A Alondra S. R.
Rayamos las paredes para tarea de la arqueología. Rayar aquello que nos pertenece se presenta como una necesidad desde que somos niños. Cuando aún gateamos hay un impulso de pintarrajear las paredes de la habitación, si es que nos otorgaron cualquier objeto con el que se pueda dibujar o simplemente dejar una marca. Escribir en los muros siempre ha sido parte de nuestra identidad, una manera de (re)afirmar nuestra existencia; no es extraño que haya bisontes y manos humanas deambulando dentro de las cuevas de Altamira.
Rayamos para tomar posesión de algo. En alguna ocasión, cuando apenas cursaba el tercer grado de primaria, un primo tomó algunos colores y se puso a hacer líneas y garabatos en la pared desamoblada de mi cuarto. La furia infantil rebosó en mí, no entendía el porqué de aquello, no entendía la injusticia social que a cada uno le depara el manipulado destino. Sucede que él rayó la pared porque quería que mi habitación fuera la suya; ciertamente, la mía era más grande y tenía más juguetes. Sin embargo, la razón de que fuera más amplia se debía a que la compartía con mi hermana. Quien, en otro momento, colocó su nombre en la pared más cercana de su cama, como si al hacerlo dijera: este trozo de mundo es mío.
Una de las cosas que más cuestiona la opinión pública, o al menos los puritanos, es el “rayoneo” con aerosoles y otros instrumentos en los espacios cotidianos cuando se realizan diversas marchas fogosas. Parece que no entienden qué significa público; no comprenden que ésta es una forma de (re)afirmar que las calles y los monumentos son de nosotros y no solo de la minoría empresarial que usa cualquier sitio para vendernos forzadamente sus productos; al parecer, no recuerdan ciertos días de su infancia.
Asunto suelto I
Si rayar paredes es tomarlas como nuestras, ¿qué opinión tener de los grafitis? Alguien más toma posesión de los muros exteriores de las casas o de los túneles que son de todos. ¿Nos molesta saber que lo privado ya no es tan privado, que lo público ya solo es de los grafiteros? ¿Por qué no enardece del mismo modo la publicidad de películas palomeras y de whitexicans, o las pinturas monumentales de partidos políticos?
El muralismo fue un movimiento artístico mexicano que se tomó muy en serio eso de rayar paredes. Su función consistió en dar una identidad al mexicano promedio a través de pintar enormes obras en espacios públicos. No obstante, muchos quedaron fuera de tal ideal. El país postrevolucionario negó a los otros, a los que habitaban al margen, por ejemplo, homosexuales. Está el caso de uno de los murales que realizó Diego Rivera en la Secretaría de Educación Pública, donde se burla de Novo debido a su abierta homosexualidad. Éste y otros murales ––además de la participación de la televisión y, posteriormente, otros medios de comunicación masiva–– sirvieron para crear la triste identidad clasista, racista, homofóbica y misógina, de la que aún muchos se enorgullecen.
Rayamos para tomar posesión de algo. Al leer esto, pienso de súbito en los subrayados, glosas y demás anotaciones que dejamos en nuestros libros. Me surge entonces la idea de que al rayar tal o cual obra no solo lo hacemos para (re)afirmar que es de nuestra propiedad, sino como una forma de dejar algo nuestro en esas hojas impresas. No solamente nos pertenece aquello donde pusimos una marca, sino que ya somos parte de eso: plazas, calles, monumentos, libros y paredes de habitaciones nuestras o ajenas.
Asunto suelto II
La escritura es también, y quizá es solo eso, una serie de rayones sistemáticos que hace habitar un espacio al autor y a sí misma; a veces, los espacios conseguidos superan las expectativas.
Fotografía tomada de Pinterest