Llevamos ya tres décadas en que los mexicanos nos reconocemos como ante un espejo en la palabra “crisis”. “Crisis” pasó de ser una expresión de shock en los setenta, el lugar común del malestar permanente en los ochenta, la combinación de engaño, depauperación y decepción en los noventa, a ser hoy un vago descriptor emocional. No hay vocablo que soporte un abuso semejante.
Cuauhtémoc Medina, “Crisis y autonomía”, 2002

Aunque puede encontrarse a quien lo siga intentando, parece haber un consenso en que definir un proyecto unívoco para la crítica de arte en nuestros días es imposible. Tratar de definirla, incluso, es ya una aventura en la que pocos se atreverían a embarcarse. Uno de estos intentos fue llevado a cabo por James Elkins hace casi diez años apelando en su The State of Art Criticism a una analogía por lo menos dudosa: la división de sus ámbitos a manera de hidra con sus siete cabezas o subgéneros (ensayo de catálogo, tratado académico, crítica cultural, arenga conservadora, ensayo filosófico, crítica descriptiva, crítica poética). O esas cabezas se enrollan una sobre la otra o se tragan o se multiplican infinitamente porque, pongamos por caso, el ensayo de catálogo puede ser todo ello y más a la vez. Esto no impide, sin embargo, que las circunstancias propicien ocasionalmente un cuestionamiento sobre las posibilidades no ya de un proyecto general para la crítica, sino más modestamente sobre las condiciones en las que se encuentra en determinado momento; o, en términos kantianos —para volver por un instante al origen de eso que llamamos crítica— ciertos eventos favorecen la autorreflexión sobre las condiciones de posibilidad de aquello que ha sido llamado crítica de arte.

En México, siguiendo las palabras de Medina que abren este trabajo, esta crítica de la crítica se da a partir del sentimiento de crisis; no la crisis, en general, sino la crisis mexicana, esa en la que “los mexicanos nos reconocemos” y por la que abusamos del término. Esto es una exageración, claramente, pero en esencia no tan inútil para el caso. Recordemos, por ejemplo, algunos de los títulos de artículos acerca del tema que fueron publicados alrededor del año 2015 en los principales medios de nuestro país: “Algunas reflexiones en torno a la(s) crisis de la crítica de arte”, “Vacíos de la crítica de arte en México”, “El fantasma de la crítica en México”. Sin embargo, esa misma exageración, abuso, del término “crisis” para describir lo mexicano, puede ser invertida bajo la mirada de otra cita del mismo texto del epígrafe:

No es casual la proximidad fonética de las palabras “crisis”, “crítica” o “criterio”. En griego krísis significa “decisión”, “elección”, “juicio”, lo que a su vez es derivado de kríno, “yo decido, separo, juzgo”. Lo mismo que “crítico” es aquel que ejerce la facultad de hacer distinciones, es decir, escoge entre varias “opciones” de juicio, krísis significa “el momento decisivo en un asunto de importancia”. Según el diccionario etimológico de Joan Corominas, hacia principios del siglo XVIII “crisis” viene a designar una “mutación grave que sobreviene en una enfermedad para mejoría o empeoramiento”. Lejos de designar el padecimiento o conflicto en sí de un organismo, una institución o una situación, “crisis” significa su entrada en disyuntiva.

Entonces, y ya fuera de la hipérbole de la crisis mexicana (que sin embargo sirve para monitorear el estado de la cuestión en una tradición de trance), podemos interpretar la discusión de la media década sobre la crítica de arte en nuestro país como la aparición de una duda pero también, al mismo tiempo, como el advenimiento de una posibilidad. Momento decisivo, disyuntiva. Antes de explorar la sintomatología de este fenómeno, sin embargo, es preciso acotarlo con algunos datos. Primero, decir que esto que he llamado crisis de la media década para la crítica de arte en México no es un hecho aislado, sino que se inscribe en una discusión internacional que en nuestro milenio comenzó el ya mencionado James Elkins, cuya teoría de la crítica como hidra, de hecho, es parte del resultado de su participación en el seminario sobre el tema que él y Michael Newman organizaron en 2005. La apertura de esta problemática tuvo repercusiones a más largo plazo a nivel global.

Otros datos importantes, de eventos que sucedieron ya dentro del territorio mexicano, responden a la aparición de distintos modos de abrir plataformas para pensar el estado y las posibilidades de nuestra crítica de arte. En 2014, tuvo lugar el Coloquio Iberoamericano de Crítica de Arte (CICA) organizado por el INBA, la publicación de El cubo de Rubik de Daniel Montero y Contra el arte contemporáneo de Javier Toscano. Antes se creó la revista Caín y posteriormente la Escuela de Crítica de Arte y el Blog de Crítica. Fue en este último medio donde la mayoría de los postulados sobre la crisis de la crítica de arte fueron puestos sobre la mesa. Ahí, en “El fantasma de la crítica en México”, Óscar Benassini, editor de Caín, hace una serie de seis preguntas a distintos actores del campo del arte (artistas, curadores, críticos, escritores, académicos) sobre la crítica de arte en la actualidad partiendo del supuesto, no carente de malicia, de que era inexistente en nuestro país. No tanto sus preguntas orientadas por un principio cuestionable y polémico, sino las respuestas de sus interlocutores pueden alumbrar el estado de crisis que consideramos en los párrafos anteriores y que es observado por ellos mismos.

Es a partir de esas respuestas, y de algunas otras intervenciones en el mismo u otros medios públicos, que se hace posible rastrear en su momento un estado general de alerta ante las cuestiones que determinaban el quehacer crítico en nuestro país. Y es viable también esbozar, a través de su análisis, una crítica quizá un tanto inmediata del funcionamiento y repercusiones de los proyectos que intentaron paliar los vacíos que estos actores comentaban. Para llevar esto a cabo, una división de los temas generales que fueron abordados en las preguntas de Benassini es imprescindible, aunque bien podrían no ser los únicos. La relación de la crítica con lo público y su público, con los medios, el mercado, la academia y los museos, marca de alguna manera el derrotero de las preocupaciones principales que conformaron la discusión y que siempre serán temas medulares para hacerse cualquier pregunta sobre la crítica.

Crítica y espacio público

Si aceptamos como premisa que la experiencia del arte tiene lugar necesariamente de manera colectiva, como un intercambio simbólico dentro de una esfera pública, y que este mismo modelo opera para la crítica de arte, la crisis de uno o ambos ámbitos podría nacer de una falla en ese sistema de intercambio. No es otra cosa lo que los actores del campo del arte mexicano responden a Benassini cuando éste filtra en sus preguntas algo que dirige la atención hacia el problema del espacio público para la crítica. Desde posturas que podrían parecer un tanto nostálgicas respecto a la función del crítico como “árbitro del gusto” en la vida pública del siglo XVIII, hasta propuestas elaboradas sobre lo que podría llegar a ser en el mejor de los casos el espacio público de la crítica, los entrevistados abordan el problema planteando que hay una serie de contrariedades en la circulación de la crítica debido no sólo a los mecanismos que son utilizados, sino también a los discursos mismos y su recepción.

En ese sentido, en su réplica, Aline Hernández, plantea que la crítica en México es frecuentemente tomada de modo personal, lo que ocasiona que aquello que se cuestiona, analiza o critica, deviene como una afrenta con nombre propio. Los textos críticos son entonces considerados como ataques direccionados contra curadores e instituciones, se vuelven meras cuestiones personales.

De este modo, lo privado es insertado en lo que, en teoría, debiera ser enteramente público, poniendo una barrera probablemente infranqueable que deviene en una parálisis del sentido crítico y su consiguiente apertura al diálogo y la discusión. El ideal de la crítica, por el contrario, puede ser esbozado si se rebasa esa crisis o, cuando menos, se pase por alto la posible infiltración de lo personal en lo público. En una de las respuestas a las preguntas de Benassini, Karla Jasso explica este mejor escenario de la crítica, en que el espacio público da pie a un espacio teórico en donde la participación común puede transformar incluso las prácticas artísticas.

En un orden de ideas por completo diferente, para un artista, Luis Felipe Ortega, la discusión pública que genera la crítica ha sido determinada en México por una serie de figuras que acompañan la producción artística desde el medio siglo pasado: Jorge Cuesta y Los Contemporáneos; García Ponce y la Ruptura; él mismo, Cruzvillegas y Abaroa en diálogo con Cuauhtémoc Medina. Si así fuera, estaríamos hablando de que un grupo legitimante hace públicas sus discusiones, no de singularidades que generen un espacio público a partir de ellas, lo que representaría el escenario utópico. El problema de la crítica, en su natural espacio público, se encontraría así no sólo en su circulación, sino en la raíz misma de su realización bajo un esquema de poder, educativo y de mercado, que le marca la pauta desde su concepción.

Crítica y medios

No menos reveladoras de la idea de crisis de la crítica de arte en México son las opiniones de los entrevistados por Benassini respecto al cambio que se ha producido en los medios de comunicación. En principio, parece existir la postura general que remarca las condiciones que operaban durante la segunda mitad del siglo XX: los periódicos, y en particular sus suplementos culturales consolidados, como canales privilegiados de difusión y crítica. Hay quienes ven el contraste entre esto y lo que pasa hoy en día en la inoperatividad de esos recursos, algunos que quizá esperarían su regreso y, por último, los que proponen un cambio total en la perspectiva de socialización de la crítica.

Amanda de la Garza, por ejemplo, afirma que junto a la transformación de las prácticas artísticas se ha producido también la de los medios que pueden discurrir sobre ella, por lo que los antiguos son ya obsoletos para hacerlo. María Virginia Jaua y Juan Carlos Reyna, por su parte, expresan que el declive de la crítica va de la mano con el declive general de la producción y el interés en un pensamiento crítico, materializado —o, mejor dicho, desmaterializado— en la gradual desaparición de los mismos suplementos y otros impresos que lo soportaban en décadas anteriores.

La cuestión parece residir entonces en una mala proporción y fluidez entre la oferta y la demanda; o la demanda es poca o no es satisfecha; o la oferta es mala o está oculta. Entre todas estas distintas posturas respecto a los medios de la crítica, que como en el caso del espacio público van de lo distópico a lo utópico, rozando a veces la nostalgia y provocando un impresión general de crisis, vemos que se hace urgente cuestionarse su estatuto y proponer soluciones. Y no es otra cosa, al aparecer, lo que un proyecto como Blog de Crítica pretende realizar desde su concepción.

Crítica y mercado

El problema de los medios es también inmediatamente relacionado con el mercado del arte, y lo que gira alrededor de él, a través del contraste por los entrevistados de Benassini. Juan Carlos Reyna lo expone de forma clara apuntando: “Hay gente que escribe crítica de arte. Lo que no hay son medios que paguen textos críticos de arte ni lectores de reseñas. El público crítico, en general, es muy escaso. Paradójicamente el flujo de recursos en el llamado «mundo del arte» es cuantioso, así como la cantidad de público que visita ferias, inauguraciones y muestras.” Pero, ¿de verdad están relacionados? Y si es así, ¿de qué manera funciona este vínculo? Daniel Aguilar Ruvalcaba, por su parte, respondería a estas preguntas diciendo que “La crítica de arte no trae beneficios. La crítica de arte cuestiona, y cuestionar provoca pérdidas. Por eso nadie quiere a los críticos y menos si son vigorosos.”

Según esto, el mercado del arte condicionaría la crítica a través del control de los medios que pueden sostenerla. Si la crítica se opone a los intereses del mercado, su supervivencia sería puesta en entredicho por los mecanismos del poder mediático. O, simplemente y de manera inversa, la crítica tiene que navegar contra la corriente del mercado y sus mediaciones públicas si pretende cuestionar sus postulados. La opinión de Jaua, en el mismo sentido, es lapidaria: “pareciera que la cantidad de dinero «movilizado» en la burbuja del mercado artístico es inversamente proporcional al ejercicio de la crítica y a un trabajo riguroso de cuestionamiento sobre las mismas producciones.”

Ya con estos ejemplos, podemos notar que la opinión de que el mercado prescinde de la crítica es generalizada. Y esto nos lleva inmediatamente a concluir que la relación ha sufrido un cambio drástico en comparación con lo que sucedía durante buena parte del siglo pasado: el efecto de legitimación del arte que el crítico llevaba a cabo desde su escritura ha sido puesto en duda, su rol mismo en el sistema artístico tambalea al querer constituirse como aquello que fue en algún momento.

Crítica y multitareas

Si las condiciones comerciales han transformado la labor crítica o están obligando a ello, no hay una prueba más clara que ésta: el desplazamiento laboral del que ya no es crítico de arte simplemente, sino curador, profesor, comunicador, investigador, artista, etc. En la profesionalización de la labor crítica, entonces, subyace el imperativo de una formación, ya sea académica o práctica en tareas que pasaron de ajenas a fundamentales para su desarrollo. La crítica, desde este punto de vista, tenderá a llevarse a cabo desde dentro de las prácticas de circulación artística.

Daniel Aguilar Ruvalcaba, por ejemplo, considera que la crítica se ha especializado en la labor del curador, pero que esto redunda en la imposición de una interpretación unívoca de las piezas que ocupa las cédulas de las salas de exposición y que termina por convertirse en moneda de cambio del resto de la producción pseudocrítica que inunda los medios masivos, consumida por los espectadores y, en ese sentido, la crítica sólo podría ir al extremo opuesto: su banalización. La multitarea o, si quiere verse así, la interdisciplina, condicionaría entonces la tarea del crítico hasta el punto de anular el posible dialogismo que desaparece en la repetición mecánica. La labor del crítico desde la institución, pública o privada, es así puesta en una dicotomía: entre las posibilidades que se abren al experenciar los procesos de circulación artística y el peligro de repetir discursos prefabricados, resulta difícil saber cuándo y de qué manera el discurso crítico es genuino.

 

Podemos decir en conclusión que la aparición de ciertas voces que se cuestionan el estado de la crítica de arte en nuestro país durante la mitad de esta década no es casual. Vemos que las condiciones de producción de discursos han cambiado y lo siguen haciendo. Si bien el debate ha permanecido en una pequeña escala, la escala que tiene hoy la práctica misma de la crítica, proyectos como el Blog de Crítica o la Escuela de Crítica de Arte parecen luchar por, al menos, hacerse comprensible el fenómeno que dio pie a su creación. Aunque jóvenes, ambos proyectos han cumplido la función de traer esto y otras problemáticas del arte contemporáneo a la mesa. Sin embargo, queda aún la tarea de cuestionar su funcionamiento, posturas y efectos reales en el campo del arte.

La crisis que enuncian algunos de los críticos que revisamos antes cede ante la idea de un concepto de crítica que está siendo desplazado por las condiciones mismas en las que se desarrolla. La crisis, al principio del artículo hiperbólicamente mexicanizada, no es quizá sino la acumulación de las contradicciones que la crítica ha acumulado al querer permanecer en un estado que le era posible durante la segunda mitad del siglo pasado. Si las condiciones han cambiado orgánica, aunque lentamente, la crítica requiere igualmente reconsiderar sus probables transformaciones para adecuarse a un nuevo sistema. La metamorfosis del espacio público, la economía, los medios, la profesionalización de su labor, pone en entredicho algunos de los postulados con más arraigo en el discurso crítico, y en ese sentido sí puede hablarse de una crisis, una crisis que puede y debe consolidarse como el punto de partida de una reinvención.

Imagen tomada de La Voz del Sandinismo

Escrito por:paginasalmon

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