Educación y democracia deberían ser conceptos inherentes. ¿Para qué educar? La respuesta, necesariamente, requiere estar ligada a la comunidad y, a la noción de que, en palabras de la perspicaz mente de Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, a excepción de todos los demás”. El presente artículo tiene el objetivo de entablar una defensa de la importancia de educar desde y para la democracia, de preparar a las futuras generaciones para insertarse en la vida en comunidad como ciudadanos libres, responsables, empáticos y, sobre todo, comprometidos y muy críticos con las ideas y la información que reciben de los múltiples medios de comunicación o de la sobreestimulación a la que la tecnología omnipotentemente disponible somete a las personas. 

Nos se trata de llevar a cabo una mera apología, también es un testimonio, la experiencia del docente de educación secundaria que en el día a día realiza esfuerzos por integrar a sus estudiantes en comunidades colaborativas y democráticas que trasciendan el ámbito del aprendizaje áulico basado en el estímulo-recompensa, en el condicionamiento de la evaluación o en acartonados esquemas tildados de socioconstructivismo que no pretenden más allá que convertirse en herramientas de mercadotecnia para convencer a los padres de familia de haber contratado los servicios de una escuela progresista, moderna y a la moda, digna de ser mostrada con pretensión en la próxima reunión familiar, como una especie de joya cosificada como bien suntuario.

El contexto actual invita a reflexionar sobre la pertinencia de adaptar los procesos educativos a las demandas actuales, pero, ¿y si las mismas necesidades sociales, aspiraciones o relatos a seguir también merecen ser revisados? Según Zygmunt Bauman y su paradigma de una Modernidad líquida, vivimos en medio de una sociedad impaciente: no se puede esperar ni invertir tiempo en actividades que son consideradas como tediosas; es preferible tomar soluciones inmediatas. No obstante, la vida en comunidad requiere de tiempo, a veces de esperar, en otras de actuar y muy necesariamente, en sosegar los propios impulsos en aras de escuchar al otro, de considerarlo y comprender que conformamos unidad en el constructo social.

Más aún, para nuestro esquema de valores occidental basado en el consumo, la jerarquía o avance social depende de la capacidad de satisfacer inmediatamente las pulsiones personales sin tardanza. Bauman advierte que virtudes valoradas por generaciones anteriores tales como el compromiso, ahora son vistas como algo inoperante o, inclusive, abstracto que no tiene verdadera relevancia en la realidad enfrentada en el día a día: parecen más un lastre que niega al individuo una suerte de egoísta progreso personal.

En aras de satisfacer necesidades, los servicios son vistos como meros productos consumibles, y en la lógica del mercado esto es algo entendible, sin embargo, ¿puede un proceso formativo que pretende infundir valores en seres humanos, pautas de convivencia y experiencias de vida en comunidad convertirse, o mejor dicho, cosificarse como solo un producto consumible? Bauman reconoce que, al menos para generaciones anteriores en occidente, la educación era algo inexorable que debía conservarse e, incluso, acrecentar de forma constante durante toda la vida del individuo. Ahora, existen instituciones que ofrecen algún grado escolar, título o diploma bajo la premisa de pagar un servicio y consumirlo en tiempo y forma, más allá de las propuestas que puedan realizarse o el impacto real a generar en la comunidad.

La oferta educativa basada en el consumo y en la cosificación comercial somete a los compromisos, las relaciones a largo plazo empapadas de responsabilidades y las lealtades en una carga que obstaculiza el beneficio personal. Se ha cultivado una cultura que atesora la inmediatez en afán de dar satisfacción a las propias pulsiones del individuo no siempre basadas en la razón o en aspiraciones que pretendan lograr un bien social. La sobresaturación informativa tampoco ayuda del todo; por ello, es labor de las instituciones educativas preparar a los más jóvenes para lidiar con dicho entorno.

Además de la inmediatez en la satisfacción de pulsiones, de la cosificación de los procesos formativos a meros servicios, también es necesario hacer frente al problema de la alienación del individuo en aras del progreso personal, donde el triunfo individual es visto como virtud que aporta a la expresión de la propia personalidad, pero donde el sentido de comunidad no es tan valorado si no se parte de una defensa del individuo. Muy probablemente, esta apreciación del progreso económico que aspira a satisfacer pulsiones individuales responda al paradigma propuesto por Byung Chul Han en su obra La Sociedad del Cansancio. Según el filósofo surcoreano, en el contexto actual, los individuos se explotan a sí mismos en una vorágine de sobresaturación laboral en orden de lograr metas y progresar, sin darse cuenta que el tiempo ha sido pervertido, pues no existe mayor medida del andar cronológico que el producir, en el rendimiento.

¿Por qué un individuo supuestamente formado en la educación profesional y crítica se prestaría a tales prácticas que ponen en peligro su integridad física y mental? Para Han, la respuesta radica en que el poder de nuestro sistema no le apuesta a la coerción o a la represión, no… le apuesta a la seducción para cautivar al individuo, quien se somete a sí mismo en pos de conseguir sus aspiraciones; la persona se convierte en su propio amo y explotador.

La situación se agrava al momento de advertir que la lucha por el progreso y la productividad se lleva a cabo en soledad y, paulatinamente, va desgastando el sentido pleno de comunidad. Se lleva a cabo una lucha individual por lograr la productividad y trabajo prometido que va minando valores como la solidaridad, la empatía y el verdadero sentido e interés por el otro.

Todo lo anterior va llevando a un “hiperindividualismo” que se hace tanto más fuerte y descarnado cuanto más se apuesta al sometimiento del individuo que promete ganar riquezas y poder de satisfacción de sus propias necesidades de consumo. Es ahí donde Han cuestiona posturas como las del filósofo italiano Antonio Negri que abogan por el escenario de una multitud luchando contra el orden actual, pero ¿qué individuo lucharía contra ello estando al borde del desfallecimiento por cansancio y desinterés? El agotamiento o cansancio social y el ardid revolucionario son términos contradictorios y excluyentes. La propuesta es recuperar el tiempo, el de contemplación, reflexión e introspección del individuo que sirva como tierra fértil a las ideas y sobre todo al pensamiento libre y las posturas críticas.

Por demás está advertir que una masa desvinculada, profundamente individualizada y seducida por un sistema que promete todo tipo de experiencias sensoriales y de ascenso social a través del consumo y de la explotación irracional de sí mismo, de su tiempo y de sus relaciones, es sumamente vulnerable a caer en la retórica de manipulación proveniente del populismo o incluso de un autoritarismo intolerante a la crítica y al análisis de sus contradicciones.

Hoy, más que nunca, es necesario apostar por una educación democrática en la formación de las nuevas generaciones. La clave para evitar el aislamiento individualista y el denominado como hedonismo narcisista está en fomentar el sentido de comunidad. La democracia, siendo el sistema de gestión colectiva por excelencia de una comunidad, requiere que el sentido de bienestar colectivo rebase el frenesí individualista de autosatisfacción.

Cabe dejar claro que, por democracia, se hace referencia a una forma organizativa no solo colectivista que anula al individuo, sino a un sistema que parte de la autonomía y la dignidad de cada uno, así como de la participación constante empapada de, siguiendo lo expuesto por Javier Medina en “La amenaza del populismo”: diálogo crítico, de argumentación y de identificación de falacias, con el objetivo de combatir problemas democráticos tales como las ambiciones autoritarias o el populismo empapado de retórica cuestionable.

Así pues, en una democracia, la educación se convierte en un medio y fin social, una formación en los valores del diálogo, el consenso y el disenso, la justicia y la solidaridad. Se trata de un proceso formativo donde los individuos aprenden a escuchar a los otros, así como valorar las diferencias que crean la diversidad y asumirse como sujetos que ejercen derechos, pero que también asumen obligaciones y responsabilidades de forma autónoma.

Otro componente esencial de una educación democrática está en el desarrollo del pensamiento crítico como una herramienta que permita adquirir y ejercer la autonomía individual, es un recurso que, de acuerdo al artículo “La sociedad nihilista: entre el Estado benefactor y el neoliberalismo” de Andy Lemoine: induce a salir del pasmo político y a “reestructurar el pensamiento y, por ende, nuestra realidad”. En un mundo cada vez más inundado de la publicidad confundida con la información y la defensa de discursos prefabricados que atienden a intereses particulares en detrimento de lo social, los individuos deben cuestionar, someter a examen y reivindicar el papel de la duda en pos de aproximarse a la verdad, para así poder emplear sus conocimientos y hallazgos en pro de conseguir el bienestar comunitario.

Así pues, el objetivo de una educación en y para la democracia no solo se ve acompañado de la mejora en la relaciones escolares, de las habilidades de los educandos y de la autonomía, también contribuye a criticar y atenuar las ideas que propician la desigualdad social y el contexto fértil a las mismas. Se trata de educar al individuo para asumirse como parte de un colectivo, cuyo bienestar también va ligado a la propia realización y a la plenitud.

Una vez que las normas dejan de ser impuestas por una autoridad coercitiva, se convierten en acuerdos reconocidos como un medio a través del cual el individuo encuentra la seguridad y marco de convivencia en el cual desarrollar su potencial y sentirse dentro de una red de apoyo mutuo, los acuerdos normativos se convierten en garantes de la libertad. 

Una vez expuestos los porqué de una educación democrática y las anomias sociales producto de las cuales es pertinente la implementación de tal formación en las personas es necesario marcar algunas pautas para su desarrollo y ejercicio en la educación formal.

La educación democrática no debería carecer de una participación activa donde la diversidad de opiniones sea bienvenida y las decisiones sean tomadas en colectivo. El diálogo y el debate son herramientas para la discusión constructiva y provechosa que pueda llevar a los acuerdos. Asimismo, una educación democrática, necesariamente, debe cultivar actividades encaminadas al desarrollo del pensamiento crítico como herramienta de análisis, de cuestionamiento y de plantear preguntas que inviten a la búsqueda racional de soluciones.

Otro punto clave es la práctica ligada a la teoría: el aprendizaje basado en problemas o el basado en proyectos debe ser un camino a recorrer para la educación, retomando a Noam Chomsky en entrevista: el verdadero aprendizaje está en la acción, en proyectos donde los estudiantes cultiven habilidades que abonen a sus intereses y capacidades, así como a la construcción del conocimiento en colectivo. Es fundamental resolver problemas comunes y recurrir a la autogestión para hacer frente a necesidades reales de su comunidad, siempre teniendo en cuenta el ejercicio del pensamiento crítico y de la investigación como herramientas fundamentales y bases racionales de la toma de decisiones.

Las anomias sociales como la deshumanización, el sinsentido en la comunidad o el “egocentrismo narcisista” que denuncia Han responden a un sistema donde se confunde la información con la publicidad, la educación con entretenimiento y el progreso social con la capacidad de adquisición de bienes y servicios que satisfagan, la mayoría de las veces, deseos más que necesidades. El futuro de las comunidades radica fuertemente en la capacidad de la educación para formar ciudadanos críticos, comprometidos con su comunidad, empáticos, solidarios y activos en la defensa de su libertad y del sistema que la puede perpetuar: la democracia.

«Future School» de Jean-Marc Côté.

Jesús Israel Casillas Ramírez (Ojo de Agua, Estado de México, 1992). Profesor y analista académico. Licenciado en Historia por la UNAM y Maestro en Tecnología educativa por la Universidad Internacional de La Rioja. Es profesor en educación básica y media superior. Actualmente es analista académico dedicado al diseño curricular, instruccional y a la evaluación de calidad educativa en ciencias sociales. Sus principales intereses se centran en la historia, filosofía, educación, los viajes y la interculturalidad.
Avatar de paginasalmon
Escrito por:paginasalmon

3 comentarios en “Educar para la democracia: una alternativa contra el hiperindividualismo | Por Jesús Israel Casillas Ramírez

  1. Al final el alimento democrático individual nos genera interés en el proceso real de la enseñanza y aprendizaje conectados al objetivo de diferenciarnos desde Nuestro constructo, procesos de participación desde la inclusión y la responsabilidad de aportar para crear, validar y trascender

    Me gusta

  2. De acuerdo con este ensayo, confidero que el aprendizaje escolar debe ser significativo para el estudiante, desarrollando un pensamiento crítico, que le permita de manera autónoma y conciente la toma de decisiones, encontrando así aplicación en su vida cotidiana.

    Me gusta

  3. De acuerdo con este ensayo, considero que el aprendizaje escolar debe ser significativo para el estudiante, desarrollando un pensamiento crítico, que le permita de manera autónoma y conciente la toma de decisiones, encontrando así aplicación en su vida cotidiana.

    Me gusta

Replica a Carmen Ramírez Cancelar la respuesta