¡Mundanos, venid a mirar nuestro reino torcido de los últimos días!

Nuestra sexualidad está cada vez más licuada, y por eso yo, el juglar de la jotería, les he de contar la gran historia. ¡Venid, venid hacia mí, sentaos alrededor que empezaré a platicar algo casi inenarrable! ¡Escuchad!

 Se dice que un trío de nobles corría desnudo a través de un perturbador terreno de alegrías. Luego de haber asesinado al último de los venados, el más alto de los tres nobles quiso tomar a la única dama, apretándola por la espalda, pero ésta se volteó velozmente y dijo: no, por atrás, nunca. Fue entonces cuando el hombre tomó al otro varón y replicó el abrazo, pero antes de que algo sucediera, los tres cayeron rendidos ante un sueño tan profundo y tan carnoso como abismos negros. Mientras los amantes machos, y la joven, descansaban sobre la hierba perfumada, las ánimas de sus pensamientos se infiltraron por las venas de sus sexos para cobrar vida y hablar por delante y por detrás.

Al primero de ellos se le nutrió la verga morena, que antes dormida, se irguió con vigor y libertad junto al otro amante, cuya fuerza ontológica llegó al segundo motor de su existencia. Empezó a contraerse, deslubricarse y liberó en un leve suspiro la vida de su culo. Ambos sexos palpitaban, y fue entonces cuando se efectuó aquel debate idílico que hoy les voy a platicar.

Habló primero el inquieto Pene, desde el volumen de su uretra: ¡Nosotros, los activos de occidente, estamos hartos de ser atacados y catalogados en el libro negro de la mariconería pasiva! Si bien hemos sido aceptados mejor que ustedes a lo largo de la historia, hoy aventamos el pasado a la basura y les decimos que: ¡basta de tener el culo y la conciencia tan soberbia!

Escuchó esto el Culo e indignado le contestó a la Verga: señor Falo, te sientes atacado ¿por nuestra soberbia? déjame decirte que me siento absolutamente insultado. A ti nadie te ataca, al contrario, se te alaba, no sólo por los míos, sino por todos a tu alrededor. Vivimos en tu mundo, no eres descrito con desprecio, tú no recibes burlas o acosos, a ti no te dan cachetadas que, aunque yo y los de mi credo disfrutamos, se llegan a sentir violentas. Mira que a nosotros los mordelones nos agreden siempre, nos llaman garganta profunda a pesar de que nuestro diámetro le encanta escarbar. Nos lastiman cada que arremeten contra nosotros, nos embisten, nos escupen, nos poseen y nos botan por otro más voluptuoso. A ti señor Falo, nadie te ha atacado.

La Verga, cargada de esperma y de coraje, respondió: no te victimices tanto, tramposo Culo, no me quieras evadir el tema o lavar la ropa blanca con la de color. Yo sé lo mucho que llegas a padecer mis embestidas, pero admítelo, escogiste ser así. Tú, quien bíblicamente no fuiste hecho para el amor, has decidido, por placer o rebeldía, normatividad o jotería, aceptarte el vivir así. Ese dolor que describes es tan intenso como el placer que entre líneas dejas ver, incluso tu placer, por tener en lo más escondido de tu corazón anal el punto clave de nuestra hombría, llega a ser mucho mejor que el mío, dicen. Tú, Culo, como pasivo sexual de nuestro mundo, lo único que tienes que hacer es cuidarte. No me vengas a chillar porque tu amo, ese humano dormido, te ha elegido a ti como motor del arrebato. Nosotros los penes y sus amos no sólo debemos resguardarnos el pito, sino que, todavía, a sabiendas que vivimos en un mundo rodeado de pasivos (si gustan, público, pueden llevar esta oración a todos los sentidos), quieres que cumplamos con varios requisitos. Yo, como ente y músculo, fui instruido para relajarme y fortalecer, pero no siempre lo consigo, porque los tuyos, siempre tan atrevidos, quieren que seamos machos y corpulentos, atléticos y bellos con vellos, amantes de los deportes y los coches. Quieres que nadie en el mundo divertido de los homosexuales nos conozca a mí y a mi amo, quieres que estemos reservados para ti, porque sólo así cuenta ser querido, y cuando por fin juntos nos vean, te vuelvas la novedad afortunada. Tú te alzas con el derecho de ser maricón y afeminado, de hablar y moverte como quieras, cualquier instinto que tu jotería demande, y encima me juzgas por mis ademanes de travesti, mi vestimenta y moda, mi voz de jota escandalosa ¡la tuya es igual! pero no hay problema porque tú, Culo, eres el sometido, ese es tu estandarte. Yo dominante, ni hetero puedo ser, me quieres superior, que sea otra criatura, discreta y acaudalada, guapo y muy viril, que nunca se me note lo torcido, no me das derecho de empoderarme, a jugar con accesorios de niña, y encima de eso me lo embarras en la cara y en el glande cuando utilizas tacones o diamantes. Exiges que seamos hombres rectos mientras ustedes pueden ser hombres de recto.

Dicho esto, el Culo, furioso por lo escuchado, se aclaró la garganta para exponerle al Pene lo siguiente: yo sé, dulce Pene, que a veces los míos son tercos, pero sucede igual con los portadores de tu cuerpo, tu estirpe nos exige a los cachetones ser igual de idealizados que ustedes, nos rechazan por diferentes —“¡esto es porque pedimos lo mismo!”—interrumpió el Pene—. Si logramos cumplir su demanda, tenemos el derecho de exigir sus propios requisitos, aplicarlos, cuando nos volvemos lo que quieren, pedimos lo mismo a cambio. Al varón enamorado de varones le encanta pedir un semidiós, pero no se toma la molestia de ser uno. A veces solemos creer, ingenuo Falo, que les gusta nuestra candidez, porque cuando nos hallamos en esa cueva de música y arcoíris eléctrico, su propósito es seducir para luego embestirnos. Nos hallamos tan obsesionados con la atención y el cariño, que el elemento de aviso a nuestra condición es ser lo contrario a lo que ustedes llegan y presentan. En nuestro mundo, sólo los polos opuestos compenetran. Vete a ti, que, en un solo hueso ausente de calcio y mucha carne, reúnes una dupla de lingüísticas sexualidades. Tu nombre de nacimiento: el pene; y tu título de macho: la verga, que otorga un pundonor más popular entre los barones, cuyo artículo “la” designa femenino al atributo más preciado de la masculinidad. Hemos alimentado tu ego, Verga mía, hemos acariciado con nuestra boca húmeda tu cuerpo, te hemos soportado cuando no sabes moverte, hemos hecho el trabajo cuando se te dificulta.

Y se valoran tus consideraciones, bello bombón colorado, pero si a la copula quieres llegar, voy a reclamarte la poca consideración que tienen algunos de los tuyos —para ese momento, las venas de la Verga habían brotado exaltadas, las gemelas rechonchas que yacían bajo ella fueron tocadas por el amante dormido y esto dio más imponencia al joven Pene—. Si después de todo lo que hemos alegado —prosiguió— quieres llegar al sexo, prepárate para lo escatológico: no nos gusta que nos caguen, a nadie. Si ya sabes a lo que vas conmigo, báñate, purifícate de toda mácula, que no quede rastro de aquello que vomitas. Cuando yo voy a coger, hasta los jodidos pies me limpio, no habrá ni lagrimas ni lagañas en mi único ojo. Yo sé que de repente el deseo, ese amante tan antiguo, nos gana, la situación cae de improviso, pero para eso se inventaron las escusas, las palabras claras y los cinco minutos previos de preparación. No permitas que un descuido, a mitad de nuestro acto entre las sabanas, arruine un posible futuro y nos incomode a ambos. Envíale este mensaje a tu amo de parte del mío (se aclaró el escroto la Verga, para cantar poesía dentro de su alegato): “Hermoso Titán, conócete, explora tus cavidades que yo lo he hecho. Cómeme el hoyo si quieres, embísteme si te place, te lo permitiré y quizá, solamente así, podamos comprendernos, pero si fiel a tu credo vas a continuar, voy a decirte, que de nada sirve tu chulísimo culo de durazno, si al morderlo, se haya un fruto ya podrido.

Y de nada sirve, arrogante Pene —expuso el señor Culo— tu grosor y tamaño si tu amo es borracho y aún frente a mí, sigues encapullado, acurrucado sobre tus mellizos. Si una vez que fuiste a expulsar agave o mineral tu olor es de la parrandera o la yema de tu pene esta polveada o tiene barba, o si por algún precepto racial, étnico, familiar o personal, te visualizas monje en días de lluvia, entonces, créeme: si llegas sin asear, no voy aguantar ni a tragarme tus desconsideraciones y olvídate de profanar los altos sagrados altares de Sodoma.

Ambos entes carnosos quedaron con la boca (o los orificios) abierta. Después de un momento sin contestarse, la Verga y el Culo, ya escupidos los argumentos e inconformidades, fueron visitados por una delicada Mariposa de fruncida anatomía, la cual había escapado de otra epifanía genital: pertenecía a la doncella que yacía acostada junto a los machos. La hembra habló: Los escucho aquí y ahora, señor Pito y señor Ano, y no me queda más que recitarles un poema de reconciliación. La criatura aterrizó cerca de ellos y mientras abría y cerraba su vaginal anatomía, con sus fruncidos labios de clítoris de fresa, cantó lo traducido a continuación: “Cede y ama, conde Falo, a mi hambre de tu leche, al caramelo de mi esencia, a los choques de estas las posaderas. Cede y ama, marqués Culo, soberano del reino de lo opuesto, a la cereza de mi glande, lo esponjoso del escroto, el perfume de estos nuestros pubis fogosos y el roce terso de mis testículos llenos. Bésame, precioso Ano, porque me han dicho que contigo se abraza y se devuelve, y se traga y se devuelve, y se abraza lo devuelto”.

La inocente Mariposa al finalizar su fluido canto hizo despertar a los amantes, el trío antes descansado, únicos dueños del Culo y el Falo, se miraron mutuamente, unieron sus tres bocas en una sola flor de triples besos. El Clítoris mariposa había vuelto a la cuña de su dueña, el Culo, al anillo de su amo, y la Verga, como espada envainada, regresó al reposo del cazador. Seguido de esto, los humanos continuaron corriendo por ese delicioso jardín de deformidades y maravillas. La doncella se perdió entre matorrales, huía. Quedáronse solos los preciosos condes que volvieron a unir sus bocas en la copula de un solo beso. Así, al trazar una tregua entre sus tantas diferencias, y gracias a la voluntad de los dioses mortales (machos-amantes), se dio fin a este debate peneano que se fundió en la liturgia sudorosa de un cálido y mojado abrazo.

¡Ahora, corran Mundanos, yo debo desaparecer antes de que me maten, adiós, pajarillos, vuelen y vayan a darse montones de abrazos sin utilizar la carne de sus manos!

Imagen tomada de Wikimedia

Escrito por:paginasalmon

Un comentario en “Debate idílico entre la verga y el culo | Por Luis Romani

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