Dejó consumir el cigarro en el cenicero. Se acomodó las gafas. Tomó del suelo la bolsa que le habían regalado en la librería hacia algunos meses. “Ya debería de utilizar otra”. Sacó el fajo de papeles con manchas de tinta en los bordes, dos cuadernos igualmente manchados en la punta derecha, una libreta intacta y algunos bolígrafos que aguardaban en el fondo. Una pluma se había chorreado, las otras cuatro, tres todavía con tinta y la otra gastada, se encontraban embarradas de la viscosa sustancia. En la esquina de la bolsa se sentía aún fresca la tinta. Contó las cinco plumas manchadas, las lanzó al bote de basura que estaba al lado del escritorio. “Mierda, ya estaba sentada”. Se levantó. Salió del estudio, se dirigió al baño a lavarse las manos. “Son las cuatro, si leo rápido podré tomar una decisión. Esa ponencia la debería enviar mañana. Lo tengo que hacer antes de que llegue Carlos y necesite el estudio, también debe de escribir lo suyo”.

Se secó las manos y volvió al cuarto, una habitación blanca: enfrente de la puerta se observaba una ventana pequeña con una cortina beige; a lado izquierdo un librero acomodado con orden; a la derecha, en la esquina un escritorio donde yacían regados los papeles y, al lado, una computadora; enfrente del librero un sofá; y en medio del cuarto una silla giratoria negra bien acolchonada. Se sentó otra vez y se acercó al escritorio. Tomó la bolsa. Examinó el accidente. “Tal vez podría… no. No se quitará ni con cloro”.

Depositó el morral en la basura. Acomodó los papeles. Buscaba las fotocopias. Maribel, su becaria del Instituto, una chica de cabello desordenado, grandes gafas negras, siempre sonriendo, las había sacado. “Maribel”, le había dicho cuatro horas antes, “saca fotocopias de estas cartas, ten cuidado”. Se encontraban revueltas en un fajo de cartas de Tablada en el archivo epistolario de la biblioteca del Instituto, ella necesitaba encontrar la correspondencia original que Efrén Rebolledo mantenía con sus compañeros del Ateneo para acabar el texto que había prometido al editor de la Revista de Filología. “¿Es para el artículo, Doctora? ¿Es lo que buscábamos, Doctora?”, preguntó Maribel. Ella alzó la ceja al oír repetidamente su grado académico. “No, pero tal vez sea algo que podría usar más adelante”. Le contestó. Siguió buscando lo que realmente necesitaba. Dio con la correspondencia, un puñado de cien cartas. Maribel llegó y le entregó las fotocopias. “Ahora ve y saca un juego de éstas, mientras iré al cubículo, ahí nos vemos”.

La becaria volvió una hora después, se disculpo repetidamente: “Doctora, Doctora”. Continuaron trabajando en lo que les correspondía, ella revisaba las cien cartas, seleccionando unas y desechando otras; Maribel leía un libro y anotaba en una libreta algunas citas. Dieron las dos. “Maribel, ya revisé tu tesis, lamento que no haya podido decirte mis observaciones, pero están ahí anotadas”, la chica sonrió, le pasó el engargolado, la becaria empezó a revisar el documento, sus labios hicieron una mueca de disgusto. “Bueno, nos estamos viendo mañana, no desesperes, vas bien. Pero hay algunas ideas… te las comento mañana. Descansa”. Salió del cubículo. Se dirigió a su coche. Dejó su bolso en el asiento del copiloto. “Ése fue mi error, lo dejé todo justo en el sol”.

Separó las distintas fotocopias. Tomó las reproducciones de las primeras cartas que le había encargado a Maribel. Tres cartas amarillentas, escritas con una letra cursiva propia de los hombres de inicio del siglo XX. No le costó trabajo ir descifrando las grafías. “¿Se habrán traspapelado? Estoy segura que corresponden a un epistolario mayor. ¿Dónde estará? Si los bibliotecarios y los del archivo se decidieran de una buena vez a reclasificar todo, podría saber en dónde se encuentra el resto de las cartas. Pero no, el sindicato y la falta de recursos. Y el director haciéndole la barba al rector. Política, siempre eso”. Separó las tres copias en una fila, las observaba, comparaba la letra de cada una, pasaba los dedos por las imágenes, en una fotocopia podía observar una ligera mancha, seguramente la destinataria las habría besado. “Si yo encontrara el resto, podría ser algo interesante, tal vez algo novedoso. Pero con qué presupuesto, bueno, si hablo bien con Rodolfo podría tener los fondos necesarios. Siempre anda ayudando a los investigadores desde que se volvió director”. El reloj señaló las cuatro de la tarde. Tomó la última carta, la que mostraba la mancha de las salivas de una mujer de hace un siglo:

Amalia, querida,

¿Te importa que te llame con ese nombre? Querida… si hubiera escrito amada sonaría mal ¿No crees? Además tu nombre ya lo indica. Dirás que soy un poetilla romántico con este inicio a nuestra correspondencia; pero ya ves que debo seguir las reglas del arte amatoria, si no cómo le haría honores a Ovidio. ¿Sigues guardando luto por el Coronel? Ya van dos años, aunque sé que será dificultoso que nos encontremos ahora con mi nuevo estado. Fidelia es buena, muy recatada en casa y en mi presencia. No temas por a quién doy mi devoción, sabes que era necesario casarme con ella. Mis padres me veían tan solo y decían que era momento de sentar cabeza, ya ves, lo hice, a regañadientes. Herencia, herencia. No te aburro más con mi aburrida vida conyugal. ¿Recuerdas nuestra infancia en la huerta de mi casa? Sé que no te gusta vivir en el pasado, prefieres el presente. ¿No me odiarás por mi decisión? Siempre dijiste que te gustaban mis principios, que yo tenía más valor que tú. Ya me ves, aquí con Fidelia y contigo Amalia. Dejo de escribirte, en estos menesteres es propio callar a tiempo. Te recuerda.

Rogelio.

Posdata: Conozco a mayores hipócritas que nosotros.

“Cursi”. Pensó mientras depositaba la fotocopia en su lugar. Escogió la primera de la fila, era posterior a la que acababa de leer; sin embargo se daba cuenta que faltaban algunas cartas para llegar al tema de ésta. Ninguna de las tres presentaba fecha. “Si logro reconstruir el epistolario, podría hacer un libro sobre la fidelidad o el matrimonio a inicios del siglo o sobre los amantes… no es de mi línea de investigación, pero estoy cansada de hacer esos trabajos sobre poetas de inicios del siglo, volver a hablar de ellos… tal vez un giro, total, ya no sabría que aportar”. La carta sólo presentaba unas manchas de tinta en algunos lugares del texto. “¿Habrá sido Rogelio o Amalia quien lo hizo?” ésa era la carta que le había llamado la atención, por los versos que estaban en ella:

Amalia, corazón viudo,

Sabes que siempre te contaré la verdad, detesto la hipocresía que pueda existir entre nosotros, con el mundo no tengo obligación de ser honesto. Recuerdo cuando en Querétaro fue tu boda. Aquel viejo Coronel te llevaba y te separaba de mí, claro que no sabía que en ese momento pudiera quererte, eso lo descubrí cuando te volví a ver en la Ciudad en la misa que se dio el jueves santo. Te divirtió que ese día profanáramos el templo con el pecado ██████. Llegue a la ciudad ese año, debía pasar una temporada con mis tíos por los bandidos y la guerra que se vivía en los campos. Tu todavía estabas con el Coronel, más chocho e inaguantable que antes. Perdona mis palabras, sé que contigo fue un buen hombre. Por aquel entonces Fidelia también visitaba a mi ██████ tía, también Mariano se encontraba en la casa, ¿lo recuerdas? Siempre se creyó un poeta como los de antiguo, pero sus versos ni del pueblo salieron, yo considero que sentía algo por Fidelia, pero no era tan perverso como yo. Claro que ███████ yo era más inocente cuando te vi aquel día en el templo. En esos días leía en la biblioteca de mi tío algunos libros, ciertamente prohibidos, que tu Coronel no te habría dejado leer, pero no los necesitas, ya sabes lo que hay que saber. Acababa de terminar Santa, la historia de la ███████, pero también leía estos versos que he vuelto a encontrar recientemente:

…………………………………………………….Te ha de cubrir la luna llena
………………………………………………………con luz de túnica nupcial
………………………………………………………..y nos dará la Dolorosa
………………………………………………………la bendición sacramental.
 
……………………………………………………Y así podré llamarte esposa,
……………………………………………………y haremos juntos la dichosa
………………………………………………………ruta evangélica del bien
………………………………………………………..hasta le eterna gloria.

La carta terminaba ahí, el destinador no había firmado. “ ‘Cuaresmal’ de Velarde”. Ella había trabajado dos años antes aquel poeta, cinco artículos y un manuscrito de un libro sobre él, cuidadosamente guardados en la computadora que permanecía frente a ella. Las cinco, pronto las seis. “Carlos llega a las siete. Debo tomar una decisión”. Fijó su atención al sofá, era nuevo, pero ya se veía la huella de una persona que se sienta horas en él mientras lee o fuma o “…coger, Velarde se refiere al acto sexual, ¿no es más fácil decir llanamente ‘coger’ y librarse de problemas?”. De la última carta a leer, le había costado trabajo descifrar la escritura, más juntas las letras, más remarcadas e inclinadas las grafías, como si tuviera emergencia de acabarla, además de que el papel se encontraba arrugado. Suspiró y se puso a leerla:

Remedios, no tengo tiempo. Pronto regreso a Querétaro. Me voy a casar con Alejandro. Sé que Leonel, tu Coronel, está enfermo. Antonio se ha pegado un tiro al saber la noticia de mi boda, hasta dejó unos poemas, todo lo han quemado mis tíos y han referido que su suicidio se debió a causas médicas, que era esquizofrénico. Sabes que no puedo decir lo que quiero en este papel, pero te propongo un trato, ¿recuerdas el escándalo de los cuarenta y uno?, cambiemos de género. Cuando seas viuda a nadie le va a importar, y menos en capital, que recibas cartas de un Rogelio o un Manuel. Yo te haré llegar la primera carta, sigue el juego. Mi futuro fiel esposo gusta de las jergas y de las putas, no le importará que le mande recados a una vieja amiga de la infancia. Sólo que se pasen las habladurías sobre mi primo, volveré a la ciudad. No será raro que una casada visite de vez en cuando a una viuda. Ya hablaremos en el té, mientras tanto escribámonos. Destruye esto por si acaso. Tu amadísima amiga Juana.

No había más cartas. “¿Cómo era la infancia de ambas?” recorrió con la mirada la carta. Encontró otra mancha de humedad al final de la misiva. “Otro beso, seguramente Amalia/Remedios junto sus labios a esa mancha cuando le llegó la carta. Tal vez por eso no la destruyó como Juana/Rogelio quería. Sería interesante… ‘Correspondencias, travestismo y retórica: una relación homosexual a inicios del siglo’”. Sonrió, “Tal vez el tema sea…” Prendió la computadora. Abrió Word. Sonaron unas llaves. Una puerta chirriando. Unos pasos lentos. Carlos se asomó al estudio.

‒¿Apenas haciendo tu ponencia? ‒se sentó en el nuevo sofá, abrió las piernas, sacó un cigarro. Lo prendió. Su respiración elevaba su pecho y su panza que ya sobresalía. Ella lo miraba fumar,  fijaba su mirada en la panza, luego en sus ojos.

‒¿Y qué vas a mandar? ‒le preguntó. Carlos era buen amigo de Rodolfo, “Con algo de presupuesto…”.

‒Encontré unas cartas interesantes, no sé si correspondan a un epistolario mayor, parece que se traspapelaron. Son dos mujeres gay que mantienen una correspondencia a inicios del siglo, tal vez sean reales o sean falsas, aún no sé.

‒Sofía, tú haciendo estudios queer, me parece interesante. ‒Volvió a llevar el cigarro a los labios, al exhalar dijo‒ Yo ya mandé mis “Observaciones sobre la espiritualidad y la herejía en El Quijote”. Te recomiendo que te apures. Así los dos vamos al Congreso y vemos a nuestros amigos de Argentina y Madrid. Te veo en el cuarto.

Se retiró del estudio. Se acercó a Sofía, le dio un beso en la frente y dejó el cigarro a la mitad en el cenicero para que se consumiera como aquel cigarro de Sofía hecho ya una colilla que ni humo desprendía. Sofía, al volverse a encontrar sola, vio la pantalla de la computadora, empezaba a oscurecer. Tomó el mouse. Abrir archivo. “Ponencia L. Velarde. Coloquio X Mérida”. Copiar. Pegar. Abrir archivo. “´Poesía de la revolución, López Velarde: Paradigma”. Copiar. Pegar. Abrir archivo. “Ponencia homenaje LV”. Copiar. Pegar. Abrir archivo. “Borrador. Libro LOPVEL”. Copiar. Pegar. Leyó. Abrió su correo electrónico. Tecleó: Maribel. Guardó el nuevo archivo. Escribió: “Maribel necesito un favor. ¿Puedes leer y corregir este documento? lo que consideres necesario. Gracias. Si no lo acabas hoy continuas en el cubículo. Mañana te comento tu tesis. Saludos y besos”. Enviar. Revisó algunos correos electrónicos. Le llegó uno nuevo de parte de Maribel: “Doctora, por supuesto le ayudo a revisar su texto. Saludos y hasta mañana”. Acomodó los papeles. Apagó el ordenador. Salió del cuarto a buscar una nueva bolsa para llevar sus cosas.

Imagen tomada de Foster and Partners

Escrito por:paginasalmon

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