A Cristina Rivera Garza le tomó 30 años escribir sobre el feminicidio de su hermana. Prontamente la asociamos con un periodo de tiempo delimitado cuando surge la palabra “duelo” en contexto. Estar de luto es un estado temporal. Nos referimos a unos meses o a unos cuantos años y el luto puede terminar. Estos periodos son tiempos estereotipados, no hay un margen temporal común al cual asirse. Secretamente se puede experimentar por toda la eternidad, sobre todo por su cualidad evasiva, porque es un trabajo en sí mismo el ponerlo en palabras.
El invencible verano de Liliana (2021) regresa sobre los pasos de una mujer que caminó por este mundo entre 1970 y 1990. De acuerdo a algunas directrices, podemos decir que este libro de Rivera Garza es una obra maestra. Más que por voluntad de aportar algo ‘personal’ a su escritura creativa ‒para ella misma entenderse en los terrenos de la autobiografía‒, la cualidad de obra maestra reside en la capacidad de la autora de poner en crisis y traer a discusión supuestos arraigados. Al incidir directamente en la colectividad del lenguaje, la sensación que nos queda al leerlo es de claridad: sí se puede hablar de esto.
Históricamente la pérdida y el duelo son experiencias que desencadenan la escritura. Inmensa es la producción artística que se genera a las puertas de la pérdida. Sin embargo, sobresalen los vericuetos y la meticulosidad del armado de El invencible verano de Liliana. No solo el cumplimiento de un plazo para la justicia es el motivo de su surgimiento, estuvo también la certeza sobre la mortalidad de los archivos. Contrario al espíritu de permanencia de la inscripción, está el hecho de que los archivos y almacenes del sistema judicial mexicano no son para siempre. En la fallida búsqueda del expediente, en el que se daba cuenta del impune asesinato de Liliana Rivera Garza, nos deja claro que la transcendentalidad de los registros es una ilusión. En ese sentido es que no se podía permitir que una vida plena como la de Liliana Rivera Garza se viera reducida al momento de su asesinato, había historias que contar. Otro motivo de la aparición de este libro fue uno antónimo a la supuesta heterogeneidad del duelo ‒se vive de manera distinta en cada caso‒. La capacidad de articular lo que no tiene nombre, de transitar por mutaciones de nuestra subjetividad y nuestro lenguaje resulta que también es algo colectivo, el surgimiento de la palabra “feminicidio” supuso el desarrollo de un paradigma dentro del cual muchas escrituras pudieron gestarse para nombrar lo que ocurría.
¿Es la cura el único objetivo de la escritura? Hay heridas que nunca cierran y se denominan “traumas”, fisiológica definición que Cristina Rivera Garza nos recuerda en múltiples charlas sobre este libro. Estas escrituras pueden ser evidencia de una continua sublimación, la puesta en práctica de un método de investigación emocional, exhaustiva búsqueda, acomodo, sintaxis; búsqueda de sentido y de señales del paso por el mundo de alguien a quien amamos. Continuación, investigación, práctica, narración, mutación simbólica y literatura. Escribir literatura toma tiempo. En nuestro ámbito nos preguntamos ¿dónde está el tiempo de la escritura para los que el oficio de escritor nos queda lejano? Impulsados por la prisa, empujados de nuevo al flujo del tiempo, obligados a hablar, se priva a los sujetos del ejercicio del cuerpo, del ejercicio de la articulación de signos.
Algo ya se ha dicho sobre el papel social del escritor, ahora queremos retomar algo sobre el papel social del lector, y que nos da pie para hablar sobre algunas políticas de la lectura. ¿A quién leemos y a quién no? ¿Quién merece ser leído? ¿A quiénes leemos, escuchamos y acompañamos? En el número 21 de la revista Página Salmón nos hemos propuesto pensar desde el otro lado del duelo, del que acompaña y del que da lectura a esas escrituras. A la vez, continuamos construyendo nuestro propio camino, que asume la responsabilidad de una lectura plural y diversa y que trabaja para desarrollar herramientas de dictamen editorial que superen modelos obsoletos, reductos de la frase “calidad literaria”. El desarrollo de técnicas de la relacionalidad lectora nos ha sido fundamental para intuir formas de vida distintas, a reconsiderar todo lo que pudiera constituir un buen texto. Así, en este número extendemos la invitación a todxs a colaborar con nosotras y nosotros con escrituras que hablen sobre duelos propios, duelos colectivos, pérdidas cercanas o pasadas para que estos sean leídos y publicados como parte de nuestro dossier. Invitamos a iniciar un proceso para articular duelos, que será entendido como perteneciente a un estadio entre la sublimación y la libertad.
Referencias
Bolumburu, B. “La tragedia como defensa de la vida”. Revista Dossier. Núm 37.
Bonnet, P. “Literatura y duelo”. Universidad Diego Portales.
Molina Torterolo, S. (2017). “Duelo, literatura y psicoanálisis”. Revista Vinculando.
Rivera Garza, C. (2021). El invencible verano de Liliana. Penguin Random House.
Ulloa, K. (2019). “¿Qué soy yo sin ti?: La identidad a partir de la pérdida en The God of Small Things de Arundhati Roy”. Página Salmón. Núm. 9.