Fotografía de Manuel Alejandro
Una de las grandes luchas del feminismo contemporáneo es la despenalización del aborto. No queremos acabar en la cárcel por abortar. Queremos decidir sobre nuestros cuerpos. Queremos que el estado apoye nuestra decisión y nos brinde opciones para abortar de forma segura, sin poner en riesgo nuestras vidas.
Durante este verano, las argentinas que salieron a la calle lograron colocar sus reclamos en los titulares de todo el mundo. Es conmovedor ver los vídeos de miles de mujeres, de todas las edades, protestar en las calles con pañuelos verdes. El 14 de junio de este año, cuando la cámara de diputados aprobó la ley, las calles parecían una enorme fiesta. Aunque después el proyecto fue rechazado en la cámara de senadores, las mujeres de toda Latinoamérica no olvidaremos jamás el activismo de las feministas argentinas. Las cosas pueden cambiar, van a cambiar.
Hay dos textos que me ayudaron a comprender el contexto del debate en Argentina y sus semejanzas con la situación actual en México. El primero, de la cineasta Lucrecia Martel, es una carta a la vicepresidenta desde el “interior” del país (que es comparable a cuando nosotros hablamos de la “provincia”):
Vicepresidenta Michetti usted está en un lugar clave para cambiar la historia de las mujeres. Para salirse de los eufemismos conservadores y de una vez por todas ayudarnos a las provincias del Norte, donde las cifras por feminicidio, crímenes de odio, muertes por abortos clandestinos son las más altas del país. Ayúdenos a dar un paso hacia el futuro, hacia la planificación, hacia la reducción de la barbarie y la muerte. Hacia el respeto de las mujeres a decidir ser madres o no, aunque eso implique el descarte de embriones.
En México también es necesario que hablemos desde la “provincia” para exigir la despenalización del aborto en todo el país.
En el cine, las historias que tratan el aborto casi siempre presentan a mujeres que se derrumban en el último momento y deciden no abortar, o que años después viven arrepentidas por el suceso. Por ejemplo, en Juno (2007), a pesar de que el acercamiento pretende ser cómico, la secuencia de la clínica acaba casi en panfleto para los grupos pro-vida. En Blue Valentine (2010) la representación de la clínica no cae en lugares comunes: es un lugar limpio, con un personal paciente y comprensivo; pero vuelve a los clichés en cuanto a la descripción del procedimiento como algo complicado y doloroso, cuando en realidad se puede abortar en casa con pastillas hasta la semana 12.
En Persona (1966), una de las protagonistas vive atormentada por el episodio de una orgía en la playa, que resulta en su embarazo (porque claro, las mujeres no podemos vivir nuestra sexualidad sin ser castigadas de alguna manera) y posterior terminación. El segundo texto que mencioné anteriormente es de la escritora Mariana Enríquez, quien rechaza de forma rotunda la narrativa de “mujer atormentada” por su aborto:
Vuelvo a la mayor tragedia en la vida de una mujer, ese latiguillo. Asociado con el otro: “ninguna mujer quiere abortar”. Bueno, yo quería abortar cuando creí estar embarazada. Yo abortaría hoy si quedase embarazada, sin duda alguna. No conozco a una sola mujer que esté arrepentida de su decisión de abortar o que, como dijo una senadora, haya quedado loca. […] No puedo escuchar una sola vez más “nadie va a abortar alegremente”. ¿A cuántas cosas que se saben justas y correctas, aunque no sean sencillas, se va cantando llena de dicha?
Como menciona la autora, quiero ver un cine donde las mujeres no estén traumatizadas de por vida por una decisión que es la mejor en ese momento de sus vidas. Sobre todo porque ellas lo decidieron y nadie más. No el estado, no la religión, no sus esposos o parejas.
A continuación, hablaré de dos películas que tratan sobre mujeres que se enfrentan al aborto en la ilegalidad: Una canta, la otra no (1977) de Agnés Varda y 4 meses, 3 semanas y 2 días (2007) de Cristian Mungiu.
Una canta, la otra no (1977)
Pocas obras artísticas sitúan el tema de la amistad entre mujeres en el centro de su narración como lo hace Agnès Varda en L’une chante, l’autre pas (1977). A diferencia de otras películas que tienen como protagonistas a mujeres (ya mencioné Persona de Bergman), el acercamiento de la directora francesa es de sororidad y de compromiso político. Sus personajes no se odian, al contrario, se ayudan entre ellas y salen a protestar por sus derechos.
Suzanne y Pauline (“Pomme”) se hacen amigas en circunstancias difíciles: una de ellas necesita abortar y la otra hace todo lo posible por ayudarla (consigue el dinero, averigua el lugar y cuida de sus dos hijos), ya que el aborto todavía era ilegal en Francia. Después se separan por diez años y se vuelven a encontrar en una protesta. A partir de ahí su amistad continúa por medio de cartas y postales, alrededor de Francia y hasta Irán.
La película abarca distintos géneros: el musical (Pomme es cantante y escribe canciones feministas), la película de road trip o de viajes en carretera y el epistolar. El amor de Varda por los viajes en el campo es también el hilo conductor de su más reciente documental: Visages villages (2017), una muestra de amor a su país y a sus habitantes, y una de las mejores películas de los últimos años. Por su parte, la introducción del género epistolar, que es más propio de las novelas, sostiene la narración en paralelo de la vida de las dos amigas.
En relación al tiempo, la historia tiene una duración de más de 10 años: de 1962 (cuando Suzanne decide abortar) salta a 1972 (cuando sucede el reencuentro entre las amigas), y de ahí sigue de manera cronológica por medio de sus cartas. Por esto, la película logra reflejar los cambios en los derechos de las mujeres en Francia a lo largo de dos décadas.
Aunque la lucha por la legalización del aborto es central para la película (y lo que une a las dos protagonistas), el tema principal es más global: la lucha por la autonomía de las mujeres. Las protagonistas pelean por el derecho a decidir de forma libre en todos los aspectos de sus vidas. En este sentido, la película es positiva pero no ingenua. Es consciente de las dificultades que implica haber nacido mujer, pero no niega lo logros que han sido alcanzados gracias al feminismo.
4 meses, 3 semanas y 2 días (2007)
El segundo largometraje de Cristian Mungiu es como una pesadilla. A diferencia de la película de Varda que se extiende por más de 10 años, la historia que se cuenta en 4 luni, 3 saptamâni si 2 zile (2007) dura menos de un día. Durante toda la película seguimos el punto de vista de Otilia, una estudiante universitaria que ayuda a su amiga y compañera de habitación, Gabita, a tener un aborto clandestino en la Rumanía de Nicolae Ceaușescu, donde estaba prohibido y duramente sancionado abortar (tanto para la mujer embarazada como a todo el que le ayudara en el proceso).
En el día, que parece interminable, también suceden otras cosas: Otilia se reúne con su novio y con la familia de su novio (quienes de inmediato le imponen roles de género sobre cómo se debe comportar una mujer joven y hacen comentarios clasistas), compra cigarros en el mercado negro y viaja en el transporte público a lo largo de una ciudad gris. La joven toma las riendas del aborto de su amiga de forma tan contundente que al final nos da la impresión de que las dos pasaron por el procedimiento, por la misma pesadilla.
Más que ser una celebración de la sororidad, el filme de Mungiu es un retrato de la desesperación. ¿Qué tan lejos estás dispuesta a llegar para decidir sobre tu futuro? Es una muestra de los riesgos que tomamos las mujeres para lograr abortar; una historia más, entre las miles que hay, de mujeres que abortan pase lo que pase, sea legal o no.
Aunque podría parecer que la película entra en la narrativa de “mujeres castigadas” por tener sexo fuera del matrimonio, la determinación de las protagonistas contradice esta idea. La situación en la que se encuentran tiene tonos crudos (el hombre que las ayuda es un cerdo y ellas mismas tienen que deshacerse del feto), pero llega a ser verosímil. Y como ya mencioné, las jóvenes jamás dudan de su objetivo final: decidir sobre sus cuerpos y sobre sus vidas.
Ambas películas presentan a una mujer que ayuda a otra mujer; mujeres que tienen prohibido abortar, pero que de todas formas abortan. La película de Mungiu muestra la lealtad entre dos amigas en una situación difícil. La de Varda es una celebración de la amistad entre mujeres y del activismo feminista. La directora se preocupa por lo que ocurre en los pequeños pueblos franceses, al igual que Lucrecia Martel en su texto desde Argentina. También en México debemos de dar prioridad a la educación sexual en todos los estados.