Fotografía de Manuel Alejandro

El Sol muere a las cuatro pm,
y el golpe de acero seco
del portón que se abre
y desplaza al silencio de la casa.

Una taza de té medio llena
y las sobras de la magdalena
casi desaparecen, disueltas, en
las sombras de la tarde y de la mesa.

La cara magra y el torso sin pelo
de Richter reciben del espejo la luz
en forma de una cama deshecha
y cables líquidos en su espalda.

El pulgar largo sacude la harina
del extremo derecho de su labio,
y el agua traza líneas parciales
entre su barbilla amplia y el lavabo.

(Cuando Óscar llega, preparado,
Richter ya ha adaptado a la
imagen de su forma
la expectativa).

Estos días, sus ojos solo miran
su antebrazo enmarcado por
espejos, queroseno y el golpeteo
de pesas y aparatos del gimnasio,

o las duchas donde dos adolescentes
platican de tamaños, posiciones
y senos, mientras sus bocas escupen
risotadas y sus manos empujan

el cuerpo del otro entre el vapor
y mil gotas chocan con el suelo
como luz ultravioleta que lija
la arena de una playa virgen.

La bota de Óscar penetra
el umbral de la recámara,
el radiador golpetea y la cadera
de Richter traza ochos en la hora.

Escrito por:paginasalmon

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