Preludio // Zéjel aéreo
La noche destila un fiero delirio de cometas que guía el nado de no-peces a la orilla de costas innombrables para la voz del día: arenisca imantada sin pulmones para el fuego.
Escurriéndose espuma de pleamar, descubren los no-peces que sus aletas se despliegan en curiosas extremidades, que sus escamas no mueren sin el agua, y que ellos, hipnotizados por el zéjel aéreo, deslizan su carne sobre la tierra… y danzan.
Apesadumbrados, asoman apenas al día, extrañados por la luz y la vitalidad sonora de cada partícula en movimiento que les rodea y poco a poco les envuelve. La parquedad de sus actos, la expresión de haber estacionado la mirada en algún punto invisible para los demás, los convierte en objetos de caza del bien común y social: especímenes sectarios, aislados unos de otros durante la vigilia, pero zurcidos entre sí de ánima nocturna para formar Escuadrones de Oniria.
Poco se sabe de ellos, pero están bien localizados. Los rastros que dejan en determinados vórtices de la ciudad hacen evidente el camino que han recorrido durante la noche: son como los restos flotantes que iluminan el sendero marino del náufrago. En este caso, los restos del viaje sonámbulo son útiles pistas para los Devoradores de Sortilegios, organización fundada y dirigida por ciento cuarenta y cinco personas que se han autodenominado soñadores del vacío, quienes, después de inútiles esfuerzos por recordar los paisajes de la vida dormida, han decidido que sueñan en negro infinito, antes que aceptar que no sueñan.
La tarea de los Devoradores de Sortilegios empezó rescatando los cuerpos dañados por la atmósfera de celuloide que queda como rastro de las andanzas de los Escuadrones de Oniria: una materialidad gelatinosa; un color indefinido entre lo transparente y lo marrón; una figura imposible de delinear, y lo más entrañable y significativo: fragmentos de un mapamundi sin referencia alguna. Cuando comprendieron que las señas eran las luces ¾los restos de aquello visitado durante el vagabundeo del sonámbulo¾ descubrieron que uno de los Ancestros del Aire (denominado por ciertas tribus como Efigie Coleridge) tenía razón, pero no manera de demostrar lo que había atestiguado. Asumiéndose herederos de este indagador ancestral, se volvieron perseguidores, obsesos coleccionistas de esos retazos que ellos nunca podrían cosechar por siembra propia. Desde entonces, aprovechando el estado de alienación onírica, los Devoradores de Sortilegios videograban el proceso durante el cual los cuerpos rescatados tratan de adaptarse de nuevo a la dimensión cotidiana de la realidad, y fotografían las pruebas de aquello velado por designio cruel para su inconsciente.
Interludio // Solsticio de arena
Las huellas de esas patas antinaturales, esas patas que no deberían existir, avanzan y escriben la partitura y el ritmo de la danza; incrustan la danza en la arena mientras excavan agujeros de formas incomprensibles en el suelo que poco a poco cede a la fuerza inusual de ese baile.
La arena, quebrada profundamente, es dócil a las rítmicas incrustaciones de las patas que horadan, sin cesar, un túnel hasta el reino del agua.
Poco a poco los sentidos vuelven al recóndito canal corpóreo al que pertenecen. La resequedad en la boca es el primer indicio de que el militante onírico ha sido ajustado con exactitud al cuerpo humano que le corresponde. El objetivo que el militante deba cumplir durante el lapso de vida a lo largo de la vigilia es de la menor importancia: lo primordial para un enlistado de los Escuadrones de Oniria es mantenerse alerta ante cualquier Contacto Interdimensional No Especificado, pues ello ocasionaría una alteración sensorial en quien atestiguara el acto. La tarea de vigilar e impedir dicho evento es comprensible y necesaria si se toma en cuenta que un misterio onírico sólo puede ser vislumbrado por aquél capaz de engendrarlo en el sueño y de mantenerlo consigo sin que la mezcla de materialidad corpórea resulte un impedimento, ya que sin esa mezcla es imposible ejecutar acto alguno de sonambulismo… ¿Y quién podría concebir Escuadrones de Oniria sin sonámbulos? Es por ello que los militantes están debida y dimensionalmente predestinados a su ejercicio, y, por más atractivo y sencillo que parezca su trabajo, no cualquiera puede realizarlo de manera satisfactoria. El peligro de que se lleve a cabo un Contacto Interdimensional No Especificado radica en que la alteración sensorial ocasionada en quien lo atestigüe sin estar preparado para un encuentro con la realidad onírica romperá el equilibrio de las fronteras, es decir: el afectado abrirá de golpe y con tal fuerza sus campos de percepción, que entrará y saldrá de la Dimensión Vigilia y de Oniria sin poder distinguir la naturaleza de los actos que le rodean, lo cual desencadenará una fuga constante de aleaciones tanto matéricas como psíquicas que acabará con las normas establecidas para delimitar ambos territorios. ¿Y quién quiere un planeta habitado por una especie incapaz de diferenciar una dimensión de otra? De ahí que la alerta constante transfigure la expresión de los integrantes de los Escuadrones de Oniria: en cuanto perciben algún indicio de Contacto Interdimensional No Especificado, apuntan todos sus sentidos hacia el portal detectado ¾invisible para cualquier no-militante¾ y fijan la mirada en él, tan concentrados en discernir el nivel de riesgo, que su rostro adquiere una rigidez y pátina de cera dignos de un camuflaje mortuorio. Por esa razón, la tarea más ardua sucede en la absoluta solitud, pues el viaje sonámbulo no puede ser invadido por nada ajeno a Oniria: durante ese paseo atemporal, cada integrante del Escuadrón pierde la figura humana, transformando su materia en todo aquello susceptible de ser soñado por cualquier organismo de su planeta.
Coda // Cántico agua
Los no-peces sonámbulos van deslizándose a través de este camino de tierra hacia el líquido que volverá a darles conciencia. La armonía del zéjel se debilita conforme ellos se hunden en la arena. Vibran de vuelta los sonidos habituales sobre el último tercio de la noche: el aire y las aves silban entre los árboles mientras los líquenes chascan tranquilos contra las piedras. El viaje termina y los no-peces también: sus cuerpos dibujan un nuevo baile de acuático sueño que, desbordado, se filtra en la gotera de algún espíritu que duerme.
Lo que más inquietaba a los Devoradores de Sortilegios era la posibilidad de que, en algún momento del retorno, algún miembro de los Escuadrones de Oniria se quedara en medio de ambas dimensiones. ¿Qué sucedería si despertaban mientras el equipo de grabación seguía haciendo acercamientos y tomas a detalle de la materia onírica en el cuerpo rescatado? ¿Cómo explicarían tal infracción en el acuerdo establecido al constatar unos la existencia de los otros y viceversa? ¿Acaso no era misión de los Devoradores encontrar los señuelos y llevar los cuerpos oníricos a un lugar público y seguro, previamente determinado? ¿Y no era tarea de los Escuadrones dejar en lugar visible ¾pero no evidente¾ las huellas durante el camino andado?
Así había sido desde que Notzu, miembro activo del Escuadrón V, cayó en una crisis de insomnio que se prolongó durante seis meses, y, a partir de ello, no volvió a soñar. Por supuesto, lo habían suspendido de sus labores sonámbulas, con una prescripción médica que implicaba alimentarse de ciertos gusanos vivos y huevos de alondra recién puestos, así como paseos por determinados barrios durante una hora específica del día y de la noche. Si después de ello no lograba volver a abrir la percepción de los puntos reflexivos —mejor conocidos en el slang onírico como pestañeos del umbral—, no podría volver a integrarse al Escuadrón, pues su habilidad para sentir el sueño habría sido sustituida por el mero hecho de recordar imágenes y sucesos de modo convencional y, por tanto, prescindible.
Desesperado por su situación, Notzu empezó a buscar ayuda, literalmente, hasta entre las piedras. Y ellas lo llevaron a los Devoradores de Sortilegios: habían construido una especie de pozo detrás del Parque de Arena, donde la gente solía acudir para enterrarse durante horas después de haber cumplido con las labores institucionales. Era el sitio más público y por ende el más seguro de la Ciudad. Pero, ¿qué necesidad de esconderse tenían los Devoradores de Sortilegios? Quizá la clandestinidad les otorgaba un carácter de entereza, de complicidad mutua ante el reto que implicaba salir cada noche en busca del rastro del ensueño.
El pozo estaba hecho de piedras de río, tan irregulares como el cauce del agua que las había delineado, y fue por uno de los intersticios que habían quedado entre una y otra juntura sin argamasa, que Notzu alcanzó a percibir una sombra, demasiado roja para ser sombra de vigilia. Emocionado al pensar que lo había logrado, que su poder de percepción se había reestructurado, se quedó largo tiempo mirando a través de las piedrecillas, y fue así que miró más, mucho más. Se enteró de cómo el instinto de los Devoradores los había llevado a vislumbrar lo que asomaba tras los cabos irresponsablemente sueltos por los militantes oníricos, y le interesó aún más enterarse de que se habían agrupado movidos por la tristeza de su incapacidad para soñar, de su necesidad por conocer cómo se vive un sueño, de su afán por cazar la oportunidad de colarse en uno de esos umbrales. Hermanado con la angustia de esos hombres, decidió revelar su presencia y mostrarles algunos secretos oníricos a cambio de que no intentaran entrar a su Dimensión, aun cuando él, de lograrlo, pudiera volver a soñar.
Esta intromisión significaba su última esperanza de recuperar lo perdido: si lograba dominar los mismos métodos que los soñadores del vacío, sería capaz de reactivar la naturaleza onírica en su cuerpo, haciéndole recordar la constitución de partículas, sensaciones, fisionomías, tropiezos visionarios; en fin, todo aquello que se activaba en su constitución humana para convertirse en un Ente capaz de cruzar y experimentar la naturaleza onírica sin poner en riesgo el equilibrio de ninguna de las Dimensiones a las que pertenecía.
El primer paso para lograr un acercamiento entre ambos bandos —de naturalezas contrarias pero no por ello enemigas— fue establecer el convenio (con Notzu como mediador) para que los Devoradores siguieran abiertamente a los Escuadrones. Por supuesto, al saberse descubiertos, los militantes oníricos entraron en tal pánico que estuvieron a punto de inducirse un coma en grupo. Pero después de que Notzu les hiciera ver que sería más peligroso ser descubierto por alguien que no entendiera lo que ocurría y que, asustado, terminara por asesinar o confinar a cualquiera de los militantes en alguna de esas Burbujas de Reconfiguración Social y Mental, empezaron a tranquilizarse y se mostraron reflexivos ante la situación: pero, ¿por qué nunca habían pensado en ello? Había sido todo tan automático: entrar, absorber la materia onírica, regresar al sitio donde la reubicación corporal hubiera sido asignada, y listo. Nunca se preguntaban qué sucedería con sus cuerpos durante el transcurso de una dimensión a otra; nunca se les había ocurrido pensar que alguien pudiera haberlos visto, pues elegían lugares tan lejanos al bullicio humano, que nunca pensaron siquiera que alguien hubiera imaginado su existencia.
Establecido el pacto, Notzu se convirtió en guía y líder de los Devoradores de Sortilegios, pues su intuición aún se mantenía lo suficientemente despierta como para encontrar los lugares por donde se moverían los militantes oníricos durante el viaje sonámbulo y la correspondencia física que habría entre esos paisajes y las calles de la Ciudad en la Dimensión Vigilia. Sin embargo, su obsesión por reintegrarse a Oniria le llevó a pasar por alto la recopilación de pruebas fílmicas y fotográficas que alimentaban el vouyerismo de los Devoradores. Él mismo empezó a sentir la necesidad de verse reflejado en la deformidad de los rostros y extremidades de los militantes rescatados durante el proceso de reubicación corporal, por lo que, casi sin reflexionar sobre la infracción que ello significaría, pronto comenzó a edificar su propia videoteca. Algunas imágenes lo conmocionaban más que otras, y solía escoger las que anunciaban una secuencia específica de acuerdo con las tareas asignadas a cada Escuadrón, concentrándose en aquel al que había pertenecido, donde solían aparecer cuerpos con incrustaciones escamosas y deformaciones que no se borraban del todo al ser devueltos a su humanidad. Esto lo llevó a confirmar una suposición presentida mucho antes de ser arrastrado por la crisis del insomnio: el Soñador en Jefe había configurado un grupo especial del Escuadrón V para desarrollar habilidades anfibias incluso en su carne humana. La tarea consistía en inseminar sensaciones de esta cualidad en seres que nunca las experimentarían debido a la insuficiencia de su taxonomía; por ejemplo, un no-pez: un ente que, además de salir del agua sin asfixiarse, es capaz de danzar.
Notzu recuerda haber escuchado los rumores sobre este plan, y desde entonces había decidido que formaría parte de él, pues aceptar ser portador de una transfiguración onírica desde la Dimensión Vigilia implicaría un extremo dominio de la voluntad que él sabía que poseía. Y ahora que confirmaba que el plan había empezado a ejecutarse, él no se daría por vencido.
El día siguiente se dedicó a recopilar el material que necesitaría para la transfiguración, y, durante la tarde, dio un paseo por el Estero de la Nave Fronteriza, al oriente de la Ciudad. Observó con especial atención el apenas perceptible movimiento, la textura, la coloratura intensa que el sol fijaba en sus pieles; la fisionomía acorazada de tortugas y lagartos que parecían corresponder, con su estatismo, a la mirada meticulosa de Notzu.
Bastante animado por la vitalidad inmóvil de estos seres, regresó a casa y comenzó con el arduo proceso: limpió las escamas de diversos tamaños y grosores recopiladas en el mercado y las adhirió con sendas puntadas a todo su cuerpo. Utilizó el cuchillo más filoso que tenía a la mano para hacer aberturas en antebrazos y pantorrillas e insertar las aletas de salmón. Dibujó ojos como los de una tortuga en dos bolitas de unicel que, a su vez ensartadas en breves alfileres, encajó a lado de los ojos propios, y se injertó los hocicos de peces aguja en cada dedo para simular las garras de un lagarto. Anestesiado por la satisfacción que le sonreía cada vez que se miraba al espejo para corroborar su avance, no sentía dolor ni cansancio, y menos aún era capaz de atender los charcos de sangre que empezaban a conformar archipiélagos en la sala, la cocina y el baño. Pero su ir y venir de pronto se vio interrumpido bruscamente por una duda, un detalle en el que no había pensado: las branquias. ¿Dónde debían ir las branquias? Desesperado, como cada momento desde que iniciara su inexistencia sonámbula, decidió que las branquias debían ir en ambos costados del cuello. En total silencio, con la esperanza destellando en cada uno de sus ahora cuatro ojos, Notzu abrió con firmeza una línea bajo la quijada derecha, y apenas alcanzó a rozar la quijada izquierda cuando comenzó a desangrarse de manera escandalosa, quedando su mirada fija en la lente maquinal que todo lo atestiguaba. Poco tiempo pasó para que sólo quedara vivo el movimiento del punto rojo, parpadeante cómplice de Notzu que registraba la última señal de su travesía onírica.
Ilustración de Julian Bonequi
*De Habitantes del aire caníbal, Resistencia, 2017.