Parpadeo unos segundos como para quitarme la asombrosa realidad que se escurre por el cristalino. La belleza absoluta; aquella que es inaprensible por su pesada existencia, aquella que solo se alcanza en medio del latido, a la mitad del grito, esa belleza no nos pertenece.
Los días y toda esa gente; particularmente ellos, habían sido insistentes como aguijones en mi garganta, desencuentros conmigo misma… No dudo que el cansancio deje estragos en mi pobre memoria, pero Marcia, te juro que el otro día fui errante en un mundo prístino. Caminaba yo por las avenidas de siempre, pisaba yo mis habituales incertezas, y ellos como animalejos, seguían goteándome por cada aurícula, se resistían a morir. Marcia, la hiel brotaba, fermentaba mis encogidos pensamientos, envolvía y asfixiaba a mis únicos amores. Ahí estaban ellos, sus ojos, entraban como por debajo de la clavícula, sus huesos chocaban con mi tímpano, sus manos me jalaban del pelo; sus nombres, su existencia, su irremediable reflejo fue el que se terminó por instalar en mi hígado. No Marcia, de veritas que después de haber visitado aquel lugar, me curé de la rabia, pero enfermé de lo que tenía pendiente enfermar.
Tú eres mi hermana, Marcia, a ti recurro a contar la historia de cuando me encontré con la magia de lo insólito, con el hechizo más siniestro, con aquel extraño lugar. Te ruego, Marcia, que no lo cuentes a nadie más, que los vasos comunicantes que nos unen de antaño, perpetúen y guarden en secreto este acontecimiento.
Llevaba ya un rato caminando por la mañana, ni el sol abrasador me había hecho desistir de continuar quién sabe a dónde, de repente de la nada, tal vez por ir absorta en mis pensamientos, me encontré frente a una fila de personas que intentaban entrar a una especie de zona turística. Inicialmente no le di importancia, seguí avanzando con la mirada pegada al pavimento, luego, casi por casualidad, volteé a mi derecha y ahí estaba. No te imaginas el impacto de aquel paisaje tan vívido, tan enigmático… Poco a poco me acerqué, llegué a un acantilado, donde desde lo alto podía observar la belleza inigualable del mar que tan serenamente me arrullaba, pero que al segundo después, azotaba encrespado en una piedra colosal. ¡Y qué decir del cielo! Apabullante por sus tonalidades de azul y blanco, estoy segura de que por aquellas sinuosidades en lo alto he estado ya. No podía dejar de mirar, a los pocos minutos empezaba a oler y escuchar aquel paisaje, era un encuentro tonal que empezó a envolverme, a marearme, a seducirme como a Butes… Estaba sola, por fin sin ellos, estaba dentro de aquel silencio musical. Abrí los ojos, aquello seguía en frente de mí, la espuma llegaba tan alto que podría alimentarme o bien ofrecerme un manto. ¡Gaviotas! Simplemente planetas girando alrededor de aquel mundo tan engreído, tan sensual. Pero el mareo siguió, ya no por la infusión del vapor del mar, ahora se había convertido en vértigo, que me movía y sacudía.
Empecé a ver que había otras personas conmigo, también intentaban asirse al piso, todos con nuestras extremidades de mármol íbamos al encuentro del equilibrio, cuando volví la vista a aquel paisaje, no creerás la pena más grande que pude sentir pues todos esos colores ahora eran rugosidades, eran texturas. Me limpié los ojos, bien dicen que al nacer uno llora para limpiar aquellos líquidos y restos de otro tiempo lunar. No resultó, ahora el panorama era otro, un cielo aterciopelado y perenne me resultó decepcionante; y el mar era ahora una inmensa acuarela cuyo azul se oscurecía hasta cierto punto que sentí que me ahogaría. La zona donde se encontraba un peñasco era una visión cruel por su apariencia alfombrada, ahora las olas eran simples crecientes corrugadas. La espuma desfalleciente… Pero sobre todo las gaviotas, aquellas quedaron como meros accidentes, solo relieves fruncidos en lo alto, una de ellas incluso quedó a media letanía. Aquello era solo un lienzo, siniestro por lo estático, una pintura donde quedaron atrapados mis ojos y mi sentido.
Cuando le di la espalda a aquella catástrofe entendí que me encontraba en un parque de diversiones, así salía yo de aquella cámara o simulador que retrataba paisajes mediante realidad aumentada. Las otras personas disfrutaban del paisaje tridimensional, producto de los visores que acomodaban a todo el que entrara.
Necesitaba salir de aquel lugar nauseabundo, de aquel lugar plástico y lleno de falsedades. Empezaba a tragar lo amargo del engaño, donde por un momento estuve en la plenitud de la belleza, extasiada de tanto. Al intentar salir de aquel simulador un hombre me detiene para reclamar el pago por ver aquel espectáculo. “¡Novecientos dólares!”, me gritó mientras salí corriendo sin mirar atrás.
No sabría decirte muy bien qué pasó los días que siguieron, supongo que yo también me convertí en otra cosa. Pero debo decir que lo que más me impactó fue recibir tu carta, Marcia, donde me contabas asombrada que habías soñado conmigo. No sé si cuando cuentas los sueños son para que se vuelvan realidad o para que estos no ocurran, pero el caso es que leer tu sueño me intrigó. Dices que me soñaste sonámbula frente a un gran acantilado, completamente sola y con el sonido del mar latiendo vigorosamente, me hablabas en tu sueño, pero yo estaba envuelta dentro de un montón de capas traslúcidas que fue inútil que te escuchara. Dices que parecía por fin plena.
¡Ay, Marcia!, si me encuentras otra vez por la bruma de tu sueño, tráeme de regreso que mis ojos no paran de ver todo en texturas inertes.
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