Como después de un sueño, 

no acertaría

a decir en qué instante sucedió.

Porque desde el encierro, el exterior parece un paisaje de ensueño, tan bello como salvaje y  violento. Dicen las voces de los medios que, si no fuese por este conjunto de  luces y letras reflejado en nuestras pupilas llamado tecnología, el aislamiento nos habría matado mucho antes que ese virus cuyo nombre no hace falta mencionar. Pero, es solo aquí adentro donde se puede conocer un hombre así, como él, un hombre obsesionado con el tiempo y sus inevitables estragos, con la imposibilidad de la permanencia. Un buscador del instante y la forma; la forma de preservarlo, de volver.

Jaime Gil de Biedma, nacido el 13 de noviembre de 1929 en Barcelona, España; hijo de una familia de la burguesía española, tuvo una infancia feliz y tranquila. Él mismo la recordaba con cariño, sentimiento que no muchos de sus contemporáneos pueden compartir, debido a que parte de su niñez transcurrió durante la Guerra Civil Española. Sin embargo, gracias a su posición privilegiada, el pequeño Jaime fue resguardado en la casa familiar en La Nava de la Asunción, Segovia, quedando a salvo de toda bala perdida:

Fueron, posiblemente,

los años más felices de mi vida,

y no es extraño, puesto que a fin de cuentas

no tenía los diez.

Las víctimas más tristes de la guerra

los niños son, se dice.

Su juventud estuvo enmarcada por su clase social, por las costumbres burguesas de la  época: veladas en el Liceo, club de equitación, natación, etc. Esto, a su vez, le permitió rozarse con distintos personajes del ámbito cultural europeo pero, no conforme con eso, el espíritu libre de Gil de Biedma lo llevaría mucho más allá de sus terrenos seguros.

Estudió Derecho en Barcelona, donde conoció a Carlos Barral, Joan Reventós, Alberto Oliart y, entre otros, a Josep María Castellet quien lo introdujo a la corriente nombrada “realismo crítico”. Esta temporada fue de suma importancia, ya que, no solo escribió sino que, gracias a su nuevo círculo social, comenzó a publicar. 

En 1953, nos obsequió su primer poemario: Según sentencia del tiempo, año mismo en el que se trasladó a Oxford; decisión crucial en la trayectoria de su creación, dado que sería ahí donde se empaparía de la literatura anglosajona y su destacable estilo, lo que marcaría su propia escritura por el resto de su vida. Prueba de ello es la gran diferencia que existe entre la obra antes mencionada y Compañeros de viaje (1959), su segunda publicación, la cual, no solo por la crítica sino hasta por el propio autor, ha sido reconocida como una obra mucho más lograda y consistente, pues desde el título nos pinta aquel panorama inefable que hoy más que nunca deseamos: movimiento en compañía.

No solo en dichas obras, sino en toda su poesía, se encuentran temas recurrentes como el paso del tiempo, los llamados “bajos mundos”, el amor y la sexualidad. Temáticas que, como es natural en la poesía, no son ajenas a su vida sino que son brillantes reflejos de su  propia existencia, de su intimidad. Reflejos que iluminaban el encierro espiritual de un poeta y que nunca brillaron tanto como lo hacen ahora que los encerrados somos nosotros.

De tal suerte que, autoexiliado de su mundo burgués, después de trabajar años para la compañía familiar y jugando el interminable juego del creador, andando de una ciudad en otra, contemplando noches de luces neón con alguno de sus cuatrocientos amantes desde algún desolado motel de paso, o un decadente prostíbulo al que ningún señorito de su clase entraría, Biedma versificó su propia mitología: mitología de una vida y un tiempo, de un hombre y su mundo, de un cuerpo y sus deseos. Mitología que, en 1966, dio origen a Moralidades, el tercer poemario  del autor español:

Así yo estuve aquí

dentro del vientre de mi madre,

y es verdad que algo oscuro, que algo anterior me trae

por estos sitios destartalados.

Más aún que los árboles y la naturaleza

o que el susurro del agua corriente

furtiva, reflejándose en las hojas

–y eso que ya a mis años

se empieza a agradecer la primavera–,

yo busco en mis paseos los tristes edificios,

las estatuas manchadas con lápiz de labios,

los rincones del parque pasados de moda

en donde, por la noche, se hacen el amor…

“Barcelona ja no és bona, o mi paseo solitario en primavera” es el perfecto inicio de un  poemario que, verso tras verso, declama y confiesa una existencia: la de Gil de Biedma y, a  su vez, la de todos aquellos que, censurados por el mundo, por su patria o por su familia,  callaban; aquellos que, solo a las horas más oscuras, amaban y que, en plena “Albada”,  indiscutiblemente, partían… “Aunque el amor no deje de ser dulce hecho al amanecer”.

Moralidades, irónico desde el título, es uno de los espejos que Biedma lustró para reflejar lo que ante otros ojos tuvo prohibido ser; la sonoridad de cada verso es, también, lo que sus propios labios nunca pudieron pronunciar: su homosexualidad. Así, preso en las  ideologías de su tiempo que, al cabo de unos años, lo obligarían a retirarse del gremio literario, el español solo se deja ver, casi desnudo y sin temor, a través de “Pandémica y celeste”:

Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo

quien me tira del cuerpo a otros cuerpos

a ser posiblemente jóvenes:

yo persigo también el dulce amor,

el tierno amor para dormir al lado

y que alegre mi cama al despertarse,

cercano como un pájaro.

Seguido de Moralidades, tan solo tres años después, en 1969, aparecen los Poemas póstumos cuya columna vertebral son el paso del tiempo, la pena del olvido y la dulce desgracia de la memoria. Entre homenajes a lo que fue y reproches a lo que es, Biedma traza el camino de su vida directo hacia la muerte. Es así como declara una anticipada despedida, pues, en 1974 el autor desapareció de la vida pública. Las razones pudieron ser muchas: las limitaciones de su vida íntima, su descontento social, la censura impuesta por su propia familia, o bien, una sola: una terrible enfermedad. 

En 1990, Jaime Gil de Biedma muere en Barcelona, a causa de lo que su familia llamó “una enfermedad tropical”, no lo era, en realidad se trataba de VIH/SIDA, pero, tristemente, hasta en la muerte fue censurado. Un año después, sale a la luz Diario del artista seriamente enfermo, obra en prosa en lo absoluto autobiográfica, escrita en 1956 pero prohibida por la dictadura franquista. En ella se encuentra un Gil de Biedma joven y versátil que cuenta sus días y los anhelos de sus noches y, sin quebrantar las leyes del silencio, relata fugaces momentos de su joven sexualidad. Sin embargo, dicha obra es solo uno de muchos otros diarios que fueron escritos entre 1956 y 1965 que, hasta hoy, siguen inéditos.

Si algún día el mundo los conociera, estos serían, quizás, los últimos espejos del claustro de la vida, la muerte y la memoria de un hombre inmarcesible que solo pudo ser a  través de la poesía y al que la poesía siempre lo hará volver. Biedma en el claustro fue ese reflejo brillante y acuoso que se me apareció durante este encierro, porque la literatura nos recuerda que antes de nuestra alma ya hubo una voz declamándola.

Referencias

Biedma, J. G. (1998). Volver. Madrid: Cátedra.

Escritores. org. (2018). Recuperado el 07 de Noviembre de 2019, de https://www.escritores.org/biografias/891-gil-de-biedma-jaime

Gil de Biedma, J. (1982). Las personas del verbo. Barcelona: Seix Barral.

Gil de Biedma, J. (1998). Diario del artista seriamente enfermo. Barcelona: LUMEN.

Lecturalia. (2017). Recuperado el 06 de Noviembre de 2019, de http://www.lecturalia.com/autor/3897/jaime-gil-de-biedma-y-alba

Escrito por:paginasalmon

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