En toda residencia monárquica, recién empieza el día, la servidumbre debe servir el desayuno a tiempo, caliente y según el gusto de la nobleza. Monarquía es un término altamente corrosivo para las naciones democráticas de Nuestra América, muy a pesar de su existencia circular y perpetua a través de la historia. Basta derogar una para encontrarse en esta interminable fila a la siguiente generación de aristócratas, esperando su turno de cambiar el menú, elegir las entradas y ser atendidos en la mesa más lujosa, a primera hora de la mañana. Sin embargo, no es el único modo en que estos grupos encuentran su movilidad; existe el camino largo, pasivo y acechante, el camino político de esperar que un día a la cúpula le haga falta, por muerte, un elemento. Es entonces cuando la campaña de toda una vida puede o no surtir efecto; pero esto sucede una vez cada siglo: la vida de la nobleza es prolongada, rutinaria y fosilizante.

Cada noche, la servidumbre en turno (aristocracia en pausa), se va a la cama recién terminadas sus tareas, después de complacer a sus señores, rezando, implorando, hasta maquilando un plan que nunca llevarán a cabo por cobardía o comodidad, para que, en el siguiente desayuno, le toque sentarse a la mesa, repartir el pan y comer primero. Sueña y suspira por un trono vacío en el cual hundir sus nalgas para escribir las leyes que mejor convengan a su mandato. Aquí el objeto: México es la residencia de muchas monarquías.

Nos parece obsceno que nuestros diputados, miembros de ese contrasentido que es la monarquía del Estado Democrático, cobren la paupérrima cantidad de $150,000 al mes, por concepto de dieta, asistencia y apoyo a la ciudadanía, como si cumplir con las obligaciones legislativas fuera un simple bono y el verdadero mérito fuera haberse procurado la curul; nos parece obsceno, pero nadie parece listo para impugnar la desproporción exorbitante que existe en esa otra no menos cínica monarquía: la academia. Y aquí se define: entre los sueldos de un profesor por asignatura –esto es, una sola materia por impartir –, y los de los que muy nacionalistamente llegan otorgando sus dádivas de palabra, montados sobre un Jaguar o encomendados a Nuestra Señora de las Mercedes(-Benz).

Estos académicos de primer nivel –no por su calidad, sino porque están en lo más alto de la cadena alimenticia– han querido justificarse con el discurso neoliberal del progreso por propio esfuerzo, pero cuando se trata de hacer el recuento de los méritos, sólo ellos parecen merecer el crédito por lo que ha hecho la obra-de-mano-académica a su mando. En franca asimilación de la forma más voraz del capitalismo, el discurso que enarbolan es el que afirma que como ellos controlan los medios de producción académica, el capital económico y de prestigio que produzcan es, por derecho, suyo. ¿Qué les toca a los otros? Las migajas. ¿Y a los de debajo de los otros? Las migajas que sobren de las migajas del de arriba, migajas que no van a dejar de caer y desintegrarse, en partes cada vez más pequeñas, hasta alcanzar a la mano de obra, contenta con decir que comió de la boca de quien la oprime. Vivir del desperdicio que dejó el de arriba: esa es la dieta académica.

Y, a pesar de lo indigno de esta actividad, parece que con cada generación que pasa no hacemos sino fortalecerla. Las estructuras de poder detrás de este esquema, que se antoja piramidal en todos los sentidos, recuerdan a la empresa multinivel Herbalife. Ahí está la clave de su supervivencia: esa consciencia de gremio que convierte a los adeptos en adictos y que los enorgullece de una actividad estatuaria y ornamental, como si fuera una bandera. No exageramos: se llega al ridículo de agruparse bajo el ala de las Vacas Sagradas, bautizarse en recuerdo del Grande y declarar la guerra frontal a los que no comparten nuestro credo, cuando todo podría resumirse en la más sencilla etiqueta de “vasallos de la corte académica”. Renunciemos a esta forma de violencia intelectual, que no hace sino reproducir en pequeña escala lo peor de un sistema.

El poder en la iglesia, en la academia y en el Estado –tres nombres de una misma enfermedad– no es transferible: está en las manos del elegido, el único que tiene acceso a la promesa; el Papa es el puente de Dios con el hombre; los mandatarios son el vínculo de la Justicia y el Orden con la sociedad; la Vaca Sagrada es la columna que sostiene el conocimiento de pie para que lo contemplemos. Los seguidores ven la promesa, pero de lejos: se aproximan, a lo mucho, a través de las encomiendas verbales o de la cercanía con el poderoso. Está claro: estos modelos sobreviven porque prometen, porque ofrecen un concepto abstracto en cuya verdad creemos y cuya adquisición esperamos conseguir algún día. No obstante, sería ingenuo creer que con esto basta. El otro común denominador de estos tres esquemas es el lujo, forma visible de la promesa. Creemos en la divinidad porque las catedrales se nos antojan sublimes como una anticipación del Cielo, y que la solidez de los palacios nacionales debería reflejar la rectitud de los servidores públicos. Que no nos sorprenda, entonces, ver a las Vacas Sagradas llegar en autos de lujo, con chofer privado y enjoyados hasta lo vulgar, a una institución académica que apenas tiene para pagar unos baños nuevos cada medio siglo: es su forma de mostrar que la promesa existe y da réditos. Pero hay que esperar. Por eso la dieta académica surte efecto en las universidades públicas (y gratuitas): la ostentación encuentra terreno fértil cuando se opone a la escasez. Los fundamentalismos y las dictaduras ocurren en mayor cantidad y mejor calidad cuando es pobre la tierra en la que echan sus raíces. Para colmo de males este sistema castizo, hijo deforme, pero todavía vigoroso, de la Corona Española y el clasismo neoliberal, es la piedra sobre la cual se fundamenta el prestigio de las universidades públicas.

La aspiración que valida los trabajos termina cuando la repartición de los recursos responde a aportaciones difusas, muchas veces transmitidas como un conocimiento arcano, que no impacta en la sociedad y que poco o nada ha considerado el diálogo con investigaciones en otras partes del mundo; por esto mismo resulta difícil atraer crítica y ética a estos campos, ya que mientras los niños saltan para alcanzar la piñata, los adultos se divierten a sabiendas de que uno de ellos, al final, llegará para repartir los dulces del modo en que le plazca. Los aspirantes se convierten pronto en ilusos a la espera de ser atendidos. Suspiro tras suspiro, todo su aliento sirve para la engorda de las Vacas Sagradas. Éstas, para poder reciclar su propio trabajo y alimentar su posición con el ajeno, primero tragaron enardecidamente su ética disfrazada de esfuerzo individual, pasando por encima de los otros aspirantes (¿suspirantes?) a Vaca Sagrada. No sólo engulleron a sus pares para poder acceder a la cúpula, sino que después de eso, les otorgaron una dádiva inclemente para tenerlos por siempre a su disposición, o de un solo golpe crear dos ejércitos para enrolar incautos y usarlos como carne de cañón con la cual hincharse de prestigio.

Las líneas de estudio de las universidades públicas son el mejor de los testimonios: no existe una línea de investigación que se incorpore a la curricula si una Vaca Sagrada no la ha fundado ya desde su invisible Centro de Investigación. Cualquier intento por acometer, antes de un académico de prestigio, el estudio de un enfoque novedoso o, cuando menos, diferente, puede esperar que lo ignoren, en el mejor de los casos, cuando no que lo ataquen frontalmente, en el más lamentable. En la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, es casi impensable trabajar con géneros populares en español porque ninguna prestigiosa Vaca del ámbito hispánico ha tenido a bien interesarse en fenómenos literarios diferentes a los heredados por Menéndez Pelayo; de igual manera, los lingüistas interesados en el formalismo, y no en el funcionalismo, sólo encontrarán ostracismo y linchamiento.

¿Con qué nos deja este panorama? Con una clase intelectual altamente preparada, pero sin escalabilidad social y profesional: «[…] los mejores recursos están acaparados por los que están mejor situados socialmente. Éstos se protegen y se defienden de los otros por medio de una clase intermedia que amortigua la diferencia y protege a los que tienen de los que no tienen […]». (Castrodeza) Entonces, todo el asunto se convierte en una lucha de facto por la supervivencia. Y en la selva no existe la ética; en la selva existe el hambre, la presa y la rapiña. Esta situación lleva al aprendiz de Vaca a renunciar a sus aspiraciones o a transigir en el juego de la dieta académica. Si lo pensamos un poco, todo esto no es muy diferente de lo que hemos visto publicado en fechas recientes en las páginas digitales de Animal Político: los huachicoleros no son, como quieren pintarlos los medios, rancheros improvisados que succionan con mangueras el petróleo de los ductos; no, son técnicos petroleros altamente calificados, infiltrados en Pemex y en colusión con el crimen organizado. Y el viejo y burdo procedimiento expuesto en “La estafa maestra” de crear empresas fantasma o el nuevo y más sofisticado de triangular el desvío de recursos a través de universidades públicas para robar no es utilizado por ignorantes diputados (así sin especificaciones), sino por los mejores equipos de abogados, economistas y funcionarios de las dependencias gubernamentales.

La putrefacción del sistema no permite entrar a la estructura sino a través de la corrupción, y aquí está el problema central: más de uno podrá argumentar que, con todo y sus malos manejos, las Vacas Sagradas pueden, en efecto, merecer su lugar en la escala académica por ser investigadores de primer nivel –ahora sí referido a la calidad–, a pesar de que perpetúen este modelo. La respuesta es clara: si reproducen las dinámicas de violencia académica, de supresión de la competencia, de actividades poco éticas, todo su trabajo sirve para nada. México no necesita académicos de primer nivel, no necesita técnicos petroleros de clase mundial o a los economistas más brillantes; necesita académicos, técnicos e intelectuales éticos. Lo demás es accesorio mientras no alcancemos esto.

Al jerarquizar de esa manera las actividades intelectuales, a través de favores, contactos y espectacularidades se reafirman todas las desigualdades que se viven en el país. La gran mayoría de los investigadores destacados en toda la educación pública provienen de entornos con mayor capital cultural y sobre todo monetario que su “competencia”: se trata de personas que tienen los recursos para desarrollar investigaciones por más tiempo o que a través de sus contactos y conocidos son los primeros en conquistar estos espacios. La educación privada no parece dar una mejor alternativa para nivelar la desigualdad con la que los estudiantes de primer ingreso inician sus carreras profesionales, pues según una investigación hecha por el Universal, un gran porcentaje de alumnos provenientes de escuelas privadas y con mayores recursos aprueban y aseguran un lugar en la Universidad a través del concurso de ingreso, una brecha que el esfuerzo personal no parece sanar en la generalidad cuando con formaciones desiguales en el mismo terreno la gente con más posibilidades se beneficia más de la institución pública. Así, la Universidad Panamericana ha decidido dar inicio a la construcción de su propia ciudad universitaria en el municipio de Huixquilucan, Estado de México, a imitación de las instalaciones de la UNAM como medida de restauración después de las investigaciones en torno a los plagios de tesis. Sí, el nuevo campus tendrá capacidad para más estudiantes, pero nada dicen respecto a la reducción de los precios en sus colegiaturas al aumentar la oferta de lugares, todo parece apuntar que se trata, nuevamente, de una carrera por el prestigio y la hegemonía. El punto de quiebre de este sistema “interno” es el subempleo al que la aplastante mayoría de profesionales se verá destinada como verdaderos obreros del siglo pasado, por la cantidad de trabajo y por los sueldos.

Al final de todo, llega un momento en el que la Vaca Sagrada muere: ni ella ni él ni los otros podrán comer de su carne porque la carne está vedada a quienes señalan y traicionan; esa carne, llena de prestigio no de proteínas, esa carne, amenazante y estéril, esa carne, caníbal en curso, habrá de comérsela otra Vaca.

NOTA:

Este texto pudo ser una lista de todas las personas que reproducen estas prácticas, pero para ello necesitaba escribirse sobre uno de los murales de la Biblioteca Central.

Fotografía de Ulises Valderrama

Escrito por:paginasalmon

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