Una vez terminado de leer Niebla de Miguel Unamuno (siempre) el último apartado de la historia me dejaba perpleja, no por las concatenadas aseveraciones filosóficas del perro, sino porque me parecía desconcertante, en cierto grado, que en efecto profiriera con ese cuerpo de perro tales cosas. Yo quería saber cosas de Orfeo: qué le sucedería, no una especulación sobre la vida y la muerte como si hubiera leído, releído y ensayado a un buen puñado de filósofos antes de morir también.
Y es que los animales –dicen «desde que el hombre es hombre»– han sido usados a lo largo y ancho del espectro de la explotación: sus pelajes y cuerpos como recurso y pieza de intercambio; la explotación en el campo que han sufrido como cuerpos de labrado, como fuerza de trabajo jalando carros a rueda; como carne despersonalizada en las líneas en serie del matadero. Pero también hay otro tipo de explotación que reduce a los cuerpos a un terreno muy reducido y unívoco de los significados que es capaz de producir cuando hablamos de su representación. Esto es la explotación simbólica, por la que un animal pasa a ser un cuerpo moral, gramaticalizado, tal como aparece en los diccionarios de símbolos; una alegoría y un recurso literario, también, que se integra como eficiencia en el sistema de comunicación y que con su figura transmite valores inmediatos. Estos animales representados pueden hablar, vestir ropas, trabajar, ser buenos ciudadanos, tener hermosas familias heteropatriarcales o combatir el mal en beneficio de sus amos, o pueden, al otro extremo de este espectro moral, como las cucarachas, representar lo peor de la modernidad, sus pestes, sus vicios, sus pecados, su sobreproducción y exceso. «Según Berger, disfrazados de hombres dejan de ser bestias que desde su condición intervienen en la jerarquía simbólica de los valores y las costumbres, para pasar a ser ‘prisioneros de la situación humana / social en la que están atrapados’” (Chejfec).
Esta apropiación imaginaria de «una naturaleza» que «no puede hablar por sí misma» y que, más aún, nuestro lenguaje cotidiano, en las metáforas, por ejemplo, nidos de la ideología, no es capaz de representar legítimamente; está fundada en la sumisión y la propiedad. Los podemos encontrar en cada producto cultural, 2 de cada 3 productos que pensemos explotan simbólicamente al otro hasta el hartazgo, hasta la estabilización y el reafirmamiento. En donde operan estos símbolos es en muchos órdenes, pero en la modernidad sirven para construir identidades: el nombre científico de las especies en latín incluye en algunos casos el nombre del estado al que están atados: myrmecocystus mexicanus (nombre científico de las hormigas de miel): a eso es a lo que se le llama nacionalización de los cuerpos: «Si antes los animales podían estar asociados a las culturas locales y a la tradición artística, a las jerarquías morales, al costumbrismo y las tensiones históricas intelectuales, ahora son una especie de salvoconducto simbólico por los que se mueven sentidos de diferente escala» (Chejfec).
«Frida nos robó el corazón y los chilangos lo demostramos haciendo todos estos artículos»:
- Ilustraciones de perros rescatistas haciendo saludos a la bandera mexicana
- Imágenes serigrafiadas en playeras
- Muñecos de peluche y crochet
- Piñatas de papel crepé
- Stickers coleccionables
- Marcos para tu perfil de Facebook
- Modelos vectorizados para colorear
- Personajes de narrativas de estética ciencia ficcional y de superhéroes: Frida la rescatista contra Corruptor (próximo estreno 2018).
La intención humanitaria (para el beneficio de lo humano), en especial en los números 7 y 8, son sobre todo interesantes porque están pensados para tener como público a un grupo infantil (o más bien infantilizado), es decir, un sujeto que aprende de este modo los valores que reproduce una «Frida» de contornos definidos en los que él aprende a su vez a ser humano: la fidelidad, la obediencia, el amor, el trabajo: «A dog is itself a liberal education, with its example of fidelity, unwearied activity, cheerful sympathy, and love stronger than death» (Boggs). Eso es lo que significa un perro en los Estados modernos ¿o es que acaso Frida está luchando por los derechos de los perros y los animales, deconstruyendo consecuentemente la categoría «animal»? O más bien –por supuesto que sí– reafirma la tan sobada que brilla unión nacional al mismo tiempo que es un símbolo moral y humanitario. Y la conciencia, aquí ya descarada, de la superioridad de los individuos como (re)productores de significados que habitan el centro: «…theories of nationalism have tend to ignore species as a category constitutive of nationalsim itself» (Boggs).
Pero pasando a otros enemigos de la humanidad y a otras literaturas, está Premendra Mitra, tal vez el escritor más famoso de Bengala Occidental (India), que resulta también ser el escritor más famoso de ciencia ficción y de géneros de Bangladesh. Mitra incursionó en la escritura de relatos cortos que iban en contra de una idea homogénea de que la literatura debía estar escrita en un registro alto y solemne en la década de los 40. Así, produjo una serie de relatos de distintos tipos de aventuras cuyo personaje principal es Ganashyam Das, un hombre de edad propiamente indeterminada, pero que ronda la medianía, alto, huesudo, y que, en los relatos, para abreviar, responde al nombre de Ghanada. Este personaje que protagoniza las historias es un narrador incansable y no hay lugar del mundo que no haya conocido o conversación en la que no se pueda inmiscuir, tanto que sus compañeros de vivienda, un tipo de pensión donde solo habitan hombres, le rehúyen. El primer cuento de Mitra en el que aparece Ghanada como protagonista es «Mosquito», escrito en 1945 y publicado en el periódico Puja. Algunos de sus relatos pueden ser conseguidos a través de las traducciones del beganlí al inglés en las siguientes tres compilaciones: Snake And Other Stories, Mosquito and Other Stories y Adventures of Ghanada.
En la inmensa variedad de anécdotas inverosímiles y saberes con los que se maneja Ghanada se espera que el lector intuya que sus aventuras son más bien aventuras bibliográficas, narraciones que arma a partir de sus lecturas. Ghanada es un productor de significados y portador de conocimiento. Cuando entra al salón se sienta siempre en el mejor sillón de todos y acepta agradecidamente un cigarro regalado de alguno de sus compañeros: «¿Qué, estaban hablando ustedes sobre las inundaciones?… ¿Saben qué es una marejada? ¿Saben de la destrucción que acarrea? ¿Han visto una marejada, la furia del mar?» Y así es como termina relatando al grupo la vez que terminó siendo llevado por una gran ola de Tahiti hasta las Islas Fiji: «Ghanada is a personification of Premendra Mitra’s humanistic ideology and moral universe. Scrupulously honest and down to earth, he is continually striving to rescue mankind form the apocalyptic failures of science. Ghanada is forever getting into escapades that make special demands on his human heart and virtues» (Segupta).
En cierta ocasión, sus cohabitantes se atrevieron a conducir una plática sobre los mosquitos, cuando uno de ellos describía las medidas que se habían implementado en su pueblo para controlar la amenaza epidémica que representaban. Todos pensaron que era seguro continuar pues cómo podría Ghanada sacarse una historia sobre «something as trivial as a mosquito». Pero se equivocaron: Ghanada entra al salón, se sienta en su sillón:
«—Sí, yo una vez maté a un mosquito».
La historia de Ghanada sucede en el contexto de los conflictos ruso-japoneses por controlar la Isla de Sajalín, durante esa época Ghanada (según Ghanada) se encontraba trabajando en la isla en la explotación del ámbar. Uno de sus compañeros, de origen chino, Tanlin, había desaparecido llevándose consigo un saco en el que la compañía guardaba todo el ámbar recolectado. Siguiendo la pista del fugitivo por la isla, Ghanada y otro compañero llamado Mr. Martin se encontraron con un extraño laboratorio. Aquí, «Mosquito» recuerda a La isla del Dr. Moreau, haciendo del laboratorio ubicado en el despoblado un motivo ciencia ficcional, y los gritos inhumanos en medio de la oscuridad el motor del misterio. El doctor Nishimara, propietario del laboratorio, se presenta como un hombre hospitalario y les explica el método por el cual planea erradicar la malaria del mundo: alterando la composición química de la saliva del mosquito, lo que convierte a este personaje en algo más que un simple entomólogo como los exploradores habían pensado. Cuando encuentran muerto al desaparecido Tanlin es que los verdaderos motivos de Nishimara se descubren: su intención no es erradicar la enfermedad del mundo humano; su proyecto ha convertido la saliva del insecto en un veneno mortal. Cuando Ghanada y Mr. Martin descubren la verdad, Nishimara los amenaza con un solo mosquito encerrado en un embudo, un solo mosquito que puede dar muerte a por los menos a 20 hombres: «…—You’re form America the land of science, so between the two of you —I want you to have the honour of dying first, for the cause of science…» (Mitra).
El animal en este relato está representado como un símbolo, como un cuerpo para la eliminación. El mosquito y otros insectos como metáfora eficaz de las fantasías aniquilantes tiene un uso y una tradición muy extendida en la ciencia ficción. No hay que perder de vista que, en esta representación, el mosquito se halla lleno de sentido en el cruce de conflictos políticos como la posesión territorial de la isla y el empleo de las investigaciones científicas en la guerra. Si lo pensamos nuevamente, esto no es muy distinto de otro empleo simbólico conocido como colorismo, una estrategia literaria que Toni Morrison se encargó de volver a exponer en su último artículo del New Yorker, «The Color Fetish«. El colorismo es el empleo que hace un escritor del color de la piel para construir, en automático, un personaje, «un blanco» para inmediatamente representar al protagonista, y «un negro» para traer a la narración a una persona vil o a lo erotizado, como ejemplifica en la obra de Hemingway. «There are so many opportunities to reveal race in literature—whether one is conscious of it or not. But writing non-colorist literature about black people is a task I have found both liberating and hard.» Morrison ha emprendido esta tarea a partir de la ética de romper la costumbre, lo sencillo y lo tradicional de la explotación simbólica; es algo que ella considera un racismo (y yo un especismo) muy barato.
By one slap of his powerful hands Ghanada kills this enemy of man.
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