Cuando se extendió la noticia de que existían personas a las cuales les crecen flores en el pecho quise ser parte de ella. Una vez oí que solo somos parte de la historia si pertenecemos, así que dormí tres días con sus noches tirada en el suelo, con el pecho desnudo sobre la tierra húmeda de mi patio trasero esperando que nacieran girasoles. 

El resultado he decidido documentarlo ahora, antes de que no haya más luz: Quise pertenecer al grupo de la gente-flor, pero de mi pecho solo emergieron frutos podridos. 

Al principio parecía un botón sucio y húmedo. Con los días fue creciendo y endureciéndose como una roca, aún en ese momento mantenía la esperanza de que naciera algo bello, pero no fue así.

A la semana pesaba lo que un limón; no habrá flores, ni tampoco habrá remedio. 

El fruto crecía de forma lenta y violenta. Cada hora sentía como su peso aumentaba, y aunque a ratos se aligeraba el tamaño parecía hincharse y su putrefacción ardía desde el interior. 

Conforme el fruto crecía iba abriéndose paso entre mis entrañas y delegando o entorpeciendo las funciones de mis órganos, que luchan agonizantes contra la inevitable extinción. 

Aún en ese entonces me preguntaba si yo también debía luchar, como si nuestro destino consistiera en eso, en dar la contienda contra la crueldad de nuestro propio interior. 

Mis pechos, antes redondos, tostados y firmes, se han deformado abriéndole paso al fruto que ahora devora mi piel entre vénulas carnosas. 

Algunos días me entraba la idea de cortarlo con machete, en arrancarme del pecho yo misma tirando de él con ambas manos, e incluso prenderle fuego, pero el fruto se ha vuelto tan parte de mí, que temo arrancarme el propio corazón y morir. 

No es que yo sea experta en frutos, pero me inquieta la forma en la que se fortalece mientras más se consume entre su propia pus y creciente deformidad, “esto no es natural”, me decía a mí misma, pero ¿qué sí lo es? Seguí cultivando mi fruto sin decírselo a nadie, ni siquiera intenté ir al médico.

Al principio parecía una naranja, pero ahora ha brotado de él un rojo intenso como el del interior de una granada. Ese rojo se puede ver en las partes aún no consumadas por la negrura que avanza en forma de delgadas estrellas, como si fuesen las quebraduras de un fino cristal.

Hace ya mucho tiempo que no salgo de mi habitación pues temo que la noticia se corra y quienes se acerquen puedan contagiarse, pues tan sólo el hedor es tan poderoso que podría contaminar sus ojos, o les quede el aroma en el aliento. 

He decidido alimentar a mi fruto en las sombras, mi fruto, que cada día es más grande y fuerte. Mi fruto, que invade mi cuerpo, que ya empieza a carcomerse y ennegrecer. 

Sé que si se enterara la gente-flor me diría que lo intente, que ellos han podido vivir así, que con el tiempo no es tan difícil, que han logrado trascender al fin esa barrera entre personas y naturaleza, me dirían que me una a su revolución, una revolución en la que las personas viven con flores frescas que les brotan del pecho. Me pedirían que saliera del encierro al que me he sometido, me dirían que levantara la barbilla frente al sol, pero yo no puedo hacerlo, esas son visiones de los seres de luz. 

Durante tiempo ya intenté negarlo e intenté ofrecer mi fruto al agua del río y a la luz de la mañana, pero solo logré que mis raíces se entumecieran. No podemos obligarnos a luchar contra nuestra propia visión, ni pensando que los intervalos entre lucha y lucha son la única forma de vida. 

No es que crea que existen malas semillas, sino que existen especies distintas. Y lo cierto es que una flor no ha de amar un fruto podrido, pero el fruto nace con el deber de amar a la flor o corre el peligro de extinguirse. 

No espero que me perdonen, pues va más allá de mí, porque mis semillas ya permanecían retorciéndose para emerger de la tierra húmeda de mi interior. Tarde o temprano terminaría por ocurrir.

Me voy a quedar en cama hasta que mis ramificaciones se coman hasta el colchón y la madera de mi cama, hasta que devoren la alcoba entera.

Me voy a quedar quieta hasta que los frutos se multipliquen y broten colgantes en las ramas que saldrán por las ventanas y trasciendan para siempre esta casa. 

Porque somos criaturas sin luz, somos quienes daremos sombra cuando queme y carcoma el sol, allá en el campo de las flores. 

En respuesta a «La crisis de las flores en el pecho»

Xaltianguis, Guerrero

2 de abril de 2019

Ilustación de Jaiden Langcaster

Escrito por:paginasalmon

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