El trabajo como categoría social que conforma la vida de las personas no se salva de estar atravesada por el género y el patriarcado[1]. Estos producen maleficios específicos cuando se integran e incluso legitiman en la vida de las mujeres; por ejemplo: la división sexual del trabajo, la profesionalización de la maternidad, el techo de cristal y la multiplicación de la jornada laboral. Sobre todo por la banalización de esta última: por cómo históricamente las mujeres hemos practicado los cuidados, los que la teoría y la economía feministas, desde la categoría marxista —pero matizada desde el feminismo materialista—, han definido como el trabajo socialmente necesario para el sostén de la vida.
Este ensayo busca esbozar los malestares que ha provocado la categoría trabajo en las vidas de las mujeres, no sin antes mencionar sus “bondades”; también, aportar y matizar cómo la ha abordado el pensamiento feminista desde sus diferentes vertientes. Esto con la finalidad de delinear cada postura sobre dicha categoría y ofrecer un horizonte claro sobre el tema para toda persona interesada en el impacto de la categoría social del trabajo en la vida de las mujeres.
Además de dinero para el sostén del día a día, el trabajo proporciona a las mujeres la conformación vital de una identificación como trabajadoras, misma que incide directamente en otras dimensiones de sus vidas, tales como la familiar, la emocional y, por supuesto, la relacionada con la clase social (Siqueira y Bandeira). En México ─como en el mundo─, las mujeres siempre hemos participado de las transformaciones políticas, económicas y sociales. En la década de los años ochenta, y como resultado de la reestructuración económica, se produjo una inserción importante de las mujeres en el mercado laboral para cubrir el mantenimiento familiar (Sánchez); esta nos ha implicado en el espacio público con trabajo remunerado y, asimismo, nos ha cargado con una doble jornada de trabajo[2] no remunerado[3]. Sobre este punto me parece importantísimo hacer hincapié en que, así como desde hace más de cuarenta años las mujeres mexicanas se han insertado masivamente a la esfera de lo público y, por lo tanto, del mundo laboral remunerado, esta transformación civilizatoria no ha sucedido en los varones: sigue sin existir la inserción masiva de ellos en la esfera de lo “privado” y su involucramiento pleno en todas las labores ─impagas─ que acaecen dentro del espacio doméstico. A estas labores, la vertiente materialista de la teoría feminista ha nombrado, en su conjunto trabajo reproductivo: sí el embarazo, parto y puerperio, pero también los cuidados, las tareas de limpieza, absolutamente todo lo que procure el buen funcionamiento del hogar y el bienestar de quienes lo habitan y encarnan.
En tanto existan distintas corrientes del pensamiento feminista y este se encuentre vivo y en movimiento, el enfoque materialista no será estático ni inapelable. Las pensadoras de la diferencia sexual han reflexionado que el trabajo es una categoría social proveniente del pensamiento dominante masculino. Advierten que, al integrarlo a la comprensión de la munda[4], se corre el riesgo de no entender el patriarcado a partir de nuestra propia mirada, lengua ─la materna─[5], sino de manera reducida, sin profundidad y matices, acorde a la hermenéutica que no trasciende el orden establecido del sistema dominante. Para estas autoras una centralidad será lo que la filósofa italiana Luisa Muraro a nombrado el orden simbólico de la madre (Muraro).
El mandato de género socialmente impuesto y normalizado ha generado históricamente asimetrías entre los sexos y, por lo tanto, asignación de roles y estereotipos según la potencial capacidad reproductiva de las personas. Y es que sigue siendo irrefutable que mayormente somos las mujeres quienes padecemos dificultadas sexistas para conseguir plenitud laboral, pues no ascendemos en los trabajos con la misma facilidad que los varones[6] ─techo de cristal─[7]. También es a nosotras a quienes socialmente se nos asignan “por naturaleza” los quehaceres del hogar, al seguir vigente la idea de que somos las más aptas según el rol asignado ─división sexual del trabajo─[8], dejando a un lado que toda persona es capaz de realizar el trabajo doméstico y de cuidados[9], actividades esenciales para la existencia de la vida y que, gracias a la autoconsciencia y reflexión feminista, dejamos de demeritar para darles su justo y valioso lugar.
Si se trata de la crianza, somos las primeras en dejarlo todo por el cuidado de las criaturas, generando esta acción la profesionalización de la maternidad, proceso que incluye dos dimensiones: 1) cuando la madre deja su profesión para dedicarse de tiempo completo a la crianza de sus hijas/os o, si no deja su profesión, compensa de otra forma ese cuidado de tiempo completo; o 2) cuando traslada en las prácticas de crianza “la lógica y el discurso laboral profesional” y pone en práctica sus conocimientos[10] para realizar una maternidad exitosa —según la normatividad en torno a esta—. En la segunda dimensión es que se distinguen, además de cuidados y afectos, los conocimientos que se consiguen a través de los saberes acumulados (San Cornelio 39). Entonces, la decisión por parte de algunas mujeres profesionistas de salir del mundo laboral, trastoca y modifica tanto su vida como su identidad y su estatus social. Además de revelar crudamente la contradicción existente entre el trabajo social de las mujeres y las tareas domésticas (Jiménez), situación que conlleva a la “doble presencia”[11]: como ama de casa y como trabajadora[12].
Por otro lado, la doble presencia/ausencia que viven las mujeres inmersas en el mercado laboral simboliza la paradoja de estar y a la vez no estar en los ámbitos laboral y familiar, lo que produce en ellas una sensación negativa por temor a ser negligentes en todos los espacios de su vida (público y privado[13]), lo cual les engendra efectos psíquicos como estrés, depresión y frustración (Balbo; Torns, et. al.).
En suma, la categoría social del trabajo en la vida de las mujeres es compleja. Nos dota de autonomía económica, social, cultural, corporal y hasta emocional; sin embargo, dadas las condiciones sociales donde sigan latentes el sexismo, machismo, clasiracismo y otras formas de violencia en contra de las niñas, mujeres y grupos marginalizados y vulnerados a lo largo, por más discursos de empoderamiento, derechos humanos y erradicación de la violencia que existan, estos solo fungirán como narrativas de lo políticamente correcto. La reflexión/acción debe ser profunda hasta llegar a la plena consciencia de que todas las personas merecemos el goce, la pasión, el disfrute en todos los ámbitos de nuestras vidas, incluyendo lo laboral donde es posible la dignificación de la vida más allá de convertirla en rutina, desgaste, obligación e injusticia.
Al cuestionar el espectro del trabajo se puede pensar más allá del patriarcado, tal y como el pensamiento de las mujeres lo ha hecho; porque en el núcleo eso que muchas veces se ha mal llamado trabajo, realmente son prácticas de cuidado, reciprocidad, ternura, toma de consciencia y pleno amor. Transcender la categoría del trabajo como categoría social patriarcal es comprendernos fuera de la norma social establecida, y esto no es poca cosa: es un acto político que transforma las condiciones dadas, al tener como centralidad el bienvivir a partir del buen trato y las interacciones sociales éticas en todos los ámbitos que nos conformaran como seres libres.
Bibliografía
Balbo, Laura. (1978). La doppia presenza. Inchiesta. 3-6.
De Barbieri, Teresita y de Oliveira, Orlandina (eds.). (1989). Mujeres en América Latina: análisis de una década en crisis. IEPALA Ed.
Jiménez C., (1987). La mujer en el camino de su emancipación. Contracanto.
Muraro, Luisa. (1994). El orden simbólico de la madre. Horas y horas.
San Cornelio, Gemma. (2017). «Visiones contemporáneas de la maternidad en Instagram: una aproximación mixta al estudio del selfie como narrativa personal». Rizoma, 5(2). 26-41.
Sánchez Bringas, Ángeles. (2003). Mujeres, maternidad y cambio. Prácticas y experiencias reproductivas en la ciudad de México. Universidad Autónoma Metropolitana/Universidad Nacional Autónoma de México.
Siqueira, Deis y Bandeira, Lourdes. (1999). «La perspectiva feminista, en el pensamiento moderno y contemporáneo». Boletín de Antropología Americana, Nº34. Instituto Panamericano de Geografía e Historia.
Torns, Teresa, Carrasquer, Pilar, Borras, Vincent y Roca, Clara. (2002). «El estudio de la doble presencia: una apuesta por la conciliación de la vida laboral y familiar». Proyecto I+D+I Exp. no 37/00 (2000-2002). Informe de Investigación. Vol. 1.
[1] Considerando que desde la teoría feminista se devela el concepto de patriarcado como la estructura de dominación masculina que propicia subordinación femenina, generando toda una mitología y prácticas terribles que afectan de particular manera a las mujeres y otros grupos feminizados históricamente. Así, el género funge como una imposición social patriarcal, con la cual se norma y etiqueta a las personas.
[2]También conocida como doble carga o presencia, concepto que más adelante se define.
[3] Más adelante abordaré el debate desde la postura feminista referente al trabajo remunerado y el no remunerado.
[4] Desde la perspectiva feminista, que implica una metodología, hermenéutica y epistemológica, donde existe la claridad de que lo que no se nombra no existe, y nombrar el femenino es decir y dar cuenta de nuestra valiosa existencia, desde nosotras las mujeres, ya no más desde la mirada masculina patriarcal.
[5] Esa que Luisa Muraro ha expresado como la que aprendemos de nuestras madres desde que estamos en el útero y que es arrebatada por el conocimiento del poder patriarcal e institucionalizada por la academia.
[6] Cabe mencionar que el enfoque feminista en tanto está consciente y en contra del sistema dominante que es el patriarcado, por si mismo es radical e interseccional, por lo que también comprende las diferentes opresiones no sólo en la vida de las mujeres, sino de toda persona, pero que siempre va a vulnerar más crudamente a las niñas mujeres en tanto la lógica machista que promueva superioridad masculina e inferioridad femenina.
[7] Concepto que metaforiza la dificultad que las mujeres insertas en el mundo laboral encontramos para el ascenso laboral. El término se le acuñe a la autora Marilyn Loden, durante su discurso en el comité “Mirror, mirror on the wall” durante 1978.
[8] Según María E. Ginés (2007) el concepto hace referencia a la presencia, en todas las sociedades, de una inserción diferenciada de varones y mujeres en la división del trabajo existente en los espacios de la reproducción y en los de la producción social.
[9] Concientizar que las actividades que realizamos en el hogar no son “ayuda” a nuestras madres, abuelas, tías, etc., es romper con el machismo. Practicar la corresponsabilidad (responsabilidad compartida en todas las labores del hogar) subvierte el orden simbólico y material machista.
[10] Laborales, profesionales, afectivos, en general de sus trayectorias de vida.
[11] Concepto usado tanto en los estudios de género como en la sociología del trabajo, el cual define el papel doble que desempeña la mujer como ama de casa y trabajadora alternativamente. Fue acuñado por primera vez en 1978 por la socióloga italiana Laura Balbo en su libro La doble presencia.
[12] Sin dejar de lado que, cuando se fuge de ama de casa también se es trabajadora, sólo que se realiza el trabajo impago.
[13] Considero que la separación de público y privado contribuye a la comprensión binaria del mundo, sin embargo, gracias a las aportaciones del feminismo radical se dilucida como lo personal es político (Carol Hanisch). Es decir, se considera que nuestros problemas personales son importantes porque también son políticos, porque no solo le pasan a una, sino a todas y tienen implicaciones e impactos sociales. Resolver los malestares a causa del patriarcado de una es resolver los de todas.
Fotografía tomada de Realtor