Llevo meses con el verbo atorado en la garganta
[declaración ectópica].
Llevo meses gestando una asfixia
cuya genealogía reconozco
mejor de lo que me educaron para admitir
[hija adventicia
pero legítima, a fin de cuentas
[después de todo,
yo también nací en la era del mito
de la meritocracia]]:
presente indicativo
en primera persona del singular
verbo regular experiencia recurrente
[compartida
[en singular,
pero totalmente plural
a fin de cuentas]
]
(auto)afirmación fallida.
Llevo meses queriendo poner orden y no puedo.
Llevo meses queriendo hacer las paces
con la idea [absurda]
de que tengo que poder
subordinar una frase independiente
o en su defecto independizar una frase subordinada
o acaso asumir que la independencia
tal vez es esto:
subordinarme a un enunciado mayor
renunciar a la utopía de formar una identidad completa
autosostenida
con mi mayúscula y mi sujeto
y mis verbos conjugados
con puntos que tracen [mis] límites firmes.
Llevo meses intentando despejar mi nombre,
descubrir qué queda de mí
si quito las facturas y el IVA y el ISR
la foto del currículum
la disponibilidad de horarios
la huella digital
que da fe de mi existencia
en la puerta de entrada de la oficina.
Los números no dan.
Llevo meses haciendo las paces
con esta rabia que me palpita en las venas
con esta angustia que se me cuelga pesada y desesperada del cuello
con este cansancio que me oscurece el entusiasmo
[me considero una persona entusiasta,
pero no es una característica de mi régimen fiscal]
con esta duda que me cuestiona todo el tiempo
si no será
un problema de actitud
una incapacidad congénita
un defecto de fábrica.
Llevo meses mirando los zapatos de la gente en el vagón de mujeres
y preguntándome si acaso será bueno para el arco del pie
para las rodillas
para la espalda
para la estabilidad emocional
si acaso nos pagan lo suficiente para llenarnos
los pies de ampollas
si acaso no deberíamos
calcular eso dentro de los riesgos de trabajo.
[Gajes del oficio.]
Llevo meses haciendo y deshaciendo listas
reorganizando mi pirámide de prioridades:
hay que comer
entregar los contenidos del mes
pagar la renta la luz el agua el gas el teléfono el internet el mantenimiento
revisar los comunicados internos
recargar la tarjeta del metro
darle seguimiento a la solicitud de RRHH
ponerle gasolina al coche
transcribir y reescribir las entrevistas
regar las plantas
traducir el itinerario de la fiesta de cumpleaños del dueño
arreglar el microondas
preguntarme cómo fue que se confundió la corrección de estilo
con una letanía de cuestionamientos sobre mí estilo
[Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia]
En fin.
Llevo meses notando cómo ese verbo que traigo reprimido va encontrando otras vías de escape. Hace un par de semanas lo encontré enredado en mi mirada al salir de la regadera. Hubiera pensado que su manifestación física sería más opaca, que tendería a la oscuridad, pero no: traía en los ojos un fuego incontenible que no se dejaba apaciguar por ningún medio. Me enchiné las pestañas y me puse la blusa con mangas de encaje y me pinté los labios de rosa y ensayé frente al espejo la voz más gentil del mundo. Ni qué hacer, traía la palabra necia en la pupila fija, desafiante. Repetí varias veces “buenos días” con diferentes entonaciones, buscando desesperadamente la expresión dócil imperativa del código de vestimenta, pero mis ojos seguían gritando y sus aúllos me ahogaban las palabritas dulces.
Como obra milagrosa, el café apaciguó a la bestia y la obligó a cambiar de forma. Desde entonces es inestable.
Se me aparece de pronto en la lengua
cuando estoy sola ante la computadora.
Coqueta, seductora,
me acaricia las cuerdas vocales
juguetea con mis labios
me susurra con mi propia voz sonora
una palabra que me vibra por todo el cuerpo
y revienta como un ronroneo fantástico contra mi paladar:
renuncio
O se me encaja en la respiración
cuando volteo a ver mi agenda
y noto (me obliga a notar)
que esta semana
el horario laboral (y me recita socarrona la décima cláusula de mi contrato:
de no relación laboral)
me va a devorar todas las horas de luz
(y reproduce la voz descarada que me dice:
Sí es de tiempo completo, pero te damos la flexibilidad
de seguir teniendo otro trabajo)
y pienso en el horario de invierno
(y me recuerda burlona que aquí no hay aguinaldo)
y en el regreso de la oficina a la casa
(a mí ni me pagan por venir)
y me retumba la sangre en los oídos y canta extasiada:
renuncio renuncio renuncio
O se sienta junto a mí
mientras corrijo las observaciones sobre el texto que escribí
y remiendo los retazos de ideas parchadas
que saldrán con mi nombre
pero no traen más que un eco de mi voz
y actualizo la lista de palabras prohibidas:
empoderar
confrontar
desafiar
comunismo
revolución
cuestionar
sindicato
renuncio.
Llegué a pensar que, de tanto tragarme la palabra, terminaría por convertirse en un componente más en mi sangre.
Pensé que quizá se me calcificaría en las venas, una piedrita en el zapato, como quien dice, incómoda en cada paso mientras mis dedos se tropiezan al redactar esta publicidad para venderle al mundo los “caminos introspectivos” y los “encuentros con uno mismo”.
Pero si realmente me encuentro
conmigo misma,
resulta
que no quiero estar aquí;
si verdaderamente procuro
un espacio
para la introspección
resulta
que no hay tiempo,
solo entregables.
Pensé que cada sílaba se me quedaría marcada alrededor del cuello cual fierro caliente contra la piel, que sería por siempre inescapable y por siempre silenciosa, que acariciaría con una resignación cínica cualquier otra palabra que se formulara en mi garganta, que impregnaría de aquí en adelante mi voz con todo el rencor y el coraje y el cansancio que conlleva tragarse estas lluvias ácidas.
renuncio renuncio renuncio renuncio renuncio
A veces de tanto repetir una palabra, pierde sentido.
Esta no.
De tanto repetir esta palabra
muda
a solas
a ciegas
la que iba perdiendo sentido era yo.
renuncio
Renuncio
r e n u n c i o
R E N U N C I O
Y así un día la palabra se me escapó volando por la boca, pero reventada en mil pedazos.
Una ráfaga de desilusión inexorable que viajó
mil trescientos once kilómetros
para estrellarse en el oído de una jefa que solo pudo responder
con esa voz impasible de aquellos que saben
que tu contrato indica
de forma explícita
que no hay liquidación
y de forma implícita
que no te puedes quejar
: el despido es totalmente justificado
: falta de compromiso
: un cambio de actitud
: hay que saber elegir nuestras batallas
Al final del día,
poder elegir debería ser un derecho
pero hoy ya casi nadie tiene prestaciones.
El día que dinamité mis prospectos laborales en ese lugar,
encontré bajo los escombros mi respiración tranquila.
En el espejo encontré mi mirada despejada,
las ojeras que gotean
con elegancia taciturna
por la línea genealógica de mi madre
mis ojeras ligeras
y no las otras
no aquellas fosas negras que llevaban meses instaladas en mi cara
como máscaras hiper realistas totalmente antinaturales.
Me llevé las manos al cuello y lo encontré suave
firme
perfectamente funcional.
[Los pulmones están hechos para respirar,
no para contener
la catástrofe natural del hartazgo]
El defecto no era de fábrica,
aunque quizá sí hay una incompatibilidad con el sistema.
Y sin embargo, opero.
Y sin embargo,
por fin,
vuelvo a ser la que soy
en presente indicativo
primera persona del singular
auto sostenida independiente
materia orgánica más allá de sus fines de lucro.
Fotografía de Photography Montreal