Quienquiera que haya entrado en esta cueva, haciendo verdadera penitencia y siendo constante en su fe, y haya permanecido en ella […] no sólo verá los tormentos de los malvados sino también el gozo de los bienaventurados
Henry de Saltrey, Tractatus de Purgatorio Sancti Patricii
En el Purgatorio –geografía imaginaria de trasmundo– se ha formado primero la confusión, la quemazón y la fragilidad. De ahí, el salto inevitable a la fatiga de saberse dentro (el purgatorio está adentro de la tierra). En una circulación inaudita existe el vértigo de todo lo que genera el símil como un montón de piedras corpóreas; existe el movimiento en el vientre de todo lo que genera el vértigo: el vuelo lioso del pájaro, el sol narciso y la música secreta. Pronto resuena en tono acogedor la voz del poeta joven:
La granada es como un seno
viejo y apergaminado,
cuyo pezón se hizo estrella
para iluminar el campo.
Mas la granada es la sangre,
sangre del cielo sagrado,
sangre de la tierra herida
por la aguja del regato
sangre del viento que viene
del rudo monte arañado […]
la idea de sangre, encerrada
en glóbulo duro y agrío,
que tiene una vaga forma
de corazón o de cráneo.
En su espejo, la granada se ve desnuda y repara en su propio seno. Granada, carmesí fecundo, vuela en medio del torso o de las piedras y cambia decisivamente el significado de la palabra “ruina”. Lo que va saliendo a la luz bajo esos tantos metros –imagen del corazón corriendo cuesta abajo– se encuentra prístinamente conservado: hay frescos y piedras y flores que nacen del laboratorio alquímico. Abajo, más abajo (donde arriba y abajo no quieren decir gran cosa), la retracción es la vuelta al barro del abismo. Las ruinas “hacen soñar y le dan poesía a un paisaje”, dice el diccionario de Flaubert.
Para estos giros, la granada es ya el objeto de pulsión. Su color impregna el vientre y de su forma (símbolo de unidad estructural) se vierte el camino giratorio: “La granada estallada, despliega una circulación de copos que ascienden como lenguas de fuego; es el sol que arde en el plano profundo, plano del espíritu”. En la Granada o pozo, el cuerpo del hombre finalmente se convierte en un retablo dispuesto a ser descrito y entregado.
Imagen de N. Obed