La primera vez que vi un Turner en persona fue durante la exposición Landscapes of the Mind, en el Museo Nacional de Arte; Dido & Aeneas era el nombre de la obra. Se sabe que Turner en su momento fue ridiculizado, porque ¿quién creería que un montón de pinceladas fugaces e informes podrían considerarse arte? Decantarse por el impresionismo, pintar acuarelas llenas de colores amarillos y rojizos no parecía, después de los paisajes abundantes en detalles y de temáticas bien definidas, una elección inteligente. También se dice que Turner se hizo atar al mástil de una nave para poder pintar su Tormenta de nieve y que como resultado padeció bronquitis una larga temporada; con esa concatenación de desaciertos Turner dejaba patente su espíritu visionario y la pasión desmedida que sentía por el arte; con sus pinceladas cada vez menos nítidas pero más atractivas daba cuenta del periodo de transición del que le tocó ser parte.
La exposición temporal que alberga en esta ocasión el MUNAL presenta el trabajo de uno de los pintores alemanes más importantes del siglo XX: Otto Dix. La muestra forma parte de las actividades del Año Dual Alemania-México 2016-2017, y está organizada por el Museo Nacional de Arte, el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO) y el Goethe-Institut Mexiko, la curaduría estuvo a cargo de la directora de la Galería de Arte de Mannheim, Ulrike Lorenz, especialista en la obra de Dix, y está compuesta por 162 piezas, entre pinturas, grabados, acuarelas y dibujos distribuidos en siete núcleos temáticos.
El primer incentivo que tuve para acudir a la muestra fue la sugerente promoción que se hizo de ella en internet: los anuncios mostraban cuadros cubiertos por un manto negro y la leyenda “Otto Dix te muestra lo que no quieres ver”, lo que fue suficiente para impulsar mi curiosidad; “Sólo se prohíbe lo que se transgrede” dicen, y es verdad. En el complejo entramado visual del que disponemos en este tiempo ¿qué podríamos no querer ver?
Otto Dix fue un pintor que participó del caos, plasmó la acritud de la miseria, transitó el período de entreguerras y vislumbró las pasiones más enraizadas de esa indolente y frívola sociedad europea. Lo que no queremos ver no es el desastre de la guerra o un cuerpo desmembrado; la consciencia sobre la muerte es palpable a cada hora, en cualquier titular, no, lo que no queremos ver es la pasividad absoluta y cómo, aún después de un siglo entero, hay reproducciones a pequeña escala de apatía e inclemencia, no queremos ver que “[…] Hay mucho caos en nuestro tiempo”. El acierto de esta muestra se debe a que no se utiliza a Dix como un panfleto, no trata nunca de exponer algo dictando instrucciones acerca de cómo se tiene que recibir en conjunto, simplemente deja apreciar que este artista es, quizá como ningún otro, un gran testimonio de las Grandes Guerras y que la fuerza de su expresividad no se esconde tanto en los colores de su paleta como en la indiferencia y el realismo con el que realizó cada una de sus obras.
Una parte muy específica del trabajo museográfico en esta exposición es distinguible: al salir del núcleo donde se exhibe la Serie de los Cincuenta Grabados de La Guerra (Der Krieg, 1924) uno se da cuenta del por qué ha estado chocando y perdiéndose continuamente y resulta que el espacio ha sido diseñado siguiendo la arquitectura de un laberinto. Esta serie es quizá demasiado cruda, lo suficiente como para remover el espíritu, así que perderse, sentirse desorientado entre los grabados de guerra, volver a ver a las tropas de asalto, los cadáveres y los soldados mutilados una y otra vez mientras se transita de una arista a otra es, me parece, un modo inteligente de exhibirlos, de explotar esa potencia de conmoción al máximo, también encuentro este trabajo museográfico sumamente acertado ya que al salir de este espacio las piezas expuestas tienen que ver con el cambio de estilo en la pintura de Dix; se trata de las obras realizadas entreguerras: grabados y pinturas de corte dadaísta; salimos del laberinto para enfrentarnos a la visión de una Alemania doliente y escindida en la que el sifilítico, el ciego y el vendedor de cerillos así como el suicida son los arquetipos.
En 2014 la Neue Gallery de Nueva York inauguró la muestra titulada Degenerate Art: The Attack on Modern Art in Nazi Germany, 1937, que trataba de reivindicar el trabajo de los artistas modernos censurados y ridiculizados por la estética ultraconservadora del nacionalsocialismo, esta muestra evidenciaba las estrategias museográficas bajo las cuales había sido configurada la exposición Arte degenerado (Entartete Kunst) inaugurada el 19 de julio de 1937 en Múnich bajo la curaduría y supervisión de Adolf Ziegle y Joseph Goebbels; se trataba una organización deliberadamente caótica para condenar al arte moderno y a los artistas más representativos de estas corrientes. En una sala de la exposición en Nueva York había marcos vacíos y cédulas que señalaban un cuadro que debería estar aquí, gesto sencillo pero con una fuerza expresiva enorme; los responsables de la estetización del genocidio habían hecho desaparecer el arte que denunciaba los excesos y la represión del Reich así que volver a presentar la muestra no sólo debía de servir como reivindicación, sino como un recuerdo palpable de los condenados al silencio y al olvido.
Aquí, en el MUNAL, hay tres reproducciones en acrílico hechas a partir de los testimonios fotográficos de las obras de Dix, La trinchera (Der Schützengraben, 1923), grabado que sirve para la posterior elaboración del tríptico titulado La guerra (Der Krieg, 1929-32), también destruido, y Lisiados de guerra (Die Kriegskrüppel, 1920). Se ha optado no por el homenaje solemne sino por la re-presentación de las obras, porque quizá, en un país como México, las oquedades son demasiado cotidianas, quizá porque el silencio es asfixiante, porque la indiferencia es sobrecogedora, porque es justamente lo que no queremos ver, pero de algún modo hay que hacerle frente.
“Otto Dix: violencia y pasión”, título acertado para un ejercicio de la emotividad y la apreciación estética como esta muestra, lema afortunado para señalar a un artista que nos condena y nos salva en la justa medida, que retrata tiempos convulsos de una manera muy cruenta, sí, pero que también dibuja miradas serenas, atardeceres cálidos y figuras redentoras que sugieren la potencia de la esperanza.
Imagen tomada de ABC