Fotografía de Areli Rema
“Esto fue escrito cerca del ardoroso Uritorco,
vigía de exterminadas tribus. Padre gobernador de la eternidad.”
Romilio Ribero
“Soy una mujer pájaro, semilla que florece. Las palabras son mis alas, mi tierra mojada.”
Nadia López Garcia
Abismarse a la espiritualidad de la Naturaleza, en un contexto en el que sólo se la piensa como “modo de consumo”, nos lleva a cuestionar la visión occidental de la misma, mayoritariamente entendida como “materia” a utilizar y totalmente separada de su aspecto sagrado. En Alquimia, significado e imagen del mundo, Titus Burckhardt demuestra cómo en épocas anteriores las civilizaciones “arcaicas” percibían y representaban la tierra, en su constante esencia, como el origen pasivo de todas las cosas visibles, asociándola a lo femenino, maternal; en contraposición al cielo, origen activo y creador, vinculado a lo masculino, paternal. Ambos orígenes se presentaban como inseparables, en tanto todo lo que produce la tierra está presente en el cielo, mientras que la tierra da cuerpo a leyes celestiales.
Siguiendo a Burckhardt, en la decadencia de una civilización puramente urbana, la “materia” es considerada completamente aislada del espíritu, visión resultante de un determinado desarrollo espiritual, del cual Descartes fue el primero en darle forma filosófica. Dicha óptica viene generando, en una sociedad de consumo cada vez más voraz, un desmoronamiento caótico entre la humanidad y el medioambiente, manifestado en una progresiva contaminación y masacre de la Naturaleza y todos los seres vivos que en ella habitan. En medio de este caos desarmónico, en una actual forma de vivir basada en el consumo y la acelerada polución planetaria, urge encontrar nuevas visiones que puedan funcionar como alternativas positivas a dicha destrucción. Ahora bien, ¿cómo puede el arte influir en esta problemática? Explorando un posible camino a un estado sincrónico y original de armonía con la Naturaleza, desde el arte literario, encontramos la propuesta de los estudios eco-críticos, iniciados por Glotfelty y Fromm, analíticos de la relación entre literatura y medioambiente, y su representación. El objetivo de la eco-crítica abre la posibilidad de, en pleno siglo XXI, atender a modos de textualización de la Naturaleza, indagando en una concepción holística, alejada de la separabilidad del mundo moderno, en consonancia con voces ancestrales y propuestas a futuro.
Resaltando la idea de Mauricio Ostria González en Globalización, ecología y cultura. Aproximación ecocrítica a textos latinoamericanos, vemos cómo, particularmente, muchos textos de la literatura latinoamericana, manifiestan una cosmovisión sagrada de la Naturaleza, que plasma, discursivamente, la vivencia de una profunda integración con el cosmos, articulada en una “conciencia ecológica activa” con una valoración “ética” de la relación con el medio ambiente. Desde esta óptica, tendría lugar una “Eco-poesía latinoamericana” que, partiendo del concepto de “ecopoema”, inaugurado por Nicanor Parra, funciona como acusación de las consecuencias en la Naturaleza generadas por el capitalismo, aseverando una preocupación filosófica y ética que incita a cuestionar la relación de la actual humanidad con su medio ambiente.
Analizando la poesía argentina, desde el planteo de la eco-crítica y la noción de “ecopoema”, encontramos en la década de los sesenta a un poeta que reverbera por una representación hierática, misteriosa, mágica y matriarcal de la Naturaleza: Romilio Ribero. Continuando con la línea iniciada en la década de los cuarenta, la experimentación neo-vanguardista iniciadora de la poesía surrealista en Argentina, con poetas como Aldo Pellegrini, Juan Jacobo Bajardía y Olga Orozco, su poesía se caracteriza por una estética surrealista, fusionando aspectos vanguardistas con elementos locales, interconectando el mundo natural con el mundo sagrado y maravilloso, en cada aspecto de su realidad serrana, misteriosa por excelencia. Nace en 1933, en Capilla del Monte, pueblo situado al pie del mítico cerro Uritorco, cuya historia se compone de múltiples enigmas: avistajes de OVNIS, presencia de duendes, hadas, fenómenos parapsicológicos; extrañeza que se remonta, en palabras de Gustavo Fernández: “al tiempo de sus primitivos pobladores, los ‘henia-kamiâre’ (sí, los mal llamados ‘comechingones’).
Proveniente de una familia pobre, Romilio, hijo de madre sola, se cría con su abuela rodeado de mujeres curanderas en una tierra ancestral. Además de poeta también era pintor, arte con el que se ganaba la vida, y asimismo, acompañaba al unísono con su búsqueda poética, como él mismo afirma: “Mi poesía y mi pintura tienen dos puntos en común: la búsqueda del misterio a través de todas mis vivencias, y la plasmación de los amados paisajes y sus personajes”.
Su niñez, en el imponente y mágico paisaje de las sierras cordobesas, lo llevó a vivenciar una profunda correspondencia con el mundo natural, sosteniendo una especial comunicación y acercamiento con los elementos latentes de la Naturaleza, como atestigua Enrique Molina: “Vivió su infancia en el corazón de la tierra, en profunda comunicación con las cosas elementales, árboles, pájaros, ríos, lenguas del viento y de las lluvias, sombras de la noche, revelaciones secretas”.
Fue un escritor autodidacta, en vida publicó sólo dos libros: Tema del deslindado (1961) y Libro de bodas plantas y amuletos (1963). Existe una gran obra póstuma, dada a conocer gracias a su compañera Susan Sumer, quién, según indicaciones del poeta, editó por más de 20 años la totalidad de sus libros. De este modo, posibilitó su redescubrimiento en los noventa, con la publicación paulatina de su obra completa en la editorial Alción. Las mujeres, las magias, Imago mundi y Familiares y sortilegios son algunos de los títulos editados.
Manuel Mujica Laínez, artista que vivía en La Cumbre, entabló una relación íntima con Romilio, permitiéndole entrar en ámbitos intelectuales, enlazándolo en su paso por Buenos Aires con destacados escritores argentinos de su tiempo como Enrique Molina, Olga Orozco, León Benarós, entre otros. Muere en 1980, a los 43 años, marcado por un estilo de vida bohemio, de excesos e intensidad, dejando el legado de una escritura surcada por videncias y búsquedas metafísicas.
En Una lectura socio-cultural de la poesía de Romilio Ribero, Aldo Parfeniuk define la escritura del poeta cordobés como una “toma de conciencia” y “hondo sentimiento” de sub-alternidad. Desde su propia experiencia histórico-personal en la Capilla del Monte, de su infancia y de su primera juventud, Ribero se construye a través del modelo de «artista maldito», “poeta vidente” (o visionario) que, si bien ya tiene sus arquetipos ilustres en la tradición de la literatura universal, no los posee en la criolla aún. Podemos reflexionar, teniendo en cuenta esta concepción, en la poesía de Romilio como contra-discurso de la cultura dominante que, mediante imágenes mágicas, plasmadas en las plantas, piedras y aves, bucea por prácticas rituales paganas, no cristianas, buscando desde lo primitivo e inconsciente visiones en la Naturaleza. Dicha inclinación se vincula, tanto con la tierra mágica en la que creció, como con su lecturas e inquietudes internas, como observa María Graciela Fassi en La poesía barroca de Romilio Ribero, acerca de la inclinación lectora del poeta hacía escritos sagrados: “tratados herméticos y alquímicos, historia de las religiones, estudios esotéricos, que prueban el deliberado manejo de ciertos símbolos, datos relevantes para su interpretación”.
En Libro de bodas plantas y amuletos, se observa una intención de transmutación ancestral, advertida en un fin específico a partir de la lectura del libro: “Te hará conocer las transformaciones de las aves en luz y de las piedras en plantas de fuego”. Un libro “sumamente misterioso” que no debe ser visto por quienes viven en “los países de la sombra” o “cualquier mago de la estirpe del nacimiento”.
Refiriendo a “La tabla de las Esmeraldas”, antiguo texto sagrado que condensa el significado y la síntesis de la obra alquímica, atribuido al mítico Hermes Trimegisto, el “yo lírico” aborda la escritura poética desde la alquimia, arte secreto y sagrado de la Naturaleza. Dividida en tres partes: I. Estirpes, aves, amuletos; II. De plantas bodas y conjuros; III. De nacimientos, danzantes y pestes, a las que nombra bajo el título de “Tabla de poemas de esta crónica”, la obra da a conocer la forma de las transmutaciones desde lo sobrenatural y mágico de los elementos. Así, en “Los amuletos”, desde una identidad matriarcal colectiva, incluyéndose a sí mismo entre “nosotras las antiguas mujeres del viento”, ofrece visiones de mares que traen “riñones de unicornios”, niños que nacen de las perlas, preguntándose por la piedra jerárquica que “mudará tu sombra en perfume”, en el marco de una raza reciente que ignora los augurios del “cronista de mar con amuletos”. En “Historia de las plantas”, lo mágico de lo natural se observa desde la voz de “las relatadoras de la lluvia”, quienes componen la “luz del arco-iris”, dándole nombres mágicos a “celestes estrellas”. Así también, en “Las otras plantas”, mujeres “sangraron mariposas en los partos ardientes”.
A lo largo de todo el poemario, nos encontramos con una representación de lo natural desde una óptica sagrada y mágica, respaldada en un mundo matriarcal, donde la presencia de las “hechiceras” muestra la realidad de su propio origen ancestral, su tierra misteriosa:
Mi mundo es el de viejas extrañas y hechiceras que me acompañaron desde chico. Mi madre fue india y ella me enseñó la magia y la belleza de ese mundo terrible que claro aparece en mi pintura y en mis poemas. Esas mujeres, esos sapos, esas mariposas las he visto en Ongamira. (8)
La imaginación de un niño que convivía con la magia de las curanderas, mujeres que hacían crecer las plantas mirándolas: “mujeres que veían en la oscuridad el futuro y la fortuna”, se hace patente ya en la dedicatoria del libro: “a mis viejas y mágicas hechiceras del viento, allá entre las montañas”.
Dicha representación de la Naturaleza desde lo alquímico en consonancia con lo femenino, desde la identidad de un “yo” identificado con lo subalterno y contracultural, parafraseando a Parfeniuk, habilita una lectura en resonancia, no sólo con la eco-poesía latinoamericana, sino además también con el eco-feminismo, corriente que Glotfelty sitúa en su libro The Ecocriticism Reader. Landmarks in Literary Ecology, dentro de la rama de la tercera instancia del desarrollo de la eco-crítica. Identificándose con una fase más abarcadora, que parte de un número amplio de teorías disciplinarias diversas para explorar cuestiones respecto a las construcciones simbólicas de las especies y su relación con el medio ambiente, la teoría ecofeminista propulsa un discurso que vincula la dominación de la Naturaleza con la histórica opresión de la mujer como dos caras de una misma moneda, apresadas ambas, por la lógica de la dominación patriarcal.
En Ecofeminismo, una propuesta para repensar el presente y construir el futuro, Marta Pascual Rodríguez y Yayo Herrero López aseveran que el pensamiento patriarcal estructura el mundo en una serie de dualismos o pares de opuestos, relacionados jerárquicamente, que separan y dividen: cultura o naturaleza, mente o cuerpo, razón o emoción, conocimiento científico o saber tradicional, independencia o dependencia, hombre o mujer, organizando así nuestra forma de entender el mundo. El hecho de repensar otras formas a futuro que cuestionen la óptica patriarcal de la Naturaleza, implicaría una acto de lealtad hacia el planeta y las generaciones venideras, como observa I. King: “Desafiar al patriarcado actual es un acto de lealtad hacia las generaciones futuras y la vida, y hacia el propio planeta”.
Desarrollado a partir de diversos movimientos sociales (feminista, pacifista y ecologista) a finales de los años 70 y principios de los 80, el ecofeminismo se expresa como un nuevo término para designar un saber antiguo, en el contexto de numerosas protestas y actividades contra la destrucción del medio ambiente. Uno de los más conocidos, el movimiento Chipko (abrazo), ligado a la corriente ecofeminista-espiritualista, convoca desde 1973, grupos de campesinas de los Himalayas para evitar la privatización, abrazándose a los árboles que van a ser talados en un ejercicio de resistencia pacífica, entendiendo el bosque como la manifestación de la abundancia de la vida.
Analizando, desde la teoría ecofeminista, la representación de la Naturaleza en la literatura argentina, percibimos, desde el momento de conformación de la “identidad nacional”, una concepción patriarcal y dominante de la tierra y la mujer. Así, Esteban Echeverría, quien introduce el romanticismo en Argentina, ante todo con la reconocida obra La Cautiva, devela en sus poemas una concepción, por un lado sentimental y por otro social, en la que lo natural permanece al servicio de la política, siguiendo los valores éticos de la Generación del 37, cuyo proyecto civilizatorio constaba en disputar la barbarie y el primitivismo, imponiendo una identidad semejante a la “civilizada”, creando, desde una visión subjetivista, un imaginario liberal de lo “argentino”, basado en ideas traídas desde Europa.
De esta forma, en su poema “Estancias”, Echeverría define la tierra como “patrio suelo”, “paternos lares”, concibiendo el espacio desde lo masculino, con una visible voluntad de dominación, desde la voz de “un triste peregrino”. Dicho origen de la representación de lo natural desde la poesía argentina delimitada por una concepción “patriarcal” no ha podido, sin embargo, acallar voces ancestrales y alternativas, que aún se siguen escuchando en todo el territorio.
De igual manera, por ejemplo, el poeta entrerriano, Juan L. Ortiz, nacido en 1896, en una búsqueda de fundir su vida con el espíritu del paisaje, definiéndolo como espacio de lo divino y sagrado, eterniza en poemas, asimilables tanto con el ecofeminismo, como con la “Eco-poesía latinoamericana”, una mirada de la Naturaleza en su esencia más pura y luminosa: “Las colinas”, donde los cerros son personificados como “niñas”, con una presencia “inefablemente femenina”, esbozando un cuestionamiento de una nueva conciencia, que aboga por la “revolución por la delicadeza”; “Si, las escamas del crepúsculo”, donde la luz es definida como ‘la niña esencial’, pura y de mirada única. Asimismo, en “Quien eres tú…”, el poeta le habla a la niña hecha de “música y lágrimas”, en las colinas del silencio. Representación de lo natural patentada en lo etérico, luminoso, angélico de una Naturaleza “abismal”, intuyendo una divinidad definida como “espíritu”, que se enfoca en “lo invisible”. En consonancia con dicho enfoque, la poesía de Romilio Ribero y su literaturización de la Naturaleza desde lo espiritual y matriarcal, se destaca también por una concepción distinta a la dominante, resaltadora del origen de todas las mujeres provenientes de un mundo ancestral atemporal: “las tejedoras”, “las altas cantoras”, “las que trazan rutas a los primeros astros”, “las primeras abuelas”, su descendencia de hechiceras, “Koal”, “hacedora de música y humos”, “Atziri”, “creadora de la planta de mantenimientos con voluntad celeste en las esferas de eternas mariposas”, “Vucub”, “Ayah”, “Cavec”, “Sac”, “Vinac”, “la primera escriba del reino del Conjuro”, entre otras, “destronadas a largas procesiones con efigies e inciensos”. Desde su propia conciencia originaria, declama que “en el mundo de la América Antigua, en los arcaicos valles, aún no hay noticias de víboras que hablan”, trayendo la voz y acción de los pueblos originarios, que no han pensado la relación con la Naturaleza en términos de dominio y explotación sino en clave de cooperación y solidaridad comunitaria.
Podemos advertir cómo, tanto Ribero como Juan L.Ortiz, Atahualpa Yupanqui, Bustriazo Ortiz, entre muchos más, componen aquella poesía argentina hecha de una argentinidad “interior”, que logra, como asevera Aldo Parfeniuk en “La herida Romilio”, “reencontrarse y afirmar sus vínculos de pertenencia con una latinoamericanidad cobriza fundada en la mitología precolombina y en leyendas de las comunidades tierra adentro”.
Podemos pensar que, a través de técnicas mágicas y secretas, la obra de Romilio demuestra una forma de creación artística literaria ancestral basada en la oralidad y el rito, que lo sitúa en el lugar de narrador como “alquimista-chamán”, vislumbrando su poesía como posibilidad de apertura, entendiendo sus “Libros”, en palabras de Parfeniuk, como “llaves de acceso a nuevos mundos, a nuevas realidades”.
La constante alusión a los procesos mágicos por los cuales se realizan encantamientos, conjuros, pociones y talismanes, asociados en su mayoría a las “hechiceras”, que habitan la realidad desde lo sobrenatural, refleja la construcción de un “yo-lírico” colmado de misterio, vibración “espiritual” y percepción mágica de la Tierra en relación a la humanidad.
Su obra, funcionando como aporte positivo ante el deterioro medioambiental generado por la sociedad de consumo, consigue una integración de la materia con el espíritu, lo terrenal con lo celestial, lo femenino con lo masculino, uniendo los dualismos. En una relación íntima de respeto y cuidado; desde una voz femenina, el canto de “esa mujer”, que es todas las mujeres de su poesía, de quienes él desciende como pródigo, héroe predestinado, recrea, poéticamente, la relación de las y los humanos con la Naturaleza, los animales, el ecosistema entero, transmutando las nociones de “utilitarismo” y “dominación”, cooperando armoniosamente con la tierra, todos los seres que la habitan y todo el Cosmos.