Hans Ruldolf Picard comenta que en la primera mitad del siglo XIX se publicaron diarios de viajeros y personajes famosos con el fin de que fueran leídos y así, una vez que el lector se adaptó a leer obras “íntimas”, se transformó la escritura del diario con la intención de que fuera publicado (117). Viaje a la Habana de la Condesa de Merlin se encuentra en esta transición y participa de estos cruces tanto del género (cartas “íntimas”) como temáticas (el viaje). En esta época y siguiendo a Sylvia Molloy, el autor autobiográfico en Hispanoamérica plantea la necesidad de hacer públicos los pequeños acontecimientos —una petite histoire— como pretexto para narrar uno más grande, participando así de la gestación de la Historia nacional (Molloy 114).

Viaje a la Habana —originalmente publicado en francés en 1844— es un libro que retoma 10 de las 36 cartas que escribió su autora, María de las Mercedes Beltrán Santa Cruz y Cárdenas Montalvo y O’Farril, mejor conocida como la Condesa de Merlin (La Habana, 1789-París, 1852). Estas cartas las escribió cuando regresó a su natal Cuba y tras haber enviudado a sus 51 años. La mayoría de estos escritos estaban dirigidos a su hija, pero también a diversos personajes del ámbito político. Finalmente, volvió a Europa y, al publicar el libro, se lo dedicó al Gobernador de Cuba (el Capitán General Leopoldo O’Donnell) y a sus compatriotas cubanos.

Por ser la primera cubana publicada (incluso antes de Gertrudis Gómez de Avellaneda, quien, cabe destacar, prologó esta misma obra), se considera que con ella nace la literatura cubana escrita por mujeres Si bien las cartas desembocan en múltiples temas, tales como la geografía cubana, algunos aspectos biográficos de la autora, el costumbrismo de la época, el gusto por lo “exótico” de la isla y hasta la construcción de espacios de sociabilidad, lo cierto es que la autora nos presenta sus pensamientos políticos hilvanados a las clases sociales y a la idiosincrasia cubanas, pese a que la selección de las cartas publicadas en español omite sus escritos más politizados.

Tal vez una de las cuestiones más importantes a trabajar es cómo la escritora juega con los términos de género masculino-femenino, pero también de géneros literarios, pues el género de los diarios de viajeros —y la misma escritura en Cuba— era una práctica reservada para los varones y, además, la relación fondo-forma se desdobla en ambos aspectos al dirigir el manuscrito, en principio, al gobernador de Cuba, tratando temáticas políticas, igualmente reservadas al espacio masculino, y disfrazándolas de modos de ser estrictamente femeninos, comenzando por la dedicatoria al gobernador:

General: reformad las leyes, obtened una representación nacional para la Isla, mitigad vos mismo la dictadura del jefe supremo, y juntaréis así nuevos laureles a los ya conquistados legítimamente por vuestro valor […]. En cuanto a mí, débil mujer, mi vida no está más que en la fe. Tengo fe en vos, General. Vuestro nombre, vuestra reputación de bondad, de valor y de honor, he ahí mi fuerza, mi esperanza y la recompensa de mis desvelos (Merlin 55).

En este párrafo encontramos la presencia de un pensamiento heredero de las ideas revolucionarias y reformistas francesas y de todo el régimen bonapartista, pues incluso en la familia de la Condesa —sobre todo su madre, su tío y su esposo— apoyaron el régimen de José Bonaparte en España, motivo por el cual la monarquía española los despojó de sus propiedades. Después de esto se exiliaron en Francia, donde fundaron un Salón Literario en el que también defendían a este régimen (cfr. Schmieder). Su vida estuvo marcada por los exilios.

La ironía de la Condesa es evidente al “delegar” su pensamiento y praxis política al gobernador, pues encuentra un espacio reducido o marginado para las mujeres en la vida política de Cuba y su fe no se codifica en términos religiosos sino políticos. En Viaje a la Habana vemos que la escritura se escinde en una intimidad que comparte con su hija a través de las cartas “íntimas”, pero también con un público con quien pretende circular determinadas ideas a partir de su publicación.

A lo largo de las 10 cartas nos encontramos con pensamientos contradictorios, pero interesantes. Está en contra del maltrato a los esclavos, pero al mismo tiempo defiende el sistema de esclavitud (Carta II), pues sigue viendo en él una posibilidad de crecimiento económico acorde con la época y las aspiraciones de “progreso”, producto de la economía liberal, el republicanismo y el neocolonialismo criollo (Merlin 57-58; cfr. Pratt). Estos pensamientos son mayormente visibles y contrastantes a lo largo de la Carta VII, cuando trata de oponerse a un posible maltrato a una mujer esclavizada:

Me despertaron unos gritos que no recuerdo haberlos oído jamás… ¡Era el dolor, era la desesperación africana … ! Una voz ronca e interrumpida repetía sin cesar: ¡Mi amo, mi amo, niña de mi corazón!—¿Será la negra que le estarán pegando?, exclamé yo; y saltando conmovida de la cama, como si pudiese impedirlo, me encontré de un salto con la cabeza en los hierros de la ventana (Merlin 110).

Al final de esta carta, afianza su mirada colonialista al narrar su visita a la tumba de Colón, cuyos restos entonces se encontraban en la isla: “las cenizas de Colón deben permanecer en esta tierra que él descubrió, y a la cual llevó los beneficios de la civilización. ¡Es un acto de necesaria justicia y solemne poesía! […] Mis labios besaron la modesta piedra que cubre los restos de Colón» (119). En este sentido, la postura de la Condesa de Merlin hacia la defensa de la esclavitud —recordemos que Gran Bretaña había abolido esta práctica en sus colonias en la década anterior— puede estar vinculada al miedo de una “Cuba negra” y a la defensa de la propiedad privada, o bien, a una posición paternalista para con las personas esclavizadas dentro de la empresa colonial.

Aun así, más allá de ensalzar una percepción “civilizatoria” proveniente de Europa o en confrontación con lo africano o lo cubano (acaso como sinónimo de “bárbaro”), dirige su mirada a diversos estratos de la población cubana —como los hombres recién traídos de África, las nodrizas afrodescendientes o el mestizaje cultural a través de la descripción de las costumbres— y expresa admiración en cada uno de ellos, aunque en una evidente relación asimétrica y, de nuevo, paternalista, como cuando concluye su carta sobre los guajiros (Carta VI): “el guajiro o montero de Cuba tiene los mismos instintos y el mismo valor que los africanos, suavizados por todo lo que hay de dulce o de tierno en el carácter criollo (119).”[1]

La mirada de la Condesa a lo largo de las cartas se dirige una y otra vez a las experiencias cotidianas del espacio privado como los cuidados y la crianza que ejercen hacia las infancias criollas las mujeres esclavizadas y racializadas, con quienes tiene una cercanía nostálgica y dulce, pues su propio cuidado estuvo en manos de su nodriza, “Mamá Dolores” o “Mamita”, a quien acudió después de huir de un convento cuando era niña. Así, la Condesa, al andar por Cuba, recuerda y observa el ámbito privado que se desdibuja de lo público ante sus ojos y en su escritura. Después de encontrar su antigua casa en uno de sus recorridos por la Habana, recuerda a su “Mamita” y al espacio familiar de mujeres de donde provienen sus valores; luego, dirigiendo su vista a las casas criollas, mira a través de sus balcones abiertos y reflexiona:

[¡Aquí fue] donde la mano de un ángel me sirvió de apoyo a mis primeros pasos; donde, a la sombra de sus alas maternales, crecí resguardada de sus tiros envenenados, cuya herida empaña para siempre la pureza! ¡Aquí fue donde, siempre rodeada de ejemplos de bondad y sabiduría, aprendí a conocer y amar el bien[!] […] Pero los balcones se llenan de gente a nuestro paso. Entre la multitud distingo muchas negras vestidas de muselina, sin medias y sin zapatos, que llevan en sus brazos criaturas tan blancas como el cisne (67).

Sin duda, en el universo narrado de la Condesa de Merlin confluyen distintos elementos en una escritura autobiográfica y dentro del género de viaje, pues a diferencia de los viajeros europeos de la época, la Condesa de Merlin se enuncia a sí misma como patriótica con Cuba, aunque a veces se siente como una extranjera. Este no es desdoblamiento del “yo” que narra, sino más bien una unidad que se enuncia, evidentemente, como una autoridad y en dos sentidos: el primero, con el fin de demostrar una cercanía en los ambientes de intimidad y cotidianidad, pero, a su vez, como autora (comprenda aquí como institución social, visible y pública, más cercana a la escritura masculina de la época, comparándola con otros textos, los “íntimos”, entonces vinculados a lo “femenino”). Esto último le es útil para tornarse distante en los aspectos públicos y por tanto políticos, pues justo en las acciones cotidianas narradas no hay un pensamiento presentista, sino una proyección reflexiva del devenir político y económico de Cuba, una proyección, en todo el sentido de la palabra, del futuro y de la Nación emergente en la cual ella decide enunciarse y participar desde su herencia política y cultural como una cubana criolla exiliada en Francia.

Bibliografía

Merlin, Condesa de. Viaje a la Habana. Ed. de María Caballero Wangüemert y pról. de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Madrid: Verbum, 2006.

Molloy, Sylvia. “Infancia y exilio: el paraíso cubano de la Condesa de Merlin”. Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica. México: Fondo de Cultura Económica/El Colegio de México, 1996. 109-134.

Picard, Hans Rudolf. “El diario como género entre lo íntimo y lo público”. 1616: Anuario de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, Vol. IV (Año 1981): 115-122.

Pratt, Mary Louise. “Alexander Von Humboldt and The Reinvention of America”. Imperial eyes. Nueva York/Londres: Routledge, 2008. 109-140.

Schmieder, Ulrike. “La condesa de Merlin: una aristocrática e intelectual entre Francia y Cuba”. Sin fronteras: encuentros de mujeres y hombres entre América Latina y Europa (siglos XIX-XX). Frankfurt: Main, 2008. 165-186.

Imagen tomada de Editorial Verbum


[1] Las cursivas son mías.

Escrito por:paginasalmon

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