Edén

No encuentro los árboles
de la ciencia,
ni los perales de Judas,
el estanque de miel
reposada,
ni los nueve planetas
de Paracelso
o camellos sabios.
No tiene cielo encima
suyo, tampoco

El habitante

Hubo amaneceres en que había alguien
en el cielo y no supe su nombre,
y cuando iba por el trillo
el mastín blanco de Moll Dyer me empujaba
hacia las hojas boreales,
caía eunuco entre piedras de sangre rubicunda
mientras se estampaban las sombras
de sus quince esclavos albinos a mi suelo.
Hubo amaneceres en que le preguntaba
su nombre de pila bautismal al habitante,
mi voz era hueca ante la fusta solar,
yo podía seguir alzando mi garganta
recitando non omnis moriar
pero recibía sales y cera náutica,
me esquilaba la piel,
ni los muertos ni los jaguares
se atreverían a hacer lo que yo hice.
Hubo amaneceres en que resistí
que fuera mudo,
que recordara todo menos su nombre,
que marinara las cuerdas crepusculares y
sobre el aire se me rompían
las meditaciones más intricadas,
me resigné a tomar bayas venenosas
y acompañar a las iguanas de la mediocridad.
Para el habitante fui el hijo
de Abraham en la piedra
pero también Bayardo
sobre su purasangre plateado

Veía al mundo

Ya no está.
Nunca quiso estar,
caminábamos y prefería ver
las palomas sobre las ruinas.
Yo extendía mi mano hacia él
y él extendía su mano hacia las
ciudades cobrizas del horizonte.
Yo lo veía; él veía al mundo.

Escrito por:paginasalmon

2 comentarios en “El habitante y otros poemas | Por Roberto Cambronero Gómez

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