Fotografía de Manuel Alejandro
A Nicolás le jugó el destino, ¡puto destino!, varias jugarretas en el trascurso de su vida.
En la juventud pudo elegir entrar a la Universidad, no era un mal estudiante, pero un jugoso trabajo en la construcción le tentó: muy buen salario en una empresa que construía muchas urbanizaciones en su pueblo, al principio sin freno y al final descarriló.
Nicolás a los seis meses de trabajo se fue al paro, casi ni se dio cuenta, pero muy poco tiempo lo cobró. Y de la Universidad nada de nada, porque ésta se alejó camino de otros horizontes que Nicolás ya no oteó desde su trabajo perdido; con el destino había jugado y a éste es difícil engañarlo. Mientras esperaba otro trabajo, que “Lehman Brothers” truncó al arrastrar al mundo entero a la cueva del terror.
Del paro no salió con un trabajo que le gustara y acabó de tendero en un puesto de pepinos en el mercado de su pueblo.
Ya le surgía de las entretelas arrimarse cebolletas, los veinte años eso tienen, que para eso trabajaba las verduras en su puesto. Y había dos hermanas pescaderas que en el mercado conoció.
Durante semanas, como amigas del alma, con ambas salía; eran alegres, joviales, muy guapas, había de donde elegir. Pedrita era muy “suelta”, liberada y generosa con la vida. Leocadia, la mayor, también gustaba del sexo, pero lo solía medir.
Al año, arriba o abajo, Nicolás se decide y como el destino le miraba con el ojo tuerto y procaz, a Pedrita, la vital y ardiente Pedrita, rebosante de sexualidad y amor eligió.
Se casaron al poco tiempo, en la cama disfrutaban como los jóvenes que eran; pero Pedrita era muy generosa y quiso compartir su cuerpo con cuantos más hombres, mejor.
Nicolás ni se enteraba cuando a medio pueblo Pedrita se pasó por su altar, donde gozaba con frenesí, porque su sexo era libre y ni el matrimonio pudo atar, y eso que Nicolás tenia amor para darle y extenuada, en el sexo, siempre la dejaba.
Pero Pedrita era ardorosa y su pasión no calmaba Nicolás, ni el “Vencejo”, ni Julito, ni el padre de su amiga Teresa, ni el veterinario, ni el cartero de su barrio… Ni el bueno del camarero donde solían picar, y ella hambrienta, no se hartaba de probar.
Se sentía libre Pedrita, era buena gente, hacendosa y trabajadora; su único pecado, que a un solo hombre con papeles se quiso atar. A Nicolás por suerte no le gustaba cazar por los montes cercanos al pueblo, porque con esa cornamenta podía ser confundido por otros cazadores con un poderoso muflón.
Leocadia recriminaba a su hermana que Nicolás era un buen chico y no se merecía ser cornudo; Pedrita asentía, lo quería y disfrutaba como una loca en la cama con él, pero su cuerpo, decía, era libre y no quería detener sus gozos. Leocadia, como se pueden figurar, estaba enamorada de Nicolás; pero entre los dos, en Leocadia había amor, en su cuñado atracción, pero los dos respetaban a Pedrita, ¡válgame Dios!, para respetar estaba ella, pero la vida es así.
La hermana de Pedrita al final se casó con un muchachote bueno; apuesto y de justas luces, trabajador como el que más, que vendía chacinas muy cerca de su pescadería en el mercado.
La boda fue a base de pescado, marisco y chacinas por doquier; pero Pedrita, a cuenta de las copas tomadas, continuaba con el gusto por lo nuevo gozar y allí mismo, en la boda, mientras unos bailaban la “conga” ella con el chacinero follaba al mismo ritmo musical. En defensa del chacinero, pues todo hay que decir, el joven iba puesto hasta las trancas de un cava semiseco que a la cabeza se le subió como si se tratara de un escalador. El pobre chacinero no controlaba…, algunas cosas.
Pero ese día el destino también debió beber del cava en la boda y algo se despistó; de esa fatalidad, buscando a sus respectivas parejas, Leocadia y Nicolás, en un cuarto que servía de almacén, escucharon quejidos, gruñidos y suspiros de placer. Lo primero que pensaron es que había un “destripador” que alguna victima raptada estaba haciendo picadillo y al entrar a salvar a la martirizada… se encontraron al chacinero y Pedrita en una sinfonía de amor desenfrenado, que más que pasión era lujuria y sexo de los saltos que daba Pedrita sobre el “delfín” del chacinero, que más que un “delfín”, parecía una “tranca de toro”, quizás en la chacinería adquirida.
La pareja en pleno desenfreno y gozadera, de la entrada de sus maridos ni se enteraron ninguno. Cuando los intrusos además de ver, miraron, para después gritar los dos a dúo, ¡que cabrones sois!, y mal insulto utilizaron, el desenfreno de los cuñados cortaron de abrupta manera entre Pedrita y el chacinero, pero estos nada dijeron, ni esa frase tan adecuada para en esos momentos usarla, “esto no es lo que parece”, porque, aunque hubieran dicho lo que parecía, era mucho más de lo normal.
De esa alegre boda, tan bonita y sexual, salieron dos bellos divorcios. Uno de ellos no sé todavía si se formalizó. Nicolás se enteró entonces de que era un “cornudo”, porque entonces de las historias de amor de su mujer con tantos amantes le informaron. ¡A buenas horas!, comentó Nicolás. Y el pobre chacinero, eso sí, por culpa del alcohol pero, Leocadia, muy sensata dos divorcios firmaría aprovechando la ocasión, de su marido el de la “tranca” y de su hermana, que aunque no era su trabajo, Leocadia de muy puta tildó.
Lo que nunca supieron los despechados cornudos fue si con el frenético baile del toro siguieron sus “parejas”, porque las malas lenguas decían que Pedrita sugirió al chacinero que esa tranca tan erguida no era para desaprovechar; y como el mal ya estaba hecho, danzando hasta llegar al clímax continuaron. Algunas otras lenguas, mas pérfidas si cabe, relataron que como el chacinero tenia leña de sobra, hasta no apagar la hoguera follando estuvieron, porque ya puestos, descubiertos y pillados qué más les daba.
El destino seguía jugando con la vida de todos y entre todos ellos, Leocadia se fue a la capital para ocultar su vergüenza y olvidar al gañán del chacinero, que por cierto es de ley, no llegó su “tranca” a degustar.
Nicolás se compró un camión y camionero se hizo. De esa forma perdió el pueblo de vista, y a Pedrita y a sus vecinos, que de momento es lo que más quería.
Y el tiempo pasó, lento pero sin perdonar.
Empezaba a “peinar canas” Nicolás, que sin divorciarse seguía ya que de ni papeles con su mujer quiso tratar.
Un día, en un bar de carreteras, de esos que te llaman con lucecitas de relucientes colores, Nicolás paró; más que nada porque estaba cansado. Mientras en la barra reposaba, trabó amena conversación con una mujer muy exuberante; con cantaros por glándulas mamarias, que en topless aprovechaba para el moreno que le proporcionaban las lucecillas del antro adquirir.
Casualidades, pensó Nicolás. El destino digo yo; pero la moza ajamonada era paisana, de su pueblo, bastante más joven que él y hablando como es propio cuando dos paisanos se juntan y en este caso, más parloteo, porque entre párrafo, manoseo de tetas, y copa sumando para el futuro de Angelita, no paraban. Ya en confianza su verdadero nombre le dio, antes era “Angie” su nombre de guerra.
Bueno, sigamos, al grano que me he desviado un montón.
Contando anécdotas, dimes y diretes del pueblo salió el tema de Pedrita y el chacinero, pues juntos continuaron después de tan sonado escándalo. Porque de tanto escándalo que se formó, Angelita de todo se enteró por las “malas lenguas” del pueblo.
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Porque el chacinero, mientras follara con la pescadera, igual le daban los devaneos de Pedrita; se había juntado el hambre con las ganas de comer. También decían otros menos crueles que eran felices, y tenían un buen pasar, porque además de mucho follar, trabajadores eran los dos.
Así, hasta que un buen día, quizás no muy bueno para todos, mientras paseaban por las afueras del pueblo, como no se cortaban cuando les apretaba joder y les pilló las apreturas un domingo bajo la sombra de un nogal, cerca de una cuneta por un camino cercano. Estaban los dos gozando a tope, con un cunnilingus y felación entretenidos, embobados y más calientes que una plancha industrial; cuando la boca libre tenían, solo para tomar aire paraban, gemían y disfrutaban. Embelesados y tan cálidos, tórridos quizás era lo que estaban, no vieron lo que se les vino encima…, nunca mejor dicho.
Un tractor, con Dionisio, un segador motorizado, pasaba cerca de la cuneta donde disfrutando estaban, cuando un rebeco o un corzo, no lo sé, ─puedo asegurar que no tuvo nada que ver Nicolás─, se cruzó por delante del tractor. Otra vez aparece el destino que parece que a nadie deja en paz. A la vez que un rayo de Sol despistado entre la arboleda del camino, con los ojos de Dionisio se encontró, cegándolo por un momento, pero en ¡qué mal momento!
Un brusco golpe de volante para no chocar con el animal que pasaba y cegado por el Sol, por la cuneta el tractor siguió circulando; y la desgracia, ¡puta desgracia!, hizo que pasara sobre la cabeza del chacinero reventándola. De cintura para abajo Pedrita era un revoltijo sangriento, pero gracias al cabezón del chacinero, que resultó ser muy duro, la vida pudo salvar. En la mesa de operaciones, salvándola a la desesperada, los cirujanos no la querían perder; a Pedrita los cirujanos sacaron bastantes dientes de su vagina incrustados, media mandíbula del chacinero y hasta un trozo de lengua encontraron.
Salvarse, la salvaron, pero quedó postrada en una silla de ruedas; no podría jamás andar, insensible de cintura para abajo. Su sexualidad también quedó en aquella maldita cuneta.
Pedrita se quedaba sola y a una “residencia de Ancianos” tuvo que ir a vivir, con el subsidio que el ayuntamiento, por lisiada, le concedió y sus pocos ahorros; porque ellos no pensaban morir y gastaban lo que con su diario trabajo ganaban, en un buen vivir allí en su pueblo.
Y allí, en aquella residencia seguía según Ángela desde hace más de un año.
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Así de trágica acabó la tan sensual historia de Pedrita y el pobre chacinero.
Nicolás y la gentil doncella siguieron “chalaneando” y hasta un “discreto reservado” pasaron; más que por otra cosa, para desahogarse Nicolás, por tanta leche de ubres de Angelita que mezcló con varias copas de brandy.
Pero una idea fija en la mente, ya Nicolás barruntaba.
Varios días después volvió a su pueblo y fue a la residencia donde Pedrita vivía; ésta sorprendida, un abrazo, cariño y besos le quiso dar, no era fingido, Pedrita era así. Nicolás, la miró con lastima y solo le dijo, “aun eres mi mujer y en mi casa conmigo vas a vivir mientras quieras, no te faltará de nada, pero de mi cariño te puedes olvidar”.
Ven ustedes cómo son de crueles las jugarretas del destino; a Pedrita, ya no le faltaría de nada, ¿lo creen ustedes?, pero muy triste vivía, sin cariño y sin sexo para nunca más. Viendo cómo su marido entraba y salía, con amigas acompañado; en su cuarto sin cortarse un pelo, buenas fiestas se montaba.
Pedrita, mientras tanto, veía la tele en su salita. Nunca Pedrita le recriminó nada. Nicolás fue su marido hasta que ella quiso, y no sabía si lo que él hizo era venganza, o fue el destino quién todo lo urdió.