Hombre volador
entre sinuosas fábricas
o con el hule asido
en la cintura libre,
despegado del suelo,
como un parido,
al aire seco y orgulloso
en que el primer soplo
da el albedrío olvidado,
cima su cráneo,
hombre volador,
oprimen el cosmos
sus decenas de metros,
se eleva, rompe glorioso,
fábricas oscuras,
metal el límite
mas no metálica
el alma,
doble es el ser
que salta
y además se detiene,
drama del monólogo
que reverbera sólo
y cae o asciende,
mas no se relaciona,
hombre embebido, halcón,
volador que el viento
no ahoga,
espalda, sin alón,
que inflama
el curvo aliento del tiempo,
lo acaba mientras lo ama,
volador que, consumido,
riega sendas abiertas
donde, opaco,
el piso nada alcanza,
volador, hombre,
voraz de pies
tan blancos
que no rozan las púas,
vanidosos temores
que vuelven
la costumbre a la tierra
en inflexibles raíces,
no son cárcel artera,
sino agónica sombra
que sus piernas tan verdes
de veloces no arraigan,
volador
que inauguras
hoy mi nombre precioso,
grave, lúcido,
en el presente despierto,
mi padre está muerto,
las coordenadas se muestran,
en superficie, nubladas,
mas el dolido faro
en la prudencia se ampara,
volador con los sesos
rasca fortuna en la calma,
vibra el sereno que pasa
por la calle desarmada,
fábrica fría, aunque clara,
entendimiento que sorbe
flores minúsculas
del estéril embargo,
cemento, pues,
próvido de ánimos,
hombre simiente
que tienta
con pasos lo álgido,
corazón que revienta
de fuego,
si tímido entristece,
enmudece, no obstante,
en lo alto,
caverna viva
de espejismos domados,
otro día vamos distraídos,
hoy con cítaras bravos,
hombre volador
que el descanso no tumba,
con los ojos atentos
la paz se desnuda,
y el abismo, que es ciego,
tiene voz de concordia,
volador que resumes
entre ásperas notas
un fulgor satisfecho
de hacer coplas del polvo,
se traduce el espectro,
eres tú el que despegas
en la noche siniestra,
entre fábricas,
intacto,
mientras yo,
que no pienso,
dormido,
me asombro.
Fotografía de Tom Wigley