Lo que vivimos es un espejo de la propia historia de Alemania.
Aquí también se sembró mucho odio, miedo y violencia.
Everardo González

La libertad del diablo (2017) es un documental psicológico que muestra una secuencia de testimonios tanto de víctimas como de victimarios, resultado de la violencia que se ha vivido en México en los últimos años. La situación de violencia se ha ido concretando dentro del inconsciente colectivo mediante su inserción y normalización en la vida cotidiana: ha perdido las marcas de pánico que suelen acompañar a las desapariciones y a los asesinatos. Everardo González (Estados Unidos, 1971) es el director que trabajó para mostrar este fenómeno contemporáneo dirigiendo el documental testimonial que delinea voces que responden a la caracterización de diferentes personajes que van desde sicarios hasta rescatistas.

Everardo González hace uso de las técnicas teatrales: el sonido difuminado, las tomas oscuras y las máscaras que sirven para evitar mostrar la identidad de las personas. Éstas sirven para alejar, cubren los rostros y, a la vez, mantienen la cercanía con el entrevistado por medio de los testimonios personales. Sólo el sonido de la voz delicada y miedosa entre lágrimas se mantiene real y nítido, este sollozo aparece sobre la máscara que cumple la función de proteger las identidades de los sujetos, y a la par que los acerca al espectador, los aleja y los borra. La máscara sirve de barrera, hace desaparecer por completo su identidad individual, los convierte a la masa que pierde su rostro, pero conserva la voz. A final de cuentas, como sus familiares, ellos también son desaparecidos.

En el documental existe una polifonía en cada uno de los afectados: en ellos resuenan las voces de sus desaparecidos, de las instituciones a las que acudieron por ayuda y la suya propia, una voz del pasado que tiene el mismo miedo hoy. Cada informante representa un lado que se opone a otro. En este documental, se forjan dos bandos que no pueden ser tratados ni razonados bajo un mismo parámetro. ¿Quién ha resultado más dañado? ¿quién perdió qué? ¿por qué? ¿desde dónde se instaura esta conducta normalizada de violencia?

El origen tentativo del fenómeno, que podría dar respuesta a la normalización de la violencia, lo encontramos en la misma modernidad que nos heredó una industrialización ligada a la especialización del siglo XX. En todos los niveles existen especialistas que desempeñan acciones designadas e indispensables para el funcionamiento de la sociedad: una licenciatura, un oficio, etc. Un sicario tiene características que lo identifican como un especialista y que lo hacen pertenecer a un ciclo de producción.

Ahora pues, ¿dónde encontramos un ciclo de producción parecido al contemporáneo? Durante la Segunda Guerra Mundial observamos la industrialización de la muerte, existían mecanismos, procesos y especialistas en diferentes áreas para erradicar a personas específicas bajo una idea y por medio de un mecanismo concreto. Así, nuevamente, esta industrialización la observamos en un entorno más cercano a nosotros. En México prevalece un proceso industrial de reducir al individuo a un cuerpo de carne, hueso y sangre al que se despoja de identidad y de raciocinio para facilitar su eliminación. Hoy, aquí, la muerte puede ser algo sencillo. Vemos que la violencia se ha vuelto una forma de vida cotidiana para algunos, que se acepta, se huye de ella en la medida de lo posible, no obstante, no debería ser aceptada como la lluvia que cae en verano, de manera inevitable.

La industrialización del asesinato y la aceptación de las desapariciones violentas me llevan a plantear el extenso tema del perdón y el olvido. Tras situarnos en el contexto, puedo proponer ahora el razonar qué tan apropiada y aceptada resulta la aplicación de tales conceptos. La industrialización de la muerte, la memoria y el olvido como aspectos de la modernidad serán abordados en el presente focalizando el caso del sicario joven de La libertad del diablo, que se contrasta con la desaparición de una madre en el documental. ¿Las huérfanas son capaces de ignorar la memoria y de perdonar? En una entrevista que da a El país, David Rieff señala que

la memoria puede ser utilizada como arma de guerra, pues puede violentar los hechos cíclicamente generando un sentimiento de aprehensión a los mismos, si se logra de una manera colectiva puede llegar a causar un daño en una escala amplia, eliminando por completo la reparación moral, genera la continuación del rencor y elimina las posibilidades de reconciliación, de esta manera la paz y la sana convivencia se afectan. (El País, 2017)

Sin embargo, si la memoria se elimina, los referentes escasean y, en consecuencia, las capacidades del otro y las de uno mismo se estructuran motivadas por otros momentos. Por ello, es necesario plantear la idea de una memoria que sirva para mantener una postura que responda a perspectivas distintas; para que existan la crítica y el análisis.

Maurice Halbwachs dicta que la memoria histórica reconstruye la información dada por el presente y proyecta un pasado que reinventa. La memoria colectiva es aquella que recompone el pasado mediante los recuerdos de la experiencia dada a la comunidad para legarlos a otra en particular. Por último, dice que la memoria individual es aquella que se opone a la colectiva, y que es necesaria para evocar los recuerdos: nuestra memoria necesita el respaldo de otras que versen una realidad en conjunto y que la validen por medio de la experiencia.

La propuesta que recibo del documental es la de abogar por la reconsideración de la visión de este fenómeno: perdonar u olvidar, hacerlo desde la memoria individual hasta el perdón, como si dijera que hay cosas que deben recordarse, pero entre nosotros, como ciudadanos, el perdón es más beneficioso. Así, dice Everardo González: «Si no miramos a los ojos a las víctimas y a los victimarios, que a su vez son víctimas, difícilmente se puede legislar en favor de la sociedad. Mientras sigamos teniendo técnicos y no humanistas en el poder, vamos a seguir teniendo los mismos problemas». (En Usi, 2017)

Y si bien no se trata de buscar a un culpable, (que en primera instancia sería el propio Estado ya que la falta de regulación de las normas, no sólo de un mecanismo de justicia sino de la percepción de los actos que violentan a la sociedad) el documental propone que se reconozcan los papeles de los sectores que fomentan las acciones, nosotros, los pequeños círculos y nuestra aportación como miembros de una misma sociedad. Por ello, el documental trata de crear una apertura que redirecciona al sujeto para ver al otro como un individuo con identidad, en lugar de despojarlo de ésta.

Un joven sicario comenta que el pago que se le concedía por asesinar personas iba desde doscientos pesos ‒en sus inicios‒ hasta un automóvil ‒cuando adquirió más experiencia. Relata que sintió adrenalina al matar, pues era demasiado joven para saber qué era lo que hacía exactamente, pronto se volvió un trabajo aplaudido por sus compañeros. Sin embargo, dice que después de haber asesinado y torturado, si pudiera, pediría perdón hoy. Menciona que no entró a ello por gusto, sino por necesidad. El joven habla desde una postura laboral, ello nos lleva a la visión de que el Estado y su imposibilidad de satisfacer las necesidades básicas de la población, la empuja a otras actividades para subsistir. El asesinato dentro de un proceso capitalista genera ingresos y por ello mantiene un estatus en nuestra sociedad.

En contraste al sicario, las hijas de una mujer desaparecida dicen que no perdonarían, y no sólo reclaman justicia, sino venganza. No se postula la reforma, sino el castigo, la memoria no genera por sí misma una secuencia dolorosa, sino la irregularidad en los mecanismos de justicia que se aplazan y frustran a las personas.

La memoria puede verse como un proceso que acumula y alarga el dolor, siempre está presente en las sociedades, únicamente cambia de perspectiva, puede funcionar como algo favorable o algo negativo. Hannah Arendt sitúa la memoria como “el poder que tiene el espíritu para hacer presente lo que es irrevocablemente pasado, y por tanto ausente a los sentidos: ha sido siempre el ejemplo paradigmático más plausible de la capacidad del espíritu para hacer presente lo invisible”. (Arendt en Bueno 125) En otras palabras, puede mantener cerca algo lejano, como prueba o testimonio importante. Arendt también habla sobre la condición del ser humano en la contemporaneidad; acerca de su industrialización y su reducción a materia, lo aborda desde la perspectiva de los campos de concentración como “un proceso controlado y planificado que consta de tres fases: el asesinato de la persona jurídica, el asesinato de la persona moral y el asesinato de la individualidad, quitándoles a los seres humanos recluidos en los campos su condición de humanos, reduciéndolos a un conjunto de puros instintos biológicos sin artificialidad”. (125)

Una desaparición forzada está dividida en estas tres fases. Arendt menciona que a partir de la dominación de los regímenes totalitarios se re-organiza la sociedad, por ello el modelo de valores se vuelve inválido, ya que no responde a los nuevos hechos y a las actitudes humanas: “En otras palabras que las nociones tradicionales de mal, crimen, castigo, inocencia, muerte, historia o verdad, entre otras, deben ser reconsideradas porque ya no son aplicables al presente de los acontecimientos humanos”. (125)

Bueno, por su parte, menciona que:

En este trastorno de los valores morales está implícito un trastorno de las nociones clásicas de víctimas y verdugos. Las víctimas, cuya inocencia, piensa Arendt, es absoluta en tanto que la magnitud del daño al que son sometidas es descomunal, son convertidas en verdugos de otras víctimas. Desde la perspectiva del asesinado, su asesino es un verdugo, y no una víctima. Pero a menudo ni siquiera la víctima se siente del todo inocente, puesto que ella misma ha sido previamente obligada a cometer crímenes. Arrastradas al caos se vieron también las nociones tradicionales de castigo, culpa y crimen. ¿Cómo denominar, por ejemplo, criminales a unos actos para los que no cabe pensar ningún castigo o reparación? (125)

Estas consideraciones se reconocen a lo largo del documental, por ejemplo, el caso del sicario que probablemente no se asume como víctima a pesar de serlo en cierto grado. Las hijas de la señora desaparecida son incapaces de situar a su agresor dentro de un plano de dualidad de víctima y verdugo, lo codifican en sólo un nivel y eliminan la otra parte, pues el daño que han recibido de él, les niega verlo como humano. Las desapariciones tienen dos partes principales: la familia y aquel que los desaparece, quien busca y quien elimina. Un desaparecido sin rastro no tiene restos, de esta forma “asesinar la memoria de las víctimas es asesinar también su existencia, y esta forma extrema de asesinato no habría tenido precedente en la historia del mundo occidental”. (125)

Pero este momento se sigue viviendo aquí, en otra parte de Occidente. Las desapariciones buscan eliminar a la víctima y a sus círculos, pues se trata de agotar el recuerdo y borrar también al agresor quien nunca es encontrado.

La memoria es un mecanismo que promueve un análisis constante, según Arendt, el pensar. En casos como éste, el perdón y el olvido son pedidos principalmente para proporcionar paz a las víctimas. No obstante, es sabido que el perdón, pese a que en ciertas circunstancias se otorga, el lado de la memoria y el olvido matizan aspectos distintos: si pedir perdón es una promesa de no volverlo a hacer y perdonar es promesa de olvido, se proyecta una dualidad inestable y absurda, aquel que perdona olvida, no obstante, el perdonado debe mantener alerta el recuerdo para no volver a llevarlo a cabo, de esta manera el perdón deja ir parte de un daño, pero mantiene otra en guardia. Ello descompensa el equilibro de las partes implicadas.

Por ello se propone la comprensión como término medio pues da pie al surgimiento del pensamiento que daría como resultado que la humanidad registre nuevamente a los entes que causan daño, notar más de sus matices, que de alguna forma los aíslan de su completa culpabilidad de los actos.

La modernidad trae consigo a la Segunda Guerra mundial, la China de Mao, la guerra afgano-rusa, la de Yugoslavia, o sea un margen mundial de desaparecidos, de asesinatos y actos de los cuales nadie se creía capaz como el despojo de la identidad y la industrialización de la muerte.  Así cada individuo está segmentado y especializado en algo, así como ha dicho ya Max Weber, la especialización y el sistema de valores cambian constantemente en respuesta a los actos y las consciencias humanas contemporáneas.  

En el documental se plantean otros casos, como el de un militar que huye de sus labores porque se da cuenta que los altos mandos los envían a emboscadas sabiendo que no serán capaces de regresar. De esta manera se comercia, se intercambia, se da un trueque con las vidas de los militares. No obstante, pese a ello, el ex-militar sigue teniendo un estatus de traidor a la patria, pero, ¿quién traicionó primero a quién? También está presente el testimonio de un rescatista, que reitera la espiritualidad del humano, aquel que busca incansablemente y que necesita de un ritual que favorezca un cierre de ciclos, incluso cuando se sabe que los desaparecidos están muertos, la búsqueda incesante se mantiene con amargos ápices de esperanza. A final de cuentas, la memoria es un aspecto que nos define como humanidad, un mecanismo inherente que da cuenta del pensamiento.

El documental nos plantea esto, la recomposición de nuestro sistema de valores y recurre a la memoria que se conecta con el pensamiento y que a su vez propone no el perdón, sino la comprensión y la materialización de los verdaderos planos de acción de los hechos dañinos con los polos que lo contextualizan y que definen las acciones de nuestros actores por medio de su dolor, de su temor y de su hambre.

Referencias

Imagen tomada de Gatopardo

Escrito por:paginasalmon

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