Privilegio paradójico: escribir desde un medio emergente, como un desconocido hasta para uno mismo; escribir sobre arte actual en México, sobre ese fenómeno inabarcable y complejo, también siempre por ser descubierto. Paradójico por la absoluta libertad que esto permite y por la carga de responsabilidad que exige; también por la relativa invisibilidad de un ejercicio que apenas tiene repercusión si no se encuentra colocado en la élite de ese tipo de discursos ―los altos círculos de la prensa, de la academia o del ámbito museal— y, por el otro lado, la búsqueda de construir un proyecto individual que escape a los presupuestos que ahí se definen.
Voy a colocarme entonces en el lugar que me corresponde, a asumir un rol desde la periferia y a aprovecharme de él. Y cuando escribo “desde la periferia” no me exento de la labor académica en la que al mismo tiempo estoy y estaré inmerso. Quiero decir que en esta columna dejaré de lado la postura y las prácticas que voluntariamente ahí me envuelven. Algo imposible, claro está, al menos del todo. Sin embargo, la condición primera será la de no circunscribirme a ellas para llevar a cabo estos textos, sino la de ocuparlas sólo si es necesario y abusando hasta lo posible con otros propósitos que en ese lugar pueden no ser los más convincentes o, por lo menos, no lo sería cierta forma de escritura o cierta perspectiva sobre los mismos temas.
En pocas palabras: abordaré el arte actual desde donde puedo, ese lugar de contradictorio privilegio que escapa a otras escrituras institucionalizadas, mas sin dejar de mirarlas y sin evadir tampoco un diálogo inevitable con ellas. Voy a huir de la reseña de exposiciones, del ensayo académico, del texto explicativo con pretensiones pedagógicas. Intentaré colocarme mejor en el espacio ensayístico per se, valerme de las nuevas exposiciones y piezas para atravesar los discursos visuales oblicua y no frontalmente; es decir, buscar hacer de esta página un ejercicio de la mirada-pensamiento-escritura que cuestione el estatuto del arte en nuestro país, pero no a través de las obras o exposiciones en cuanto tales, sino por las relaciones y disrupciones que éstas pueden generar dentro de esa triada.
El propósito, así, no será otro que el de ensayar la mirada, pasar de la experiencia ante la pieza o conjunto de piezas a una forma escrita que encauce, filtre, problematice y redisponga los discursos con los que podemos acceder a ella.
El concepto fantasmagórico de “arte contemporáneo” no es un problema menor para configurar una escritura que arriba califiqué como concerniente al arte actual en México. Hace apenas unos días tuvieron lugar una serie de eventos y exposiciones que se definen a sí mismas o han sido definidas institucionalmente con aquella categoría que desde siempre ha sido casi inasible. La insurrección contrainstitucional, precisamente —sea a la de las prácticas artísticas mismas, a los museos, a una tradición, a ciertos sistemas conceptuales epocales que las condicionan, etc. —, ha sido la principal moneda de cambio cuando se busca comprender la arborescencia de su existencia como un conjunto unitario.
Dudo mucho que hoy en día alguien pudiera afirmar categóricamente, más allá de una retórica interesada o cómoda, que tal conjunto existe y es discernible del resto de prácticas entre las que tiene lugar. Y en caso de que fuera posible enmarcar una pieza aislada o una exposición con el rótulo “arte contemporáneo”, colocándola dentro de un plano particularizado con ideas que vayan más allá de la disrupción institucional, como su pertenencia a una tradición otra que ha sido así llamada y que cuenta ya con una historia que parte del medio siglo pasado, surge entonces el problema de la exigencia de analizar ese marco y reconocer o no sus premisas. Para llevar esto a cabo, existe la Historia del Arte.
Este espacio, sin embargo, no puede ni pretende realizar esa tarea, ni siquiera parcialmente, si lo que busca es desestabilizar ese discurso y atravesarlo desde una perspectiva distinta. Y esa perspectiva será el objetivo mismo de su ejercicio: la búsqueda de otro sitio desde el cual puedan formularse preguntas no al ya por principio catalogado “arte contemporáneo” sino a esos fenómenos particulares que —quizá sea o no verdad— tienen lugar en nuestro presente y que se colocan ante nosotros con su gran signo de interrogación y, a veces, de admiración.
Adiós, pues, al “arte contemporáneo” como categoría fija; dejemos como dudosa su validez; mirémosla desde fuera. Habrá que reconsiderar y, tal vez, sólo tal vez, volver a ella o abandonarla en favor de algo todavía distante.
Imagen tomada de Guggenheim