pasados no son actuales, pero no lo serán salvo que las personas se apropien de ellos; es decir, que los (re)lean, reflexionen y formulen nuevas inquietudes o críticas: que los traigan al siglo XXI, bienvenidos.

Imagen tomada de Institut de France

Escrito por:paginasalmon

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